martes, enero 21, 2014

EL SERVICIO ANDALUZ DE SALUD y la madre que los parió.



Don Aga Menontropo, era un hombre normal, tranquilo, apacible. Sus ataques casi irrefrenables – aunque siempre contenidos- de asesinar a alguien, venían motivados, la mayoría de las veces, no por un supuesto carácter explosivo, impetuoso, volcánico o gaseósico (de gaseosa), sino más bien por el convencimiento más absoluto de que era objeto de una insufrible conjura que todos los necios del Planeta, habían acordado contra él. Así, una vez y otra también, venía confirmando su teoría de que, o bien el mundo estaba plagado de torpes, inútiles, tuerce botas, obtusos y negados, o bien, tenía la mala fortuna y la desdicha, de toparse siempre con algún miembro de la secta de los zopencos.

Como hombre cuidado, responsable y meticuloso que era, cada año tenía por costumbre acudir a su médico de cabecera para proceder a un chequeo rutinario de salud, medida preventiva esta, que estaba directamente relacionada con el comportamiento que se espera de un hombre de su edad. Madurito, pero de buen ver.

Cuando estuvo frente a la doctora que le correspondía, y le explicó el propósito de su visita, ésta, se mostró algo extrañada. No parecía que en el comportamiento de los lugareños, el concepto “prevención” formara parte de su vocabulario. Pero más sorprendente aún, fue cuando por toda prueba, la doctora prescribió un análisis de sangre.

-          ¿Y ya está? ¿Eso es todo?
-          Sí. ¿Por qué lo pregunta? – dijo más asombrada y un tanto molesta, la doctora.
-          Pues porque estoy acostumbrado a que en Madrid, cuando me hago este mismo tipo de prueba cada año, me envían a hacer una ECO.
-          ¿Pero usted se encuentra peor?
-          No. Yo me encuentro igual, sólo digo que es a lo que estaba acostumbrado hasta ahora.

Así pues, un par de días después de su último cumpleaños, a finales de un mes de octubre, acudió a su centro de salud para efectuar la correspondiente extracción de sangre que le había indicado su médico. Una vez tuvo en su poder los resultados, tras comprobar que todo estaba perfecto, requirió de su médico de cabecera el chequeo anual, antes mencionado. En esta ocasión, tuvo más suerte y finalmente, la doctora accedió a enviarle al especialista. Era el último día del mes de octubre.

A finales del siguiente mes de noviembre, acudió a la cita con el especialista. Después de esperar su turno, algo que se demoró lo normal en estos casos, accedió a la consulta del doctor y le explicó su caso. El galeno, pareció extrañarse de que hubiera gente que acudiera al especialista sin una determinada patología específica o agravamiento significativo. Fue en ese momento cuando comenzaba a dictarle a su ayudante para que tomara nota de las pruebas que se le iban a solicitar.

-          Tome nota, por favor: análisis de sangre completo…
-          No, doctor – interrumpió Don Aga. Es que hace un mes me he hecho unos y todo estaba perfecto.
-          ¿Dónde se los ha hecho? – preguntó el especialista.
-          Pues en mi Centro de Salud.
-          Ah! - exclamó entonces el doctor. Entonces deben estar accesible a través del sistema- apuntó mientras se disponía a analizar desde la pantalla de su ordenador los resultados de dicho examen. ¡Qué raro! – exclamó. No los veo. No están disponibles. Eso es que tal vez los hayan enviado al hospital de referencia.
-          Perdón, doctor, pero ¿me puede decir porqué envían los resultados de mis análisis al hospital de referencia y sin embargo me hacen venir a este centro de especialidades? – preguntó Aga algo sorprendido.
-          Ah!, yo de aspectos administrativos, no le puedo rendir cuentas – respondió el médico.

Siguió dictando sus instrucciones a la ayudante mientras ésta, rellenaba formularios y ponía sellos como una posesa.

-          Muy bien. Pues eso es todo.
-      Y ¿ahora qué debo hacer?: tengo que ir a alguna dependencia a solicitar estas pruebas?
-          No, no, qué va. Se pondrán en contacto con usted.
-          ¿Me llamarán por teléfono?
-          No. Se pondrán en contacto con usted a través del correo ordinario. Estamos a finales de noviembre. Si a finales de enero del año que viene no ha tenido noticias, póngase en contacto con nosotros nuevamente.

Pasaron las Navidades y casi pasó el mes de enero entero. A finales de mes, Don Aga, recibe en el buzón una cita para visitar al médico especialista y revisar los resultados de las pruebas. Como quiera que en esa fecha, no hubiera recibido la citación para efectuar las pruebas clínicas, cumplió con las indicaciones recibidas del especialista y se puso en contacto con el Servicio Andaluz de Salud. No tenía mucho sentido acudir a la revisión de los análisis, si previamente no te habías hecho los análisis. De cajón de madera de pino.

Al telefonisto, le explicó brevemente, pero de manera clara, la situación y éste le dio un teléfono para que llamara y le pudieran dar más información. Él, no podía hacer más.

Don Aga Menontropo, llamó al teléfono que le habían proporcionado. Llamó, llamó y llamó. Llamó por la mañana, al mediodía, por la tarde. Llamó de noche y llamó de madrugada por ver si, al menos por equivocación, el guardia de seguridad cogía el teléfono. Ya no le importaba que le pudieran atender y resolver su problema. Era una cuestión de honor y también de curiosidad, coño!, que quería comprobar si en el otro lado, había seres vivos.

A punto estuvo el bueno de Don Aga, de fenecer de inanición, de fatiga y desesperanza en su afanosa lucha por conseguir que la centralita del centro de especialidades, le atendiera y resolviera sus dudas. Harto de estar harto – como Serrat – consiguió el teléfono del especialista al que debía acudir y le llamó directamente. Volvió a explicar su problema y como única solución, le dijeron que tenía que llamar al Servicio Andaluz de Salud, al departamento de cita previa, para que le indicaran lo que debía hacer. Lo malo era que el teléfono de cita previa, era el mismo al que estaba llamando desde que Gengis Khan se bajó del caballo, sin obtener respuesta alguna. 

Y fue en ese momento cuando se comenzó a preguntar, para qué ponen un teléfono de cita previa, si después no hay nadie que lo atienda. Finalmente, creyó adivinar la razón última de tamaño esperpento: al no haber citas previas, el S.A.S se ahorra la molestia y el inconveniente de tener que atender a los ciudadanos, con lo que además de mejorar las estadísticas de salud de la Junta de Andalucía, de paso, mejora también la partida destinada a la atención sanitaria, medicinas, médicos y demás.

Lo de menos es que la consulta del especialista, tuviera comprometida una fecha con un paciente para revisar las pruebas a las que iba a ser sometido, con la más que probable circunstancia, de que dicha cita no se pudiera llevar a cabo, por la inexistencia de las propias pruebas. Lo malo, es todo el dinero que cuesta mantener a tanto torpe. ¡Y encima, algunos, se van dando golpes en el pecho presumiendo de calidad en el servicio! Claro, que en su descargo hay que decir que son los mismos que nunca han sido atendidos  en Madrid.








jueves, enero 09, 2014

Mente de acero para tiempos de guerra.



Vivimos tiempos de tribulaciones, penurias y desesperanzas. Siempre se podrá comparar con otros períodos de la historia, y equiparar con lo que por entonces sentían las personas. Imagino que los que tuvieron que vivir hace 100 años la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias, no debían estar mucho más alegres que los 5 millones de parados que hoy en día, hay en España; o los que sufrieron la Gran Depresión del 29, pero supongo que el mero hecho de que en España haya un 27% de paro, es un motivo suficientemente justificado para poder expresarme en estos términos.

Aquellos que están a punto de licenciarse en sus estudios universitarios, no tienen demasiadas esperanzas en poder conseguir un trabajo; ni que éste tenga alguna relación – ni siquiera remota – con sus estudios; ni tampoco que dicha ocupación sea a tiempo completo, ni que les permita su independencia económica y con ello, poder planificar mínimamente su futuro más inmediato. Por no esperar, ni siquiera esperan que el trabajo lo puedan conseguir en España. Los que ya terminaron sus estudios, seguramente podrán dar testimonio de la cruda realidad a sus futuros compañeros en la cola del desempleo. Y los que hace tiempo que dejaron de ser jóvenes y han sido apartados del mundo laboral y les han dejado en la cuneta, mantienen todavía menos esperanzas de que algún coche escoba, les recoja y les lleve a la meta, como a los ciclistas que abandonan la carrera. Sobre todo, porque ya ni siquiera tienen claro dónde está la meta ni cuál es su carrera.

En tiempos de crisis – y comparaciones al margen, éstos lo son objetivamente – son muchos los que con la mejor de las intenciones, intentan aportar su grano de arena para ayudar al prójimo. Es en medio de las dificultades, cuando cada uno descubre quién permanece a su lado, quién es un verdadero amigo, de quién puedes fiarte y de quién debes huir como de la peste. Muchos son los que aconsejan - y con razón - que aquellos que se encuentren “en transición laboral”  - que es una expresión que me encanta, por su delicadeza -  deben tener bien presente que a partir del minuto 1, su trabajo consiste en buscar trabajo. A partir de ese punto, se puede empezar a reconstruir la escala de tiempos, que de repente, ha saltado por los aires en el mismo momento en el que en tu empresa te comunica que ya no te necesitan. Y la escala de tiempos, no es lo único que tienes que reconstruir. No es aconsejable perderlo de vista. No es un tema baladí.

Cada vez con mayor frecuencia, encuentro artículos, colaboraciones, estudios, consejos profesionales y demás, cuya finalidad es la de intentar orientar al sujeto en cómo debe crear, organizar y presentar su CV. Y cada vez más, tengo la impresión, de que con el devenir de los tiempos, las nuevas tecnologías, las nuevas tendencias, la competitividad y el desequilibrio entre oferta y demanda, hacer un CV se asemeja más a un casting para una película de Hollywood. Parece que ya no basta con hacer un CV en formato Word. Ahora tienes que hacer un vídeo, cantar – literalmente – tus excelencias, ayudarte de tus colegas y profesores de la universidad para que digan que eres un tipo serio y trabajador, y después colgarlo todo eso en Youtube, acompañado por una música de fondo que sea pegadiza. Y si lo bailas en plan flashmob, queda súper chulo.

Vale. Todo eso me parece bien. Para mi gusto, demasiado fasto, pompa y alharaca, pero vale. Al fin y al cabo, se trata de vender tu imagen, tus conocimientos y tus experiencias y aunque creo que si seguimos por esa línea, alguno va a terminar contratando a Spielberg para hacer un video clip de su CV, acepto pulpo como animal de compañía.

Pero mucho antes que hacer un buen CV – que es importante – y redactar una carta de presentación estándar; mucho antes de organizarte el día, fijando una hora para levantarse, para desayunar, para asearse, para leer la prensa, para hacer algo de ejercicio, etc, intentando establecer un equilibrio entre actividades productivas – o sea, las que están enfocadas a la búsqueda de empleo -  y aquellas que se corresponden con el poco ocio al que tienes derecho, mucho antes que todo eso, digo, hay algo esencial en situaciones de emergencia: mantener el equilibrio mental y psicológico. Lo que yo denomino la mente de acero en tiempos de guerra.

Porque si todo lo que antes hemos mencionado es importante, la psicología del individuo es el mayor capital que tiene. Lo demás se puede aprender, adaptar, cambiar o anular, en función de las necesidades, pero si uno pierde la fe en sí mismo, sólo le queda esperar al coche escoba.

La primera víctima potencial de todo “trabajador en transición” – eufemismo de lo que antes se conocía como parado o desempleado – es su propia autoestima. Y es un gran error, aunque comprensible. Muchas personas no son capaces de establecer una clara diferenciación entre el trabajo que desarrollan y lo que ellos son como seres humanos.
Como ser humano, tú eres capaz de hacer cosas que por diversas circunstancias, no has dedicado tiempo a desarrollar. Pues ahora, puede ser un momento ideal para intentarlo.

El trabajo, por muy interesante y complicado que sea, sólo es una forma de pagar facturas y si tú no haces ese trabajo, lo hará otro. De hecho, cuando te despiden o cuando te jubilas, viene otro. Pero como ser humano, eres irremplazable. A tu mujer, a tus hijos, a tus padres, a tus amigos, no se les puede obligar a que acepten a otro que no seas tú. Te quieren tal y como eres con tus manías, tus virtudes y tus defectos. Al otro, a ese que se levanta a las 7 para ir al trabajo y hace cosas basadas en sus conocimientos, habilidades y experiencia, a ese, se le puede cambiar siempre.

No hace mucho escuchaba a un conferenciante estadounidense decir: “No debes preocuparte por si te van despedir del trabajo o no. Es un hecho que antes o después, te despedirán. Lo único que debería preocuparte es el CUANDO”.

Ser despedido, no es un delito, no hay por qué ocultarlo a tu familia ni hablar en voz baja para que no se enteren los vecinos. ¡Si ya lo saben, leche! ¿No ves que te ven cada día comprando en el súper o en el bar, a unas horas en las que deberías estar trabajando?
No te han despedido porque hayas sido un ladrón – aquí no se despide a nadie por eso, se le nombra Vicepresidente de alguna comisión – o le hayas tirado los tejos a la mujer del Director General o de tu jefe – aquí te vienen las televisiones y te ofrecen exclusivas millonarias-. Te han despedido porque eres más barato en la cola del paro que cobrando una nómina. No es que hicieras mal tu trabajo; eso no tiene nada que ver. Es cuestión de edad: o has nacido demasiado tarde – eres muy joven y sin experiencia- o has nacido demasiado pronto – eres mayor y la experiencia se la pasan por el Arco del Triunfo- . Es pues una cuestión, en la que tú no puedes influir.

Por tanto, la primera batalla que hay que ganar es la de la autoestima.

Como en toda guerra – y buscar empleo, lo es - hay que establecer unos objetivos – militares, por supuesto, como dijo aquel. Y para conseguir esos objetivos, debes establecer una estrategia. La conveniencia o no de ceñirse a la estrategia y no modificarla, vendrá dada, en general, por los frutos que se vayan cosechando, pero no es muy aconsejable cambiar de estrategia con frecuencia.
Una vez que hemos conseguido que los bombazos que explotan a nuestro alrededor no nos desorienten, y nos perturben lo imprescindible, el siguiente paso, como en toda estrategia militar, es la disciplina.

Del mismo modo que antes llevabas la rutina de levantarte a una hora, salir al trabajo, trabajar 8 horas y volver a casa, ahora tienes que reorganizar el tiempo y cumplir fielmente y sin excusas el plan. No lo olvides: estamos en guerra y en tiempos de guerra a los que no cumplen las órdenes, se les fusila por traidores. Y en este caso, además, tú eres tu propio comandante – lo cual es una ventaja.  Así que no te hagas trampas, porque sería igual de estúpido que hacer trampas en el solitario.

Perseverancia. No abandones jamás. Si te rindes, has perdido el juego. Si te caen bombas, te pones el escudo antimisiles, te metes en la trinchera y a esperar que escampe. Paciencia.

Y por último, lo más difícil y algo muy importante: es absolutamente imprescindible intentar mantener la moral alta. Cuando alguien te pregunte “¿qué tal estás?”, no significa que le tienes que contar todos tus problemas. Es una pregunta retórica. Todos saben cómo estás o al menos, son perfectamente capaces de imaginarlo. Si intentas transmitir optimismo en una entrevista de trabajo, tendrás más opciones de cara a obtener un empleo. Las empresas – lamentablemente – no quieren deprimidos ni gente con problemas. Hay que mantener el espíritu firme.

Cuando vienen mal dadas, suelo acordarme de un viejo poema de Kipling que se llama “Si” (IF). El comienzo es como sigue:

Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila
cuando todo a tu lado es cabeza perdida;
si en ti mismo tienes una fe que te niegan
y nunca desprecias las dudas que ellos tengan;
si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera;
si, engañado, no engañas……

Creo que describe mucho mejor yo, lo que se necesita para sobrevivir a una crisis, o como dice el poema “para ser un hombre”.

sábado, enero 04, 2014

La compra de estómagos agradecidos.



En algún momento, más temprano que tarde, se debatirá en Las Cortes la denominada Ley de financiación de partidos políticos. Entre otras muchas razones, se pretende poner orden y concierto, luz y taquígrafos, a todo lo referente a las donaciones que se pueden dar a las formaciones políticas, evitando (en la medida de lo posible) el tráfico de influencias, los sobornos, los trapicheos y todas las figuras delictivas habidas y por haber, o por lo menos, carentes de ética de las que hemos sido – y seguimos siendo – testigos, día sí y día también.

Me parece buena idea la de convertir en delito lo que ahora mismo no lo es. Me refiero a la financiación ilegal de un partido político. Y me parece también buena idea, que se castigue con ejemplaridad a todos los golfos, sinvergüenzas y parásitos que se han metido en política a trincar, como alguno ha confesado a micrófono cerrado. Lo que sucede es que una cosa es que sea buena idea y otra que se pueda llevar a la práctica o que se pueda verificar. España es un país en el que las cosas no funcionan del todo bien, pero no por falta de legislación, sino por falta de voluntad, de medios, de cultura responsable y cumplidora con el orden, o una mezcla de todas ellas y algunas más.

Todo eso está muy bien y veremos cómo se desarrollan los acontecimientos. Pero ahora me gustaría referirme a la otra parte de la historia, a aquella que se refiere a la compra de voluntades por parte del gobierno de turno, para asegurarse un futuro más plácido. 

¿O es que no deberíamos prestar atención a los privilegios y prebendas que las autoridades de todo signo, otorgan a sus amigos, con la única finalidad de comprar los juicios favorables? Y en este saco, no sólo están los que realizan el manejo de fondos con destinos inciertos o totalmente ajenos a lo inicialmente previsto. Aquí están metidos los medios de comunicación (radio, prensa, televisión), la educación, sindicatos y todo aquel cuya voz se pueda escuchar y por tanto, pueda servir para encauzar opiniones y votos. Dicho en Román paladino: comprar estómagos agradecidos.

Del mismo modo que se debe poner freno y límite al tráfico de influencias entre empresas, organizaciones, particulares y políticos – aunque sea complicado- es hora de que nos planteemos seriamente que también hay que controlar el dinero público que va a parar a los bolsillos de aquellos cuya exclusiva finalidad es la de bailar el agua a quien les paga. Quien quiera adláteres y lameculos, que se los pague de su bolsillo particular y que no distraiga dinero de todos, para promocionar su particular tendencia política.

Resumiendo, a ver si poco a poco vamos puliendo el sistema y vamos consiguiendo llevar un control racional del uso del erario público, tanto por parte de las empresas y particulares hacia los políticos, como en sentido inverso también.


viernes, enero 03, 2014

La comunicación con un INMORTAL, es tortuosa.



Que el mundo está lleno de gente que se aburre, cada día estoy más convencido. Que los hay tontos, tarados, frikis y lo que sigue, también. Y si no, un ejemplo.

Anuncio publicado en Internet:

“TRABAJA desde casa. Empresa tecnológica precisa 3 asesoras para venta producto tecnológico. Imprescindible acreditar experiencia. Se ofrece contrato laboral. Incorporación inmediata.”

Ante la ambigüedad del enunciado, solicito información algo más detallada, para saber al menos, de qué se trata.

Respuesta de: “SOY INMORTAL”

“Buenos días:
Remítanos su c.v.
Un saludo”

Como veo que no ha entendido bien la pregunta que le había hecho, se lo pongo más claro:

“No. He dicho que quiero saber de qué va el tema. No voy a enviar mi CV sin saber de qué se trata.”

A lo que “El Inmortal”, responde nuevamente:

“Buenos días:
Está en su derecho y nosotros en el nuestro. Hasta q no veamos di su perfil se adapta o no no procederemos a llamarle.
El anuncio es claro.
Un saludo”

El tema, empieza a ponerse calentito. Y yo, sigo.

“Sería demasiada molestia indicarme la referencia del mismo?
Muy amable.
Un saludo”

Y la respuesta del Inmortal:

“No es molestia, ni tampoco hace falta que le envíe nada ya que si sigue bajando en este Mail verá dicha referencia como siempre ha estado.
Saludos”

Efectivamente, la referencia e incluso el texto original, estaban incluidos en el primero de los correos y es justo reconocerlo. Y así lo hago:

“Estimado Sr. Inmortal.
Tiene usted razón. Se me había pasado que en el primer correo figuraba el texto del anuncio original. Lo cual me lleva al siguiente punto y es que, con su permiso, discrepo que en el mencionado enunciado, se entienda claramente a qué se refiere, ya que, en mi modesta opinión, "venta de producto tecnológico", puede abarcar desde una pila hasta un ordenador de mil millones de euros, pasando por un secador de pelo. De ahí mi interés por conocer con un poco (sólo un poco) más de detalle en que consiste el trabajo o más bien, de qué producto se trata. Algo que por otra parte, ya sabría, si usted hubiera decidido responder al primero de todos los correos que le he enviado.

De todas formas, si el producto en cuestión tiene algo que ver con la inmortalidad, debo confesarle que no me siento atraído en absoluto por el tema. No creo que pudiera superar el aburrimiento que me produciría vivir más de una vida.

Suyo afectísimo.”


Queda claro por el momento, que la comunicación con un ser superior – por sus poderes - siempre es tortuosa.


 
 

miércoles, enero 01, 2014

Crónica de una cogorza anunciada.



El mensaje estaba claro. Más que claro: nítido. Lo había ido pregonando a todos los vientos y a todo aquel que quisiera escucharla: la Nochevieja es una noche especial y por consiguiente, hay que estar alegre por obligación y para estar alegre, no hay nada mejor que el alcohol. Ergo, en Nochevieja hay que emborracharse. Y así fue.

A las 20.00, llamó para preguntar a qué hora era la cena y de paso para ir avanzando que llevaba desde las 13.00, tomando “el aperitivo”. Pues ha debido ser uno de los aperitivos más largos de la historia, emulando a la película española “El Penalty más largo del mundo”. Lo curioso en este caso, es que a tomar el aperitivo, la había invitado la misma amiga que decidido cancelar la cena de Nochevieja en su casa y de ahí, que finalmente viniera a la nuestra para que no se quedara sola.

Su estado era lamentable. Nunca, jamás, he soportado a una persona bebida, pero por alguna razón - seguramente machista - me resulta patético ver a una mujer “cocida”, como muy bien se autodefinió. Claro que su amiga, al parecer estaba peor, porque a las 21.00, se despidió y le dijo que se iba a meter en la cama. Que para uvas, ya había tomado bastante, aunque la mayor parte de ellas, habían sido tratadas previamente.

Se presentó en casa con su visón, la lengua flácida, el tono subido y algo gritón,  y en plena fase de amar a todo el mundo. Un estado eufórico, de risa floja y fácil. Una mezcla difícil de digerir, pero que a fuerza de ir recogiendo piezas del puzzle de su vida, al final, no resulta tan inverosímil, tan infrecuente. Al final, todo va encajando.

Como fue la primera en llegar – que para eso vive en el bloque de al lado- lo primero que hizo fue imponer que la casa se convirtiera en una discoteca, con la música adecuada para bailar y el volumen en consonancia con su estado de embriaguez, o sea, alto. Lo segundo que pretendió – sin éxito, desde luego – es bailar conmigo, a cuya invitación, tuve que contenerme y morderme la lengua para no responderla que yo con borrachas no bailo. Bastó con responder que yo no bailo, pero con el tono y todo lo demás, fue suficiente. Ese fue el comienzo y todavía quedaba por llegar el matrimonio restante. La noche prometía.

Una vez que ya estuvimos todos, la conversación inicial da muestras del estado etílico de la susodicha. El tema central de la cena comenzó por bragas, tangas y consoladores. Miguel, que en el momento de sentarnos a la mesa se había salido un momento a la terraza para fumarse un cigarro y hablar con su familia, al entrar y ponerle yo al corriente de por dónde iban los derroteros de la charla, puso cara de no dar crédito, aunque esbozó una sonrisa de compromiso. Más o menos como su esposa, mujer educada y discreta, a la que jamás se le habría ocurrido abordar semejante tema ni hacer semejante papelón.

Al parecer, en su dilatado aperitivo con su amiga y unos desconocidos más, había salido a colación el asunto de que la innombrable, compra tangas y los decora a modo de fantasía con la intención de venderlos. De esto hace cosa de un par de años y por supuesto, no ha vendido ni uno. Pero hete aquí que, alguno de los caballeros que amablemente estuvieron sufragando los gastos del aperitivo, se ofreció para comprarle los tangas, con el fin de regalárselos a sus hijas. Y entonces, yo me pregunto: ¿qué clase de gente es aquella que en una Nochevieja, se va a un bar a tomar el aperitivo con unos desconocidos y se atreve a afirmar que va a comprar los tangas, para dárselos a sus hijas? ¿Hay gente así de verdad por la calle? ¿Se diferencian de nosotros en algo? ¿De verdad que hay chicas que admiten que sus padres les hagan ese tipo de regalos? ¿O toda era una artimaña para pillar cacho?

Como era de esperar, del tema de los tangas se pasó al de los consoladores, sin solución de continuidad y fue así como supimos que alguna de sus amigas, desde que ha descubierto el aparatito – que al parecer, lo lleva a todas partes y no se separa de él- se está planteando seriamente la alternativa de tener que depender de un hombre. De cualquiera. Tal es el impacto que ha suscitado en ella, que dice que ahora ya todos le resultan insatisfactorios.

Y en ese momento, mi cerebro se llenaba de imágenes de un grupo de personas adultas – muy adultas- bebiendo en un bar o cafetería, de un pueblo de la provincia de Málaga,  y hablando de tangas y de consoladores, entre ellos, cuando la mitad no se conocían entre sí.

Las sesudas reflexiones acerca del íntimo beneficio que podía proporcionar a la mujer el juguete sexual, ocuparon gran parte de los minutos siguientes de la cena. La innombrable, llegó a la conclusión de que le parecía normal y lógico - a tenor de lo que ella misma había experimentado al tocar el juguetito levemente con sus dedos - que  ningún hombre pudiera siquiera plantearse hacerle sombra a semejante invento.  

Como aportación masculina al tema, se me ocurrió poner sobre la mesa, no lo que alguno podría estar imaginando – que no es mi estilo- sino más bien una simple comparación, entre el placer que puede proporcionar un mortal normal y corriente y el que supuestamente proporciona un sudanés, más concretamente un nubio. De ahí a rememorar la famosa frase de Felipe II de “yo no he enviado mis tropas a luchar contra la Naturaleza”, fue coser y cantar. Por tanto, lo de la infalibilidad del consolador – no confundir con “infalobilidad” - queda en entredicho cuando la comparación se establece en términos comparativos equitativos.

Claro que con la lógica aplastante de mujer que es, nuestra amiga, la esposa de Miguel, apuntó: ¿Y por qué hay que percibir al consolador y al hombre como mutuamente excluyentes? ¿Por qué no se pueden compaginar en buena armonía?

Eso sí, al mismo tiempo, la de la kurda, afirmaba que ella, no se compraría uno de esos.

A mi mente, no dejaban de acudir imágenes acerca del grupo de personas que habían estado bebiendo durante una jornada laboral completa, al tiempo que me asaltaban una serie de dudas.

-    ¿Les habrían echado de algún sitio?
-   ¿Las personas de alrededor, se habrían sentido tan incómodas como yo o por el contrario, se habría formado un corro enorme de gente en el que todos opinaban a gritos, dando voces para intentar dejarse oír, como los de la Revolución Francesa en las ejecuciones públicas?
-   ¿Qué cara pondría la niña cuando su padre, borracho perdido, le dijera con la lengua estropajosa: “toma mi amor, un tanga decorado de fantasía”?
-   La del consolador ¿terminó por usarlo en Nochevieja? ¿Antes o después de las uvas?

De verdad, que hay que tener cuidado con quién invitas a tu mesa en ciertas ocasiones.