miércoles, septiembre 26, 2018

Los del CIS quieren vacilarnos.


Después de la penúltima encuesta de intención de voto del CIS (Centro de Influencia del SOE) sólo cabe sorprenderse y mantener la incredulidad. O eso, o poner en duda la salud mental del responsable.

Como las matemáticas no engañan, vamos a hacer un ejercicio de extrapolación de datos y de comparación.

Para empezar, partamos de datos que son ciertos e incontestables: los resultados de las Generales del 2016. En dicho evento el PP obtuvo 7,9 millones de votos, lo que le otorgaron los 137 escaños que tiene en el Congreso. El PSOE del Dr. Picapiedra, volvió a hacer el ridículo, por segunda vez consecutiva y consiguió 5,4 millones de votos. A diez puntos porcentuales del PP y sus 85 escaños de ahora. Bien. Esos son los datos de partida.

Ahora, el CIS, dirigido por un individuo con carné del PSOE, todo hay que decirlo, nos dice que la intención de voto de los españoles con respecto al PSOE es del 30%. Es decir, que en apenas 2 años y después de la montaña rusa que ha sufrido el partido, ha subido 8 puntos porcentuales desde las elecciones. Para hacernos una idea de cómo podría traducirse eso en votos y en escaños, deberíamos hacer un ejercicio de extrapolación.

Asumamos que el índice de participación en las futuras Generales, es el mismo que en las anteriores. Y asumamos (cosa que no es rigurosamente cierta) que el número de votos se corresponde con un determinado número de escaños, manteniendo una proporcionalidad. 

Si asumimos estas premisas, tenemos que el último sondeo del CIS, otorga al PSOE 7,2 millones de votos, tan sólo 100 días después y 2 ministros dimitidos (de momento), de la llegada al poder por la puerta de servicio del Dr. Picapiedra y sus secuaces. Esto, daría al PSOE 124 escaños.

Admitiendo - que es mucho admitir - que esto se corresponda con algún tipo de realidad en un mundo paralelo, se traduce en que el PSOE, crecería en  más de un 33% en número de votos, con respecto a las Generales de 2016.

¿Alguien tiene noticias de que algún gobierno, de algún país (normal), haya crecido en apenas dos años, un 33% en número de votos, teniendo en cuenta que en los primeros cien días han tenido que dimitir dos ministros, hay una tercera que está a puntito, que por el momento no se sabe cómo van a sacar los presupuestos y que el propio Presidente ha vuelto a hacer el ridículo con su Doctorado cum fraude?

Pues si en el futuro se confirmase algo de esto, me hago del Barça.

lunes, septiembre 24, 2018

Los de ENDESA y la madre que los parió.


Las compañías eléctricas son como los del Ministerio de Hacienda, el Ayuntamiento o los médicos forenses: jamás te dan una buena noticia. Día tras día y año tras año, cada vez que saltan a la palestra de las páginas de las noticias, es para aguarnos la fiesta. Y además, sus enrevesados criterios por los cuales nos chupan la sangre, los esconden detrás de unas ininteligibles facturas, dignas de un Máster en la U. Rey Juan Carlos.

En este caso, voy a hablar de las prácticas de ENDESA, pero bien podría valer cualquiera, porque en el fondo, igual que las petroleras, constituyen casi una mafia.

La situación es la siguiente: vivienda vacacional en la costa de Cádiz. O sea, que sólo está habitada de junio a septiembre y no el 100% de todo ese tiempo. Sin embargo, desde hace algunos años, el recibo de la luz ha venido sufriendo un aumento paulatino sin una razón que lo justifique. 

De entrada, los 80 vecinos de la urbanización, disponen de un contador moderno. El único que sigue siendo de los tiempos de Maricastaña es el nuestro. Y nadie sabe dar una explicación. De hecho, no hay ningún teléfono de asistencia para que puedan informarte.

El caso es que, aparte de lo del contador, cuando repasas las facturas de los últimos años, te das cuenta que hay un factor por el que te están clavando - literalmente - unos 40 euros por el morro. El concepto dice lo siguiente: “por no disponer de ICP”. ¿Y qué es el ICP? Es el interruptor de control de potencia. Es decir, el aparato que viene a sustituir a los antiguos “plomos” que saltaban cuando se pretendía consumir más potencia de la contratada. Aunque lo más curioso es que dicho importe, varía de un mes a otro y no hay dos iguales. Pues bien, a ese misterioso importe fluctuante, hay que añadirle el IVA y hasta el momento presente, el importe acumulado de lo facturado, asciende a más de 1.200€. 

Pero es que hay más. Una cosa es tener el contador de la luz, de los tiempos de Herodes el Grande y otra es que hace casi dos años, que no va nadie a leerlo. Y claro cuando te pones a echar números y certificas que incluso en invierno, te están metiendo unas clavadas por un consumo que no se está produciendo, es cuando decides ponerte el cuchillo entre los dientes y vas en busca del primer oficinista de ENDESA que te cruces.

Lo normal en casos así, sería acudir a la oficina que ENDESA tuviera en el municipio. Sería lo normal, pero en este caso, ENDESA ha decidido cerrar dicha oficina. Y entonces comienzas por internet la búsqueda de la más cercana, a ser posible, en la propia provincia de Cádiz. Después de dedicar un buen rato a dicha tarea, consigues descubrir que tienes dos oficinas a tu disposición: una en el Puerto de Santa María y otra en Jerez. Eso sí, por más que has insistido, no consigues obtener ningún teléfono de la oficina de el Puerto. 

Como tu GPS está tan obsoleto como el contador de la luz, tienes que echar mano de las últimas tecnologías de las que dispones, porque no es capaz de saber dónde narices está la dirección que le has puesto. Tu teléfono móvil, una App y tu pantalla de navegación de tu coche, te resuelven el problema. Ya has encontrado la dirección que buscabas.  ¡Y una mierda!

Cuando tu GPS ultra moderno extra luxury king size, te dice eso de “ha llegado a su destino”, lo que tienes a tu alrededor no es una oficina de ENDESA, sino una urbanización de chalets, en mitad de ninguna parte y ni rastro de los cabrones de la luz. Así es que, dado que ya no te queda otra alternativa, le vuelves a introducir a tu GPS la dirección de Jerez. Y rapidito que cierran a las 19.30 y ya son casi las 18.30.

Evitando con sumo cuidado las direcciones prohibidas -desconocidas para el obsoleto GPS-, llegas a Jerez, a una encrucijada de callejuelas, donde está prohibida la circulación de vehículos, a excepción de los propios vecinos. Con la hora de cierre de la oficina amenazando con que el viajecito sea en balde, tienes la enorme suerte de poder aparcar el coche en zona azul. A partir de ahí, y habiendo sido generoso con el tiempo de aparcamiento, decides preguntar dónde está la maldita oficina de ENDESA. Se van a enterar!

Sudando por cada pelo una gota y más cabreado que una mona, consigues entrar en la dichosa oficina, escondida en una zona peatonal del centro. Al entrar, a tu derecha, hay una serie de puestos de trabajo, numerados y vacíos. Tan sólo está ocupado uno de ellos por una señorita. Frente a ella, a tu izquierda, hay una máquina expendedora de tickets de turno, clasificados por conceptos, lo cual, la verdad, resulta estúpido, pues sólo hay una persona para atender al público, sea cual fuere el motivo. Éste, el público, está al fondo de la sala, cómodamente instalado en sus asientos y disfrutando del aire acondicionado.  El problema es que hay tanta gente, que no hay sitio para sentarse todos. Tú llevas en una mano, una bolsa con toda la documentación y en la otra, todas las armas disponibles para asesinar al primer incauto que intente vacilarte con las facturas.

El ritmo de atención es lento. Sólo hay una chica. Ya son las 18.30 y empiezas a preguntarte hasta qué hora vas a estar allí, aguantando que te toque el turno. Pronto lo vas a descubrir.

Una señora, harta de esperar su turno, finalmente se levanta y se encamina hacia la salida. Al pasar por delante de la señorita, mantiene con ella una conversación muy ilustradora. La señora se queja amargamente, de la lentitud en atender al público y de que sólo hubiera una persona a tal efecto. La señorita, manteniendo el tono de cordialidad de la señora, le informa que en todas las oficinas de ENDESA, sucede exactamente lo mismo: que sólo hay una persona atendiendo al público y además proporciona dos datos esclarecedores: “Yo, no soy de ENDESA. Yo soy de una empresa subcontratada por ENDESA, exactamente igual que todas las demás personas que usted va a encontrar en cualquiera de las oficinas”. Y el segundo dato, resulta aún más revelador: “además, le digo una cosa: a las 19.30 se apagan los ordenadores”.

Tú, que has echado la tarde viajando por las autopistas de Cádiz, sediento de venganza y de sangre, de repente te han chafado el plan. Porque, primero, parece claro que a las 19.30, cuando “se apaguen los ordenadores”, vas a estar todavía pendiente de que te toque el turno, porque los que tienes delante, no se van a ir, porque están para gestionar el bono social. Y segundo, ¿de qué sirve intentar asesinar a la rubia que está atendiendo, si es una subcontratada y tu problema le resbala por la pechera? Si lo máximo que va a hacer por ti es rellenar un formulario y tú te vas a ir por donde has venido, con el rabo entre las piernas, cabreado y sin venganza. Así es que después de una breve consulta con tu parienta, llegas a la conclusión de que es mejor dejar vivir a la rubia, que bastante tiene con tener que estar una bochornosa tarde de verano en Jerez, currando hasta las 19.30, y lo más seguro que con una mierda de contrato temporal, para cubrir la baja de algún empleado de primera que por las mañanas no trabaja y por las tardes, no va. Así decides poner la denuncia directamente en una organización de consumidores, especializada en el tema.

ENDESA, en su día y sin consultar a Dios ni al diablo, cambió los antiguos contadores de toda la urbanización, menos uno: el tuyo. Como consecuencia, tampoco instaló el maldito ICP o delimitador de potencia, por lo que además, te está clavando más de 40€ mensuales + IVA, por supuesto. Y para terminar de redondear el abuso, como eres el único que tiene un contador del año de la peste bubónica, hace casi dos años que no acude ningún ser humano a leer el consumo, por lo que ENDESA - los hijos de su augusta progenitora- han decidido que te van a cobrar cada mes - incluidos los de todo el invierno - lo que les salga de su santos cojopios.

Y esta, señoras y señores, es la triste historia de un usuario de una compañía como ENDESA, que suministra electricidad a una pequeña población de la costa gaditana.

domingo, septiembre 16, 2018

Pesadilla después de Navidad


Era un día soleado y algo caluroso a pesar de tratarse de un mes de enero. En los alrededores del estadio, se agolpaba una masa ingente de personas, de coches y de puestos de venta con toda clase de productos: camisetas, bufandas, unos gorros muy raros, y cómo no, puestos de venta de perritos calientes, hamburguesas y todo tipo de bebidas. 

Muchas de las personas que acudían al estadio, llevaban puestas las camisetas de sus respectivos equipos, que confundían aún más a los no iniciados, debido a su similitud. Ambas aficiones parecían congeniar, a pesar de la supuesta rivalidad. También abundaban camisetas de color amarillo que sorprendían a los locales, porque no eran capaces de identificar a ninguno de los equipos con esa indumentaria. Lo mismo cabe decir de la cantidad de lazos amarillos que portaban unos y otros y que la inmensa mayoría de los allí congregados no sabía explicar, al igual que sucedía con el mar de banderas que portaban muchos de los asistentes: no sabían interpretar su significado, porque estaba claro que no llevaban el escudo de ninguno de los contendientes.

A pesar de no ser un deporte mayoritario en el país, lo inusual del evento había arrastrado a muchos al campo a asistir como espectadores, movidos, sobre todo, por la curiosidad. Desde hacía semanas, los periódicos deportivos y los medios de comunicación locales, tanto en español como en inglés, incluyendo varias emisoras de radio, habían estado anunciando el encuentro como algo histórico. Era tal la expectación creada, que muchos se llegaron a creer que asistirían a un encuentro que quedaría para la historia. De ahí que prácticamente, no quedaran entradas a la venta, aunque más de la mitad de los asistentes, no sabían muy bien qué hacían allí. De hecho, ni siquiera les gustaba el fútbol, pero el nombre de uno de los equipos les sonaba: Barcelona. 

En la entrada principal del estadio, se organizó una bienvenida protocolaria a unas personas que nadie conocía, pero que parecían muy importantes. Uno era un señor casi calvo, con gafas y regordete, que hablaba un idioma raro. Éste, se fundió en un efusivo abrazo, muy emocionado, con otro individuo que salió de un coche que parecía un tanque blindado y sólo después de que sus numerosos escoltas de seguridad, dieran el visto bueno de abandonar el vehículo. Era un señor con un peinado muy raro, que parecía una fregona y también llevaba gafas y hablaba el mismo y extraño idioma que el otro. Ambos fueron acompañados por el dueño del estadio - y otros dirigentes del club propietario -, un individuo de origen cubano pero afincado en ese país desde hacía años, que había hecho una fortuna vendiendo carne en lata. Todos se encaminaron al palco de honor del estadio, un espacio que disfrutaba de una visión espectacular de todo el campo y protegido por un cristal anti balas capaz de detener un cañonazo.

Al hacer su entrada en el palco, se produjo un estruendo ensordecedor, motivado por los gritos y vítores de los miles de asistentes que portaban unas banderas con unas barras y una estrella, que hicieron pensar a muchos que se trataba de puertorriqueños o cubanos. También proliferaban miles de camisetas amarillas al viento, festejando la llegada del individuo de la fregona en la cabeza, como si fuera un Mesías. 

Toda esta parafernalia, desconcertó a Michael Anderson, un espectador local que había acudido con su nieto a ver el partido. El nieto sabía quién era Messi y quería verlo jugar. El hombre, aunque era mayor, se consideraba al tanto de lo que sucedía en el mundo y no entendía nada. Eso hizo que le preguntara a un individuo que tenía justo al lado y que entre sollozos de alegría, agitaba como un poseso una de esas banderas tan peculiares.

- Disculpe ¿Quién es ese señor al que todos aplauden y dan vítores?

El otro, un payés del Bajo Ampurdán, que se había gastado la mitad de sus ahorros en ese viaje, se mostró un tanto ofendido al principio, pero al fin comprendió que el pobre americano inculto, no tenía la culpa de vivir en un país desinformado de la realidad.

- Es el Honorable President de mi Nación, respondió orgulloso y algo altanero.

- ¿Su nación?- insistió Mr. Anderson. Pero su Presidente ¿no es un señor que ahora está a punto de entrar en la cárcel porque mintió con algo de la Universidad?  

Definitivamente, el payés, se mostró claramente ofendido y además de dejar con la palabra en la boca al pobre abuelo, se levantó para escuchar el himno que iban a tocar. 

El abuelo americano, que podría ser mayor, pero de tonto no tenía un pelo, se dio cuenta enseguida de que aquello no era el himno de España. Él sabía bien identificarlo, por las veces que había visto a Rafa Nadal ganarlo casi todo en tenis y porque su nieto, seguía de cerca el fútbol español desde que en 2010 ganó el Mundial.

A pesar de lo desabrida de la actitud de su vecino, volvió a dirigirse a él para preguntar una última duda.

- Oiga, ¿y este himno, cuál es? No es el de España.
- Pues clá que no! Es “Els Segadors”. El himno de mi nación.
- Perdone, pero ¿ustedes de dónde son?
- De la República Independiente de Cataluña Sur, respondió el payés hinchando el pecho.

Debido al tonito impertinente con que le había respondido, que rayaba el insulto, el americano dejó de interrogarle, a pesar de que se quedó con las ganas de saber cuándo se habían inventado ese país, del que la CBS ni la NBC habían dicho nada.

Después de terminado el acto protocolario, el partido iba a dar comienzo. El árbitro se llevó el silbato a los labios.

Fue entonces cuando sonó el despertador. Me desperté empapado en sudor, con una taquicardia importante, pero algo aliviado. Sólo había sido una pesadilla.

viernes, septiembre 14, 2018

Con los glúteos apretados


Primero fue la cafetera. 

Como la que acababa de morir había durado unos treinta años, me pareció una buena idea comprar otra de la misma marca. Alemana, robusta. Pronto descubriría que la diferencia no está tanto en la marca, como en el “made in” y que existe un abismo entre un “made in Germany” y un “made in China”.

A los pocos meses de disfrutar de la nueva cafetera, ésta comenzó a comportarse de una manera diabólica. No es que se pusiera a danzar ella sola, pero al succionar el agua del depósito, hacía un ruido tal, que parecía el despertar de Godzila. Tardaba una hora y media de reloj en terminar de hacer el café. Pero el problema era que, al tardar tanto, el agua se evaporaba, llenando de vapor la cocina, que más parecía un baño turco y al final sólo tenías café para una taza o dos.

Como estaba en garantía, decidí llevarla al servicio técnico y que la arreglasen. El problemilla añadido era que el servicio técnico estaba en Málaga capital y no había posibilidad alguna de ir a otro sitio más cercano. 

Hoy en día me pregunto cómo ha sido posible movernos por el mundo sin GPS. Casi no doy crédito, pero el caso es que con un GPS, llegas a cualquier sitio. Incluso llegas al servicio técnico de la marca de la cafetera, situado, como no podía ser de otra manera, en una remota calle de la capital, donde aparcar no es que sea imposible, es que entra dentro de los retos de Hércules. Además, como no eres el único que acude en coche, el escaso espacio donde podrías detener el coche en doble fila y vigilando desde la puerta, también está ocupado, por lo que no te queda otra opción que girar en la primera calle a la derecha, que al ser una calle sin salida, te permite dejar el coche, subido a la acera y sin molestar demasiado. Al menos, te aseguras que un agente diligente, no te obligue a mover el coche de la doble fila o directamente te premie con un recuerdo en forma de multa.

Una vez solventado el tema del coche, coges la cafetera y te diriges a la tienda puerta calle del servicio técnico. Un minúsculo espacio que difícilmente alcanza la categoría de cuchitril. Entrar ya es complicado, pues el gentío que abarrota el espacio es tal, que se necesita mantener la puerta de la calle abierta para no sentirse como piojos en costura. 

Todo alrededor, son montañas de aparatos electrodomésticos de todas las marcas y funciones imaginables y de todos los tamaños. Planchas, micro ondas, cafeteras…

La chica que atiende a los clientes al otro lado del mostrador, intenta multiplicarse y es capaz de realizar una conversación a tres, en vivo y en directo. Mientras por un oído atiende a una compañera de la empresa que está en Barcelona, en la otra tiene un teléfono móvil por el que habla con una mujer, cuyo marido está frente a ella, delante del mostrador. Los allí presentes, sólo nos queda esperar pacientemente y preguntarnos la razón de que a esta pobre chica no la pongan a otra persona para ayudarla. Cuando finalmente termina la conversación a tres, a algunos nos entran ganas de romper en aplausos, pero nos aguantamos.

Después de esperar un buen rato y de suponer que probablemente a la chica del mostrador le están pagando una millonada porque ella lo vale, me toca el turno. La chica me toma nota, yo le cuento que está en garantía y le aporto el comprobante de compra y me despacha con el típico “ya le llamaremos”. Entonces es cuando yo intento saber cuándo podría ser ese cuándo y ella me responde que un mes. Bueno, no es que sea una noticia agradable estar un mes sin café de verdad, pero vale. Acepto pulpo como animal de compañía.

Al cabo del tiempo señalado, recibo la llamada para ir a retirar la cafetera.

El problema es que al cabo de poco tiempo, vuelve a reproducirse la misma avería. A la tercera o cuarta vez que se produce, en un período de año y poco, decido que estoy un pelín hasta los pies de tener que estar yendo y viniendo a Málaga para que los del servicio técnico acaben dejando la maldita cafetera sin arreglar y lo que es peor, sin poder tomar un buen café. Entonces decido ponerme en contacto con atención al cliente. 

Por más que busco en la web de la marca, el teléfono de atención al cliente no aparece por ninguna parte y en el mejor de los casos, aparece un 902 al que no estoy dispuesto a llamar porque entonces la cafetera me sale más cara que un coche. 

Buscando y rebuscando entre la documentación de la compra, doy con un documento en la web en el que se indica los distintos departamentos de atención al cliente en los países donde se comercializan sus productos. Y ahí sí, ahí aparece un teléfono fijo y normal de Barcelona. 

No fue fácil, pero después de unos quinientos intentos de escuchar la cantinela de “todos nuestros operadores están ocupados. Si quiere dejar un mensaje…” conseguí hablar con un ser humano. Una señorita encantadora y muy profesional, a la que conté mi triste experiencia con la mierda de la cafetera. Intenté convencerla de que estábamos hablando de una cafetera y que no entendía cómo el servicio técnico era incapaz de solucionar el problema. Que no se trataba de un misil balístico, de una bomba inteligente ni de un cohete a la luna. Que me tuve que comprar en un chino otra cafetera italiana para poder seguir tomando café, mientras la mía pasaba más tiempo en el taller que en mi cocina y que lo que quería era que me la cambiaran por otra que funcionase. 

Al cabo de unos días, recibo su llamada de vuelta con información. Resulta que mi cafetera era especial. Lo que la hacía especial era que la había comprado por internet y que había venido desde Francia y que ese modelo, concretamente, no se comercializaba en España. Que el servicio técnico, por tanto, nunca había visto nada parecido y de ahí, que después de tantas visitas y de haber sustituido la misma pieza una y otra vez, el resultado fuese tan negativo. Estuvo de acuerdo en sustituir la cafetera por una nueva, aunque no me aseguraba que fuera del mismo modelo. 

Finalmente, un día, y después de insistir una y otra vez para conocer “qué pasaba con mi cafetera”, me informan que tengo que desplazarme otra vez, a la tienda a recogerla. El asunto realmente no terminó ahí. Tuvo su continuidad, pero yo lo voy a dejar ahí.

Decía al principio que primero fue la cafetera. Bien, pues después fue el coche.

En uno de los innumerables viajes a Málaga por el tema de la cafetera, un día el coche, que llevaba tiempo haciendo un ruido harto sospechoso, aunque esporádico, dio un susto casi mortal: se encendió el testigo del aceite. Dado que no podía parar en medio de la autopista, al entrar en Málaga intenté localizar una gasolinera mientras seguía camino de la tienda de la cafetera. Al final, entre pitos y flautas y con más miedo que vergüenza, conseguí llegar a la tienda, con el testigo encendido y rezando.

Lo primero que hice fue testar el nivel de aceite y vi que estaba bien. Mientras mi mujer cogía la cafetera de los cojones y se iba a la tienda, yo llamé al servicio técnico del seguro del coche y me dispuse a esperar a que llegara el de la grúa. No tardó mucho, la verdad sea dicha, pero mi mujer seguía secuestrada en la tienda que, habiendo alcanzado la hora de cierre, seguía atendiendo a los clientes que aún quedaban dentro y por eso, subían la verja de seguridad del local para permitir la salida de los clientes, pero la volvían a bajar para impedir que entrara nadie más.

El técnico de la grúa comprobó, como yo, que el nivel de aceite estaba correcto. De cualquier forma, le añadió un poco más y encendió el motor. El testigo del aceite no se encendió y todo parecía indicar que había sido una falsa alarma. En cualquier caso me recomendó prestar especial atención a la temperatura del agua, a verificar si en el garaje había pérdidas de aceite o si se volvía a repetir, que parase el vehículo lo antes posible.

Durante las siguientes semanas estuve más atento al coche, su comportamiento y los ruidos,  que a los telediarios. Con no demasiada fe en él, en mayo nos dirigimos hacia Rota. Antes de llegar a Alcalá de los Gazules, el coche volvió a repetir ese ruido raro que intuitivamente me sonaba a émbolo. Y efectivamente, al poco rato, el testigo del aceite, volvió a encenderse. Con la experiencia ya acumulada, enseguida me desvié a la primera gasolinera que encontré, aparqué el coche y volví a llamar a la grúa, que además, tenía la sede al lado. Le expliqué a la señorita de qué iba el asunto, de cómo se había resuelto la vez anterior y me quedé a la espera de la grúa.

Al cabo de unos minutos, apareció la silueta inconfundible de la grúa. El conductor, me pidió la llave, encendió el motor, dio un par de acelerones y directo como una flecha, se dispuso a subir el coche a la grúa. Yo le insistí en que su compañero en Málaga lo había resuelto añadiendo un poco de aceite, pero él se negó, aduciendo que no podía correr ningún riesgo. El hecho de que yo insistiera en que el riesgo era mío no fue lo suficiente para disuadirle. Así es que, un domingo por la tarde del mes de mayo, no sólo terminamos subidos en la carlinga de un coche-grúa, sino que encima, el conductor, llevaba puesta la radio en la retransmisión del último partido de Liga del Barça contra el Levante. Yo quise cortarme las venas en ese momento, pero después me fui tranquilizando. Ese día, el Levante le metió cinco al Barça y ganó el partido.

A la llegada a Rota, el conductor se sinceró:

- La verdad es que cuando he encendido el motor, el testigo del aceite no se ha encendido, pero yo no puedo correr riesgos y por eso le he traído hasta aquí.

Por los riesgos y por la pasta que te vas a ganar por el transporte de ida y vuelta a casa, pensé yo para mis adentros.

Al día siguiente, después de desayunar, lo primero que hice fue ir a un taller. Allí lo examinaron por encima y teniendo en cuenta los síntomas que yo le había contado, me dieron tres alternativas y descartaron alguna que otra. La peor de todas fue que se trataba de la junta de la culata. Y que eso era el punto y final para el coche.

Al margen de unas indicaciones para intentar prolongar la vida del coche sin poner en riesgo la nuestra, era evidente que el coche estaba sentenciado. Al regresar a casa, todavía visité un par de mecánicos más. El último fue el de la casa matriz del coche y su diagnóstico fue definitivo:

- Se trata de la junta de la culata. El aceite, se ha ido mezclando con el circuito del agua. Por lo tanto, para solucionar el problema, primero tendríamos que desmontar todas las piezas, comprobar cuáles tienen aceite y cuáles no, y volver a montarlo. O sea, no merece la pena porque le sale más caro el collar que el perro.

Esa fue la segunda muerte.

Y de la tercera (el aire acondicionado) y (por el momento) definitiva, ya he escrito en esta entrada (ver aquí).

Así es que ahora estoy con los glúteos apretados, a la espera de que cualquier día explote el micro ondas, algo que por cierto, me haría enormemente feliz, ya que cada vez que se utiliza, hay que hallar lo que yo llamo “el punto G” del aparato, porque el botón está fané y descangasao y no se enciende a la primera. O la lavadora o el frigo. 

Esto es un sin vivir.