sábado, diciembre 12, 2020

La primera vez que bebí whisky

Fue hace muchos años en una de esas Navidades como las de antes, cuando se celebraban sin virus ni cortapisas. Salimos a celebrarlo mis cuñados, mi suegro (los de entonces) y yo. Llegamos a un lugar recién inaugurado, donde había codazos para poder llegar a la barra. Se había puesto de moda y toda la Jet Set de Palma, estaba allí. Todos se pidieron un whisky y yo no quise ser el distinto y traicionando mi costumbre, me pedí otro. En vaso alto, con mucho hielo y con agua. Le había dado 3 sorbos cuando de pronto alguien dice: “vámonos”. Y me llevaron a otro sitio. Repitieron la ceremonia del whisky y yo no pude cambiar. No era cuestión de emborracharse por mezclar. La peregrinación alcohólica se prolongó por una media docena de lugares, pero confieso que, a partir de cierto momento, no recuerdo absolutamente nada. Hay una parte de mi vida de aquella noche que la tengo en blanco. Tan sólo me llegan fogonazos de imágenes comiendo en un Celler, a las cuatro de la madrugada. Eso y que tenía una risa floja. Iba totalmente pedo.

Lo malo vino después. Al tumbarme en la cama del hotel, todo comenzó a girar de forma descontrolada. Era un suplicio. Dormí poco, agitado, incómodo, mal. Por la mañana me levanté hecho polvo y con el estómago revuelto. Bajamos a desayunar a la cafetería y al salir del ascensor tuve que correr, literalmente, para alcanzar el cuarto de baño y vomitar hasta la primera papilla. La verdad, es que me encontré mucho mejor.

Tanto mi suegro como mis cuñados, se veían frescos como lechugas, como si jamás hubieran bebido una gota de alcohol. Yo, estuve tres días enteros, sin probar bocado. Ayuno total. Era incapaz de ingerir nada por la boca.

Una de las camareras del hotel que dirigía mi suegro, me vio tan hecho polvo en el sofá que me preguntó: “¿el señorito tiene la gripe?” a lo que no tuve más remedio que sincerarme: “no, el señorito lo que tiene es una resaca como este piano que tengo aquí”. Nunca más he vuelto a beber whisky.