lunes, diciembre 25, 2017

La Navidad y mi toque personal

No recuerdo bien si fue en Nochebuena o en Fin de Año. Lo que sí recuerdo es la agradable sensación que desde el primer momento tuve de aquella cena.

El día amaneció gris, frío y enseguida comenzó a nevar. No de una forma muy copiosa, pero sí a un ritmo constante. Rápidamente, las calles empinadas del pueblo y los accesos principales por carretera, se convirtieron en una trampa mortal para todos los vehículos que no iban provistos de cadenas. Y la lista de coches abandonados en las inmediaciones del Monasterio de El Escorial, fue aumentando a medida que avanzaba el día, la nieve se iba acumulando y llegaban los incautos sin los medios necesarios para moverse en tales circunstancias.

Confieso que siempre me ha gustado la idea de mezclar Navidad y nieve, así es que excuso decir, lo encantado que estaba con esa combinación. Además, yo llevaba puestas las cadenas en el coche desde que había salido del garaje. Por lo tanto, estaba más que tranquilo.

Esa noche cenaríamos en casa de unos íntimos amigos, que vivían a escasos quinientos metros. A pesar de la cercanía, las circunstancias obligaban a trasladarse en coche y bien abrigaditos.

Al entrar en la casa, enseguida notamos el golpe de calor que venía de la chimenea encendida. Para aumentar la sensación de confort, de hogar, un villancico se escuchaba de fondo, casi imperceptiblemente. La casa - como siempre - estaba adornada primorosamente y no había un rincón en el que faltara el más nimio detalle. El árbol de navidad, se imponía en el salón, junto con otros adornos que colgaban aquí y allá, y también de las estanterías llenas de libros. El comedor en el que cenaríamos, estaba iluminado con velas, dando aún una mayor calidez e intimidad. De las ventanas, colgaban unos adornos metálicos en forma de arbolitos, típicos de Holanda. La mesa, con la mejor vajilla y cubertería que tenían Katja y Daniel, ensalzaba aún más el evento. Una cena sencilla, sin grandes alardes, excesos ni complicaciones, cuya única finalidad era compartirla con unos amigos.

Desde las ventanas del comedor, mientras cenábamos, se veía cómo la nevada constante, iba cubriendo el coche y los campos de un grueso manto blanco. Era una imagen mágica esa de estar calentito dentro de casa, con las velas encendidas, los cristales ligeramente empañados y ver caer la nieve, lentamente pero sin descanso, hasta formar una gruesa capa.

Luego, a eso de las 4 de la madrugada, nos despedimos de Katja y Daniel y nos dispusimos a regresar a casa. Al salir, se podía observar que la capa de nieve era bastante gruesa y que el número de vehículos abandonados en las inmediaciones, por la imposibilidad de continuar, había aumentado desde que llegamos. Yo estaba tranquilo. Tenía mis cadenas puestas.

En vista de que la calle principal estaba atestada de coches y de personas que intentaban salir de esa trampa en la que se había convertido El Escorial y la nieve, decidimos utilizar otro camino, menos conocido, menos transitado, más directo pero con el firme muy deteriorado.

Todo el que haya visitado alguna vez San Lorenzo de El Escorial, se habrá dado cuenta de que en ese pueblo, todas las calles son cuesta arriba. Algún avispado podría señalar que todo lo que es cuesta arriba, tiene una cuesta abajo, pero yo estoy convencido de que por arte de algún tipo de maldición demoníaca, allí no es así. Allí todo es cuesta arriba siempre.

Entre la inclinación de la calle que habíamos elegido para regresar a casa, la capa de nieve que cubría todo el pueblo y el mal estado del firme de esa calle en particular, el coche, a pesar de las cadenas, era incapaz de superar tantas dificultades y tuvimos que dar la vuelta. La alternativa, era un camino con un poco de rodeo, sin tanta inclinación, pero con el asfalto en mejor estado. El problema fue que cuando quisimos tomar la calle principal - cuesta arriba, por supuesto - el coche tampoco respondía. Me extrañó mucho y me bajé para comprobar si todo estaba bien. Y no. Todo no estaba bien.

Después del estrés al que habíamos sometido al coche, intentando ascender por la otra calle que nos llevaba en línea recta a casa, una de las cadenas - la delantera derecha - se había partido. Así es que, en esas condiciones, era imposible ni siquiera intentarlo. Mi coche, debería ser uno más entre los muchos que se estaban quedando abandonados en espera del deshielo, de alguna grúa o de unas buenas cadenas que les sacaran de allí.

Puestos a elegir lugar para el aparcamiento provisional, elegí subirme a lo que en su día era una zona verde, que ahora era una gran superficie blanca y a escasos metros de la entrada de la casa de mis amigos.

Amigos, a los que no me quedó más remedio que llamar, explicándoles la situación. Al cabo de 5 minutos, aparecieron ambos y comprobaron por sí mismos el pequeño caos que se había organizado en la zona, debido a la intensidad de la nevada y a la imprevisión de muchos.

      -        Puedes meter el coche en el garaje - dijo Dani. Tengo sitio de sobra y así no está al aire libre.
      -        Ya, pero es que, ¿has visto cómo está la entrada al garaje, Dani?

La entrada al garaje, era una cuesta abajo, bastante pronunciada y llena de nieve hasta arriba, que terminaba en un muro frontal, a cada lado del cual, se extendían dos amplios pasillos con las consiguientes plazas de aparcamiento para los habitantes de los chalets adosados.

     -        ¿Pretendes que me lance por esa rampa, contra el muro, con una de las cadenas rotas, con 20 cms de nieve y probablemente con hielo por debajo? - pregunté preocupado.
    -        Bueno, no pasa nada. Tú te tiras contra la pared y antes de estrellarte das un volantazo a la izquierda - dijo como si tal cosa el cachondo de Dani.

Evidentemente, todos estallamos en una sonora carcajada, incluido el propio Dani que era consciente de la barbaridad que había sugerido.
     -        Bueno. Esperadme aquí, que enseguida os llevo - dijo a continuación mientras se dirigía a coger su coche.
     -        Pero Dani, no te molestes. Vamos andando, que tampoco es tanto. Estamos casi en línea recta. ¿Cómo vas a sacar el coche ahora, a las 4 de la mañana?
      -        Que no, que no. Que es un momento.

Y así lo hizo el bueno de Daniel. A esas horas de la madrugada se atrevió a sacar su coche de la caverna del garaje donde descansaba guarnecido. Yo tenía serias dudas de que fuese capaz de superar la pendiente de salida del garaje, pero la verdad es que no tuvo ninguna dificultad.

      -        ¿Y si te lo roban? - preguntó preocupado Dani.
      -        Pues como no lleven consigo unas cadenas, ya me contarás cómo van a poder circular.

Y en dos minutos, nos dejó en casa.

Lo peor de todo, no fue cómo terminó esa noche que comenzó siendo mágica para terminar convirtiéndose en otra anécdota más a añadir. Lo peor fue que el coche debió quedarse ahí en medio de ninguna parte, junto con todos los demás, en espera de que el primer día laborable, hubiera algún establecimiento en el que se pudieran adquirir otras cadenas de las dimensiones adecuadas.

Nada puede ser totalmente perfecto...si está Carlitos por en medio.

miércoles, diciembre 20, 2017

La última vez que vi a Kate.

Poco a poco las personas iban entrando a la sala del hotel destinada a la reunión y lo hacían con suficiente antelación para no interrumpir después de que se hubiera iniciado. Todos vestían de manera formal, ellos con corbata - la inmensa mayoría- y ellas con indumentaria de trabajo, pues ese justamente era el espíritu que se pretendía imbuir en los asistentes: que se trataba de un entorno donde hacer negocio. A medida que entraban, iban ocupando los asientos libres, alrededor de las mesas, componiendo diversos grupos, entre aquellos que se conocían o que acudían con sus invitados o amigos.

El hotel estaba ubicado en la parte alta de la ciudad, en una zona tranquila, donde tenían su residencia habitual gente de un nivel socio económico medio-alto. A pesar de que a esas horas, - en torno a las 19.00h- , ya era de noche desde hacía mucho, por encima de los tejados de los chalets, se podía ver cómo rielaban las luces de la costa en el mar.

Además de las vistas que, sin duda, serían mucho más impactantes durante el día, otro de los atractivos de esa ubicación era que se podía encontrar aparcamiento sin dificultad.
La organización de esas reuniones, corría cargo de un grupo de alemanes, residentes todos ellos desde hacía años en la isla, y que mantenían lazos de amistad entre ellos, pero que, como era muy habitual, no hablaban casi nada de español.

El supuesto líder del grupo, era un cabeza buey con forma de salchicha aplastada y de aspecto algo brutote. Hans, que así se llamaba, nunca tomaba la palabra, al parecer porque no hablaba absolutamente nada de español. Su mujer, Doris, sin embargo y a pesar de su confesada timidez, hablaba bastante mejor. Ella era una mujer enormemente atractiva. Alta, de espléndida figura, de unos cuarenta años, su estatura se veía realzada por los vestidos ajustados que solía llevar, junto a unos tacones de vértigo, que la ascendían a la categoría de diosa inalcanzable. Muchos se preguntaban qué era lo que esa mujer, de auténtica bandera, había visto en aquel barrigudo y rechoncho hombre mudo. El hecho de que se comentase que Hans era muy inteligente y que era él quien había inventado ese negocio de marketing multinivel, nunca terminó de convencer a ninguno de los caballeros españoles por allí presentes y que revoloteaban como moscas alrededor de la miel, o sea, de la siempre sonriente y simpática Doris.

También estaba Eric. Cincuentón, soltero, con el pelo canoso y de buen aspecto, era un íntimo amigo del matrimonio y quien, además, tomaba más protagonismo en las reuniones porque era el que más dominaba el español.

Y finalmente estaba Katerina. Kate para los amigos. Íntima amiga de Doris, también entorno a los cuarenta, soltera, de estatura más “asequible” y con una larga melena que le llegaba a la cintura.

El objetivo de aquellas reuniones era básicamente, crear una estructura multinivel, para vender unos productos alemanes enfocados a la salud y el bienestar. Allí, todos estábamos porque algún amigo o conocido, nos había invitado a participar con la idea de ganar dinero. También era una forma muy agradable de socializar y de conocer a gente educada e inteligente, con los que se podía establecer diferentes lazos, desde los estrictamente comerciales hasta la amistad.

Al objeto de ir conjuntando mejor a los grupos y promover que las personas se fueran conociendo más, con frecuencia, después de las reuniones, se creaban de forma más o menos espontánea, charlas entre algunos de los participantes. De manera más distendida y mucho más desenfadada e informal, en dichas reuniones se abordaban desde temas relacionados con el negocio directamente, hasta asuntos de índole más personal. Claro que había una limitación y es que debido a la dificultad de los alemanes con el español, la conversación a partir de un momento dado, se producía en una especie de Esperanto o mezcla entre español estilo Toro Sentado e inglés, lo cual, era un factor de selección de miembros participantes. A veces, esas reuniones terminaban - o continuaban- alrededor de una mesa, cenando cualquier cosa en el hotel y ampliando con ello, el círculo de amistades y de contactos.

Así, semana tras semana, durante los últimos dos meses, todos los miércoles a eso de las 19.00, habíamos establecido la costumbre de reunirnos en el mismo lugar. Para algunos, sólo el simple hecho de ver a Doris y a su amiga Kate, ya compensaba el esfuerzo del desplazamiento. Y así, poco a poco, también pude ir tratando a Kate.

Sólo había un pequeño inconveniente: los miércoles, eran días de Champions, por antonomasia, aunque la mayoría de las veces, eran compatibles ambas actividades.

La relación con Kate, a fuerza de la costumbre, se fue haciendo más cercana. El idioma no era ningún problema.

Uno de esos miércoles, la reunión se extendió algo más de lo habitual. Justo a la salida de la sala, había un televisor en el que estaban emitiendo un partido del R. Madrid. Mientras estaba de pie, ensimismado con Butragueño, Hugo Sánchez, Míchel y compañía, Kate se acercó a mí y comenzó a hablarme de no me acuerdo qué cosa. Yo, intentaba prestar atención a ese pedazo de bellezón, que me hablaba en inglés, con acento alemán, mientras por encima de su hombro, seguía muy atentamente las vicisitudes del partido. Mientras Kate no paraba de hablar, yo hacía como Gila cuando hablaba con “su mujer” por teléfono: “sí….sí…sí….sí…pues anda que tu……sí”. Y entonces, sucedió lo nunca visto. Fue algo sorprendente, inesperado. Algo fuera de lo común. Jamás hubiera imaginado que algo así podría suceder. Me afectó tanto, que instintivamente, apoyé mi frente en el hombro izquierdo de Kate mientras repetía una y otra vez: “no, no, no. No puede ser. Por Dios, no puede ser”. La pobre Kate, no hizo ningún movimiento como para desprenderse del cabezón que le machacaba el hombro, pero sin duda, estaba profundamente impactada por la escena. Su cara y su repentino silencio, así lo atestiguaban. Hasta que ya no pudo más y preguntó directamente:

  • ¿Estás bien? 
  • No, no, no. No puede ser, Kate. ¡No puede ser! - repetía yo al borde de la desesperación. 
  • ¿Pero qué ocurre? - preguntaba la pobre Kate que empezaba a preocuparse. 
  • QUE HUGO SÁNCHEZ HA FALLADO UN PENALTI! ¡UN PENALTI! ¡Hugo Sánchez ha fallado un penalti! En el minuto 85!!!, Kate.
Esa fue la última vez que vi a Kate.

lunes, diciembre 18, 2017

Porqué prefiero AMAZON a ENVIALIA.

De un tiempo a esta parte he notado cómo algunas empresas dedicadas al transporte de mercancías tratan a sus clientes, peor que a los paquetes que transportan. Me estoy refiriendo en concreto a la empresa ENVIALIA, una de las muchas franquicias que operan en este sector.

Éstos, antaño conocidos como meros “mensajeros”, se han convertido por algún extraño sortilegio, en una especie de tiranozuelos, castigadores últimos de sus propios clientes a los que, en vez de atender como se merecen y aunque sólo sea por haber abonado un dinero, penalizan y obligan a estar al capricho de sus propios intereses.

El viernes pasado, un servidor, estaba esperando la llegada de un paquete proveniente de Galicia. Esperaba que, como ya había sucedido en otras ocasiones, si llegaba el transportista a casa - del que no tenía la certeza absoluta que llegara el mismo viernes - y yo no estaba, me llamara por teléfono para ver cómo proceder. Al menos, cuando contraté sus servicios me obligaron a rellenar ese dato y supongo que tendrá algún sentido. Es más, otros transportistas como ASM o MRW, lo han hecho y lo hemos solucionado en 30 segundos. Los de ENVIALIA, parece que han optado por la solución difícil.

El mismo viernes por la tarde, cuando intento conocer el estado del envío mediante el seguimiento, me entero de que al parecer, el transportista había llamado pero no había nadie en casa y había decidido tramitar la situación como una incidencia y así, dar carpetazo al asunto. En algún caso el transportista ha llamado después, y se ha vuelto a pasar para dejar el paquete. Eso es servicio y atención al cliente.

Llegados a este punto me planteo algunas cuestiones de pura lógica. La primera es que si hay otras empresas de mensajería que SÍ llaman, incluso para advertir de la llegada, porqué no hacen lo mismo los de ENVIALIA. Pues la respuesta me la ha dado esta misma mañana un responsable de la empresa al afirmar por email: “El servicio es estándar, por lo que no incluye llamadas previa recogida/entrega, lo lamento mucho.”

En el hipotético caso de que hubiera llamado el viernes, habría cabido la alternativa de dejar los paquetes - que son dos - en casa de algún vecino. O incluso, de haber esperado 5 minutos y de llegarme yo mismo a recogerlos en persona. Por el contrario, “el servicio estándar” de ENVIALIA, consiste en NO ENTREGAR el paquete, con lo que se obligan a re-introducirlo en un segundo proceso de entrega para el siguiente día laborable, que por supuesto, no es sábado ni domingo. Eso, para cualquier mente medianamente desarrollada, supone un mayor coste de producción, pues obliga a reprocesar todo de nuevo, cuando la llamada puede ahorrar todo eso.

Como ejemplo de auténtico servicio al cliente, cabe reseñar en este punto, que a casa han llegado los de Amazon en domingo. Luego, alguno se preguntará dónde está el éxito de algunas empresas y la desaparición de otras.

Dado que el viernes ya no era posible recibir el paquete y que el “sabat”, es tan sagrado para ENVIALIA como para los israelitas, no me quedaba otra que intentar contactar hoy lunes.

Como no tenía la más mínima esperanza de que nadie de la agencia contactara conmigo, habida cuenta de su ineficacia y falta de profesionalidad, me he adelantado.

Eran poco más de las 09.00 de la mañana, cuando he conseguido hablar con alguien que, dicho sea de paso, no me ha servido absolutamente para nada. No tenía ni idea del tema que le estaba hablando. No me ha podido dar una hora aproximada de entrega y lo único que ha hecho, ha sido descargarse el muerto y darme el móvil del conductor del camión para que contactara con él.

A las 09.15 de la mañana, llamo al transportista y le pongo en antecedentes. Por el ruido de fondo que se escucha al otro lado del teléfono, parece claro que está en un lugar público, como una cafetería o así. Me dice que recuerda algo de lo que le cuento, pero que todavía no ha pasado por el almacén (¡¡09.15 de la mañana!!) y que por tanto, no sabe cuánto tiene que repartir ni cuándo va a poder pasar por aquí. Le pregunto si fuera tan amable de llamarme más tarde para darme alguna indicación, siquiera aproximada, de la hora y me miente diciendo que “sí”.

Al cabo de un par de horas y dado que me encontraba en la misma situación de desatención, intento contactar nuevamente con la oficina con la que había hablado al principio, pero ya no atienden el teléfono. Hago lo propio con el transportista y obtengo el mismo resultado. Y más tarde recibo un email, en respuesta al que envié el sábado pasado, en el que se me informa de lo que se entiende por “envío estándar” en ENVIALIA. Eso sí, con ese espíritu servicial que caracteriza a esta gran empresa, el remitente, - que se guarda muy mucho de poner su apellido o un teléfono de contacto-, con el fin de ayudar al máximo, especifica lo siguiente: “Le confirmo que el envío se encuentra hoy en reparto para ser entregado antes de las 20:00h. Lo que sin duda, es de suma utilidad.

Es decir: te quedas en casa todo el día, esperando a que llegue el transportista, como si fuera tu novio. Que lo hará - lo de llegar - cuando le salga de sus santísimos cojopios. Y más te vale que en el momento en el que llame al telefonillo, no estés en el baño, porque si así fuera, sería muy aconsejable que dejaras lo que tuvieres entre manos y te abalanzases como un poseso a atender a su excelencia, el Ingeniero de Logística Móvil, no fuera que tu tardanza en responder fuera motivo de considerar que el segundo intento de entrega, había resultado igualmente fallido, con las consecuencias que ello conllevaría.


Da igual si tú tenía planes que hacer fuera de casa hoy. Los aplazas en función de las necesidades del Ingeniero de Logística. A ver si te has creído que por pagar sus servicios, vas a disfrutar de algún tipo de privilegio. ¡Hasta ahí podíamos llegar! 

jueves, diciembre 14, 2017

La conjura bancaria.

Luego diréis que lo que me pasa, es que les tengo inquina. Pero es que son una panda de inútiles que no hay por dónde cogerlos. Me refiero en esta ocasión a los de Open Bank. Otra vez, los de Open Bank.

Resulta que te venden la idea de una tarjeta prepago, como si se tratara del bálsamo de fierabrás, que todo lo cura. Que si es más seguro para el ecommerce. Que si es gratis. Que si es virtual. Tú vas y aunque viene de un banco - y por tanto, hay que desconfiar - comienzas a usarla. La usas una primera vez y todo va bien. Te animas y vas a por la segunda. Y todo va sobre ruedas. Y de repente, te ves metido en la vorágine de compras de Navidad y empiezas a usar la tarjeta prepago, como si no hubiera un mañana; como si fuera una pelota de tenis, en un partido entre FNAC y Amazon. Y un día cualquiera, pongamos por ejemplo, ayer, intentas comprar un libro de un amigo al que también le va esto  de escribir. Y como además, el libro cuesta 0,99€, pues nada, allá que vas todo ufano con tu tarjeta prepago.

Las primeras 65 veces que la compra no te funciona, piensas que tal vez estás haciendo algo mal, a pesar de considerar que has adquirido un dominio de profesional de las compras online. Ya has verificado - sólo por asegurarte de ello - que en la tarjeta hay saldo más que suficiente. Y cuando no se te ocurren más motivos que justifiquen que no puedes hacer la compra, llamas a Amazon. Mejor dicho, te conectas a un chat en donde una amable señorita, y después de un tiempo más que prudencial de espera, te informa que el pago está siendo rechazado por el banco, pero que al ser un rechazo genérico, no da datos suficientes para saber de qué se trata. Y que te pongas en contacto con tu banco.  Y les llamas, convencido de que tiene que ser un error. Una tontería. Una nadería.

Después de que te tienen al teléfono 10 minutos mirando tu problema - al parecer no era tan pocas cosa el tema - tú tienes que colgar porque te tienes que ir. Al fin y al cabo, lo vas a volver a intentar al día siguiente y seguro que el problema se ha solucionado sólo, que es algo muy frecuente en este apasionante mundo de la informática y la tecnología.

Y al día siguiente, o sea, hoy, al primer intento obtienes el mismo resultado que ayer. O sea, que ya van por 66 los intentos fallidos de comprar el dichoso libro. Que además, ya se ha convertido en un reto.

Entonces, llamas de nuevo a Open Bank. Y la señorita que te atiende te empieza a poner sobre la pista de lo que está pasando.

   - Es que usted, señor, tiene un saldo negativo y por eso no le deja hacer la operación.
   - Perdone usted, pero tengo la pantalla del ordenador enfrente de mí y estoy viendo claramente, cómo me dice que el saldo es positivo y por bastante más de lo necesario para comprar algo por 0,99€.
   - No, es que eso está mal. Es que el saldo que le aparece ahí, en realidad debería tener el signo menos por delante. Está en negativo.
    - Pero vamos a ver: si yo estoy viendo todos los movimientos y es matemáticamente imposible que el resultado sea negativo. ¿No los ve usted?
   -  Es que después de consultar con el responsable de Pagos, - porque yo misma no tengo autorización para verlo - me dice que hay una retención por importe de 42€. Y parece ser que es de FNAC.
   -  Oiga, que yo ya tengo en casa todo lo que FNAC me tenía que dar y todo está cobrado.
   - Ya, pero según parece ellos establecen una retención por las compras. Esa retención tiene una vigencia de 20 días y hasta que no transcurra ese período de tiempo, no se levanta la retención.
     - Pero si ya han cobrado las compras.     
    - Ya, pero usted dispone de un período de 20 días para devolver o cancelar. Hable con ellos a ver qué le dicen.
Y entonces, vas y consigues un teléfono de tención al cliente de FNAC, que no sea un 902 - que tampoco es fácil - y llamas.  Y le cuentas la película a la señorita de la FNAC.
   - Pues por nuestra parte, no tenemos nada retenido. Lo que teníamos que cobrar, ya está cobrado y no hay retenciones.
   - Pues es que mi banco me ha dicho que ustedes tienen retenidos 42€.
   - Pues no. No tenemos nada de eso. Vuelva a hablar con su banco.
Ahora, la pelota del partido de tenis, vuelve a estar en el campo de Open Bank. Y vuelves a llamarles y como la señorita es diferente de la vez anterior, le cuentas tu vida en verso, para que le sea más llevadero.
   - Espere unos minutos, por favor. Voy a consultar el problema. No se retire.
Después de unos 20 minutos escuchando una versión de una canción de Wet Wet Wet,  que al principio te agrada, pero que al final acabas odiando, vuelve la señorita con la respuesta final al problema.
  - Perdone la espera. Pero es que hemos detectado varios problemas.
   - A ver dígame.
   - El primero es que el saldo que aparece en su posición global de la tarjeta prepago y el que ve usted cuando entra a ver los detalles, no es el mismo.
   - Ya. Eso también me he dado cuenta, pero ahora mismo no es mi prioridad 1.
    - El segundo error, es que el saldo que ve usted en la pantalla de detalles de la tarjeta, aunque lo ve como positivo, en realidad está en negativo.
     - Pero eso no es posible, mientras 2 más 2, sigan siendo 4.
    - Es que hay un tercer error. Resulta que hay una retención de 42€.
    - Sí. Su compañera esta mañana dijo que era de FNAC, aunque no sé de qué.
    - No, señor. Es de Amazon. Los de Amazon, tienen establecido realizar una retención por el importe total de la compra que vaya a hacer, con el fin de asegurarse la existencia de fondos. Además, retienen un euro. La retención por el 100% de la compra, tiene una vigencia de 20 días, con lo cual, hasta transcurrido ese tiempo, no se levantará la retención y por tanto, no se estabilizará el saldo de su tarjeta.
    - A ver si lo he entendido. Intento usar un medio de pago, cuya información, según me está contando usted, ¿no tiene nada que ver con la realidad? Porque vamos a ver, lo menos que puedo esperar es ver entre los detalles de mi tarjeta de prepago, algo que me indique que existe una cantidad retenida y por parte de quién está retenida. Es decir, si utilizo un medio de pago, no creo que sea mucho pedir, conocer lo antes posible, cuál es el saldo real de mi tarjeta o de mi cuenta. Y sin embargo, me encuentro con que ustedes me dan un saldo de la tarjeta en la pantalla de la posición global. Un saldo diferente en la pantalla de los detalles y además, ninguno de los dos es real, pues el que aparece, tiene el signo cambiado y por tanto, está en negativo. Y las retenciones que son las que podrían cuadrar los números, no aparecen ¿Me puede decir para qué me sirve a mí todo esto?
    - Le entiendo perfectamente señor. Es todo un error por nuestra parte y le pido disculpas por ello. Ya se lo he comunicado al responsable de pagos. Pero sobre todo, debe ingresar el importe que aparece en su pantalla, a fin de que no le cobren intereses por saldo negativo durante casi un mes en su tarjeta.
    - Así lo haré. Y por otra parte - añado - sería muy recomendable que le indicara a quien proceda que cuando el banco rechace un pago, al menos, el mensaje, tenga algún detalle que por lo menos oriente acerca de dónde puede estar el problema. Porque eso de decir “algo anda mal, más vale que lo arregle”, no ayuda mucho. Si en mi caso hubieran usado un mensaje del estilo de “fondos insuficientes, consulte con su banco”, me habría ahorrado hablar con FNAC y con Amazon.

No me digas que no es para colgarlos de las farolas?

viernes, noviembre 24, 2017

La Casa del Libro y REDYSER

De un tiempo a esta parte, he descubierto - no sin enojo-, que bajo el nombre de Servicio de Atención al Cliente, se esconde en realidad un enorme agujero negro, del tamaño de millones de galaxias como la nuestra, y tan oscuro y vacío, como el cerebro de Rufián.

Es un agujero que lo incluye todo. Y cuando digo todo, quiero decir que da igual cuál sea el problema que te acucia. Al final acabas absorbido por el maldito agujero negro. Si tienes un problema con tus pruebas de la Seguridad Social, al hoyo. Si el problema es con el cartero de tu barrio, al hoyo. Si es con algún Ministerio, al hoyo. Si es con tu compañía de seguros, al hoyo. Siempre que tengas alguna reclamación que hacer o incidencia que reportar, ineludiblemente, acabas enfangado y frustrado porque te resulta materialmente imposible hacer llegar tus quejas a quien proceda.

Pero lo más lacerante del tema, es que todos los responsables, sea cual sea la empresa u organismo del que se trate, mantienen una actitud común a todos ellos y muy singular: todos aparentemente, te ofrecen diversos medios y canales para poder expresarte. Pero ninguno, sin excepción, funciona adecuadamente. 

Por supuesto, en ninguno te ponen un teléfono al que poder llamar. Pero si aparece uno, será un 902, de pago, y siempre que se te ocurra llamar te dirán que "todos nuestros operadores están ocupados". Y a partir de ese momento, pueden comenzar a intentar venderte una colección de coches de época en miniatura, a darte el parte del tiempo en las Bahamas o cualquier cosa que ellos consideren que es entretenido, hasta que suceda una de las dos cosas: que te sugieran que llames en otro momento o que tú te aburras antes y cuelgues.

Mi última experiencia paranormal en este sentido ha sido con Casa del Libro.

Después de comprar por Internet un libro, te informan que el libro te va a llegar uno o dos días después. Además, en el email que te envían, te dan la oportunidad de ajustar mejor el día y la hora deseable para la entrega. Genial, piensas tú.

Al día siguiente, recibes un SMS y te dicen que van a entregarte el libro a lo largo de la mañana. A partir de las cinco de la tarde, y más cabreado que una mona, empiezas a brujulear por el email a ver si eres capaz de detectar algún punto en el que puedas contactar con un responsable. Mucho “seguimiento del paquete” y mucha historia, pero cuando te crees que has descubierto el teléfono de tu transportista y le llamas, te dice que esa ruta no es la suya. O sea, que no.

Sigues navegando por la web del transportista y descubres, después de mucho escudriñar, que tienen un formulario en la web para contactar con ellos. Aunque incrédulo, no te queda más alternativa que intentarlo. Total, no tienes nada que perder. Les escribes un email y les explicas el problema. Y sobre todo, haces hincapié en que nadie te ha llamado para informarte de nada.

A las once de la noche y sin haber recibido ninguna notificación por parte del transportista, te vas directamente a la Casa del Libro, a poner a caldo a quien se mueva a partir de ese momento.

En su web, aparece semi oculto, al final de todo, abajo a la derecha, un “contacta con nosotros”. Algo que parece que lo ha diseñado un tímido, por lo escondido que está. Y vas y pinchas. Y te pones a rellenar los datos del formulario de la web. Que si el número de referencia, que si el nombre…y cuando llegas al campo “comentarios” empiezas a salivar de emoción. La venganza será mía, piensas. Una mierda!

Tú comienzas a escribir y cuando no has hecho nada más que empezar, te interrumpe un POP UP, una ventana emergente, que te ofrece acudir a comprobar las preguntas frecuentes, por si entre ellas, pudieras encontrar una referencia. Cierras la ventana y pretendes continuar con la exposición de tu problema. Al escribir la siguiente letra, la ventana vuelve a surgir, impertinente y reiterativa. Y tú la vuelves a cerrar para seguir con lo tuyo. Escribes la siguiente letra de la palabra que no te dejan terminar y vuelve a repetirse la aparición de la puta venta de los huevos. Es más, llegas a un punto del campo “observaciones” en el que ya no escribe más. Como si hubieras llegado al final de un supuesto límite de caracteres del que nadie te ha informado. Entonces, adoptas la decisión de escribir un mensaje corto y simple, con la intención de no volver a ver la ventana emergente de las narices: NO ME HA LLEGADO EL LIBRO. Y le das a “enviar”.

Aparentemente, la queja ha debido de llegar a alguna parte, pero como no confías en este tipo de procedimientos, tú sigues investigando. Y descubres que en una parte de la referencia del envío, hay unos comentarios donde se reflejan las circunstancias del proceso. Y entonces, descubres asombrado que alguien, a las 20.00, ha añadido un comentario que dice “que han contactado contigo y que han acordado una nueva fecha y hora de entrega”, lo cual es rigurosamente falso. Pero poco más puedes hacer.

Al día siguiente, te abalanzas a tu bandeja de entrada con la obsesión de encontrar alguna respuesta a tu problema y lo único que hay es un escueto email, en el que alguien que no firma con su nombre completo, dice “en el reparto de hoy”. Así, sin hora aproximada, sin especificar si será por la mañana, a la hora de la comida o ya puestos, si tienen previsto además, joderte la siesta.

Con un nivel de cabreo que sobrepasa los niveles habituales, vuelves a la web de la Casa del Libro, a ver si consigues que rompan el acuerdo de colaboración con la empresa REDYSER, responsable del transporte de los paquetes. Acudes a la misma web que visitaste la noche anterior y descubres - oh, sorpresa! - que ahora hay un campo nuevo en el formulario, para añadir un documento a la queja. Documento que puede ser una imagen o un documento de texto. Y tú vas y picas.

Redactas un documento en Word y después de cagarte en la madre que parió a Islero, cuando le das a “adjuntar”, te dice que nones. Que ha tenido un problema al abrir el documento y que nasti de plasti.

Y entonces es cuando te rindes y te dices: arrieritos somos.

Y aquí sigo. Esperando al puto mensajero de los dioses a que me traiga el libro. Cuando al señor le venga bien, por supuesto.

jueves, noviembre 16, 2017

Diferencias entre un banco y una panda de inútiles

El asunto, es sencillo. Se trata de algo tan simple como un certificado de titularidad de una cuenta bancaria. Nada de ingeniería financiera, blanqueo de capitales en paraísos fiscales ni nada por el estilo.

Vas a ING. Navegas por la web. Encuentras lo que buscas. Lo imprimes. Asunto zanjado.

Vas a Open Bank. Navegas por la web. No encuentras ni pistas. Llamas por teléfono y de repente, te piden un código de comercio electrónico de 8 dígitos.

Te quedas pensando si se trata de una inocentada adelantada. 
Incrédulo, le insistes al cabeza parlante de turno:
- Pero, oiga. Que es un certificado de titularidad. Que es mi cuenta.
- Ya,ya. Pero recuerda esa contraseña? Se la mandaron por correo ordinario cuando abrió la cuenta.
- No me suena ni el concepto. De todas formas, ¿usted no puede consultar esa información? ¿No puede confirmar mi identidad?
- No. Lo siento. Tengo que pasarle un momento con el departamento de seguridad. No se retire.

Tú, para entonces, ya estás alucinando.  Te pasan con el departamento en cuestión y tienes una conversación similar con una señorita muy amable. No hay tutia.

- Le enviaremos el código por correo ordinario. ¿Las señas son ...?
- Sí.
- Muy bien, pues en unos días recibirá por correo la información.

Y a esto lo llaman atención al cliente en Open Bank.




miércoles, noviembre 15, 2017

El misterioso caso del despertador dormido.

Ya ha quedado de manifiesto el trauma que me ha supuesto el cambio de teléfono móvil. Aparte de modificar todos mis esquemas acerca de dónde encontrar qué, y de perder unos cuatrocientos cincuenta contactos, ahora me enfrento a un misterio propio de Iker. Jiménez, no Casillas.

Uno de esos cambios traumáticos a los que he tenido que hacer frente, ha sido el de averiguar dónde demonios han escondido los cabrones de Motorola la alarma para despertarte por las mañanas. De entrada, lo normal, sería acudir al manual de usuario. Pero es que en este caso, el manual de usuario se limita a tres imágenes en las cuales te indican cómo instalar la tarjeta SIM, dónde está el enchufe micro usb y poco más. Y todo ello, han tenido la amabilidad de escribirlo en italiano y en inglés, algo que ayuda mucho.

Es entonces cuando comienzas una búsqueda intensiva por el proceloso mundo de internet, en busca de alguna maldita APP que satisfaga el requisito de que el bicho, te despierte o haga algo que suene. Y después de mucho vagabundear de aquí para allá, te encuentras con un comentario de uno que dice que “menos mal que ahora han mejorado la aplicación del reloj que lleva dentro el teléfono y han incorporado LA ALARMA que tanta gente había demandado”. O sea, que encima, tú vas con retraso y la alarma ya viene por defecto. Vale.

Y te vas y empiezas a trastear con la dichosa alarma. Que tampoco admite muchas variaciones que digamos, pero que cumple - o debería - su función. Y la programas, como siempre para que suene a las 09.00. De todas formas y como elemental medida de precaución, decides seguir utilizando también, la alarma del viejo y querido teléfono Nokia, que aunque se le ha abierto en canal y se le ha extraído las tripas de su tarjeta SIM, tiene funciones que siguen operativas y la alarma es una de ellas. Total, lo peor que puede pasar es que a las 9.00, tengas un puto concierto de chicharras en tu mesilla de noche y te levantes estresado.

Bueno, pues no.

Hoy, primer día después del Nokia, ninguno de los dos móviles ha sonado a la hora prevista. De repente, ha sonado uno, el viejo y leal Nokia. Pero es que eran las 9.20. Y al cabo de un par de minutos, ha comenzado a sonar el giliberto del Motorola, a las 9.25. Y tiene rima.

A ver. Que suenen los dos al unísono, ya me parece extraño, porque tampoco tienen pilas atómicas. Pero que NINGUNO suene a su hora, y lo hagan con tanto tiempo de retraso, es como para acudir a Jimenez del Oso o Mulder, de Expediente X.

Sin embargo, los dos tienen la hora perfecta.

¿Será que el cabrón del Motorola está enviando influjos negativos a su colega? ¿Rebelión en las alarmas en vez de en las aulas?


Seguiremos informando. 

martes, noviembre 14, 2017

Me he comprado un móvil

Yo creo firmemente que los seres humanos tenemos una clara tendencia a acumular. Es cierto, que unos más que otros, pero todos llevamos una mochila a cuestas que, dependiendo de los casos, hasta te puede hacer caer.

Nos cargamos de recuerdos, de experiencias, de olores y hasta de trastos. Trastos que vamos almacenando en las cada vez más grandes habitaciones al uso que se habilitan en los garajes, para aquellos que no son capaces de desprenderse de ciertos muebles que jamás van a volver a usar, de ropa que hace mil años que no les entra y de fotos y películas, que atesoran un pasado que en ocasiones, fue mejor.

Pero no hay nada como hacer una mudanza para mandar a la mierda toda la basura que guardabas y que hace que te plantees tu estado mental y te preguntes si no habrás empezado a sufrir el síndrome de Diógenes. Es entonces cuando comienza una labor casi detectivesca y por sorpresa, comienzas a encontrar las más variopintas inutilidades que una vez necesitaste y - a las pruebas me remito-, fuiste capaz de sobrevivir sin ellas. Y al desprenderte de ellas, te das cuenta del pequeño o gran error que cometiste al guardarlo, y te sientes menos pesado, más liviano.

Bueno, pues con los teléfonos pasa algo parecido.

Después de permanecer fiel a Nokia durante unos 20 o 30 años, me acabo de comprar un Motorola, con guasá y todo. La verdad, es que si no fuera porque la batería del móvil duraba menos que las promesas de un político en campaña, yo hubiera seguido con mi teléfono. Soy la prueba fehaciente de que se puede vivir sin guasá, sin chepa de tanto agachar el melondrio para ver la pantalla del móvil y sin descargar cinco mil quinientas aplicaciones, que me dicen desde qué tiempo hace hasta lo que tengo que comer para no engordar. ¡Pero leche! ¿Es que no ves que hace un frío del carajo?

Bueno, pues eso, que tengo móvil nuevo. Y claro, como con todo lo nuevo y más en tecnología, vienen las incompatibilidades. Y si además son de marcas diferentes, ni te cuento. A mí, la verdad, es que lo único que me interesaba - fíjate que hablo en pasado - era la agenda de contactos. Una base de datos que se ha ido alimentando durante los años, hasta convertirse en un remedo de la guía telefónica. Total, poca cosa, más de quinientos teléfonos, entre cuyos propietarios existen algunos a los que hace mil años que les he perdido la pista y no voy a buscarles; otros que no me van a buscar a mí y finalmente, un tercer grupo que son los que verdaderamente me interesan.

No voy a contar todas las vicisitudes que he padecido por pretender, ingenuo de mí, traspasar los contactos del viejo al teléfono nuevo. No os voy a aburrir, pero no te creas que no me apetece desahogarme y cagarme en la madre que los parió. Pero me voy a contener. Tan sólo diré que, como en una mudanza de casa, esto de cambiar de móvil me ha obligado a mandar a tomar por saco, el 95% de los teléfonos de esos más de 500 que tenía. Lo cual, dicho sea de paso y ateniéndonos a las estadísticas de Murphy, puede ser un indicio para constatar que en algún caso, seguro que la he cagado y se me ha olvidado alguno de esos a los que no quiero olvidar. Si eres un masoca y te apetece descubrir si uno de esos es el tuyo, no tienes más que llamarme al teléfono de siempre. Si ves que no te saludo por tu nombre, es que la he cagado.

lunes, noviembre 06, 2017

La Administración y la tecnología

Se habla mucho de la incorporación de las nuevas tecnologías en la relación del contribuyente con las distintas Administraciones, ya sea la central, autonómica o local. La llamada modernización de la Administración.

Sin embargo, todavía no se ha abordado un asunto de crucial importancia para que esas políticas cundan en la mayoría de la población, como es, la configuración de los equipos, de los ordenadores, del software y requisitos necesarios para poder acceder al servicio que se pretende. 

Aparte de que en demasiadas ocasiones el lenguaje que se utiliza es para iniciados, en general, cualquier procedimiento por nimio que sea, se convierte en un reto. 

Y para muestra un botón.

Un servidor - o sea, yo - necesitaba un par de certificados. 

Debido a mi ingenuidad y positivismo irredentos, vi el cielo abierto cuando comprobé que podría obtenerlos de forma "inmediata" utilizando mi certificado digital y que no sería necesario usar medios decimonónicos, como el correo postal y esperar después que el cartero hiciera su trabajo.

Para empezar, después de navegar un rato por la web del sitio en cuestión, finalmente descubres lo que estás buscando. Y es entonces cuando empieza el via crucis.

De entrada, te encuentras con unas instrucciones, que tú entiendes porque estás familiarizado con la tecnología, pero que me pongo en el lugar de cualquier ser humano normal y corriente, y me imagino que acabaría por enchufarse a Master Cheff con un alto grado de frustración en su interior. 

Lo primero con lo que te enfrentas es con la configuración necesaria para que tus propósitos se vean culminados con el éxito. Menos mal que, además de que te los indican, te brindan la oportunidad de que sea el propio sistema de la web quien detecte si tu ordenador cumple con los requisitos.

Después de comprobar que tienes que actualizar la enésima versión de Java, y después de descargarla e instalarla, aprovechas la oferta generosa del sitio web, pinchas en donde te dice que el sistema te hace las comprobaciones de forma automática y respiras aliviado cuando te devuelve una pantalla en la que te indica que todo está correcto.


Bueno, de momento, todo va sobre ruedas. Y te dispones a realizar el trámite.

Después de rellenar los datos que te solicitan en el formulario web, le das a "intro" y es ahí donde empiezan los dolores de cabeza. El mensaje es tan explícito como: "Algo anda mal. Corríjalo y vuelva a intentarlo".

A partir de ahí empiezas una labor detectivesca a fin de averiguar qué puede estar pasando, ya que el mensaje de validación del sitio web no te ayuda en absoluto. 

Miras la versión del navegador, la de Java, si hubiera algún problema con el certificado. Cuando se te acaban los sospechosos, intentas ponerte en contacto con algún servicio de atención al usuario. Hay un teléfono y llamas, pero después de escuchar durante una semana y media que "todos nuestros operadores están ocupados", te decides a buscar una alternativa: el formulario web para informar de problemas.

Como tú estás acostumbrado a dar y recibir partes de incidencias, te esmeras en dar todos los detalles que a tu juicio pueden ser de interés para el técnico que vaya a recibir la notificación. Además, entre las instrucciones que figuran en dicho formulario, tampoco van mucho más allá de lo que tú has puesto.

Después de rellenarlo, le das al ENTER y te quedas tan frustrado como el de Master Chef, a la espera de ver qué narices está pasando. Pero eso ya será al día siguiente.

Al día siguiente, o sea, sin agobios por parte del departamento técnico de recepción de incidencias, recibes un email en el que en pocas palabras, te dicen "que falta información para poder solucionar el problema". Y se quedan tan tranquilos. 

Y entonces tú vas y cuando intentas responder, te das cuenta que no puedes porque es de esos emails que no admiten respuesta. Por lo cual, regresas al formulario de incidencias - que ese sí que sabes que lo reciben - y de manera educada pero firme, les dices que ya podrían darte una pista de lo que necesitan.

En vista de que el tema parece que va para largo y que el concepto de "Certificado inmediato" ya va por 24 horas y lo que te rondaré morena, comienzas a buscar por enésima vez un teléfono de contacto para hablar con un ser humano y explicarle tu problema.

En esta ocasión, hay suerte. Consigues que después de 15 minutos al teléfono, te atienda una señorita muy amable, que no tiene ni repajolera idea de lo que está pasando y que básicamente te dice que "aquí está todo bien. El problema lo debe tener usted". Gran aportación, sin duda, al departamento y a mi problema.

Al día siguiente - ya van dos días - y después de intentarlo unas quinientas veces y casi al borde de la rendición, decides probar fortuna y volver a llamar al teléfono de atención al usuario, a ver si hay suerte y no te toca la torpe del día anterior. 

Hay suerte y te toca la que sabe. Y hasta te da la solución al problema. El problema era que el nombre - mi nombre - tenías que ponerlo de una manera determinada, porque si no, la validación casca.

Y es entonces cuando sugiero a la señorita: "sería muy recomendable que informara al departamento que corresponda que cuando se haga la validación de los datos introducidos, al menos el mensaje de error proporcione algo de información que aclare lo que está mal. El decir que algo anda mal y tiene que cambiarlo, no ayuda mucho". La señorita, que sabe de qué habla, me recomienda entonces que me ponga en contacto con el área de "quejas y reclamaciones", también accesible a través de la Sede Digital.

Y aquí es donde empieza la parte kafkiana de la historia.

Cuando llegas a la web de "quejas y reclamaciones", te vuelves a encontrar con un apartado de requisitos de tu ordenador. Y es entonces cuando te entran ganas de estrangular a alguien.


Cualquier observador medianamente avezado, se habrá podido percatar de que esta configuración, QUE ES JUSTAMENTE LA QUE SE RECOMENDABA PARA REALIZAR EL TRÁMITE, no es la adecuada para efectuar la queja. O sea, como una especie de pedorreta virtual.

Y entonces, sí. Entonces es cuando te rindes y te enchufas a alguna película, porque de Master Chef, paso.

Mientras las Administraciones no establezcan un estándar mínimo de configuración; mientras no se utilice un lenguaje entendible por los más profanos; mientras - en definitiva - no pongamos al contribuyente en el foco de los trámites, el esfuerzo tecnológico, económico y de recursos humanos, será baldío y constituirá un auténtico despilfarro. 

No aspiro a que dos Ministerios tengan las mismas especificaciones técnicas de configuración, porque aunque ese sería el objetivo, es en sí mismo una ilusión. Pero, hombre, ¡qué menos que en un mismo sitio web, la configuración para las quejas sea la misma que para realizar los trámites! ¿O es mucho pedir?