martes, enero 31, 2023

La leyenda negra sobre España.

En primer lugar y antes de introducirnos en este proceloso asunto, es conveniente situar al lector en el contexto. Por eso, lo primordial, es definir el concepto de leyenda negra. ¿Qué es? ¿En qué consiste?

“La leyenda negra es una elaborada operación para lograr distorsionar la imagen de España, con el objetivo de perjudicar sus intereses, al tiempo que aquellos que ponen en marcha la maquinaria, obtienen beneficios de ello.”

Quien así se expresa es Alfonso Guerra en su prólogo a la obra de Marcelo Gullo, “Madre Patria”.

El descubrimiento de América supuso no sólo un hecho histórico en sí mismo, sino una profunda transformación de la sociedad, de la ciencia y de la economía a nivel global. El poderío político y económico que llegó a alcanzar aquella España, levantó demasiadas suspicacias, demasiados recelos, bastantes preocupaciones y por encima de todo ello, envidias. Las de aquellos países como Inglaterra, Países Bajos o Portugal, cuyos intereses económicos y políticos no coincidían con los de España.

En efecto. Tras la caída de Constantinopla en 1453, el comercio de especias, de sedas y demás productos de consumo en occidente, estaba en manos de la otra mitad del planeta, es decir, el mundo musulmán, con algunas concesiones tanto de Inglaterra como de Países Bajos, en Asia. Ello encarecía enormemente el precio de dichos artículos, por cuanto los comerciantes se veían obligados a abonar unos “aranceles” en ocasiones desorbitados a lo largo de su extenso camino. Eso sin contar los peligros asociados a asaltos, piratas, crímenes y demás que sufrían las caravanas y que obligaba a los navíos a llevar su propia guardia de seguridad. Se hacía por tanto necesario encontrar una vía alternativa para llegar a esos lugares y conseguir las especias tan deseadas en el viejo continente, por servir no solamente de aderezos, sino de conservantes a los alimentos. En aquellos tiempos en los que no había métodos de conservación de los alimentos más allá de la salazón o el escabeche, las especias jugaban un papel fundamental en la ingesta de alimentos poco apetecibles a los paladares. Ese fue, en realidad, el objetivo de aquel proyecto. La gente no se embarca – valga la expresión – en un cascarón a jugarse la vida por una simple aventura sin tener un objetivo claro.

Después, a partir del Descubrimiento y ante la amenaza que suponía para los intereses de los enemigos de aquella España recién inaugurada como país tan recientemente, se vieron impelidos a luchar en el mar para intentar retener sus mercados. Y cuando esa lucha contras los barcos de la armada españoles vieron que no la podían ganar por las armas, idearon una estrategia basada en la tergiversación, la falsedad, las medias verdades, la exageración o la mentira directamente, con el objetivo de dañar la imagen de nuestro país. Simplemente, se robó la verdadera historia y se sustituyó por un fraude.

Hay que decir, que los efectos de esa nefasta y maléfica estrategia, persisten incluso hoy en día, cuando miles de indocumentados, es decir, individuos que no conocen la verdadera historia, se han dejado subordinar ideológica y culturalmente, por una historia falsa. Así se explica el afán de algunos en evitar la celebración del 12 de octubre como Día de la Hispanidad, o los actos vandálicos e irracionales contras estatuas y monumentos que ensalzan lo que a todas luces ha sido una de las mayores hazañas de la Humanidad.

La gran batalla por el relato histórico de lo que en verdad ocurrió en Hispanoamérica, la han perdido tanto España como los americanos, a manos de las potencias que lucharon – y aún lo hacen - contra unos y otros.

Una vez adulterada la historia el proceso fue lento pero inexorable. Había que ir introduciendo las falsedades en los libros de texto, en las universidades, en la sociedad, de tal forma que aquel que no asumía los principios de esa leyenda negra, era automáticamente tildado de políticamente incorrecto. Y así, día tras día, y año tras año, la mentira fue extendiéndose más y más, hasta alcanzar más de una generación o dos, o tres. Así se inocula el odio.

“La leyenda negra antiespañola fue una operación de propaganda montada y alimentada a lo largo del tiempo por el protestantismo – sobre todo en sus ramas anglicana y calvinista – contra el Imperio español y la religión católica para afirmar su propio nacionalismo, satanizándolos hasta extremos pavorosos y privándolos incluso de humanidad. Hay de ello ejemplos abundantes y de toda índole: tratados teológicos, libros de historia, novelas, documentales y películas de ficción, cómics, chascarrillos y hasta chistes de sobremesa”. (Vargas Llosa).

Tal vez la primera de las falacias trate de dibujar un mundo idílico en el que las tribus convivían entre sí, en paz y armonía, unas con otras, cuando fueron sacudidos por un vendaval llegado desde el otro lado del océano y compuesto por salvajes españoles, que se dedicaron al pillaje, a la violación de las mujeres y al robo de todo aquello que se les antojaba. Nada más alejado de la verdad.

Los Aztecas, por ejemplo, era una tribu muy numerosa y guerrera. Una de sus costumbres más arraigadas consistía en guerrear permanentemente contra las tribus vecinas. Una vez vencían, a las mujeres las trataban como esclavas, las violaban cuando les apetecía y después, solían venderlas a otros mercaderes de esclavos. La suerte de los hombres y de los niños no era mejor. A los vencidos les solían subir a lo alto de esas pirámides que ahora están infestadas de turistas con sus cámaras fotográficas, los abrían en canal, les sacaban el corazón aún palpitante – sin anestesia, claro – y arrojaban los restos a los pies de la pirámide donde una multitud enfervorizada y hambrienta devoraba los restos. Hay que decir que su parte preferida del menú era el muslo, pero no el de pollo ni siquiera el de los hombres: era el muslo de los niños a los que solían ingerir vivos con el mismo deleite que nosotros comemos cordero lechal o cochinillo. Eso eran los aztecas: un pueblo antropófago, salvaje y deshumanizado.

Cuando Hernán Cortés llegó allí con 300 soldados y vio aquello, se quedó horrorizado y obtuvo rápidamente el apoyo de todas las tribus que servían de menú a los aztecas, para entablar una guerra que, afortunadamente pare ellos, terminaron por ganar.

Cuando los Incas derrotaban a un pueblo que no había querido someterse voluntariamente, cometían todo tipo de abusos: muchos de los guerreros vencidos eran masacrados y sus casas pasto de las llamas. Las mujeres no corrían mejor suerte, ya que eran sistemáticamente violadas y las más jóvenes las llevaban a Cuzco para formar parte de la servidumbre de la nobleza inca.

Otra de las mentiras que han pasado a la historia es aquella en la que se afirma que fue Francisco Pizarro el que ordenó la muerte del inca Atahualpa. La realidad es que fue el propio hermano de Atahualpa. Francisco Pizarro tenía 200 soldados. El ejército inca unos 200.000. A nadie se le escapa que por muy loco y aventurero que fuera Pizarro pudiera vencer a un ejército como el del inca. Como sucedió en Méjico con los aztecas, fueron las otras tribus, enemigas del imperio inca, las que lucharon por su libertad. Es decir, en ambos casos se trataba de una gigantesca masa de indios, conducidos por una minoría de soldados españoles.

La lucha en Méjico y Perú, fue entre indios, principalmente.

La (falsa) idea que ha prevalecido ha sido la de que España masacró a unos pueblos indígenas que vivían en el Paraíso. Pues bien, en 1703, el Gobierno de Massachussets, que al parecer les preocupaba tanto la salud de los lugareños, pagaba a razón de unas 12 libras esterlinas cada una de las cabelleras de los indios, sin importar lo más mínimo si esa cabellera perteneció a un hombre, una mujer o un niño. Ello promovió una cacería de indios que se realizaba a caballo y con jaurías de perros.

Este tipo de comportamiento fue siempre ajeno a los españoles que, de haberse producido, el clero, por un lado, - siempre acompañando a los soldados y atento a la moralidad de su comportamiento – lo habría denunciado, al tiempo que las leyes promulgadas por los reyes de España protegiendo la vida y las propiedades de los indios, habrían conllevado unas severísimas penas.

Fue el general Philip Henry Sheridan, el que pronunció la célebre frase: “El mejor indio es el indio muerto”.

“Cuando los ingleses, ahora estadounidenses, comenzaron la conquista de América del norte la población nativa norteamericana se estimaba en torno a los 12 millones de personas. En 1900, Estados Unidos cerró sus fronteras como consecuencia de las guerras indias, ahora solo quedaban entre 300.000 y 250.000 indios norteamericanos. Las balas y las enfermedades fueron exterminando a los indios norteamericanos a lo largo de siglo y medio”. 

“California, formando parte del virreinato de Nueva España, perteneció a la monarquía hispánica hasta 1821, para pasar a ser parte de Méjico, luego de la república de Tejas para, finalmente, en 1845, integrarse en los Estados Unidos. Con la llegada de los norteamericanos la población india pasó de 150.000 a solo 15.000 en cincuenta años. ([1])

 

***

 

Otra de las más comúnmente aceptadas acusaciones por la mayoría, es que España trató aquellas tierras como un simple botín. La verdad es que España nunca consideró a las Indias ni un botín ni una colonia. Aquella España de los Reyes Católicos, Carlos V o Felipe II, fue un imperio y no un imperialismo.

¿Cuál es la diferencia entre una acción imperial y una imperialista?

En el primer caso, después de efectuada la conquista el territorio y el pueblo conquistados no van a ser considerados como botín. Sin embargo, en el segundo caso, una vez hecha la conquista, siempre serán considerados un botín.

La acción imperial produce mestizaje de sangre y de cultura. La acción imperialista, segregación y/o exterminio.

Ahora compárese lo que hizo España en América y cómo se han comportado los ingleses en la India o EE.UU.

En el Nuevo Mundo floreció una industria textil y España sembró América de iglesias, hospitales, escuelas y universidades en las que estudiaron tanto criollos como mestizos o indios. En una de ellas recibió una excelente educación Tupac Amaru. España envió a América a sus mejores profesores, que enseñaron – en pleno auge del absolutismo monárquico – la doctrina revolucionaria y anti absolutista que dice que el depositario real del poder, que siempre emana de Dios, era el pueblo y no el rey, y que el primero tenía derecho a la revolución, incluso al tiranicidio, si el segundo no ejercía el gobierno del reino en beneficio del pueblo.

Debido a la distancia entre los continentes, a los riesgos del viaje, a la duración del mismo y a otros factores, América tuvo que hacerse autosuficiente en cuanto a sus necesidades. Para ello, crecieron por doquier todo tipo de industrias para satisfacer a ese inmenso territorio.

“El movimiento fabril en México y Perú eran notables. 150 obrajes en el Perú, que a 20 telares cada uno daban un total de 3.000 telares. Y Cochabamba, según Haenke, consumía de 30.000 a 40.000 arrobas de algodón”.

El mestizaje, una política de estado.

Entre los españoles que llegaron a las Indias no existía la idea dominante de que pertenecían a una raza superior, toda vez que ellos mismos pertenecían a un pueblo mestizo – (Celtas, Tartessos, Fenicios, Cartagineses, Griegos, Íberos, Romanos, Visigodos, Judíos, Musulmanes) -, frecuentemente considerado en Europa más semita que europeo.

Pero no sólo se trataba de un sentimiento del pueblo. Los Reyes Católicos emitieron una Cédula Real el 19 de octubre de 1514 en la que se dice:

“Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan, como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren, así con los indios, como con los naturales de nuestro reynos, o españoles, nacidos en las Indias, y que en esto no se les ponga impedimento. Y mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiere dado o por Nos fuera dada, pueda impedir, ni impida, el matrimonio entre los indios en indias con españoles, o españolas y que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren y nuestras Audiencias procuren que así se guarde y cumpla”.

Esto era lo que en 1514 ordenaron los Reyes Católicos.

En EE. UU, no fue hasta 1967 cuando se permitió en ciertos estados el matrimonio entre negros y blancos.

De esa idiosincrasia surgieron infinidad de matrimonios entre los españoles y las mujeres indias, algunas de ellas princesas, que tuvieron una fecunda descendencia.

Por el contrario, Gran Bretaña consideró oportuno enviar a Australia a los reos y las prostitutas.

La educación.

Las dos primeras escuelas de México fueron creadas por los franciscanos, una en Tezcoco, en 1523 y otra en México en 1525.

Se fundaron escuelas a las que asistían mil niños indios donde se les enseñaba náhuatl, castellano y latín – el idioma entonces del saber – además de pintura, escultura, bordado, música, carpintería, herrería y talabartería.

 

 

 

 

 

En Gran Bretaña el ingreso a la universidad estuvo vedado a los católicos hasta 1829. Del mismo modo en Irlanda, dominada por Inglaterra hasta 1873, el cuerpo docente, los miembros de las corporaciones y asociaciones universitarias, así como los becarios, debían ser protestantes.

En 1830, Francia conquistó Argelia donde permaneció hasta 1962. La universidad de Argel se fundó en 1909.

Portugal comenzó la conquista de Mozambique en 1505. Fundó la Universidad de Lourenço Marques en 1968.

Los ingleses fundaron la Universidad de Harvard en 1636 – 85 años después de que los españoles fundaran la de San Marcos -; la de Yale en 1701; la de Princeton en 1746; la de Pensilvania en 1749; la de Columbia en 1754.

No parece, por tanto, que esta febril actividad fundacional de escuelas y universidades, se corresponda con la idea de someter a un continente, mantenerlo analfabeto y usarlo como mula de carga.

 

Hospitales gratuitos para todas las razas.

 

Ahora que está de moda la sanidad en España y se alzan voces exigiendo más médicos, más inversión y que todo sea gratuito, en la España de 1541 ya se avanzó algo en este sentido en aquellas tierras lejanas.

Leyes de Indias. Libro I. Título IV:

“Que se funden hospitales en todos los pueblos de Españoles e Indios. Encargamos y mandamos a nuestros virreyes, audiencias y gobernadores, que con especial cuidado provean que en todos los pueblos de españoles e indios de provincias y jurisdicciones se funden hospitales donde sean curados los pobres enfermos y se ejercite la caridad cristiana”.

A finales del siglo XVI la medicina española – heredera de las tradiciones árabe y judía – estaba a la cabeza en Europa. Por poner un ejemplo, el primer hospital psiquiátrico del mundo se fundó en Valencia en 1409.

Un hospital para leprosos (1524) fundado a instancias de Hernán Cortés.

En 1553 nace el primer hospital dedicado exclusivamente a los indígenas, con capacidad hasta 400 pacientes, pudiendo aumentarla en casos de pandemia. Con el tiempo y ampliaciones, llegó a tener capacidad para 600 camas.

Para explicar cómo fue posible que la leyenda negra terminara imponiéndose a la verdad, hay que recurrir a numerosos eventos históricos, guerras, insidias políticas y demás iniquidades, que han sido sembradas a lo largo de estos 500 años, y que llegan a nuestros días.

Sin duda alguna, la publicación del Padre Fray Bartolomé de las Casas, ha sido siempre una fuente de inspiración para todos aquellos que ansiaban señalar con el dedo al Imperio Español. Su popularidad, el eco de sus denuncias sobre supuestos abusos, nunca se sometió a un juicio objetivo o imparcial.

Sin embargo, la mayoría de los relatos incluidos en su libro-denuncia se basan en testimonios de terceras personas, en rumores, exageraciones o simples inventos novelescos que al páter le pareció conveniente incluir en su “novela”. Así, por ejemplo, llegó a escribir que los soldados españoles con sus armas, y sus lanzas, pudieron someter al ejército de Moctezuma debido a que un soldado español podía matar a 10.000 indios a la hora, lo que arroja, mediante un simple cálculo matemático, una media de tres indios cada segundo. En ese espacio de tiempo no hay lugar para meter, sacar y volver a meter la lanza.

Los libros, por supuesto, siempre – a lo largo de la historia - han servido como altavoz y propaganda, en favor o detrimento de cualquier idea, principio o concepto. Por ejemplo, poco se conoce acerca de la curiosa relación entre la CIA norteamericana y la publicación del libro de Boris Pasternak, “Doctor Zhivago”.

La obra se publicó en 1957 y el autor obtuvo el Premio Nobel al año siguiente. Pasternak falleció en 1960. El libro no fue publicado en la URSS hasta 1988, pero en Occidente se vio en esa obra la posibilidad de abrir un frente nuevo en la lucha contra el comunismo a nivel global. No hay que olvidar que, por esas fechas, el 4 de noviembre de 1956, los tanques soviéticos habían invadido a su fiel aliado Hungría y se habían instalado en Budapest, para aplastar a la Resistencia magiar.

En esa guerra fría que surgió tras la S.G.M., tan poderosas eran las armas y los misiles, como los libros. La CIA vio en ello una enorme oportunidad para intentar socavar la imagen – ya algo dañada – del comunismo y apostó por apoyar la publicación de la obra, incluyendo la persecución de la que era objeto el autor por parte de la URSS, lo que, sin duda, añadió dramatismo y sumó adeptos a la causa. Y después, cuando el libro fue un éxito y el autor obtuvo el Nobel, la CIA también se involucró en hacer la película (1965) que todos conocemos. Una película cuyos costes de producción ascendieron a la nada desdeñable cifra de 111 millones de dólares de la época. En la actualidad, supondrían más de 1.000 millones $.

Esta historia, poco o nada conocida por el gran público, sirve de ejemplo de cómo el uso de elementos variopintos puede armonizarse para obtener un objetivo común. En este caso, se trataba de la lucha contra el comunismo. En el caso del Imperio Español, se trataba de deshonrar la imagen tanto del país como del propio descubrimiento en sí, y al igual que en el caso de Zhivago hubo intereses políticos que promovieron las acciones del Servicio de Inteligencia de EE. UU, así sucedió con España y la Leyenda Negra. Y del mismo modo que la novela de Boris Pasternak se utilizó para destruir la imagen del comunismo, lo propio se hizo con la novela de Fray Bartolomé de las Casas para hundir el imperio español.

Pero no fueron los británicos los únicos que alimentaron ese oprobio. Como ya he mencionado al inicio, a la acusación se fueron añadiendo con el paso del tiempo, holandeses, franceses, norteamericanos e incluso soviéticos.

Por no extenderme más en esta exposición añadiré el ejemplo del acorazado USS Maine.  En la mañana del 15 de febrero de 1898, dicho acorazado había acudido al puerto de La Habana supuestamente para defender los intereses de los ciudadanos norteamericanos frente a las revueltas que se estaban produciendo de los locales contra los españoles ([2]). Inesperadamente, el buque sufrió una tremenda explosión que provocó la pérdida de tres cuartas partes de la tripulación. En un principio las causas de la explosión no estaban demasiado claras. Algunas voces hablaban de sabotaje de los españoles, otras de negligencia por parte de la tripulación. Y algún otro apunta a que el navío, como tal, nació obsoleto, debido al tiempo de construcción y las funciones para las que fue concebido. Sea como fuere, “la opinión pública estadounidense, avivada por las proclamas incendiarias de la prensa amarillista estadounidense realizadas por William Randolph Hearst y Joseph Pulitzer, culpó a España. La frase «¡Recordad el Maine, al infierno con España!» («Remember the Maine, to Hell with Spain!») se convirtió en un grito para quienes clamaban por la guerra, que se materializó en la Guerra hispano-estadounidense ese mismo año. Aunque el hundimiento del Maine no fue la causa directa de la confrontación, sirvió como catalizador, acelerando el desarrollo de los acontecimientos.”

Algo parecido usó Hitler para invadir Polonia, acusando a los polacos de atacar posiciones alemanas junto a la frontera.

Es decir, cualquier mentira es válida si cumple con los objetivos marcados. Y así, la Leyenda Negra, cumplió satisfactoriamente los intereses de los enemigos de España y de toda Hispanoamérica. Ni Cuba, ni Puerto Rico, ni Filipinas, ni el resto de países, han disfrutado de una mejor situación que cuando estaban bajo el mando de la Corona española y amparados por sus leyes.

Tergiversar o falsear la historia es el paso previo para cualquier acción reivindicativa. Por ejemplo, los independentistas catalanes fechan el inicio de su “desgracia” en 1714, cuando el Rey Borbón ganó la guerra de Sucesión en España. Ellos – los independentistas – presentan esa batalla como si se hubiera producido entre un movimiento nacional catalanista y el resto de España, cuando en realidad, eso es una pura entelequia. En 1714 no había el más nimio sentimiento catalanista ni en un estado embrionario. Y la lucha, en realidad, se estableció por la sucesión al trono de España entre los franceses (Borbones) y los Austrias. Así es que no había muchos “españoles” ni “catalanes” por allí. Y ganaron, obviamente, los franceses. 

Sin duda alguna, en Hispanoamérica hubo abusos, excesos, injusticias, atropellos o ilegalidades, pero en todo caso, no muchos más que los que se producían en territorio peninsular, ya fuera Madrid, Toledo o Córdoba.

La Leyenda Negra no debió existir, pero, en cualquier caso, tampoco debe ser sustituida por la leyenda rosa.

Esta colaboración sólo servir como defensa de la más asombrosa gesta que la humanidad haya conocido, junto con la de colocar a un hombre en la Luna.

 

© Carlos Usín

Fuente: Marcelo Gullo Omodeo - “Madre Patria”.


[2] Aquí hay mucha tela que cortar. No todos eran cubanos, no todos estaban del lado de Cuba, etc.

lunes, enero 30, 2023

Las españolas y la universidad.

Hace unos días apareció en Facebook un retwit en el que se afirmaba que las primeras mujeres que dieron clases en la universidad en todo el mundo, lo hicieron en la España del siglo XVI y que, de igual modo, el primer negro en llegar al grado de catedrático, también fue en esa misma España y época.

Esa afirmación motivó la respuesta de un amigo mío quien matizaba: “Será por eso que Concepción Arenal, con 21 años, tuvo que disfrazarse de hombre para poder ingresar como oyente en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid. Luego, lo que dice del siglo XVI es más falso que un euro de madera”.

Mi respuesta fue: “Todo lo cual no contradice lo anterior”.  Es decir, puede ser perfectamente cierto que en siglo XVI en España una mujer o un hombre de raza negra pudieran estudiar e incluso alcanzar la cátedra, y tiempo después, con el devenir de los vientos cambiantes, convertirse en prohibición lo que antaño fue libertad. Pero, en cualquier caso, despertó mi curiosidad. Y como siempre que me enfrento a algo que desconozco en profundidad, me dispuse a investigar.

Para empezar, habrá que puntualizar que en España, hablar de Universidad, durante mucho tiempo y más si nos remontamos a siglos pasados, es hablar de Salamanca, una institución que ha cumplido los 800 años de vida. Es importante recalcar este dato, porque es posible que el número de mujeres asistentes como alumnas o como profesoras sea escaso - ¿en comparación con qué? -, pero tampoco es que sea abrumador el número de hombres.

Hecha esta aclaración mi investigación me lleva a Beatriz Galindo, nacida en Salamanca el 17 de marzo de 1465, y tal y como especifica la propia Universidad de Salamanca desde su Oficina del VIII Centenario, “fue, probablemente, la primera mujer universitaria del mundo”. ([1])

Esta actitud desafiaba las convenciones de la época, que dejaban la formación académica para los hombres y destinaban a las mujeres a las labores domésticas. Pero al menos, no les estaba vedado el acceso a la educación superior.

Beatriz fue la primera, pero no la única.

Luisa de Medrano, a quien se conoce erróneamente como Lucía, fue la “primera mujer profesora universitaria del mundo” de la que existe constancia, ya que tal y como figura en el cronograma histórico realizado por la Oficina del VIII Centenario de la Universidad de Salamanca para conmemorar la efeméride, “dictó clases de Gramática en el curso 1508-1509”, en sustitución de Antonio de Nebrija.

Ellas fueron las primeras, pero no las únicas ni tampoco las más combativas.

Llegados a este punto tengo que mencionar a Feliciana Enríquez de Guzmán ([2]), quien apenas unas décadas más tarde que las dos anteriores, pero dos siglos y medio antes que Concepción Arenal, entró en las aulas de la Universidad de Salamanca vestida de hombre para poder estudiar Teología y Astrología.

“Ellas son las precursoras, las primeras en romper las reglas, y las que hicieron que muchas otras, aunque fuera siglos más tarde, dejaran de estar condenadas a una vida sin conocimiento” (1)

Ya se puede comprobar que, por desgracia, entre el siglo XVI y los comienzos del XX, algo trágico sucedió en España para que el acceso de las mujeres a la universidad levantara tanto temor como para prohibirlo. Esta soberana estupidez - toda injusticia lo es – de prohibir explícitamente el acceso de la mujer a la educación superior en España, se terminó el 8 de marzo de 1910, cuando el gobierno de turno, a instancias de S.M. el Rey Alfonso XIII, aprueba la Real Orden por la que se “…autoriza por igual la matrícula de alumnos y alumnas, permitiendo acceder a ambos sexos a la Enseñanza Superior en igualdad de condiciones”.

Hasta aquí un breve repaso a nuestra historia con lo que, de paso, se demuestra que, en efecto, yo no andaba desencaminado cuando apuntaba al comienzo, que podrían coexistir la afirmación formulada en Twitter y la de mi amigo referente a Concepción Arenal, porque en los siglos XV y XVI la mujer en España, si quería, podía acudir a la Universidad.

Podríamos criticar – y sería justo – esta cerrazón mental antifeminista y enviar a la hoguera a sus responsables, pero para aliviar nuestro pesar vamos a hacer algunas comparaciones con otros países. Hablemos, por ejemplo, de Vivian Juanita Malone Jones, nacida en Atlanta (EEUU).

“Ganó fama por ser una de los dos primeros afroamericanos que se matricularon el 12 de junio de 1963 en la Universidad de Alabama, gracias a la sentencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos de 1956, que condenaba el segregacionismo y otorgaba plenos derechos a los negros para cursar estudios universitarios. Vivian se presentó en la Universidad en contra de la voluntad del gobernador del Estado, George Wallace, que la esperó en la entrada cumpliendo su compromiso con la comunidad de oponerse a la educación mixta entre blancos y negros.” ([3])

Sorprendente (¿o no?) este comportamiento en comparación con el de España. Una mujer afroamericana tuvo que apoyarse en la Corte Suprema de EEUU para poder asistir a clases en una universidad, en la que el resto de alumnos eran todos blancos. Los que ya tenemos una edad y hemos visto muchas cosas, recordamos esas imágenes, en blanco y negro, a las puertas de la mencionada Universidad, con el gobernador, la policía y algunos alumnos insultando a los alumnos negros.

Otro ejemplo destacable, también en EEUU, es el caso de Mary Winston Jackson.

Mary nació en Virginia, Estados Unidos, el 9 de abril de 1921. La segregación racial era el día a día en aquel momento y lugar. Se graduó en la Universidad de Hampton (un centro solo para alumnos negros) en 1942 con un doble título de Matemáticas y Física. Pronto obtuvo un trabajo como profesora de matemáticas en Maryland.

Junto con otras mujeres - también negras-, terminaron trabajando para la NASA, proporcionando unos trabajos que fueron críticos y fundamentales para poder llevar a cabo las misiones de la Agencia Espacial.

El desconocido trabajo de Mary Jackson, Katherine Johnson, Dorothy Vaughan, y otras ‘computadoras humanas’ salió a la luz con la publicación del libro Figuras Ocultas, ¡publicado en 2016! Hasta entonces poco o nada se sabía de estas mujeres, genios, con cerebros privilegiados y una gran capacidad de trabajo, que fueron silenciadas por la discriminación racial.

 

Su fiabilidad en los cálculos era tan asombrosa que, el astronauta John Glenn señaló que él prefería que fuera Katherine Johnson quien hiciera esas operaciones, en lugar de las computadoras que utilizaba la NASA desde hacía poco tiempo.

Célebre es la frase atribuida a Glenn en relación a la mencionada Katherine Johnson: “que lo compruebe la chica”. Ella fue la responsable de calcular a mano las trayectorias de la cápsula Friendship 7 en la que iba Glenn.

Regresando a España, es cierto que lo podríamos haber hecho mejor, pero siempre nos quedará el consuelo de que otros lo hicieron mucho peor, incluso en fechas mucho más recientes.

Hoy en día, los números hablan por sí solos.

Según datos del INE referentes a 2020, el porcentaje de hombres y mujeres graduados en educación superior en España es 45,9% para los hombres y 54,1% para las mujeres, y como se puede apreciar en el gráfico de más abajo, es una tendencia que se viene produciendo desde hace unos años.

Otro dato: el 66% de los Juzgados de lo Penal, lo dirigen mujeres, con lo que, de paso, se tambalea el falso argumento esgrimido por algunas indocumentadas de que la puesta en libertad y rebajas de penas por la ley del “sólo sí, es sí” se debe a jueces hombres, antifeministas, carcas, fachas y recalcitrantes.

Resumiendo, la historia contradice a mi amigo cuando él niega que hubiera mujeres en la antigüedad que no solamente asistieron como estudiantes a la universidad, sino que también, desempeñaron el papel de docentes.

El problema, sin duda, es que en algún momento de nuestra historia algo se torció, aunque tal error no fuera, ni de lejos, semejante al que observamos en estos días, en los que asistimos entre preocupados y perplejos al hecho de que alguien sin formación jurídica elemental, haya sido capaz de promover una ley que rebaja penas y excarcela a violadores.

 



[1] El Bierzo Digital.

[2] (Fte: Real Academia Historia) Considerada por muchos como una adelantada en la reivindicación de los derechos en tanto mujer y escritora, fue una apasionada del cultivo de las artes y las letras, hasta el punto de merecer el subido elogio de Lope de Vega en el Laurel de Apolo.

[3] Wikipedia

sábado, enero 28, 2023

Adelita

Adelita era una niña alegre, algo temperamental y un tanto nerviosa. Parecía feliz, algo normal en una niña de apenas diez años. Vivía con sus padres en los sótanos de un bloque de viviendas en Madrid, en el que su padre, Pedro, trabajaba como conserje.

Las dependencias de la familia no daban la impresión de poder competir con un hotel de cinco estrellas, pero por lo menos, proporcionaban un techo a sus moradores, a cambio de un modesto alquiler que se abonaba a la comunidad de propietarios. Al fin y al cabo, era un trabajo sencillo, para un hombre sencillo, que había emigrado de su Extremadura natal a la capital en busca de mejores condiciones de vida y después de haber trabajado duro en el mundo de la Construcción, había encontrado lo que podríamos denominar un chollo. Ya no tenía que madrugar tanto, ni trasladarse al otro lado de la ciudad, sufrir las inclemencias del tiempo en invierno y en verano, y trabajar duro durante ocho o nueve horas, para al día siguiente, comenzar de nuevo. Tal vez ganaba un poco menos, pero ponerse el uniforme de conserje, abrir la puerta del portal a los vecinos y visitantes, dar los buenos días y sacar la basura por las noches, no era lo que se dice un trabajo muy estresante que digamos. Además, por sacar la basura a los contenedores, cobraba un extra de los vecinos, pues no figuraba entre sus tareas diarias.

La madre de Adelita, Felipa, tenía una presencia más rotunda que Pedro, su marido, un hombre apocado, tímido o tal vez, avergonzado. Felipa, era lo que se dice una mujerona: más alta que su marido, más corpulenta y con unos pechos enormes, que ayudaban a dar esa sensación de tener más carácter, más personalidad y ser más dominante.

Como todo barrio de reciente creación, abundaban los bloques de viviendas que se levantaban por doquier y, por tanto, abundaban los matrimonios jóvenes y de mediana edad, la mayoría con niños de corta edad. Adelita solía jugar con las niñas del bloque de viviendas y daba la impresión de que había heredado de su madre las dotes de mando, porque siempre imponía su criterio con las otras niñas a la hora de decidir a qué se jugaba, cómo, cuánto tiempo y quién podía hacerlo. A veces, sus padres, impedían que Adelita frecuentara esas compañías, no fuera a ser que algún vecino, especialmente puntilloso, se mostrara molesto por la confraternización de sus hijos con la hija del portero. Al fin y al cabo, en aquel Madrid de los años sesenta del siglo veinte, eso de las clases sociales, todavía existía. De hecho, los niños y niñas del edificio, solían ir a los colegios privados de la zona, generalmente de religiosos, mientras Adelita iba a uno público.

Todo parecía desarrollarse de una forma normal, hasta que Adelita comenzó a entrar en la pubertad. A partir de ese momento, la normal rebeldía de los jóvenes, en el caso de Adelita se convirtió en un auténtico dolor de cabeza.

En el colegio público comenzó a tener problemas con sus compañeros, e incluso con algunos profesores, lo cual, obligó a éstos, a llamar en varias ocasiones a los padres para ponerles al día de las andanzas de su hija. Sus padres intentaron, primero por las buenas, hacer entrar en razón a su hija, haciéndola ver que su comportamiento podría traer consecuencias y ser expulsada del centro, lo que, por cierto, no pareció importarle demasiado a la niña. Dado que los problemas continuaron y las quejas de los profesores se fueron haciendo cada vez más continuas y amenazantes, a Pedro, no se le ocurrió otra manera de meter en cintura a su hija que comenzar a utilizar el cinturón como arma de reflexión, con un resultado, que como se verá más tarde, dejó bastante que desear.

Las cosas con el tiempo fueron empeorando, y las broncas y los gritos desde el sótano donde vivían, podían escucharse sin demasiado esfuerzo en casi cualquier piso de los ocho de los que constaba el bloque. Los sonidos viajaban a la velocidad de la luz por el hueco de la escalera. Ello, a su vez, constituyó una nueva fuente de problemas para Pedro, pues a los que le estaba ocasionando la indómita de su hija, ahora tenía que añadir las quejas de algunos vecinos que consideraban que no tenían porqué aguantar esos gritos y esas disputas familiares, que en realidad, invadían su espacio privado, todo lo cual, redundaba en una enorme preocupación por parte de Pedro, pues, no sólo era consciente de que tal vez su empleo estaba en peligro, sino que además, sentía una profunda vergüenza al ser consciente de que toda la comunidad conocía sus problemas íntimos con su hija.

Y a pesar de todo, él tenía que estar cada día dando la cara, con su uniforme de conserje, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, abriendo la puerta de la calle, ayudando a entrar las bolsas de la compra al ascensor, impidiendo el acceso de los vendedores a domicilio y proporcionando información a quien se acercaba preguntando por algún vecino. Tal vez fuera eso, la vergüenza que le producía la desagradable situación, por lo que difícilmente, miraba a la cara a nadie cuando pasaban por su mostrador de conserje.

El problema con el tiempo se fue agravando y dado que el cinturón de Pedro y la mano dura no conseguían sus objetivos, los padres comenzaron a encerrar con llave en su habitación a Adelita, con el único fin de evitar que, al salir, se encontrara con una pandilla de gente muy poco recomendable y mucho mayor que ella, que tan sólo tenía unos catorce años. Pero Adelita, parecía poseída por algún tipo de demonio. Ni las palizas, ni los azotes con el cinturón, ni enjaularla en su habitación eran suficientes medidas como para impedir sus ansias de volar lejos, muy lejos, de aquel infierno. Así es que ni corta ni perezosa, al no poder salir por la puerta, fue capaz de sacar su cuerpo por el ventanuco que había en su habitación, por el que apenas podía entrar algo de luz. Tardó varios días en regresar a su casa y al hacerlo, lo hizo acompañada de la policía. Otro escándalo para el vecindario, otro escarnio para sus pobres padres. A la vista de las habilidades de Houdini que al parecer había desarrollado Adelita, sus padres, en una nueva vuelta de tuerca, decidieron poner barrotes en los ventanucos con el fin de evitar una nueva huida de su querida Adelita. Todo fue inútil.

No podían mantener a su hija encarcelada en la vivienda. Debía acudir al colegio o al instituto o donde fuera para formarse y labrarse un porvenir.

Y finalmente, un día, sucedió lo que parecía inevitable. Adelita se marchó y nunca jamás se volvió a saber de ella. Sus padres renunciaron a denunciar su desaparición a la policía, al margen de que fuera una menor de edad. Terminaron por rendirse. Consideraban que habían hecho todo lo que habían podido para intentar encarrilar a su hija, pero por alguna razón, habían fracasado.

Algunas testigos afirmaron cierto tiempo después, que la vieron con un grupo de drogadictos y que tenía muy mal aspecto.

Sus padres, no levantaron cabeza a partir de aquel momento. Pedro se volvió algo tosco, huraño, huidizo. De ser un hombre amable y servicial, pasó a ser algo distante, casi mudo. No miraba a la cara nunca y comenzó a limitarse a cumplir con sus obligaciones, de modo estricto, sin extras, como bajar la basura.

Poco tiempo después, la Junta de Propietarios consideró que, al haber cambiado la caldera de carbón por la de gasoil, la presencia del conserje no tenía justificación, pues la ayuda que prestaba en el momento de cargar el almacén de carbón, ya no era necesaria. Y así, casi veinte años después de iniciar su trabajo como conserje de un edificio de la calle Clara del Rey de Madrid, se encontró con que había perdido a su hija y de paso, había perdido su empleo. Sin ninguna razón que les mantuviera atados a la capital, decidieron regresar a su pueblo natal, seguramente con un sabor amargo en la boca. La experiencia, no salió como ellos pensaron en su momento.

viernes, enero 27, 2023

Frío.

Hace frío en España. En el norte la nieve se acumula en las montañas y las personas y negocios que dependen de ella se frotan las manos, en un gesto que cumple un doble objetivo: calentarlas y prever beneficios. Mientras tanto, los demás, aquellos cuyos ingresos no dependen del blanco elemento, se afanan en sobrellevar las incomodidades como mejor pueden. Los conductores, los peatones, los servicios públicos de transporte, los ganaderos, los agricultores, los vendedores ambulantes, los trabajadores al aire libre…

Algunos, que nunca han visto de cerca la nieve, aprovechan para jugar y disfrutar de ella. En sus países de origen, la nieve es tan extraña como tomarse una cerveza con un marciano. Otros, sin embargo, corren prestos a calzarse sus botas, sus tablas de esquí, para pasar el día deslizándose por las laderas de sus estaciones favoritas.

Imagino que cuando estamos en casa calentitos, viendo la tele y las últimas informaciones acerca de la guerra de Ucrania, más de uno pensará “Dios mío, si aquí hace este frío, cómo lo estará pasando esa pobre gente”. Y sí, seguro que lo están pasando mal. Como siempre, como en todas las guerras. Pero una cosa es cierta: no es necesario viajar a remotos lugares para encontrar gente que vive en condiciones penosas. Aquí en España hay miles, tal vez millones de personas que pasan necesidad. Que tienen hambre, que tienen frío.

Según los últimos datos estadísticos hay más de 1.000.000 de familias sin ingresos de ningún tipo. ¿Alguien puede imaginarse lo que deben sentir esas personas cuando un día tras otro ven que no tienen dinero para pagarse un techo, un plato de comida, unos zapatos, un abrigo, comida para sus hijos…? Y, sin embargo, los hay.

En España, en esta España del siglo xxi, siguen existiendo las colas del hambre, una situación que no se debe exclusivamente a un único factor, como la escasez de los alimentos, sino a un cúmulo de factores que se superponen unos a otros y que van pesando como una losa en los más desfavorecidos. Los bancos de alimentos, otrora rebosantes de productos, se ven incapaces de abastecer la enorme demanda que padecen.

El precio de los alquileres se ha vuelto inasequible para una mayoría de la población y no se debe – tal y como quieren hacernos creer algunos – al ansia desmedida de los propietarios en conseguir beneficios inmorales.

Y qué decir de las hipotecas. A veces se han encarecido 200,300 o 600 euros más, cada mes.

El precio de la energía está obligando a miles de familias a renunciar a la posibilidad de calentarse en sus casas, suponiendo que tengan casa. Un aumento de los precios que ya venía produciéndose mucho antes de la guerra de Ucrania y que, como siempre, venía afectando a los más pobres, a los ancianos, a los de las pensiones más bajas, a las familias inmigrantes, sí, pero también a las familias españolas cuyos miembros están en paro.

Y es aquí adonde quería llegar. Porque en esta España del siglo xxi, en esta España de la que el gobierno de Sánchez presume de lo bien que va, hay gente, hay personas, ahora mismo, que pasan frío. Mi amiga M, por ejemplo, me envió ayer una foto en la que abrigada como si fuera a hacer una travesía por el Polo Norte, intentaba no pasar demasiado frío en su casa de Madrid.

Imagino que escuchó muy atenta los sabios consejos de la ministra María Jesús Montero, cuando decía en televisión que si la gente tenía frío que se pusieran un edredón más gordo. A eso lo llaman gobierno de progreso.

Mi amiga M, está en paro. Mujer, pasados los 50, divorciada, y sin trabajo. Al menos, su hija tiene empleo y se ha independizado, lo que representa una carga menos. Pero ella, en la casa que ella misma ha pagado con su esfuerzo y su trabajo – su ex marido tampoco colaboró en esa tarea – pasa frío. No puede encender la calefacción, porque no puede afrontar el gasto. En su caso, si las relaciones familiares fueran diferentes, tal vez sus hermanos podrían hacer frente a esas contingencias, pero no es el caso. Así es que M, pasa frío. No es ucraniana, no es inmigrante, no es una analfabeta. Es licenciada en matemáticas. Ha trabajado desde los 18 años, pero su pecado es haber nacido temprano.

Mientras algunas analfabetas funcionales disfrutan de sueldos indecentes, se sientan en el Consejo de Ministros, visten con firmas de diseño y dan lecciones de cómo tienen que vivir los demás, mi amiga M, pasa frío. No tiene ingresos porque ya se le han terminado los subsidios y no tiene derecho a más porque era autónoma. Otra carga más.

Así es que cuando tengas frío, cuando veas la predicción del tiempo en TV, cuando veas que en Ucrania están a muchos grados bajo cero, compadécete de ellos, pero no te olvides que es posible que tu vecino esté en parecidas circunstancias: pasando hambre y frío.

miércoles, enero 25, 2023

Los momentos de gloria.

A lo largo de la historia reciente, sobre todo desde que hay registros visuales, algunos han aprovechado su momento de gloria frente a un micro o una cámara de TV para lanzar un mensaje que nada tenía que ver con el contexto en el que se desarrollaba ese acto. Con ello pretendían dar un aldabonazo en las mentes de los oyentes o espectadores y algunos pasaron a la historia con imágenes icónicas.


Quién no reconoce aquella foto de dos atletas estadounidenses en el podio de los JJ.OO. con el puño enguantado y en alto y las zapatillas al hombro. Aquel estaba destinado a ser un momento deportivo, olímpico, y, sin embargo, los atletas negros quisieron llamar la atención sobre la situación de su raza en los EE.UU.

Otro de los instantes que han pasado a la historia es en la entrega de los premios Óscar en Hollywood. En 1973 la Academia concedió el Óscar al mejor actor a Marlon Brando por su memorable  actuación en “El Padrino”, pero el actor se negó a aceptar el premio e incluso envió a una nativa americana (Sacheen Littlefeather) a subir al escenario y explicar la postura del actor.


Con su ausencia Marlon Brando quería protestar por el comportamiento del gobierno norteamericano para con las tribus indígenas, en parte inspirado por la  masacre de Wounded Knee en 1890 a manos del 7º Regimiento de Caballería.

Podría seguir aumentando la lista de ejemplos, entre los que la entrega de los Óscar parecen los más propicios a ofrecer espectáculos inolvidables, como la ausencia de Woody Allen porque ese día tocaba el clarinete con su banda y no le venía bien, o la archifamosa bofetada de Will Smith.

Pero estos ejemplos bien conocidos no se dan exclusivamente en el mundo de la farándula en EE. UU, aunque su repercusión sea mucho mayor. Aquí en España, también hemos tenido nuestros momentos de gloria, también – curiosamente - relacionados con el mundo del espectáculo y la entrega de diversos premios, como los Goya, por ejemplo. Da la sensación de que en cuanto a un profesional de las artes escénicas le das la oportunidad de acercarse a un micrófono, se siente impelido fatalmente a tener que aprovechar su minuto de esplendor y vomitar lo que se guardaba hasta ese momento.

Recuerdo, por ejemplo, que se había convertido en una costumbre el hecho de que cada vez que se otorgaba un premio y asistía, como era preceptivo, el ministro de cultura (del PP, por supuesto), todos los que subían al escenario, le arrojaban con agrado toda clase de exigencias, demandas y ruegos, muchos de los cuales consistían en exigir la rebaja del IVA en las entradas de cine, para así, aumentar el número de asistentes. Tal era la insistencia de todos, que, finalmente, cuando las circunstancias lo permitieron, se rebajó el IVA de las entradas y el descuento alcanzó la increíble cifra de un euro (1€), en el mejor de los casos. En la mayoría se trataba de sólo unos céntimos.

Pero la vorágine de intentar maximizar la oportunidad de lanzar toda clase de vituperios contra un objetivo señalado de antemano no termina ahí. Hace un par de días hemos asistido abochornados, al triste y lamentable espectáculo de una estudiante de ciencias de la información, que ha aprovechado haber sido nombrada mejor estudiante del año para lanzar un mensaje difuso, espeso, incoherente, pero en todo caso, contrario a la presidenta Isabel Díaz Ayuso, quien, en compañía de otros ex alumnos de la misma Complutense de Madrid, había sido nombrada “alumna ilustre”.

Supongo que algo han debido ver los profesores de esta exaltada para otorgarle semejante distinción como mejor alumna, pero en todo caso, lo que dejó bien a las claras fue sus escasas dotes oratorias, lo inconexo de su improvisado discurso y sus supuestos argumentos. En definitiva, aparte de manifestar su antipatía personal por Ayuso y las ideas políticas que representa y su amor eterno a su madre (la de la estudiante, no la de Ayuso) tanto su tono como su mensaje eran más propios de una delegada de curso en lucha contra el claustro de profesores, a quien, por cierto, dijo adorar, al tiempo que rechazaba la distinción de mejor alumna.

Uno puede aborrecer a quien quiera, pero hay algo que una estudiante de Ciencias de la Información debe aprender: se llama “saber estar”.

Del mismo modo que un actor debe saber mimetizarse con

personajes que defienden posturas ideológicas que él, como actor, 

jamás defendería, alguien, que se supone que estudia para 

proporcionar información veraz y contrastada, debería ser 

consciente de que una cosa son tus principios y otra, las opiniones 

de erceros y que, si no sabes diferenciarlos, es que ni eres periodista 

ni eres nada. Tan solo te habrás convertido en una pregonera. Y para 

eso, no se necesita estudiar. Ahí tienes a la Adriana Lastra.

La huella de un emigrante.

Fue un día del verano de 1976. Me acuerdo bien porque ese año yo estaba solo en casa. El resto de la familia estaba disfrutando de sus vacaciones, mientras yo disfrutaba de las maravillas del servicio militar en la Base Aérea de Torrejón.

Después de comer tarde – o merendar temprano – entraba en estado de coma y recuperaba parte de las fuerzas que había invertido durante la mañana, mientras realizaba las tareas asignadas en el departamento de Parques y Jardines, recogiendo la basura de las cocinas de la parte española o regando los jardines a base de manguerazos. Como se ve, unas tareas muy apropiadas en caso de lucha armada contra un enemigo potencial.

Una tarde, mientras me recuperaba lentamente del coma, sonó el teléfono.

La voz al otro lado del hilo preguntó por alguien de la familia, que ni siquiera vivía allí. Fue una pregunta algo extraña y me hizo sospechar que algo raro estaba pasando. Mi interlocutor no tardó mucho en darse cuenta de mi sospecha y fue entonces cuando confesó que necesitaba contactar con alguien de la familia y que no tenía otra herramienta a mano más que buscar en la guía telefónica. Al preguntar por el motivo de dicha urgencia dijo que era por el fallecimiento de mi tío Joaquín, hermano de mi madre. Quien hablaba era un amigo de la familia que actuaba como portavoz de la triste noticia.

Tras unos minutos de charla y de presentarnos adecuadamente, me dio la dirección y quedamos en que me pasaría esa misma tarde, ya que, a la mañana siguiente, se procedería a la ceremonia de enterrarlo y demás y mi presencia, entonces, sería imposible.

Esa era una parte de la familia con la que nunca había tenido relación, no por nada en especial. Sencillamente, las cosas se desarrollaron de esa forma, aunque sin duda alguna, la razón fundamental fue que mi tío Joaquín había emigrado a Venezuela a comienzo de los años 50, antes de que yo naciera y no había vuelto.

La verdad es que mi tío tampoco se caracterizó por llamar todos los días desde Caracas. Muy de vez en cuando, enviaba alguna carta a su hermana mayor, Nany, la mayor de los cinco hermanos y la única que nunca se casó. Pero lo de escribir tampoco era su fuerte.

En algún momento de esos veinte años de emigrante, debió de pensar en modo avanzado y en cierta ocasión, un poco antes de Navidad, envió un magnetofón – enorme - acompañado de una cinta grabada en la que, a modo de soliloquio nostálgico, intentaba mantener un mínimo contacto con sus hermanas en Madrid en una época especialmente dolorosa para padecer de soledad y, además, en el extranjero. De esa cinta me queda el único recuerdo de su voz, con ligero acento venezolano y el uso de términos y vocablos llamativos, como hablar de carros en vez de coches o de winda por ventana. En la misma cinta grabó unos villancicos venezolanos que nada tenían que ver con los nuestros típicos de toda la vida. Los suyos eran mucho más alegres, con una música totalmente distinta, unos instrumentos que se alejaban de la simple pandereta y la zambomba y un ritmo alegre, que invitaba casi a bailar.

Pero sin duda alguna, de los escasos recuerdos que guardo de él, eran los juguetes que me enviaba por Reyes. Los más alucinantes que pudiera imaginar y que en España no existían. Entonces, Venezuela era la meca para miles y miles de españoles, canarios, sobre todo, que emigraron a un país con una economía que iba como un cohete.

A medida que yo iba creciendo, me fui dando cuenta de que la vida privada de mi tío tampoco debió ser como para envidiarlo. Su matrimonio hacía mucho que se había terminado, de esa forma en la que entonces se terminaban estas cosas: tú a Madrid y yo a Caracas, y santas pascuas. Su esposa regresó a Madrid con la hija pequeña, quedándose la mayor en Caracas. Así es que imagino que vivir en otro país, tener a tus hijas separadas, tus hermanas en Madrid y tu otro hermano en Lugo, no debió ser un plato de buen gusto, sobre todo cuando se acercaba la Navidad. Seguro que encontró algún tipo de consolación, pero consolarse es un premio de segunda categoría.

Tras esa llamada, esa misma tarde, me acerqué al domicilio donde supuestamente pasó sus últimos días de vida mi tío.

El cadáver aguardaba en una habitación contigua al salón donde un nutrido grupo de personas nos agolpábamos en un diminuto piso de un barrio humilde de Madrid. Decliné amablemente la invitación para pasar a verlo. “Si no lo conocí en vida no quiero recordarle muerto”, fue mi respuesta.

Fue entonces cuando conocí a la que era mi tía, pero creo recordar que no estaban ninguna de mis dos primas. Eso de conocer a los veinte años a algunos parientes, representaba una situación extraña, pero al menos, esa visita, me sirvió para conocer lo sucedido con algo más de detalle.

Al parecer el estado de salud de mi tío se fue deteriorando con el tiempo sin que hubiera dado señales a la familia, y en un momento dado tuvo un infarto en Caracas. Consiguió recuperarse, pero el médico le dijo que no le convenía subirse a un avión. Según parece, en cuanto fue capaz de subir a uno, sacó un billete de ida con destino Madrid.

Nunca se supo lo que hizo de su negocio en Caracas. No sé si tras el infarto, lo vendió, o qué. Lo que sí quedó claro es que no estaba dispuesto a morir en una tierra que le acogió, pero que no le vio nacer.

Nunca le conocí, más allá de escuchar su voz en una cinta magnética. Ni siquiera recuerdo haber visto alguna foto suya. Sólo sé que decidió morir en su ciudad natal, en casa de su (ex) mujer, - aunque nunca se divorciaron-, que le acogió por misericordia, por generosidad y por algo de cariño. Decidió morir no como un emigrante, en puerto extraño.

A mí me quedó la nada agradable tarea de informar, así, sin anestesia, a mi madre y mis tías que su hermano el mayor, ese que un día decidió emigrar a Venezuela; el mismo que daba señales de vida de vez en cuando, sobre todo cuando la soledad apretaba; el mismo que nunca había regresado a España para verse en familia, ese, había llegado a la capital de incógnito, moribundo, sentenciado y que había preferido pasar inadvertido, silencioso, antes de pasar a mejor vida.

Dado que ellas no estaban en Madrid y no tenían teléfono donde poder contactar, no les dio tiempo de asistir al velatorio, ni al entierro. Tuvieron que aceptar que la última vez que vieron a Joaquín, fue cuando hizo las maletas para marcharse lejos y no regresar jamás.

Yo lo único que recordaba de él era una voz hablando de cosas que un niño no entendía, pero que recibía unos juguetes inexistentes en España.

Así es que después de haber quemado las naves en una España que no terminaba de despegar; después de tomar la grave decisión de emigrar “para hacer dinero y regresar más tarde”, como tantos “indianos”, resulta que no todos los indianos corrieron la misma suerte. No todos regresaron y no todos los que lo hicieron pudieron construirse caserones impresionantes en sus pueblos y aldeas. Los hubo a los que sólo les dio tiempo de regresar para morir.

 

© Carlos Usín

lunes, enero 23, 2023

Mi mejor maestro.

No recuerdo bien su nombre y desde luego menos su apellido. Tal vez fuera Javier. Era un seglar, un profesor que daba clases en el colegio de curas al que acudí durante doce años.

Aunque no recuerdo su nombre, tengo grabada su imagen perfectamente. Era joven, al menos, en comparación con la media de edad de los carcamales con sotana negra que nos castigaban con las otras asignaturas. De estatura media, su rasgo característico era que la cuenca de los ojos era especialmente oscura, o eso, al menos, me pareció siempre. Llevaba el pelo cortado a navaja, vestía siempre con corbata, lo cual daba un ligero toque de color al ambiente y llevaba una cartera de cuero que, al entrar en clase, depositaba en la mesa que había sobre la tarima, a la derecha de la pizarra que ocupaba todo el frontal de la clase.

Su asignatura era Historia y su forma de dar la clase, era contar eso, una historia.

No necesitaba abrir el libro de texto para seguir, casi al pie de la letra, la lección de cada día. A veces, hasta corregía al propio libro o discrepaba del enfoque que apuntaba.

De vez en cuando paseaba por el frente de la clase, entre la primera fila de pupitres y la tarima, desde la puerta de entrada a la clase hasta las ventanas que daban al patio, ida y vuelta, con las manos en los bolsillos del pantalón, mientras iba desgranando no solamente los hechos históricos, sino el contexto general que dio lugar a esos eventos. Pintaba un cuadro con una visión panorámica. De esa forma, podías entender mejor el por qué había sucedido lo que estabas estudiando.

Cuando las circunstancias lo requerían, se subía a la tarima, cogía una tiza y escribía un cuadro sinóptico que, a modo de mapa global, mostraba los aspectos principales del tema en cuestión, con los nombres de los personajes y las fechas. Entonces no había PowerPoint, así es que, hacía lo que podía.

Yo asistía ensimismado a esas charlas, porque, en realidad, eran eso, charlas. Era como cuando de pequeño te contaban un cuento. Así eran sus clases: te estaba contando una historia, un cuento. Escuchar así la Revolución Francesa, hacía que el tiempo volase y que desearas que Javier no se marchara al llegar su hora.

Durante sus intervenciones no se oía una mosca. Hacía que todos prestáramos la máxima atención y en ocasiones, se abría una especie de turno de preguntas, como si de una conferencia o un debate se tratara, para esclarecer algún aspecto, algún matiz que hubiera llamado la atención o que no hubiera quedado claro.

No recuerdo que nunca, jamás, se alterara o llamara la atención a nadie de la clase por su comportamiento.

Seguramente, Javier, es la razón fundamental por la que me encanta la Historia. Tras doce años en el colegio, él representa uno de los escasos recuerdos más que agradables de mi paso por allí.

© Carlos Usín

sábado, enero 21, 2023

La petanca de Pedro Sánchez y los jubilados.

Cada vez se me hace más insoportable la sempiterna y empalagosa presencia en los medios del fatuo pomposo de Pedro Sánchez, ya sea, entrando en Moncloa en olor de multitud y recibiendo los “espontáneos” aplausos de sus acólitos, que le reciben cual césar victorioso tras un viaje en Falcon, o en una reunión “informal” con supuestas personas anónimas, que posteriormente, se descubre que forman parte del PSOE. El último ejemplo ha surgido hace un par de días cuando, también de modo “espontáneo” y nada más aterrizar de su viaje a Davos, decide, así como quien no quiere la cosa, que lo que le apetece de verdad es ir a un parque de una populosa zona de Madrid y ponerse a jugar a la petanca con unos jubilados, que, casualmente, estaban por allí y a las 14.30 no se habían ido a su casa a comer. La vergüenza ajena viene después cuando todo el mundo sabe que esos supuestos jubilados, también son miembros del PSOE.

La verdad es que esto empieza a parecerse demasiado a “la rubia de Putin” y a “las madres de soldados muertos en Ucrania” con las que Putin se reúne a tomar té y pastas. Todas con unas fotos enormes, todas serenas y felices, sin derramar ni una lágrima ni mostrar el más mínimo gesto de pena por la supuesta muerte de sus hijos.

¡Apesta!

Lo patético de este tipo de propaganda, al más puro estilo Goebbels, es que resulta tan evidente su intención de manipular, de lavar la imagen del líder, que resulta obsceno. Es la misma diferencia que hay entre cautivar mediante la seducción o pagar a una prostituta directamente.

Todo esto me recuerda a dos escenas de sendas magníficas películas. La primera, “El puente de los espías”. Las autoridades de la entonces URSS, intentan confundir al negociador (Tom Hanks) haciendo pasar por familiares de un espía soviético a personas que ni siquiera sabían muy bien cuál era la relación de parentesco que debían mantener con el susodicho, lo cual, resultaba hilarante a la par que ridículo.

La otra escena pertenece a la película “El concierto”. En un momento dado, el patrocinador del concierto y miembro de la propia orquesta, da las instrucciones a los realizadores en la oficina de control: “Cámara 1, apuntando a mí; cámara 2, apuntando a mí; cámara 3…”. Y todo esto al tiempo que la madre del supuesto filántropo le aconsejaba que en vez de comprarse una orquesta, debía comprarse un equipo de fútbol y que el PSG estaba barato.

Pedro Sánchez me recuerda a ese mafioso ruso, dando las órdenes a todas las cadenas de TV, y a todos los cámaras, de que ÉL es el centro del Universo; él es la estrella de Hollywood, el que encabeza el reparto, el que está en todas las escenas, sobre el que recae todo el peso de la película.

¿Qué se va a Davos? Allí tiene que haber una cámara. ¿Qué Biden se va al cuarto de baño? Allí hay otra cámara que atestigua el magno evento del que más tarde, la prensa amarilla a su servicio, dirá que fue un breve encuentro, pero muy fructífero, cuando en realidad fue una persecución por los pasillos.

Sin embargo, cuando la pandemia, Pedro Sánchez se puso de perfil y le dejó el marrón a las CC.AA. que no tenían competencias para según qué decisiones.

Ya sabemos que en política hay mucho cínico, mucho embustero y mucho embaucador, pero todo tiene un límite, pasado el cual, la imagen queda muy chusca.