Hace unas pocas semanas recibí un par de mensajes especiales.
La primera sensación que tuve al recibirlos fue de sorpresa y alegría. Hacía muchos, muchos años, que no tenía noticias de ninguno de sus remitentes. Son esas típicas situaciones en las que, durante un cierto tiempo, más o menos dilatado, mantienes una relación constante, casi intensa, con ciertas personas y después, por diversas razones o por ninguna, esa relación se va difuminando hasta desaparecer. Algunos intentan definir esa situación con expresiones como “circunstancias”, “la vida” o “el destino”. Sea como fuere, el caso es que más de una vez nos ha pasado esto y cuando sucede con personas a las que aprecias, retomar el contacto, aunque sea de manera fugaz, siempre es como un regalo. Por el contrario, cuando la relación que has perdido es con alguien con quien no tenías muchas afinidades, agradeces el paso del tiempo sin noticias del enemigo.
Por eso, cuando después de
veinticinco o treinta años recibo un WhatsApp de una de esas personas cuyo
encabezado es: “hola, soy…., te acuerdas?” pues me alegré. Pero la alegría se tornó
en preocupación poco después; exactamente cuando me dijo que su madre estaba en
cuidados paliativos y que le quedaba poco de estar en este mundo.
En ese momento me vinieron de
golpe docenas de recuerdos, de momentos que vivimos todos hace tanto tiempo que
parece que fue en otra vida. También recordé las muy especiales circunstancias
que la vida usó para poner en contacto a esa madre, que ahora moría sedada, y
su hija adoptada. Una adopción que, ya de por sí, encierra una dramática
historia.
La noticia, lógicamente, me puso
triste, pero al mismo tiempo, entendí que a pesar de los muchos años
transcurridos, cuando llega el momento de la amargura y de aceptar lo
inevitable, necesitas compartir ese dolor, aunque sea a través de un simple
chat en WhatsApp. Cuando estás al lado de la cama de tu moribunda madre
necesitas que alguien te coja la mano y si no tienes una pareja sentimental,
como es el caso, tienes que intentar lo que sea. Por eso, agradecí que a pesar
del tiempo transcurrido prevalecieran esos buenos sentimientos que en su día
nos unieron y que llegado el momento pensara en mí. Parece un contrasentido
alegrarse de que alguien te tenga en cuenta a la hora de comunicarte una
noticia tan luctuosa, pero lo importante es que, en los momentos duros, a pesar
de los 30 años sin noticias, hay un hueco para mí en el corazón de esa persona.
Después de un breve intercambio
de mensajes en los que intentamos ponernos al día, nos despedimos.
Pasaron unos días sin noticias y
entendí que la situación requería respetar ese silencio.
Hasta aquí la pequeña historia de
uno de los dos mensajes que mencionaba al inicio.
En el caso del segundo mensaje,
la situación tampoco era una invitación a una fiesta.
Mi amiga, después de unos 26
años, me comunica que los médicos le han detectado un cáncer, pero que, al
parecer, lo han detectado en una fase temprana y son optimistas. Y que menos
mal – según sus propias palabras – que lo del divorcio duro y desagradable ha
quedado atrás y las cosas se han producido de forma secuencial y no al mismo
tiempo.
Así es que, por un lado, el
divorcio, después de unos 30 años de matrimonio. Luego, cuando has conseguido
superar ese trauma, en cuestión de pocos meses va el médico y te pone a prueba
con un diagnóstico de los que te cambian la vida. Y, ahora, para redondear el
panorama de mi amiga, le añadimos que el hijo mayor tiene síndrome de Down.
Aunque en España no se considera
que estamos en Navidad hasta que se canta el Gordo, las ciudades engalanadas,
el ambiente, y las televisiones, que prácticamente sólo emiten películas de
corte navideño, no hacen sino invitarnos a una inmersión masiva en ese espíritu
de fiesta, alegría y gasto desenfrenado. Y es en este punto en el que me
detengo un momento a reflexionar sobre los distintos tipos de Navidad que
existen y comprendo que haya legiones que las aborrecen, que no les apetece
para nada las macro reuniones familiares, los compromisos, el gasto excesivo y
obligado en regalos, y que cada año se les hace más difícil soportar la
añoranza de los que ya no están.
Cualquiera que haya sufrido la
pérdida de un ser querido sabe lo que es la primera Navidad con esa silla
vacía. Cualquiera que haya sufrido un divorcio, conoce lo que es esa primera
Navidad. Y si hay niños, más. Cualquiera que tenga que afrontar un problema de
salud serio, vivirá unas Navidades distintas.
Y también están las otras
Navidades: las de la ilusión, los sueños, la fiesta y la esperanza. La Navidad
de los villancicos, pandereta y zambomba.
Hay Navidades de percebes y
langostinos, y las hay de huevos fritos con chorizo. Hay Navidades de risas y
alegrías, y las hay de lágrimas y ausencias.
En cualquier caso ¡Feliz Navidad!
