viernes, marzo 20, 2020

La basura y el C.I.


En casa disponemos de dos lugares donde poder depositar la basura. Uno a cada lado, derecha e izquierda, de la entrada y salida de vehículos, pero a una buena distancia entre ellos, lo que hace que, dependiendo de cuál sea el destino al que vayas en coche, interesa más uno u otro. Además, los recipientes, son distintos en uno y otro. Unos son los típicos contenedores grandes, verdes, con un pedal para levantar la tapa, donde se deposita la basura orgánica, y al lado están los destinados a vidrio, cartón, etc. También muy grandes.  En el otro extremo, más cerca de una entrada peatonal a la urbanización, están los otros contenedores. Éstos, son de los que están enterrados en el suelo y la basura se deposita abriendo manualmente la tapa que tiene forma de semitubo. Este modelo, tiene el pequeño inconveniente de que la propia tapa en forma de tubo, limita la capacidad de la bolsa que se pretende depositar. Esto, que es evidente a todas luces, para alguno debe representar un problema insoluble.


No sé si es que en mi comunidad existe un desproporcionado número de gilipollas o si es que sólo son unos pocos, pero que tiran la basura con más frecuencia. Sea como fuere, el caso es que cada vez que voy a introducir mis bolsitas, la mitad de las veces, me encuentro con que el recipiente está inutilizado, porque algún subnormal profundo ha pretendido meter una bolsa del tamaño de un elefante en un hueco donde no cabe nada mayor que un gato. Y a veces, este problema se repite tanto en el recipiente dedicado a orgánico, como el dedicado a papel y cartón o envases.


No parece que sea muy difícil de entender que lo que no cabe, no entra, y que, si eres tan estúpido supino que empujas la macro bolsa con el mismo ímpetu y frenesí con el que los japoneses empujan en el Metro de Tokio, lo único que vas a conseguir, ¡so imbécil! es que el contenedor se atasque y como consecuencia, los que vienen detrás, entre ellos, yo, tengamos que depositar la bolsa fuera del contenedor, con el consiguiente perjuicio al medio ambiente, a la estética y sobrecarga de trabajo a los trabajadores de la limpieza.


Parece un problema elemental, ¿verdad? ¿No da la impresión de que sea insoluble, no? No es necesario disponer de ningún Máster, ni siquiera de esos que le regalan al Dr. Fraude, ¿verdad? Bueno, pues a pesar de que la lógica resulta aplastante, cada vez que voy a tirar las bolsitas me encuentro con la sorpresa de que uno o varios, están atascados. Y claro, me empiezo a cagar en todo lo que se mueve.


El día que pille al retrógrado mental atascando el contenedor, saco su bolsa y le tiro a él o a ella, dentro. Y después, van mis bolsas.

20/03/2020 El idiota ha vuelto a atacar
 

jueves, marzo 19, 2020

Un viaje infernal


El grupo de amigos lo componían dos parejas (hetero) y sus respectivos hijos: una chica y un chico. Al subirse al coche todos ellos, en Madrid, el objetivo era acercarse a un pueblo de la costa gallega, de la provincia de La Coruña, a disfrutar de un largo puente. O sea que tenían por delante unas cuantas horas que tratarían de hacer amenas, sobre todo para los niños. No tenían pensado batir ningún récord de velocidad y por eso se habían planteado el viaje como algo relajante, para disfrutar de la conversación, de la música y del paisaje.

De repente, justo cuando acababan de dejar atrás Puerta Hierro y enfilaban por la A-6 camino de A Coruña, la niña de sus amigos, que era tartaja, preguntó:
 -  -Ffffffff……….fffffffff……….fal…………..fal….falta....mmmm………mmmmmm…….mu………………mucho?

En ese momento, al conductor del vehículo, - el único que disponía del permiso de conducir de todo el grupo - se le dispararon todas las alarmas disponibles en su cerebro. Un detalle que nadie le había advertido, era la dificultad de la niña de sus amigos para articular una frase entera sin engancharse, lo cual, no era en sí algo a tener en cuenta…salvo que, al mismo tiempo, - y ahí radicaba el verdadero problema- lo conjugues con un nivel de impaciencia rayando en la obsesión. El pobre hombre, no sólo iba a tener que conducir todo el camino, todo el tiempo, sino que acababa de descubrir que, además, lo que en un principio parecía que iba a ser un plácido viaje, estaba destinado a convertirse en una pesadilla que pondría a prueba su ya demostrada paciencia tibetana.

La niña, además del defecto en el habla, debía sumar alguno que otro relacionado con el tiempo, porque cuando pasaban por Aravaca, apenas unos minutos después, volvió a interesarse:

-Ffffffff……….fffffffff……….fal….fal……….falta….mmmmmmm………mmmmmm…….mu………………mucho?

Ahí fue cuando el conductor, decidió poner en práctica sus conocimientos de relajación mental, de abstracción del entorno y de autosugestión contra el dolor, a fin de poder controlarse y evitar parar el coche en una gasolinera y hacer como que se olvidaba de la niña, algo que, - tal vez – también agradecerían sus propios padres. 


De momento, lo que en un principio se había considerado como un largo paseo hasta su destino en la costa gallega, se convirtió por mor de las circunstancias, en una carrera al más puro estilo Canon Ball. Al tiempo que intentaba controlar sus impulsos asesinos para con la impaciente niña, que desde el asiento trasero amenazaba su paz interior, debía prestar la máxima atención a la carretera, porque había decidido que, probablemente, iba a batir el récord de velocidad en el trayecto Madrid-Cedeira. 

A velocidad normal, existían grandes probabilidades de que, o bien la niña sería inmolada, o bien la amistad con sus progenitores se vería definitivamente afectada. Cualquiera de ambas alternativas, era igual de desagradable. Por tanto, sólo cabía una medida paliativa, como era la de apretar el acelerador y derrapar en las curvas.

A pesar de eso y de parar las menos veces posibles para no alargar el viaje más de lo estrictamente necesario, el viaje fue un suplicio chino, porque la susodicha, volvía a preguntar cada 5 minutos, si faltaba mucho. Y todavía quedaban los días de estancia en el pueblo.

Algo debieron ver los padres de la criatura; algún gesto casi imperceptible debieron vislumbrar cuando llegó la hora del regreso, porque se buscaron una excusa para permanecer en el lugar más tiempo, visitar a unos supuestos parientes y así evitar tener que regresar en el coche y hacerles sufrir de nuevo a sus amigos, un viaje de vuelta como el que les había traído. Ellos tomarían el tren de regreso a Madrid, otro día.

A pesar de los años transcurridos desde entonces, y aunque la susodicha sea ya una adulta, en estos días de confinamiento obligado y sine die, no me la imagino soportando estoicamente el enclaustramiento por el coronavirus. Que Nuestro Señor asista y proteja a quien esté cerca de ella.

Amén.

sábado, marzo 14, 2020

EL CORONAVIRUS Y SU PASTELERA MADRE


Aparte la irresponsabilidad del gobierno y su demencial estrategia – si es que a eso se le puede llamar estrategia – de cómo luchar contra esta pandemia, lo que más me llama la atención es el grado preocupante de subnormalidad profunda que demuestra la población en general. Esos, a los que el presidente del gobierno se refiere llamándonos compatriotas, rehusando utilizar el término españoles, del mismo modo que también rehúye utilizar la expresión Su Majestad el Rey, y utiliza el Jefe del Estado, para referirse a D. Felipe. Y para muestra varios botones.

El otro día, a última hora, entré un momento al Mercadona a comprar una chorrada. Tan chorrada que ya ni me acuerdo qué era. Me llevé una profunda impresión al comprobar todos los estantes de todas las secciones, totalmente vacíos. Ni fruta, ni verdura, ni carne de ningún tipo, nada de nada. Pensé que, a la gente, le había dado un yuyu, se habían pensado que lo del virus es como la bomba atómica y que no había un mañana para seguir comprando. O eso, o que la mayoría tiene que llenar hasta arriba los búnkeres que se han construido para pasar el trauma.

Ayer, a media mañana, volvimos a entrar para comprar otra chorrada y cogimos la última que había de su especie. Y fuimos testigos presenciales del paroxismo al que han llegado muchos, en una fiebre descontrolada por comprar todo lo que cabe en un carro…o dos. Si esto fuera un país comunista – que vamos camino de ello – a esa gente habría que recluirla en un campo de reeducación marxista, acusados de acaparamiento de víveres. Luego, al llegar a la caja, lo comentamos con la cajera, que entre sonrisa va y sonrisa viene, nos confesó que cada día, Mercadona, a las 6 de la mañana repone todo lo que se ha vendido el día anterior, para tenerlo disponible a las 9 cuando abren, pero que a las 12, ya no hay nada. Las cajas, estaban echando humo, toda la hilera ocupada y con unas colas kilométricas de personal con su carro o sus dos carros. ¡Demencial!

Pero el caso es que nosotros, por diversas circunstancias, no habíamos tenido tiempo de hacer la compra semanal. Y siguiendo los consejos de la cajera, esta mañana hemos madrugado – para ser sábado – y nos hemos presentado en el Mercadona a las 9.15, con la esperanza – vana – de poder hacer la compra sin problemas. ¡Una mierda pa mí solo! 

A las 9.15 de la mañana, ya no había sitio para aparcar el coche en la planta principal – cubierta - y nos hemos tenido que subir a la segunda planta, al aire libre. No estaba vacía, precisamente. Pero claro, los cientos de coches que había allí aparcados, tenían un dueño y ese, estaba dentro del súper.
Entrar al súper y ver aquella marabunta de gente pulular de un lado a otro, con los carros hasta los topes, chocando unos con otros, discutiendo, daba la impresión de que alguien, en algún momento, iba a sacar un Magnum 357 y se iba a liar a tiros. Ha sido el mayor shock que he sufrido en los últimos años. Parecía los momentos previos al Apocalipsis.

A pesar de haber llegado temprano, la sección de congelados, estaba tiritando y no era por el frío. Prácticamente, vacías. En la sección de carnes, todavía quedaba algo, pero no lo que habitualmente compramos, y eso que eran las 9.30. Mayonesa, tampoco había. El queso, se han llevado la producción anual y nos hemos llevado lo que nos han dejado. En fin, como ya he dicho, un caos total.
Mientras intentábamos hacer la compra, uno de los dependientes hablaba con otro cliente y le decía: “cada día vienen dos tráileres repletos hasta arriba de todo. 80.000 kilos. Pero claro, si la gente en vez de llevarse dos kilos, decide llevarse seis, pues es que no damos abasto”.

Por otro lado, y al margen de la preocupante escasez de productos, debido fundamentalmente al irracional deseo de acaparar todo lo que se pueda, lo más destacable es que en un espacio cerrado, había tal aglomeración de personas que las supuestas medidas de seguridad implementadas para salvaguardar la salud, no tienen ningún sentido si no se impone un orden como en Italia. No tiene sentido que estemos en estado de alarma, se prohíban las aglomeraciones de más de 500 personas, y luego vayas al súper y sea materialmente imposible dar un paso, sin tropezarte con otro carro, conducido por otro ser humano. Y así hasta ni se sabe.

Total, que, entre la escasez de productos y el ansia viva por comprar de todo, hemos tardado en hacer la compra 10 minutos y nos hemos puesto en una de las ocho colas que había, una por cada caja. En la cola hemos estado 45 minutos, más o menos. Un planazo. Y claro, hemos visto de todo. Por ejemplo, la señora que iba justo delante de nosotros, llevaba – entre otras cosas – 7 bandejas de carne, de todo tipo: de vaca, de pollo y de cerdo, y porque no había de avestruz y de cocodrilo, que, si no, también. Otra señora, ha decidido que lo mejor era llevarse 3 botellas de suavizante para la ropa, cada de las cuales de 5 litros. En este caso he llegado a la conclusión, evidente, de que la señora o se mete en vena el suavizante o realiza algún tipo de cóctel. 

Estoy seguro que el señor Roig, debe estar partiéndose el pecho de la risa, mientras su cuenta corriente, ya de por sí saneada, va agrandando sus beneficios. Eso sí, como es un tipo listo y generoso, va recompensar a los trabajadores con un bonus del 20% por su esfuerzo.
Como consecuencia de que no hemos podido completar la compra en Mercadona, nos hemos ido al SúperCor, con la idea de completar lo que nos quedaba. ¡Pues otra mierda para mí solo!

De entrada, un sitio que la mayor parte de las veces, está vacío o semi vacío, hoy, en atención especial a mi interés, no había ni sitio para aparcar. Así es que hemos tenido que esperar un buen rato, con el motor apagado, hasta comprobar que efectivamente no había sitio y poder dar la vuelta – algo que es especialmente dificultoso por la estrechez del parking – y aparcarlo fuera en la calle. Después, en las cajas, el mismo esperpento que en Mercadona.

Y para terminar de redondear la jornada de confinamiento voluntario y dado que todavía nos faltaban algunas cosas por comprar, hemos ido primero, a una frutería a la que nunca habíamos ido antes. La cola, llegaba hasta la calle y allí no hemos encontrado lo que buscábamos. Así es que hemos cogido los bártulos y nos hemos ido a otra, más en el núcleo urbano. Y allí, sí, por fin, hemos podido dar por finalizada nuestra primera jornada de confinamiento, a eso de mediodía, cuando hemos salido de casa sobre las 9 de la mañana. Un plan perfecto.

Conclusión: la gente tiene un niovel de subnormalidad preocupante. Yo entendería que esta fiebre irracional y consumista, podría tener sentido si hubiera escasez de alimentos, los supermercados no pudieran abrir o situaciones similares, pero habida cuenta de que no existe ningún problema, no alcanzo a comprender este tipo de comportamientos. ¿De verdad es absolutamente necesario comprar 15 litros de suavizante para la ropa? Hombre, a no ser que vayas a instalar un negocio de lavandería industrial en tu casa, yo no lo veo. ¿Y lo del champú y gel de ducha? ¿Es que la gente se va a duchar 7 veces al día?

Lo dicho: hay demasiado imbécil.