sábado, agosto 26, 2023

Rubiales, Armengol, Oltra y todos los demás

Rubiales ya me caía mal de siempre. Sus andares de vaquero pendenciero le delatan. Su fingida compostura más falsa que un gato de escayola. Tampoco es de extrañar que el imbécil de Luis Enrique, se ponga de perfil en este aborrecible caso, porque en definitiva fue el propio Luis Enrique el beneficiado por otra decisión que arruinó al fútbol español, en esta ocasión al masculino. Al presidente de RFEF no se le ocurrió una idea mejor que cesar al seleccionador Lopetegui dos días antes de debutar en un Mundial, simplemente, porque al terminar el torneo Lopetegui tenía contrato con el Real Madrid. Durante el mundial se utilizó a Fernando Hierro como medida circunstancial y después se eligió a Luis Enrique. Es lógico entender que dos imbéciles se lleven bien.

De todas formas, las explicaciones que en su día dio Rubiales para cesar fulminantemente a Lopetegui, querían dar la impresión de una supuesta ética en los negocios. Según indicó, no le parecía de recibo que el seleccionador tuviera un contrato firmado con un club, aunque fuera a posteriori.

Sin embargo, no tuvo los mismos reparos cuando firmó un contrato con un jugador de fútbol en activo (Piqué) para llevarse unas jugosísimas comisiones para hacer jugar a cuatro equipos españoles en Arabia, un país, donde, por cierto, la mujer está sólo un escalón por encima del perro.

Así es que, si repasamos un poco la trayectoria de este “bragueta fácil”, las cosas van encajando.

Pero los españoles, sobre todo, las españolas, podemos sentirnos seguros. Nuestro excelso gobierno perseguirá al baboso de Rubiales hasta apartarle de cualquier posición en cualquier deporte y así, vender esa imagen de pureza y de ética, tanto dentro como fuera de España.

Lo malo es que no sé si en el extranjero son conscientes de que la actual presidenta del congreso, Francina Armengol, mientras todos los españoles estábamos condenados a permanecer en nuestras casas confinados, ella salía de copas con quien estimaba oportuno. O sea, como “Tito Berni”, que además de salir a cenar, después se iban de putas y se las pagamos los españoles.

A finales de 2019, salió a la luz una violación en grupo a una menor tutelada en Mallorca, desvelando una red de prostitución y tráfico de drogas que afectaba a jóvenes bajo la custodia del Gobierno balear. Lo impactante del caso radica en que el Ejecutivo de Armengol estaba al tanto de los abusos mucho antes de que salieran a la luz. A pesar de esto, optaron por mantenerlo oculto, a pesar de los testimonios de educadores de centros de menores que señalaron la explotación sexual de algunas chicas durante sus permisos.

Esta problemática se internacionalizó con un informe de la Comisión de la Unión Europea que denunciaba la situación y criticaba la falta de medidas preventivas por parte del Gobierno.

(La Razón  )

Pero tranquilos. En España tenemos Justicia.

Gracias a eso, a la Justicia que nos ampara, otra representante política, también de izquierdas, Mónica Oltra, ha sido imputada por encubrir los abusos sexuales de su exmarido a una menor tutelada. O sea, el mismo caso de Baleares y de Armengol.

Pero tranquilos. En España tenemos Justicia.

La familia Pujol, al completo, los padres y los siete hijos, fueron denunciados el 28 de julio de 2014 el sindicato Manos Limpias denunció a Jordi Pujol i Soley y a su esposa ante los juzgados por los delitos de cohechotráfico de influenciasdelito fiscalblanqueo de capitalesprevaricaciónmalversación y falsedad.

En julio de 2020, el juez José de la Mata Amaya, titular del Juzgado Central de Instrucción número 5, consideró que la fase de instrucción podía darse por terminada y que había indicios de delito para juzgar a toda la familia Pujol por delitos de pertenencia a una organización criminal o asociación ilícitablanqueo de capitalesfraude a la Hacienda Pública y falsedad documental. En el auto se decía que "la familia Pujol Ferrusola ha aprovechado su posición privilegiada de ascendencia en la vida política/social/económica catalana durante decenios para acumular un patrimonio desmedido, directamente relacionado con percepciones económicas derivadas de actividades corruptas"

Hasta el día de hoy no tenemos noticias de que se haya fijado la fecha del juicio y todos están en su casa.

Pero tranquilos. En España tenemos Justicia.

Por eso, porque somos un país justo y garantista, el Rey Emérito vive en Emiratos Árabes Unidos, sin haber sido imputado jamás en ninguna causa, a pesar de haber sido investigado durante varios años.

El caso EREs de Andalucía.

 500 investigados y los 680 millones de euros defraudados. Tras la primera sentencia condenatoria de la Audiencia contra 19 ex altos cargos, el Tribunal Supremo confirmó las penas contra 15 de ellos. Nueve condenados a prisión por malversación y el resto sólo a inhabilitación por prevaricación (como es el caso del expresidente Manuel Chaves).

Pero tranquilos. En España tenemos Justicia.

La famosa ley del “solo sí es sí”, hasta el mes de abril, arrojaba los siguientes datos:

beneficia ya a 978 agresores sexuales y deja en libertad a 104 de ellos. Alguno de éstos, ya ha sido detenido otra vez por intento de violación.

Pero tranquilos. En España tenemos Justicia.

Lástima que no se hayan puesto todos los medios al alcance de las autoridades para luchar contra los abusos a menores en Baleares y en Valencia, o se haya tardado 6 meses en modificar una ley que nunca debió ver la luz y que desprotege a las mujeres.

Lástima que ahora, se ponga todo el interés en conseguir que el sátrapa de Rubiales salga de escena, sin investigar qué fue lo que realmente ocurrió hace meses cuando 15 jugadoras se negaron a acudir a la llamada de la selección.

Lástima que sólo 1 hombre, Borja Iglesias, haya renunciado a la selección hasta que las cosas vuelvan a su cauce.

Lástima de todos esos que aplaudieron a Rubiales en su discurso en la RFEF. ¿Qué estaban aplaudiendo? ¿Qué representan? ¿Por qué se esfuerza el gobierno en obligar a que en las empresas privadas de España haya una cierta representación de las mujeres en los Consejos de Administración y, sin embargo, en los deportes, como el fútbol, hay más de 100 hombres y sólo 6 mujeres?

Me parece fantástico que este gañán desaparezca del mapa, pero deberían desaparecer todos los demás, después de pagar sus deudas con la justicia.

Nasío pa barrer (capítulo 7)

Tras la jura de bandera en la base de Getafe, de cuyo acto guardo constancia gráfica, todos los reclutas temen dos cosas: el destino y el número de guardias que les va a tocar hacer, fines de semana, Navidades y Semana Santa incluidos.

En cuanto a los destinos, el peor de todos con diferencia, el auténtico coco de los reclutas, era la Policía Aérea, la P.A. Si caías en ese pozo, tu vida a partir de ese instante y durante el próximo año, se iba a dividir entre partes:

  •   Retén. Tienes que permanecer en las instalaciones de acuartelamiento de la PA sin otro cometido que el de estar disponible por si fueras necesario.
  •     Guardia. Durante 24 horas estabas de guardia, en diferentes puestos de la base.
  •        Libre. Te ibas a tu casa.

Y así, a este ritmo de retén-guardia-libre, estarías los 365 días del año, fuera invierno o verano, agosto o Navidad, hiciera frío o calor. Ni que decir tiene que era la unidad con más bajas por depresión de todas.

Si los hados se hubieran conjurado a tu favor y hubieras evitado la temible P.A., el resto de destinos tenía una valoración variable. Te podían destinar a mecánica de aviones, de vehículos, a chófer, a las oficinas, etc.

A mí me tocó en primera instancia ser camarero en el pabellón de oficiales. Eso comportaba servir las mesas del comedor, tanto al mediodía como por la noche, pero, sobre todo, atender al bar de la piscina del club, a la que iban los familiares de los oficiales, tanto, esposas, como novias o hijos.

El bar estaba situado en una esquina, afortunadamente protegido del sol por la sombra de los árboles y setos que rodeaban el recinto. El infortunado allí destinado, debía vestir formalmente con botas y traje de faena, debiendo permanecer allí mientras la piscina estuviera abierta, al tiempo que los ánimos se excitaban ante la contemplación de algunos cuerpos en bikini que ni siquiera el bromuro era capaz de atemperar. Tampoco se respetaba mucho aquello de los fines de semana, que era, principalmente, el tiempo en el que los oficiales disfrutaban de su tiempo libre con sus familias. Ahí comprendí muy bien que lo mío no iba a ser el negocio de la restauración, y que lo de llevar la bandeja con salero no me atraía ni una miaja. Es más, la visión de esos bikinis tenía efectos perniciosos en el equilibrio emocional y por ende, de la propia bandeja.

Así es que, si por un lado debía felicitarme por haber tenido la suerte de no haber caído en el pozo de la P.A., por el contrario, el destino de camarero tampoco lo veía claro.

Pero hete aquí que el diablo, en ocasiones, obra milagros.

Quiso el destino que el suegro de un compañero de trabajo de mi hermano, fuera, casualmente, la persona que adjudicaba los destinos en el Ejército del Aire. ¡Quién hubiera podido imaginar semejante carambola! El caso es que Antonio – que así se llamaba el yerno del militar responsable – habló con su suegro y en menos de lo que te quitas un bikini, me cambiaron de destino.

Otra de las casualidades con las que en muy contadas ocasiones he sido favorecido, fue que el jefe de personal de las oficinas del ejército, tenía un íntimo amigo allí, en Torrejón. Un teniente, al que yo conocía por prestar mis servicios de camarero en el pabellón de oficiales, pero con el que – lógicamente – no tenía mayor trato.

El momento en el que el teniente comunicó a todos los allí presentes el cambio de mi destino, con carácter inmediato, se convirtió en una situación extremadamente tensa.

Mi salida inmediata del pabellón, significaba trastocar todos los planes de servicio y de guardia que se habían establecido, incluido el hecho de que a alguno le significaba quedarse el fin de semana entero allí. Ello provocó que todos fueran en masa a protestar al teniente, quien se vio en la necesidad de mandar silencio al tiempo que gritaba:

  •      ¡Alto! ¡Silencio! ¡Esto es sedición!

Ninguno de los que estábamos allí teníamos ni repajolera idea de lo que significaba eso, pero captamos el mensaje por la seriedad del rostro y el tono del teniente.

Dado que mi salida era en ese instante, me dirigí para salir de la base, casi corriendo. Pero aún hubo un pequeño incidente. Uno de los afectados, que al parecer no estaba muy de acuerdo con la decisión tomada, intentó evitar por la fuerza que yo saliera de la base. Me agarró por la espalda y yo no tuve más remedio que zafarme como si de un” boina verde” se tratara y hacerle comprender, también por la fuerza, que no había violencia humana capaz de detenerme. Le lancé una patada al hígado que, por ventura, hizo el daño suficiente, pero no todo el que pudiera haber ocasionado de alcanzarle de lleno.

El pequeño incidente se saldó con una hombrera de mi camisa descosida, aunque no era muy visible y un testigo en la distancia que no sabemos muy bien qué vio o qué no vio, pero cuando pasó por nuestro lado, le saludamos y ahí se quedó la cosa.

Y yo conseguí llegar a casa con un destino nuevo: Jardines y Limpieza.

Mi carrera militar iba viento en popa: de camarero a barrendero.

Lo de la camisa, me lo cosería mi madre en un plis plas.

sábado, agosto 19, 2023

Nasío pa barrer (capítulo 6)

Las prácticas de tiro se limitaban a disparar un cargador completo - quince balas- en tres posiciones diferentes: de pie, arrodillado y tumbado en el suelo. Así es que toda mi experiencia como supuesto francotirador es de cuarenta y cinco disparos y probablemente no di en la diana ni por casualidad.

Las dianas estaban fijas a una distancia considerable y no tenías la más mínima posibilidad de comprobar dónde iban a parar tus disparos, por lo que, al final, disparabas de oído. Tampoco tienes a un instructor que te vaya diciendo lo que debes mejorar o corregir. Él estaba igual que tú: tampoco veía nada. Tan sólo se aseguraban de que no matases a nadie.

Te entregan un fusil del que sólo te dicen cuál es la parte peligrosa, cómo cargar el arma, cómo seleccionar tiro a tiro o ametralladora y poco más. No sabes si las miras están bien calibradas, si el arma está limpia, si todas las piezas funcionan correctamente, etc. Básicamente te lo dan y te dicen aprieta el gatillo y la bala sale por aquí.

Los días que tocaba práctica de tiro, nos desplazábamos en autobuses internos al campo de prácticas. También había una ambulancia, como en las plazas de toros.

La época en la que hice las prácticas, la polinización de las flores estaba en su apogeo y yo tenía “asma polínico”, es decir, sufría un picor de ojos insoportable, los tenía hinchados, enrojecidos y llorosos, y por si el espectáculo no fuera suficientemente patético, los mocos me caían a chorros, a pesar de lo cual, tenía una congestión nasal que me llegaba al cerebro. Por todo ello, tuve que refugiarme en el interior de la ambulancia, a esperar mi turno, junto con otros dos o tres tan afectados como yo. Luego, cuando me tocaba el turno, salía de mi refugio, me dirigía a mi posición de disparo y procuraba acertar en la diana, entre picores de los ojos, al tiempo que moqueaba y estornudaba de vez en cuando. Muy completo. Yo creo que, si me hubieran dado un tirachinas, habría hecho mejor papel. La alternativa para eliminar los síntomas de la alergia era tomar anti histamínicos, con el riesgo de que me dejaban un poco atontado, por lo que estar medio dormido y con un arma, no parecía una combinación segura.

Parecía claro que mi destino era limpiar y dar esplendor, pero no disparar a nadie.

domingo, agosto 13, 2023

El amor al cine

Mi mujer me tacha de ser un nostálgico, simplemente porque me encanta ver películas antiguas, algunas de ellas en blanco y negro. Y muchas de ellas, las veo una y otra vez, algo con lo que ella se parte el pecho. Yo creo, sinceramente, que no hay nadie más anti nostálgico que yo. Un nostálgico se pasa el día revisando sus fotos y sus películas antiguas y sollozando al verlas, por haber perdido pelo, personas, relaciones y haber ganado kilos, arrugas y años. Todos mis recuerdos están perfectamente etiquetados y guardados en sus correspondientes soportes, ya sean cintas de 8 mm, en DVD, o en los álbumes con sus fotos (no todas porque alguien decidió llevarse algunas) y todo ello, a buen recaudo en el trastero del garaje o en una caja que tengo debajo del televisor y que no suelo abrir casi nunca, y desde luego, jamás para repasar ese pasado. También tengo una caja de zapatos en la librería del dormitorio, en la que, amontonadas, se guardan cientos de fotos de cuando tuve edad para ser un niño y disfruté de ello. Y ni siquiera esas vuelvo a ver. No, decididamente, no soy un nostálgico.

Y es que, en cuestiones de gustos y tendencias cinematográficos, mi mujer y yo somos totalmente contrapuestos. Ella no soporta las pelis en blanco y negro, las españolas, ni tampoco las que tengan una cierta antigüedad. No entiende que una vez que ya has visto una película, puedas volver a verla una y otra vez, hasta aprenderte los diálogos de memoria. “Memorias de África” no es que la vea de vez en cuando, es que necesito verla al menos una o dos veces cada año. Por supuesto, mi mujer no la ve y, además, se guasea de mí. Por eso, cuando quiero ver esas pelis, esas que ya he visto docenas de veces, esas en las que me sé de memoria los diálogos, los momentos culmen, el final que la primera vez fue inesperado, esas, para disfrutar una vez más de todo eso, me quedo por las noches frente al televisor revisando las grabaciones que tenga disponibles hasta altas horas de la madrugada. Ventajas de no tener que levantarse temprano.

A mí me encantan las películas de espías, de guerra y las de submarinos, por ejemplo. La batalla de Midway la pusieron hace poco y la volví a ver por enésima vez, y ayer mismo, volví a ver “Tora,Tora,Tora”. También grabé la del submarino U-571 y otra icónica con Richard Burton y un jovencito Clint Eastwood: “El Desafió de las águilas”. De esta película de espías hay una escena sublime cuando Richard Burton confunde con su verborrea a todos, incluido a Clint Eastwood, que era su compañero. No he contado las veces que he visto Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago, El Puente de los Espías…

A ella, a mi mujer, sin embargo, le puede cautivar la vida de una peluquera iraní que vive en Terán o la de otra mujer británica, divorciada, con hijos y un trabajo penoso, que termina por enamorarse de un paquistaní que vive en uno de los suburbios de Londres. Yo, en esos casos, me engancho al ordenador, me pongo los cascos y me sumerjo en el apasionante mundo de Spotify.

Antes mencionaba nuestra aversión al cine español y debo matizar que, en mi caso, hago alguna salvedad. Por ejemplo, soy un enamorado de José Luis Garcí, bueno, más bien de su cine. De hecho, lo del calificativo de nostálgico que me endiñó mi ama vino porque me he metido entre pecho y espalda la trilogía de “El Crack”. Él, Garci, sí que es nostálgico, todo su cine lo es. Refleja bien el Madrid de aquellos años, con las calles vacías, de noche, solitarias; esas luces que parecen mortecinas, esos coches de modelos antiguos - en El Crack, Alfredo Landa usaba un Renault 8 -, las marquesinas de los cines con las películas de la época, los programas de radio. Todo ello te transporta a una época que hemos vivido y que parece tan lejana que pertenece a otros individuos. “Volver a Empezar” es el paradigma de la nostalgia; de la nostalgia de una vida que se tuvo que reinventar, de un amor perdido, pero nunca olvidado y de una segunda oportunidad que no habrá porque la única vida se va extinguiendo poco a poco.

Hace poco he visto una maravilla de película interpretada, claro, por Tom Hanks: “El peor vecino del mundo”. Mientras disfrutaba una vez más de la interpretación de los actores, me preguntaba por qué en España no somos capaces de hacer películas con un tema así, por ejemplo. Sólo se necesita un buen guion, unos buenos actores y un bajo presupuesto. También recuerdo otra peli de Hanks, cuando tras veinte años trabajando en una cadena de supermercados, le mandan al paro y tiene que reinventarse. Entonces se matricula en la universidad para estudiar redacción o algo así. Le acompaña en el reparto Julia Roberts. Y vuelvo a preguntarme, por qué en España no somos capaces de salirnos del cine de represión franquista – como si los rojos hubieran sido unas hermanitas de la caridad -, cantar las alabanzas del mundo LGTBI e inundar las pantallas con sexo malo y escenas chabacanas. No me extraña que el público dé la bienvenida a películas como las de Santiago Segura, cosa que me alegro mucho por él, porque me parece un tío muy listo. Y tampoco me extraña que la industria sobreviva casi exclusivamente de las subvenciones del gobierno, dejando un millón de euros a películas que recaudan 60.000 en taquilla.

Tengo la impresión de que antes se hacía mejor cine que ahora, no ya en España, en el mundo en general. Hoy parece que todo son efectos especiales, al menos la mayoría de lo que viene de EEUU. En Europa es diferente y creo que Francia lleva delantera en eso. Siguen siendo fieles a un cine de compromiso social, de denuncia, sin abandonar la comedia blanca y con estilo.

En eso también podríamos imitarles.

sábado, agosto 12, 2023

Nasío pa barrer (capítulo 5)

Tenía que estar a las 08.00 de la mañana en la Compañía y presentarme para confirmar mi presencia. Eso me obligaba a madrugar bastante. Debía coger el Metro para ir desde la Puerta de Toledo, hasta Avenida de América, lo que implicaba al menos un transbordo. El diseño de las líneas de entonces a ahora ha variado, pero creo que con un solo transbordo era suficiente. Ese trayecto tomaba entorno a treinta minutos. Después venía lo más incontrolable. A la salida de la estación de Metro, debías colocarte en la calzada con el pulgar de la mano derecha desplegado, a la espera de que alguien que siguiera tu misma dirección decidiera subirte a su coche. Y eso también llevaba unos minutos. Lo que se mantenía inamovible eran las 08.00 para llegar.

En general, a lo largo de más de un año, mi experiencia haciendo dedo fue muy positiva. La mayor parte de las veces eran los propios americanos los que me llevaban. Lamentablemente, mi nivel de inglés por aquel entonces era peor incluso que el de Toro Sentado, y el viaje por lo normal, lo hacíamos en silencio, tan solo interrumpido por algún intento baldío por parte de mi bien hechor de conversar con un aborigen español. Pero ellos también eran conscientes de la situación.

Lo que sí me sorprendía mucho era que usaban unos cinturones de seguridad, tanto para el conductor como para el acompañante, algo que parecía de otro planeta. Aquí en España no había esas cosas. Ni los cochazos que tenían algunos y que se los habían traído de su país. En algunos coches, si no te ponías el cinturón se escuchaba una alarma que te lo indicaba, pero, aunque el militar americano me lo decía en su idioma, yo no entendía nada. Al final creo que era el propio conductor el que enmudecía la dichosa alarma.

En otras ocasiones, al sentarme y cerrar la puerta, veía como un cinturón volaba por el interior del cochazo y me atrapaba de modo automático. La cara que debí poner arrancó la sonrisa del conductor.

Una vez me tocó con un suboficial que era de Puerto Rico. ¡Por fin uno que habla español! El hombre en el corto trayecto desde la Avenida de América hasta la base de Torrejón, me contó toda su vida. Que en Corea pisó una mina y que estalló a la altura de la rodilla y por eso llevaba una pierna de titanio.

En muchos casos, cuando los que me llevaban eran trabajadores de la base, ya fueren españoles o americanos, lo normal era que me acercasen hasta la compañía. Si no podía ser, tendría que bajarme en la garita y continuar haciendo dedo hasta arriba.

Y todo eso llevaba tiempo y a mí nunca me ha gustado llegar tarde a ninguna parte. Y nunca llegué tarde, excepto en un par de ocasiones en los que simplemente estaba tan reventado que después de sonar el despertador me volví a dormir. Sólo fueron un par de veces y lo pude solventar sin problemas contando una milonga.

 

Moros y cristianos

Hubo un tiempo en el que, a algún charlatán, con cara de cómico inglés y aspiraciones de visionario, se le ocurrió la feliz idea de intentar unir al agua y al aceite en una suerte de amalgama eterna e inquebrantable. A su ocurrencia la llamó “Alianza de Civilizaciones” y tenía como objetivo último ignorar todos los esfuerzos que durante siglos hicimos los cristianos y los musulmanes para quedarnos cada uno en su casa y Dios y Alá en la de los suyos. A dicho intento sólo se sumó un único país: Turquía, por obvias razones.

Tener un apartamento en alquiler vacacional, aparte de un curro mortal y de mantenerte esclavizado y pendiente del calendario, te proporciona una visión del ser humano algo más amplia, de modo que vas conformando una especie de puzle con unos rasgos y características comunes en función de su estatus socio económico y su país de origen. Este año, por algún extraño sortilegio, toca recibir – uno tras otro – a turistas que provienen de Oriente Medio: Emiratos Árabes, Kuwait, Qatar…No es la primera vez que entre nuestros invitados figuran personas de aquella zona del planeta, pero en estos días, hemos recibido una queja injusta: somos racistas.

El matrimonio con dos niños de unos 10 años, llegó el domingo a eso de las 20.00 horas y se marcharon el miércoles a las 08.00. Poco tiempo, aunque suficiente para crear inconvenientes.

El problema ha surgido porque, al parecer, la señora pretendió bañarse en la piscina de la comunidad con burkini y al llegar a la puerta de la piscina se encontró con un cartel que lo prohibía expresamente. El gentil esposo, debió montar en cólera y en cuanto tuvo ocasión al salir del apartamento tardó ná y menos en acusarnos de racistas ante la plataforma con la que habían hecho la reserva. Eso originó un email por parte de la plataforma, en unos términos muy duros, y muy injustos, en el que, en vez de preguntar por lo sucedido, se limitaron a asumir como propios los falsos argumentos del cliente y sentenciarnos, no sin antes amenazarnos con expulsarnos de dicha plataforma y ser condenados al infierno de Alá, si es que Alá tiene infierno.

Como todo el mundo sabe, o debería saber, en España, está prohibido bañarse en una piscina pública con camisetas, pantalones y cualquier otra vestimenta ajena a lo que es un traje de baño, ya seas, musulmán, cristiano, de Tomelloso o del At. de Bilbao. Al parecer los amantes del burkini, también desean exportar, además de petróleo y gas, sus machistas costumbres a todos los países que visitan, sin tener en cuenta que, por ejemplo, mi mujer no tendría permitido hacer top les en sus playas, entrar en una mezquita con una camiseta con manga corta o minifalda e incluso en algunos países, ir por la calle sola sin acompañante masculino de la familia.

Por poner un ejemplo: una de esas familias a las que hemos recibido en estos días (matrimonio con dos hijos, chico y chica), el hombre al dar la mano a mi mujer para saludarles, él le dio la muñeca. Sí, sí, la muñeca. El Corán prohíbe saludar a una mujer que no sea de la familia. A mí me dio la mano. No le denunciamos a la policía, entendemos y aceptamos sus extrañas costumbres. Pero una cosa es aceptar algunas costumbres, aunque nos sean poco entendibles y otra que se nos acuse de ser racistas.

Mi mujer, como es lógico, respondió a las acusaciones del individuo y de la plataforma vacacional, argumentando el sentido de la prohibición, que nada tiene que ver con la religión y sí con la higiene. Lo triste del caso es que la plataforma todavía no ha publicado nuestra respuesta en la que explicamos el problema, con lo que ahora mismo, sólo está disponible la versión sesgada del individuo, en la que, entre otras cosas, aconseja que ningún musulmán que se quiera bañar con burkini reserve en nuestra urbanización.

Me da igual cómo se bañen en su país, pero esto es España.

Cada día estoy más contento de cómo Las Cruzadas fijaron los territorios. Nosotros nos guiamos por el Sol, ellos por la Luna. No podemos ser más diferentes.

sábado, agosto 05, 2023

Nasío pa barrer (capítulo 4)

La principal lección como recluta que debes aprender durante el servicio militar, es que no debes presentarte como voluntario a nada. Pero a nada de nada. Ni a comer. De ahí que la frase “voluntario ni para comer” sea de obligado cumplimiento.

Pero yo, que una de mis señas de identidad es pasarme de listo, traicioné ese principio. Y, por supuesto, me arrepentí.

Un día cualquiera mientras hacíamos la instrucción y faltaba poco para la jura de bandera, llega el suboficial y nos comenta que necesita a un reducido grupo de voluntarios para rendir honores a no sé quién. Que no era obligatorio y que el que se apuntase no debía esperar ningún premio de ninguna clase. Que se trataba solo de esperarlo, desfilar y ya está.

Allí no se movió nadie. Nadie dio un paso al frente. Pero el suboficial se mantuvo firme. De allí tenía que salir con un número determinado de reclutas y finalmente, lo consiguió.

No fui el único gilipollas que se presentó voluntario. Llegué a pensar que el mensaje de que no habría recompensa era en realidad una artimaña para evitar que hubiera una aglomeración y tener que dar días libres – por ejemplo – a demasiada gente. Tal vez fuera el calor, el cansancio o simplemente las ganas de que ocurriera algo diferente a lo que venía sucediendo desde hacía semanas. El caso es que di el paso al frente y me apunté.

Para no aburrir al personal, la experiencia fue exactamente como había anunciado el suboficial. Una formación dispuesta a ser revistada, desfilar y se terminó la juerga. Lo peor de todo fue esperar al sol, con el uniforme de invierno, en formación, aunque en descanso y sin saber cuánto tiempo. Y una vez cumplimos con nuestra misión, vuelta a la Compañía y a aguantar las típicas bromas de los colegas: “ya te lo dije”.

De los errores se aprende. Voluntario, ni para comer.

 

 

jueves, agosto 03, 2023

Las tele citas

Cada vez que me siento delante del ordenador me encuentro con una pantalla donde me ofrecen toda una parrilla de noticias y algunos rumores, algunas aparecidas en prensa o en televisión y las más de las veces, de dudosa verosimilitud. Pero hay una constante, que aparece siempre a cualquier hora y se trata de los asistentes a un programa basura que según parece, se llama “First Dates”. Como habrás podido adivinar, ese programa pertenece a una de las muchas cadenas de tv que no sintonizo jamás y por eso me sorprende y mucho las referencias que se publican de los asistentes a esas “tele-citas”.

Recuerdo cuando hace ya años aparecieron las primeras webs de citas. En un primer momento, mi primera impresión fue de rechazo. ¡Cómo me iba a exponer impúdicamente en internet! Pero al final llegué al convencimiento de que, si quería buscar y encontrar lo que no tenía, ese era el camino.

Un amigo me había casi secuestrado y me había llevado a una cafetería de Madrid donde los miércoles - al parecer sólo los miércoles por la tarde – se reunía un grupo de gente para socializar. Se suponía que era gente soltera, divorciada o viuda, pero a la entrada nadie pedía el certificado de estado civil y claro, al final había mucho comando enemigo intentando pescar lo que fuera. La cafetería estaba atestada de gente, el ruido y la música hacían casi imposible que escucharas a tu interlocutor y todo ello parecía mucho más un mercado de carne, donde unos compraban y otros ofrecían.

Nunca se me dio bien eso de ligar en un bar. De hecho, nunca lo intenté y después de ver eso, me pregunté si sería en un lugar como ese y a las tantas de la madruga donde el destino me tenía guardada una sorpresa con forma de mujer. Decididamente, descarté esa opción, tan igual a tantas otras que también existían. Así es que al final, por eliminación, llegué a la conclusión de que lo de la web de citas no es que fuese mi opción preferida, pero era la única posible. Era eso o esperar a encontrarme en la puerta de mi casa con una cartera con medidas de modelo, mientras me entregaba un paquete. Pero esta opción también quedó descartada, entre otras cosas porque a mí no me escribía nadie. Ni Hacienda.

Una vez que ya me acostumbré al uso de las webs de citas y que aprendí a usarlas debidamente para focalizarme en lo que de verdad estaba interesado, uno de los aspectos que consideraba más importante era la discreción. Al fin y al cabo, el que te viera en esa web era porque esa persona también estaba dentro. Por eso, ahora, cuando veo que la gente acude a un programa de televisión a ligar, se me rompen los esquemas.

Me imagino la reacción de todos los vecinos de esas personas al día siguiente. Supongo que si el encuentro no ha funcionado como se esperaba, aparecerán alcahuetas/os por doquier, intentando presentarte a una sobrina, un primo o una amiga de su abuela, que todo dependerá de la edad de los sujetos. Tus compañeros de trabajo, si la chica te ha dado calabazas y encima lo ha hecho en televisión, te van a estar vacilando hasta el día del juicio final; eso es peor que la rivalidad entre Real y Atlético. Alguno te pedirá el teléfono de la chica para probar suerte o tal vez quiera presentarte a su hermana.

En fin, que no se me ocurre ninguna razón para que personas jóvenes aparentemente sanos y normales de veintitantos, treinta o cuarenta años, necesiten exponerse de esa forma a hacer el ridículo en algunos casos, mientras miles de españoles se parten el pecho a su costa.  No comprendo por qué no prefieren iniciar un conocimiento mutuo a través de los correos, o incluso del teléfono, antes de tener una cita o varias, con discreción sin tener que publicarlo en el BOE, hacer partícipes a todos los vecinos del barrio y a los familiares, sobre todo con los que no te hablas.

Hace muchos años una persona me dijo algo que se me quedó grabado: “De lo que rebosa el corazón, la boca está llena”. Sabio consejo que desde entonces he procurado seguir.

Un viejo proverbio oriental dice: “Cuando busques esposa, procura encontrar a alguien con quien te guste conversar. Será a eso a lo que dediques más tiempo a partir de un momento dado”.

miércoles, agosto 02, 2023

Extra del cine mudo

Cuando era niño asumía como algo ineludible que al hacerme mayor todo sería igual de seguro y predecible como era mi vida en ese momento. Sólo se trataba de ir creciendo, estudiar algo, empezar a trabajar en un sitio, ir todos los días, cobrar un sueldo cada mes, jubilarte en esa misma empresa e ir de vacaciones a la playa en verano. Imagino que todo niño lo ha pensado en alguna ocasión. Cosas de la bendita ignorancia y la mágica inocencia.

Más tarde, a medida que, efectivamente, íbamos creciendo, empezamos a poner en duda algunos de aquellos principios que considerábamos inamovibles y cuando llegamos a la plena madurez, fuimos capaces de comprobar que la realidad poco tenía que ver con aquella tierna ingenuidad. Antes o después, la mayoría se ha encontrado no ya con un imprevisto, sino con un evento que ha señalado un antes y un después. Y suerte si sólo has encontrado un único evento, con un único antes y un único después.

En mi caso una concatenación de eventos perniciosos me llevó a tomar una drástica decisión: convertirme en extra de cine y tv. Fue así, tras ver un anuncio en un periódico en el que solicitaban modelos, que envié mis datos sin la más mínima esperanza de que me fueran a tener en cuenta. Y, sin embargo, al cabo de unos días, recibí una llamada para citarme en una oficina de una productora de tv.

Al llegar a la cita me encontré con un considerable número de personas de ambos sexos y de todas las edades, que imaginé estaban en la misma tesitura que yo. No recuerdo si acudí a la cita en mi propio coche o en transporte público, pero sí recuerdo parte de la entrevista que tuve con la chica que me había citado.

En esos momentos, mi situación económica no me permitía pagar el seguro obligatorio del coche – entre otras cosas -  y, por tanto, circulaba sin seguro. Para hacer más interesante la situación, los neumáticos delanteros estaban tan lisos que parecían los de un Fórmula 1. La persona que me entrevistaba preguntó si tenía coche propio para saber si podía contar conmigo o no. Le comenté a mi entrevistadora estos detalles y, como es normal, se mostró casi escandalizada. Yo intenté tranquilizarla diciéndole que, en caso de atropellar a alguien, lo remataría en el suelo para que no declarase en el juicio. Por algún extraño sortilegio, mezcla – tal vez – de pena por mi situación y necesidad por la suya, el caso es que unos días más tarde, fui citado para mi primer trabajo como extra en mi próxima, fulgurante e inesperada carrera cinematográfica.

La cita era a las 9 de la mañana en una nave de un polígono industrial de las afueras de Madrid, saliendo por la carretera de Andalucía. Debía ser puntual y vestir con chaqueta y corbata en tonos verdosos. Dado que entonces vivía en Las Rozas, estar a la hora convenida en el lugar indicado suponía un madrugón considerable, si tenemos en cuenta que es hora punta en todo Madrid. Y, además, insisto, circulaba sin seguro y con las ruedas delanteras lisas como la cabeza de Kojak.

Una vez llegué al lugar indicado, me encontré con muchas otras personas vestidas todas ellas con estilos tan distintos, que, en su conjunto aquello parecía más un carnaval que un supuesto programa de TV. Al parecer entre esas personas, algunos ya se conocían de antes y mantenían una animada conversación. Como siempre en esta vida, los hay expertos allá donde vayas.

Poco después, una persona se dirigió al numeroso grupo y nos indicó que pasáramos al interior de la nave. En realidad, ese fue el momento en el que pude ver los decorados, los entresijos, las bambalinas, de un programa de tv. Nos llevaron a través de una puerta a unas escaleras que no conducían a ninguna parte. Allí nos dijeron que debíamos guardar silencio o hablar muy bajito y esperar a que nos llamaran. A falta de otro mobiliario, nos sentamos en los escalones a la espera de que nos llamaran para hacer lo que se suponía que debíamos hacer como extras. Yo pensaba que si nos habían citado a las 9 de la mañana nos llamarían pronto, así es que, estaríamos poco tiempo sentados en aquella escalera. Pero el tiempo pasaba y la puerta tras la cual estaban trabajando, no se abría para invitarnos a pasar al escenario.

Como lo único que teníamos como capital era tiempo, empezamos a establecer una cierta relación con los compañeros de infortunio. Nadie estaba allí por vocación, eso seguro. Fue así como inicié una tímida conversación con la chica que estaba sentada junto a mí, en el mismo escalón. Hablábamos en susurros, pero éramos tantos en las escaleras que en alguna ocasión se abrió la puerta y nos dijeron que “¡silencio, que están rodando”! Ya sólo nos quedaba el lenguaje de signos.

Allí estuvimos sentados en aquella escalera, tras la puerta que daba al plató, hasta que, por fin, a eso de las 14.30, la puerta se abrió. La persona nos indicó que pasáramos y nos fue colocando en grupos de dos o de tres en diversas ubicaciones del escenario, que figuraba ser una cafetería. Cuando terminó la distribución del personal fue cuando nos dio las instrucciones:

-          Deben simular que mantienen una conversación con la persona con la que están, pero no deben emitir ningún sonido. Sólo gesticular. Incluso si sonríen, mejor, pero siempre en absoluto silencio.

La noticia me defraudó. Yo, que había albergado la esperanza de iniciar una nueva carrera, esta vez en el mundo del cine y la tv, me veía relegado al cine mudo y a la mímica. Estaba dispuesto a empezar desde abajo, pero nunca se me ocurrió que tenía que empezar tan atrás.

La pantomima duró escasamente cinco minutos, tras los cuales, nos devolvieron a los corrales, es decir, a la escalera; a nuestros escalones y a nuestras extrañas conversaciones con esos desconocidos con los que estábamos compartiendo una mañana de actuación.

Alrededor de las tres de la tarde, sin haber bebido ni comido absolutamente nada desde el desayuno, más de ocho horas antes, nos volvieron a llamar. En esta ocasión nos fueron llamando por nuestro nombre y apellidos y nos hicieron pasar por una pequeña oficina en la que estaba la chica que nos había “contratado”. Al llegar frente a su pequeño escritorio y casi sin levantar la cabeza de los papeles que tenía sobre ella, tras nombrarme, me extendió un sobre con 3.500 pesetas. Ese fue el salario pactado. Mi primer sueldo como actor de tv. No fue la mejor de las experiencias, pero cuando fuera famoso la podría contar en algún programa de máxima audiencia.

Por cierto, yo no veía habitualmente la serie de la que trataba el trabajo y nunca me vi en ella.