sábado, febrero 22, 2014

El Consorcio de Autobuses de Málaga y la madre que los parió.



Ayer, tenía que haber ido a Correos. Digo “tenía”, porque al final no fui. Y lo malo no es que hoy he tenido que repetir la jugada. Lo malo es que ayer terminé con complejo de Robert Redford en mitad de la sabana esperando el tren. Me explico, que decía un tarao de jefe que tuve hace muchos años.

Mi peli favorita es “Memorias de África”.  Al comienzo de la peli, cuando ella llega a África, se ven unas imágenes espectaculares de la sabana, atravesadas por un tren, en el que viajaba la futura baronesa. De pronto, en mitad del campo, el tren se detiene, como si de un apeadero de cercanías se tratara y cuando Meryl Streep, sale a comprobar qué sucede, descubre a Robert Redford cargando dos enormes colmillos de marfil en el tren. Pues algo así me pasó ayer cuando quise ir a Correos, sólo que en vez de estar en mitad de África, intentaba el trayecto Benalmádena Costa dirección Torremolinos. Lo de Marco Polo, una gilipollez a mi lado.

Después de hacer una ardua tarea de investigación por internet para averiguar qué autobús debía tomar y dónde debía bajarme – el sistema informático es manifiestamente mejorable- , consideré que lo más difícil ya estaba hecho. Nada más lejos de la realidad.
Bajé el camino que desde casa me lleva hasta la parada del autobús. Pensé en que, si bien ahora era de bajada - y pronunciada -, a la vuelta se me iba a salir el bofe por la boca. Pero bueno, todo fuera por la salud y el ejercicio y que me diera un poco el aire, que tampoco me viene mal, de vez en cuando. El caso es que llegué a la parada. 

Su marquesina, su asiento – en el fondo disuasorio para que no quedes mucho rato porque el culo se te parte -. Todo parecía normal y en regla. El horario de salida de cada una de las cabeceras. Lo único que deslucía la excursión, era el vendaval que hacía, que además, era la causa de que la sensación térmica fuera de auténtico frío. El sol espléndido que lucía y se reflejaba en el mar, no llegaba a calentar, salvo cuando el viento relajaba un poco su fuerza. Iba preparado a esperar y por eso me armé de paciencia – por cierto, de entre todas mis numerosas virtudes, la menos notable -. Cuando ya llevaba un buen rato esperando, - en mi parada, en el lateral de la avenida, sentadito en el banco, con mi marquesina y todo y disfrutando de la visión de un mar calmo – veo con asombro y pasmo, que el autobús pasa por el carril central – no por el lateral donde está la parada - y no se detiene. Como no es una circunstancia inusual que no me haya pasado cienes y cienes de veces en Madrid, deduzco que por algún motivo, ese coche en particular, no tenía previsto su parada. Ocurre muchas veces, por ejemplo, en el Metro o en los trenes de Cercanías, que pasan sin efectuar parada. Bueno. Pues un poco más  de paciencia. Ya vendrá otro.

Y vino. Venir, lo que se dice venir, vino. Pero hizo lo mismo que el anterior: pasar por el carril central y continuar sin ni siquiera hacer amago de detenerse. Empecé a mosquearme seriamente y fue entonces cuando llamé al teléfono de atención al usuario que está en todos los horarios de todos los autobuses en todas las paradas. Pensé, ahora me va a resolver el problema.  Una mierda para mí solo.

Le expliqué breve y sucintamente a la señorita mi problemática, mi situación y el incipiente complejo de imbécil que estaba empezando a inundarme. La señorita, comprobó que no hubiera ninguna notificación o aviso y me indicó que los autobuses debían efectuar su parada. Eso sí, insistió en que sería mejor “que le hiciera señales para detenerse, ya que muchos conductores, si no ven esas señales, no paran”. Tomo nota, que decía Mike Hammer.

Así es que todo el problema consistía en que tenías que levantarte la pernera del pantalón y enseñarle los tobillos hinchados al mamarracho que conduce, para que detenga el autobús-oruga que lleva. A mí, se me antojaba un tanto estúpido y sobre todo, peligroso, porque no olvidemos que los autobuses, no venían por el lateral de la vía, si no por el carril central y claro, hacer parar a un autobús en el carril central, me parece muy fuerte, aunque haya un semáforo y un paso de cebra. Pero bueno, me dije, donde fueres haz lo que vieres. El siguiente no se me escapa.

Cambié mi ubicación y abandoné la marquesina, - que no servía para guarecerse del aire porque sólo tenía techo, pero no paredes – y su incómodo asiento, y me dirigí hacia el carril central. Ya llevaba más de una hora anclado a la maldita parada y no había conseguido, no ya llegar, sino ni siquiera subirme a un autobús. Pero el siguiente, ah! El siguiente. Ese no se me escapaba.

Cuando le vi aparecer en lontananza, sentí lo mismo que debió sentir Robert Redford en África, porque la verdad, los colmillos que llevaba al hombro él, uno, y el otro, su ayudante, tenían pinta de pesar bastante, como para estar en medio de la sabana esperando el tren. Siguiendo las incomprensibles instrucciones de la señorita de atención al usuario del Consorcio de Autobuses de la provincia de Málaga, le hice señas de parar al conductor, el cual, sorprendentemente, a su vez me hizo otras señas que no fui capaz de descifrar. Aturdido, sorprendido, molesto y con complejo de extranjero, después de estar esperando durante una hora y media el maldito autobús de los huevos para ir a Correos, decidí que ya era suficiente y me volví a casa. Para terminar de redondear la jornada inolvidable, ahora debía subir toda la pronunciada cuesta que previamente había bajado. O sea, iba a echar el bofe por la boca.

Evidentemente, lo primero que hice al llegar a casa, fue poner una queja, claro, ante el Consorcio.
De la discusión familiar que tuve, prefiero correr un tupido velo.

Pero seguía necesitando ir a Correos. Así es que hoy – otra vez – me he dirigido a la parada del autobús…pero a la del sentido contrario. Allí, había parado uno y le he preguntado al conductor:

-        -  Buenos días. Mire necesito ir en dirección a Torremolinos.
-        -  Pues puede coger el 110, el 120…
-        -  Ya. El 110 es éste.
-        - Sí.
-    -  Y el 120, dónde para? Porque ayer estuve hora y media esperando allí en frente y pasaban todos de largo.
-      - Claro. Es que allí no para desde hace años. Mire el 120 para aquí mismo.
-     -     …¡¡!! Pero aquí paran los que van en dirección contraria. Yo quiero ir a Torremolinos, no a Fuengirola.
-      - No, es que le tiene que hacer señales y entonces, para.
-      - Pero si ayer le hice señales y pasó de mí.
-    - No. Es que usted se pone aquí, en esta parada, no en el carril central y cuando le vea venir por el carril central, en dirección a Torremolinos, entonces el conductor, mira hacia aquí, le ve, DA LA VUELTA A LA ROTONDA, PARA, SE SUBE USTED, VUELVE A DAR LA VUELTA A LA ROTONDA y ya se dirige a Torremolinos.

¡Me cago en to sus muertos y en toa su puta madre! Que decía una pintada en una pared de un barrio poco recomendable. O sea, que como el autobús-oruga, no cabe en el lateral de la vía, la parada que hay allí, no sirve de nada. Pero  a nadie se le ha ocurrido poner un cartel, una indicación, algo que evite que los pardillos como yo, nos tiremos 1 hora y media haciendo el canelo. Y para colmo, te tienes que colocar en el sentido contrario de tu marcha, hacerle señales de humo al tío que va conduciendo, y tener la esperanza de que te vea, de la vuelta a la rotonda, te recoja y vuelva a dar la vuelta para colocarse en la dirección buena.

Yo creo que Robert Redford, lo tuvo más fácil. Incluso Marco Polo.

La buena noticia es que en Correos, no he tenido que hacer cola. Estaba solo.

viernes, febrero 21, 2014

Ignacio, alias Unabomber.



Si hablo de un tal  Theodore Kaczynski, nadie sabe a quién me estoy refiriendo. Sin embargo, si menciono el alias de “Unabomber”, es posible que alguno tenga los años y la memoria suficiente como para recordar quién es este personaje.

El tal Teodoro, era un auténtico genio, al que en un momento indeterminado, se le fue la olla totalmente. Era un genio en matemáticas y estudió en Harvard y en la Universidad de Michigan. Luego, trabajó en Berkeley. Y de pronto, cuando tenía 25 años, decidió convertirse en una especie de Robinson moderno, a lo Harrison Ford en la película “La Costa de los Mosquitos”, y se marchó a vivir a una cabaña, sin agua, ni luz, en mitad de las montañas Rocosas de Montana. O sea: mu lejos.

Fue entonces cuando comenzó a hacerse “famoso”, porque enviaba cartas bomba, fundamentalmente a Universidades y líneas aéreas. De ahí el sobrenombre que le puso el FBI: Unabomber. UN=Universidad; A=Air lines; Bomb= pues imagina el resto.

El FBI – los mismos que pillaron a Lee H. Oswald, 30 minutos después de “asesinar” a JFK- se pasaron casi 20 años sin tener ni repajolera idea de quién era el que mandaba las cartas bomba. Si no hubiera sido por el hermano del terrorista, todavía lo estaban buscando.

Bueno, y llegados a este punto, alguno se preguntará que a qué viene esta lección de historia. Pues viene a que yo conocí a Unabomber. Bueno, entonces, utilizaba otro nombre – Ignacio – y no vivía en una cabaña en mitad de las montañas rocosas. En aquel entonces, trabajaba como programador informático. Algo que, con sus especiales habilidades, podía resultar mucho peor que el que te estalle una bomba, como así pienso demostrar.

Unabomber, o sea, Ignacio, comenzó como cualquier otro de nosotros, en una gran instalación de un banco enorme. En el sótano en el que pasábamos nuestra vida, compartíamos nuestro trabajo con alrededor de un centenar o más de personas. En el sótano, no entraba la luz del día, salvo por una especie de ventana grande, justo al final de la gran nave, y que como única visión te ofrecía el terraplen en el que estabas enterrado. Yo creo que todo aquello, formaba parte de un plan maestro encaminado a que fueras adoptando la actitud de las gallinas ponedoras, en las granjas: cuando encienden la luz cacarean y ponen huevos y cuando se apaga, a dormir.  En ese ambiente tan agradable, entrañable y motivador, intentábamos ganarnos el sueldo de miseria que nos ofrecía el Jack Sparrow del momento.

La camaradería, se prodiga entre aquellos que comparten penurias y miserias, como modernos galeotes del ciber espacio, y es bien conocida entre los más necesitados. Así es que pronto se formó un nutrido grupo de sufridos informáticos, deseosos de compartir experiencias con el único fin de desahogarnos mutuamente. Una sencilla y económica terapia de grupo. Fue así, en una de esas charlas informales entre colegas, cuando supe por primera vez de la existencia de Ignacio Unabomber.

Pepelu lo sufría en sus propias carnes. Era el jefe de Unabomber y era un tipo con corazón. Cuando se dio cuenta de que Ignacio, era bastante más peligroso que el Unabomber real, aparte de bautizarle con el alias por el que pasaría a la pequeña de historia de la informática, le dijo en cierta ocasión:

-          Ignacio, no hagas nada. No toques nada. Dedícate a leer el periódico si quieres, no me importa. No te preocupes: tu trabajo lo hago yo, pero por favor, no toques nada.

Otro día, antes incluso de tenerle identificado, me vino el tal Ignacio con un problema que no sabía resolver. Como camaradas de bancada que éramos – dicho sea lo de bancada por aquello de trabajar como remeros de una Galera, no por hacerlo para un banco – me presté a estudiar su problema y ayudarle. Al cabo de poco, comprobé que el problema no era tal, era tan sólo falta de experiencia, conocimientos o ambas, por parte de Ignacio. Le llamé para darle la solución. Pero hete aquí que me llevé la sorpresa cuando, mientras le instruía en cómo debía hacerlo y le indicaba dónde estaba el error, empezó a discutir conmigo acerca de mi decisión.

-          Pero vamos a ver. ¿No eras tú el que no sabías? ¿Y ahora vienes a discutir conmigo si lo que yo digo es correcto o no?

Zanjada la cuestión, me identificaron al sujeto y ya siempre le tuve catalogado.

Al final, la postura que pretendía el bueno de Pepelu, no se pudo mantener durante mucho tiempo y el engaño de quién estaba haciendo realmente el trabajo de Unabomber, se descubrió, con el consiguiente despido del tal Ignacio.

Pasaron los años y por contactos comunes, fuimos sabiendo de las diferentes tropelías que Unabomber iba cometiendo aquí y allá, en unos clientes y otros. Al cabo de un tiempo, nos llamaba la atención que no hubiera una especie de Registro de Informáticos Peligrosos y que el tal Ignacio, no fuera el número uno en búsqueda y captura. De hecho, sorprendía que no se hubiese corrido la voz y fuera capaz de ir consiguiendo que le contrataran las diferentes empresas por las que iba dejando su rastro, como el de un reguero de pólvora. Fue uno de esos días de chismorreos, cuando un amigo me contó la última conocida de Unabomber.

-          ¿A que no sabes cuál es la última de Unabomber?

-          Cuenta. Estoy ansioso por saberlo.

-          Pues el otro día, me llamó un colega que está trabajando con él y me dice que, en la empresa de seguros en la que están currando ambos, de pronto, casi sin explicación, empiezan a fallar todos los programas que están en Producción. Programas que llevan años y años, sin dar problemas que hace años que nadie los toca. Entonces, los responsables, empiezan a investigar qué ha podido pasar y descubren, no sin asombro, que la inmensa mayoría de los programas han sido modificados en fecha reciente y todos, con el mismo código de usuario. Empiezan a sospechar de un complot, de sabotaje, de un comando de la competencia, de un hacker. Finalmente, aciertan a descubrir que el código de usuario, corresponde a Ignacio, alias Unabomber. Le llaman a una entrevista, con los rastros inequívocos de las pruebas obtenidas, y ávidos por conocer sus verdaderas intenciones.

 

-          Ignacio, tenemos pruebas de que has sido tú quien ha estado modificando todos estos programas y has originado un auténtico caos, provocando un pánico generalizado en toda la compañía. Has provocado que muchas personas tuvieran que hacer un esfuerzo ímprobo para estabilizar la situación y dejar las cosas como estaban, trabajando todo el fin de semana y haciendo un montón de horas extras. ¿Tienes alguna explicación para tu comportamiento?

Y entonces, Ignacio, alias Unabomber, con esa ingenuidad y simpleza de pensamiento, típica de los más despiadados psicópatas, responde tan tranquilo:

-          - Se me ocurrió echarles un vistazo y pensé en optimizarlos. No me gustaba cómo estaban hechos.

Cuentan algunos de los testigos, que tuvieron que sujetar entre varios al responsable de la instalación, con el fin de evitar que consiguiera cogerle por el cuello, mientras profería toda clase de insultos y juramentos, fuera de sí, al tiempo que Ignacio, alias Unabomber, tenía los ojos muy abiertos y no alcanzaba a comprender el comportamiento tan poco educado de aquel tipo. No sabían apreciar sus esfuerzos.

 

sábado, febrero 08, 2014

El parte meteorológico: de Mariano Medina a hoy.



Hay que ver, lo que han cambiado los tiempos. Me refiero al parte del tiempo de los telediarios.
En los primeros años de la tele – incluso en los siguientes también- de una televisión en blanco y negro, aparecía un señor bajito y con voz de tiple, que nos hablaba, en un tono bastante monocorde y con reminiscencias de profesor, de unas cosas muy raras apoyándose en un mapa dibujado toscamente con tiza y lleno de rayas. Eran – luego lo fuimos aprendiendo – las isobaras. Y así también aprendimos que las borrascas que venían del Atlántico, nos traían lluvia, frío, viento y casi todo lo malo y el sol y el buen tiempo, era culpa del anticiclón de las Azores. Comenzamos a prender términos nuevos: los milibares, altas presiones, bajas presiones, gota fría. Y todo, con un mapa y una tiza que físicamente mantenía en su mano mientras se dirigía a la cámara.

Luego la cosa se fue modernizando y apareció un señor con bigote que ya no tenía sólo un mapa y una tiza. Él manejaba unas piezas como de fieltro que se adherían al mapa y así, iba indicando de una forma más dinámica, dónde había paraguas, dónde nubes y dónde iban a tener sol. Se llamaba Eugenio Martín Rubio y es el padre de Elena Martín, una de las componentes del dúo Las Virtudes. El bueno de Don Eugenio, un día, se jugó su bigote a que iba a acertar con el pronóstico. Y hete aquí, que al día siguiente, lo perdió. Cosas de la tecnología, supongo.

Hoy en día, hay multitud de satélites espiando por arriba y proporcionando información de hasta si llevamos la ropa interior limpia. Que si la temperatura en las capas altas, que si la dirección y la fuerza del viento, que si la altura de las olas…Satélites, tecnología y métodos matemáticos, que probablemente en aquellos tiempos, se empezaban a desarrollar. Entonces se llamaba el Instituto Nacional de Meteorología y hoy es la Agencia Estatal de Meteorología.

Con el paso de los años, nos sorprendieron y después de ver a tanto señor tan circunspecto – y no tanto, porque el Eugenio era un cachondo- empezamos a ver a las chicas del tiempo. Y así fue como, de pronto, un día, nos encontramos con Minerva Piquero. Catorce años dando el tiempo en Antena3.

Pero hoy en día, cuando ves el parte del tiempo, te das cuenta de que previamente tenías que haber hecho 2 o 3 años de especialización en alguna universidad del oeste de EEUU. Es que le han cambiado el nombre a las cosas. 

Por ejemplo, de toda la vida de Dios, se ha llamado galerna del cantábrico, y ahora van y lo llaman ciclo génesis explosiva aguda. Pero si es que suena a enfermedad! Que te entran ganas de ir al médico y decirle lo que tienes y que es una epidemia “que lo han dicho en la tele”. Ahora ya no se llaman milibares, ahora se llaman hectopascales. ¡Coño! Que esto me suena a algún matemático griego inventando algo importante de lo que sabes que el profesor te lo va a preguntar en el examen.  Menos mal que ahora los mapas son muchos más dinámicos. El presentador, con un mando a distancia va sacando las diapositivas y todo es mucho más claro. Pero hay tanta información que cuando empiezan a sacar los mapas de colores por temperaturas, luego tienes que ir a decodificarlo en el margen de la pantalla. ¡Que te digo yo que esto de escuchar el parte del tiempo, se ha complicado mucho!

Tú antes llamabas al Eulogio, que estaba en el pueblo, cuidando el rebaño y se acercaba a la tasca que está al lado del ayuntamiento, a tomarse un chato a media mañana – “pa aguantá el frío” – y llamabas al bar y le preguntabas:
-      - ¿Qué?
-      -   Malo. Vienen nubes de parte de la sierra de allá y las cabras no me comen ná – decía el Eulogio, como convencido de que con esos datos se podía deducir el tiempo que iba a hacer, de forma natural.
-      - Ya…pero va a llover?
-      - Pué que sí. Aunque a lo mejó, no.
-      - Y eso, sería hoy o mañana?
-      - Quién sabe! Las cabras cambian mucho de carácter de un día pa otro.

Y con esos datos, te hacías un mapa con una tiza, te mojabas el dedo índice con la boca y lo sacabas para ver de dónde venía el aire. 

Hoy, la cosa cambia. Hoy te puedes planificar con una semana de antelación la ropa que te vas a poner y si le tienes que comprar cadenas al coche. Y hasta puedes consultar por internet, el tiempo que va a hacer en tu pueblo, en las fiestas. Pero antes, hay que hacer un curso. Y yo me pregunto: ¿no darán un curso de esos los de UGT-CCOO para los parados del INEM?

Qué tiempos los del tiempo.