domingo, mayo 19, 2019

Fermín y su tío el rarito.

Fermín, el protagonista de esta historia, tenía un tío por parte de madre al que veía muy de tarde en tarde. Su tío, Eusebio, decidió quedarse por Galicia terminada la guerra civil y durante el resto de su vida no salió de allí jamás, ni siquiera para saludar a sus tres hermanas que residían en Madrid y a las que no volvió a ver. De hecho, aunque en aquellos tiempos no existían los teléfonos móviles ni el whatsap, al menos había teléfonos normales, de esos negros y pesados como una caja de caudales. Pero no llamaba ni por Navidad.

Eusebio echó raíces en Galicia, más concretamente en Lugo y montó allí un negocio, una tienda de electrodomésticos, que era lo suyo. Con un destornillador tenía más peligro que Billy el Niño con un revólver. Se pasaba el día desarmando aparatos, escudriñando sus entrañas, descubriendo su funcionamiento, y en ocasiones, después, él fabricaba otros aparatos similares y se los regalaba a los familiares. O sea, como un japonés, pero sin ánimo de lucro. 

El caso es que después de más de veinte años que el tal Eusebio no se daba un garbeo por los madriles ni para saludar a sus hermanas, Fermín, su sobrino, se las ingenió para que al menos su madre, pasara una temporada en casa de su hermano en verano. Como éste ya se había jubilado, el negocio de Lugo lo había vendido hacía tiempo y se había trasladado a vivir a un chalet, en lo alto de unos acantilados, en La Coruña, justo frente a la Torre de Hércules, al otro lado de la bahía, en una urbanización muy cerca del término de Oleiros. 

Años más tarde, Fermín volvió por tierras gallegas, pero por no molestar a su tío, prefirió sentar su campamento en Puentedeume. Por aquello de quedar bien, un día Fermín, quería visitar a su tío y se le ocurrió llevar unos pasteles y entonces pudo comprobar en primera persona, lo diferentes que somos en España. La conversación con la dependienta de la pastelería tuvo tintes kafkianos desde el principio.

- Buenos días. Quería un kilo de pasteles.
- Ay, mire usted! Es que no sé cuántos van a entrar

La respuesta dejó a Fermín totalmente descolodao. Se quedó pensativo unos segundos intentando comprender si la respuesta de la señora se debía a que no había entendido la pregunta, o si por el contrario, era él, el que no había captado el cerrado acento gallego que tan familiar le resultaba de su infancia.

- Pues da igual los que entren. Un kilo, será un kilo - intentó razonar Fermín.

La dependienta insistía en que no podía asegurar el número de pasteles que iban a entrar y Fermín se encontró en un callejón sin salida, hasta que la otra chica que estaba tras el mostrador, se percató de qué era lo que estaba pasando.

- Usted no es de aquí, verdad? - le preguntó a Fermín con un marcadísimo acento gallego.
- Pues no. Pero no se preocupe que yo el gallego lo entiendo bastante bien.Aunque lo que ya me cuesta más trabajo, pensó para sus adentros, es entender su manera de pensar.
- No, si es que aquí, en Galicia, los pasteles se compran por piezas, no al peso.

Acabáramos! ya se había descubierto cuál era la razón de semejante conversación absurda y sin sentido.

- Vale. Entendido. Pues póngame una docena.

Una docena de pasteles en Madrid, es una cantidad asequible para un grupo de personas reducido, como era el caso. En Galicia, los tamaños de cualquier cosa, parecen diseñados por dioses mitológicos y los doce pasteles parecían doce tartas de cumpleaños.

El caso es que Fermín cogió el coche alquilado y la docena de pasteles gallegos y se dirigió a casa de su tío. En cuanto entró por la puerta, intentó dejar en alguna parte la pesada carga de los pasteles, al tiempo que anunciaba de qué se trataba.

- ¿Pasteles? - preguntó en un tono semejante a la indignación su tío. Eso es veneno - sentenció sin dar lugar a réplica. Y Fermín se quedó helado. El azúcar es puro veneno para el cuerpo, insistió su tío, que en cuestiones de convenciones sociales, no parecía muy ducho. Y a partir de ahí intentó esgrimir una serie de teorías científicas o pseudo científicas, según las cuales, si los trogloditas no comían pasteles ni dulces, sería por algo y por eso, no aceptó el presente que su sobrino le ofrecía. Ni por educación. "El azúcar, mata y provoca cáncer". Y claro, ante semejantes argumentos, no hay defensa posible.

El caso es que era tal el convencimiento del tío Eusebio, que a Fermín no le quedó otra que volver a coger los dichosos pasteles y llevárselos de vuelta al hotel de Puentedeume donde se alojaba. 

A la mañana siguiente, a la primera camarera de pisos que se encontró por el pasillo, le endiñó la docena de pasteles. La camarera puso una cara como si le estuvieran poniendo en sus manos una bomba a punto de estallar y Fermín intentó explicarla en breves palabras que había comprado esos pasteles para una persona que, sin él saberlo, era diabética y no podía comerlos. El argumento, pareció convencer a la buena señora. Al menos, se quedó con los dichosos pasteles que dieron más vueltas que una peonza.
 

Viena.

El viaje a Eslovaquia, pasa inexorablemente por Viena. Por el momento, practicamente no hay vuelo directo a Bratislava.

Cuando lo planificamos, tuvimos claro desde el principio que aunque es factible salir desde el pueblo donde estábamos en Eslovaquia (Chactice) y llegar hasta Viena de una tacada y en unas dos horas y media o así, ello obligaba a un esfuerzo y un madrugón, que conllevaba ir con la lengua fuera y correr el riesgo de sufrir cualquier contratiempo y perder el vuelo. Así es que esa opción, la descartamos y preferimos hacer una escala en Viena más tranquila.

El viaje desde Bratislava, lo hicimos como a la ida: en un autobús genial. En apenas una hora, llegas a Viena. Aunque parezca mentira, nos costó un poco encontrar un taxi hasta el hotel, porque no hay parada en la estación central de autobuses. Pero el caso es que tuvimos suerte y en 5 minutos pudimos coger uno de un viajero que dejaba uno libre.

Al llegar al hotel  hicimos el correspondiente check in y ya en la habitación, que era bastante espaciosa, intentamos organizar lo que ya teníamos en mente desde hacía tiempo, que era visitar exclusivamente el centro del Viena, la Catedral, dar una vuelta por allí y zamparnos una tarta sarcher en un café vienés. O sea, como comerse un bocadillo de calamares en la Plaza Mayor de Madrid, pero en plan Sisi. Ya de paso, organizamos la cena que, por supuesto, no ib a ser en el hotel. 

Con el correspondiente mapa que nos dieron en recepción y sus indicaciones, enseguida llegamos a la estación de metro que nos dejaría 5 estaciones después, en plena Catedral de Viena. Y fue allí, donde al salir del mtero a la plaza, pensé: "¡coño! qué corto se me ha hecho el viaje a Tokyo!" Tal era la cantidad de japoneses que había por el lugar.











Después, al entrar en el edificio, sufrí una profunda vergüenza ajena. Aquello me recordaba al pasaje de la Biblia en la que Jesús expulsa del templo  a los comerciantes, a base de latigazos.
Del techo de la nave central, colgaban piedras sujetas con cables, que representaban una obra de algún genio artista. El gentío, deambulaba por el lugar, sin el más mínimo recato ni respeto a los escasos feligreses que pretendían rezar. Era como pasear por el Rastro madrileño un domingo. Ahí fue cuando comprendí a Martín Lutero.

Salimos de allí algo escandalizados por el triste espectáculo y fuera, pudimos comprobar, que la catedral como tal, debería sufrir el mismo tipo de renovación que hemos hecho en Santiago, por ejemplo. Da la sensación de que están en ello, pero les queda curro para rato porque por fuera, el lateral del edificio, está lleno de mierda hasta la bandera.

Una vez de vuelta en la plaza, el Google maps nos fue indicando el camino para llegar hasta el Café Central, con la sana intención  de comernos la tarta más famosa de Viena en el café más conocido. Mientras seguíamos las indicaciones del móvil, íbamos descubriendo las calles más comerciales y las firmas más exclusivas de todo tipo: Armani, Breil, Jimmy Choo, Cartier...hasta Tifany!

Lo curioso es que los japoneses compraban en todas esas tiendas como si no hubiera un mañana.







Finalmente, llegamos a nuestro destino pretendido y pudimos comprobar lo que ya nos habían advertido: que era muy probable que para entrar en el Café Central, hubiera que esperar un cola curiosa y después, tener suerte de poder sentarte en una mesa en condiciones.

Por eso, después de hacer la foto como prueba de que efectivamente, hay gente capaz de ponerse en una cola para entrar a comerse un trozo de tarta, nos dimos media vuelta y buscamos otro café.

En el camino, habíamos visto uno cuyo nombre nos llamó la atención: "Levante", en perfecto español. No albergábamos la menor esperanza de que el propietario fuera un compatriota, ni siquiera que dentro se hablara español y al entrar, efectivamente, no nos defraudaron. 

El dueño tenía aspecto de ser Sirio, Libanés o de cualquier otra parte similar, pero desde luego de Valencia o Alicante, ni de coña. Y ni qué decir tiene que sólo había un camarero que hablaba inglés. El español, lo escuchamos un par de veces por la ciudad y una de ellas, fue en el metro.

A pesar de todo y sabiendo que más que una cafetería era un restaurante, le preguntamos si podíamos satisfacer nuestro antojo de tarta y como nos dijo que no había problema, nos pedimos dos diferentes. 

Después, volvimos nuestros pasos hacia el metro, no sin antes parar en una tienda de recuerdos y comprar por el módico precio de 6€ un escudo magnetizado para el frigo. 

Como por esos mundos de Dios tienen unas costumbres a la hora de comer y cenar que deberían ser declaradas ilegales, llegamos nuevamente al hotel para deshacernos de todos los elementos que nos identificaban como turistas y en la habitación, seleccionar el restaurante al que íbamos a cenar. Tuvimos suerte porque en la misma calle del hotel, a una manza de distancia, había un indio que ya habíamos visto y tenía buena pinta. Y allí que nos dirigimos y la verdad, mereció la pena. El restaurante se llama Satraj y si te gusta la comida india, te lo recomiendo.  

Al día siguiente, nuestro avión salía a las 14.00 horas así es que teníamos tiempo de sobra para despertar sin agobios y desayunar sin prisas. Eso sí, fuera del hotel, porque el buffet tenía un coste adicional de 15€ por persona, lo que me pareció totalmente ridículo e inaceptable. Por eso, buscando a través de internet habíamos visto una cafetería justo enfrente del restaurante indio y allí que nos fuimos.

Hacía un día espléndido, un sol radiante y una temperatura de unos magníficos 5 o 7 grados. Aún así, fuera de la cafetería, había dos mujeres suramericanas, hablando perfecto español y desayunando en un ambiente estepario. Nosotros, más acostumbrados a temperaturas más cálidas, nos metimos dentro y pedimos un café y un croisant cada uno y por el módico precio de 11,20€ habíamos terminado de desayunar.

Después, a eso de las 11.00, nos llamaron desde recepción para indicarnos que el taxi que nos llevaría al aeropuerto, ya estaba allí. La verdad, es que lo esperábamos para un poco después, pero asumimos que eso de llegar tarde era patrimonio exclusivo de los españoles y que un alemán, jamás llega tarde. En este caso era una alemana, súper simpática, que no dejó de parlotear en inglés hasta que nos dejó en el aeropuerto. 

Dejamos Viena con algo menos de 10 grados y aterrizamos en Málaga con casi 30. 

Nos queda pendiente visitar Viena más despacio.

miércoles, mayo 15, 2019

Eslovaquia. Čachtice

Čachtice es una aldea de Nové Mesto nad Váhom, situada entre la Depresión danubiana y los pequeños Cárpatos, en el oeste de Eslovaquia. Es más conocida por las ruinas del Castillo Čachtice, casa de Erzsébet Báthory, quien supuestamente fue la más prolífica asesina en serie de su época.

De hecho, ha sido aquí, en esta localidad, donde hemos estado invitados por nuestros amigos en su casa. Y claro, la visita al castillo era obligada.

Aunque como muchos monumentos en Eslovaquia (incluidas las paradas de autobús), está siendo restaurado, pudimos girar una visita a una especie de casa de los horrores, a escasos metros de donde teníamos nuestra residencia.

Lo que nos contaron las dos chicas jóvenes que atienden a los escasos visitantes y que nos hablaron en inglés (y eslovaco), es lo mismo que dice Wikipedia acerca de esta hija de Satán.

La condesa Erzsébet Báthory de Ecsed (en húngaro: Báthory Erzsébet, ˈbaːtoɾi ˈɛɾʒeːbɛt) (Nyírbátor, Hungría, 7 de agosto de 1560-Castillo de Čachtice, actual Trenčín, Eslovaquia, 14 de agosto de 1614) fue una aristócrata húngara, perteneciente a una de las familias más poderosas de Hungría. Ha pasado a la historia por haber sido acusada y condenada de ser responsable de una serie de crímenes motivados por su obsesión por la belleza que le han valido el sobrenombre de la Condesa Sangrienta: es la mujer que más ha asesinado en la historia de la humanidad, con 650 muertes.

Según parece, disponía de varios castillos y posesiones en una amplia zona que comprendía parte de lo que hoy es Hungría y Eslovaquia. Secuestraba a las jóvenes de las localidades cercanas a sus tierras y después de someterlas a toda clase de torturas, se bañaba o se bebía su sangre.

Está claro que para cometer semejante cantidad de atrocidades, necesitas la ayuda de más de un cooperante y habida cuenta de su estatus social y su poder omnímodo, no le resultaría difícil convencer a sus lacayos de colaborar en sus desquiciados planes, salvo peligro de terminar como aquellas pobres desgraciadas.

Yo le pregunté a la joven, que en un perfecto inglés nos acompañaba en la visita, cómo era posible que las familias no denunciaran estos hechos y su respuesta fue aún más aterradora que la propia historia: al tratarse de jóvenes del campo, la mayoría eran analfabetas, como sus familias y aunque fuesen a las autoridades a denunciar los hechos, no eran capaces de leer ni firmar ninguna denuncia.

Casó muy joven, como era costumbre en la época, con un primo suyo que se pasó más tiempo guerreando que en el castillo. Mientras iba de guerra en guerra, empalando aquí y allá, la cosa no pintaba mal para ellos. Pero en una de estas, al que empalaron fue a él y al quedar viuda, se le cruzaron los cables y comenzó su sangrienta historia. 

Finalmente, el Rey Matías II de Hungría, se mosquea de tantos rumores de cosas que pasan en el castillo y ordena una investigación. 

Pero la ley impedía que Isabel, una noble, fuese procesada. Fue encerrada en su castillo. Tras introducirla en sus aposentos, los albañiles sellaron puertas y ventanas, dejando tan sólo un pequeño orificio para pasar la comida. Finalmente, el rey Matías II de Hungría pidió su cabeza por las jóvenes aristócratas que supuestamente habían muerto a sus manos, pero el primo de esta le convenció para que retrasara el cumplimiento de la sentencia de por vida. Así es que la condenaron a cadena perpetua en confinamiento solitario. Esta pena implicaba también la confiscación de todas sus propiedades, lo que Matías venía ambicionando desde tiempo atrás.

Como se ve, lo de Drácula, no es una gilipollez.

(Ver más datos AQUÍ)    



La Condesa asesina medía sólo 1,50. O sea que el vestido es sólo una recreación.













Eslovaquia, que siempre ha estado sometida a algún imperio, no ha tenido idioma propio y reconocido hasta mediados del siglo XIX. Allá por 1850. En estas imágenes se muestran algunos de aquellos personajes que se consideran padres de la patria y defensores del idioma, así como obras escritas en eslovaco.






Dentro de la casa museo, también se exhiben numerosos objetos que datan de la época de los romanos y que atestiguan su presencia por estos lugares.



Incluido un colmillo de mamut.





Después de tantos horrores y de tanta sangre, no nos quedó otra alternativa que irnos a un bar a tomarnos una cerveza. Eso sí, con cuidadín, que la cerveza tenía 12 grados de alcohol. Pero estaba de muerte.

martes, mayo 14, 2019

Eslovaquia. Trnava

Trnava o Tirnavia​ es una ciudad de unos 65.000 habitantes, ubicada actualmente en Eslovaquia, en la zona occidental del país, capital del kraj homónimo, conocida como la Roma eslovaca y situada a 50 km al noreste de Bratislava.

Está situada en la llanura que se extiende a los pies de los Male Karpaty (Pequeños Cárpatos) y es una de las ciudades más antiguas de Eslovaquia. Tuvo su reconocimiento oficial en 1238 y, cuando en 1541 el territorio de Hungría y la misma Budapest fueron ocupados por los turcos, los arzobispos primados de Esztergom eligieron Trnava para instalar allí su sede, convirtiéndose así en la capital religiosa del reino de Hungría.
Lo primero que haces cuando llegas a esta ciudad, es buscar un aparcamiento público que, como casi todos en Eslovaquia, tienen un tiempo de gracia y la mayoría, al final, son gratis. Éste, en concreto, estaba justo al lado del campo de fútbol del equipo local (el City Arena) y tenía una salida a un centro comercial realmente impresionante.
Resultado de imagen de centro comercial trnava city arena futbol 

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Una vez que ya has resuelto el problema del parking, vas caminando hacia el centro de la ciudad, en la que, como parece ser habitual, a pesar del número de habitantes, no hay muchos en la calle. Finalmente, acabas frente a la Iglesia de San Nicolás, una catedral gótica, precedida por una plaza y un monumento que no tengo ni idea de a quién está dedicado.

Afortunadamente, pudimos visitarla por dentro y es realmente bella por su riqueza hornamental, su diseño y el contraste de influencias que tiene.
















Para los aficionados a la fotografía, diré que las fotos del interior, están hechas sin flash.

Caminar por sus calles desiertas, escuchar el sonido de tus propios pasos, disfrutar de la belleza de sus edificios  y sentir el frescor de la mañana, resultan una fórmula casi mágica para apaciguar el alma.











 Aunque lo más curioso es que en nuestro camino, nos encontramos con algo que nos confundió. En un principio pensamos que se trataba de algo obvio, tal y como reza el letrero. Pero resulta que es un centro educativo perteneciente al programa ERASMUS.



Por supuesto, después del paseo y del baño cultural, nos detuvimos en una cafetería a tomar nuestro consabido cafetito y un trozo de tarta (por si nos sentaba mal la cafeína).