lunes, mayo 22, 2017

El asesino siempre llama 2 veces (o más)

Debe sentirse orgulloso de haber dividido al PSOE en dos, y ahora ofrecerse como el responsable de volverlos a juntar. Al menos, supongo que pensará, que ahora ya tiene un sueldo fijo y por lo que se adivina, le va a durar bastante. Imagino que después de los resultados de las primarias, la sed insaciable de venganza, le habrá satisfecho. Pero creo, que si no va más allá de sus narices, se vuelve a equivocar.

Durante las inolvidables y desastrosas campañas electorales camino de La Moncloa, que perdió sucesiva y estrepitosamente, el "líder" utilizaba una argucia semántica, un sofisma, para justificar, supuestamente, por qué el partido más votado en las elecciones generales, no debía formar gobierno, ni siquiera en minoría. El falso argumento consistía en aglutinar todos los votos que no correspondían al PP y concluir que había más españoles que no habían votado al PP, que los que sí le habían votado. Como digo, es una falacia que socava los mismos principios básicos de cualquier democracia, pues es bien sabido que con mayor o menor dificultad, en democracia gana el que más votos obtiene, y no siempre se obtiene el 51% del escrutinio. 

Utilizando el mismo sofisma del inefable líder, podríamos decir ahora que el 70% de los militantes del PSOE, no le han votado a él, por lo que, en consecuencia y a tenor de su extraño razonamiento, debería ser otro quien se aupara al puesto de Secretraio General del PSOE.

En efecto. El nuevo líder de la "auténtica izquierda", ha obtenido el 50% de los votos emitidos por los militantes. Y ha habido un 20% de militantes que no ha votado. Por tanto y continuando con su falacia a la hora de contar votos, el 50% de los militantes más el 20% que no ha votado a nadie - incluído a él - NO le han votado, lo que representa el 70% del PSOE. O dicho al revés, al nuevo líder, sólo le apoya el 30% de los suyos. ¡Y eso que tienen el carné! Habrá que ver lo que piensan los que ni siquiera lo tienen.

viernes, mayo 19, 2017

El Servicio Andaluz de Empleo y la madre que los parió.



Ayer, una amiga me llamó para que la echara una mano porque no podía renovar su demanda de empleo a través de internet, como viene haciendo habitualmente.

Después de verificar que todo estaba correcto y que el problema era del Servicio Andaluz de Empleo, intenté averiguar si había un teléfono en el que un ser humano pudiera dar alguna indicación, referencia o información que explicara lo sucedido. Esfuerzo baldío. La única manera de ponerse en contacto con el SAE, es enviar un email.

Después de enviar el email, la aconsejé que fuera a la oficina y lo intentara de modo presencial. Allí, el Guarda Jurado (que tardó en aparecer) con un aspecto desaliñado y que daba más miedo que respeto - según me contó más tarde - , la informó que había un problema informático que afectaba a toda Andalucía y que no se podía hacer otra cosa más que esperar. Que si la cosa duraba más tiempo, se procedería a confeccionar una lista con los presentes para de esa forma, justificar su intento de sellar el paro y la imposibilidad de hacerlo por imponderables técnicos. 

Mi amiga estaba preocupada por si el hecho de no poder cumplir con su obligación, pudiera acarrear consecuencias nefastas, tales como la retirada del subsidio que recibe y fue el propio vigilante de seguridad quien la informó de que disponía de un par de días antes y después para poder cumplir con el proceso.

Algo intranquila, regresó a su casa, me puso al corriente y por la tarde, le dije que lo volviera a intentar a ver si tenía suerte y ya lo habían arreglado. Efectivamente, tuvo suerte y finalmente lo pudo hacer a través de la web.

Esta mañana, nada más abrir su correo electrónico, se encuentra con la siguiente respuesta del Servicio Andaluz de Empleo:

El 17 de mayo, desde las 15,30 horas por motivos informáticos el acceso al Área Personal del Demandante no estaba disponible. Dicha información fue publicada en la Web del SAE.

Por este motivo, le rogamos que acceda nuevamente y de persistir la incidencia, usted cuenta con otras opciones para realizar la renovación.

1.- Puede acudir a cualquiera de las oficinas del Servicio Andaluz de Empleo o Servicio Público Empleo de cualquier Comunidad Autónoma sin necesidad de cita previa.

2.- Utilizar los Puntos de Empleo instalados en oficinas y centros colaboradores del Servicio Andaluz de Empleo.
No obstante y, para su información, le informamos que la imposibilidad de renovar la demanda de empleo a través de la oficina virtual del SAE tanto por problemas de mantenimiento del sistema como por fallos técnicos en su terminal, no exime del cumplimiento de la renovación de la demanda. En dicho caso, diríjase directamente a cualquier oficina de empleo del territorio español para renovarla, sin necesidad de cita previa.
Gracias por contactar con nosotros y esperamos haberle servido de ayuda.

Este es un correo de respuesta automática por lo que si necesitas plantear otra consulta o modificar la actual……

En primer lugar debo decir que ayer, después de mirar y remirar por la mierda de web que tiene el SAE, yo no fui capaz de descubrir el supuesto mensaje que se menciona en esta respuesta automática. Y si yo, que estaba buscando precisamente esa información, no fui capaz de encontrarla, quiere decir que o no estaba o lo habían escondido de maravilla.

Segundo. Si fuera cierto que dicha información estaba donde se supone que debía estar, no entiendo que se haga referencia a ella 24 horas después de que mi amiga les enviara su email, y al mismo tiempo se diga en la respuesta que es automática. Automática con 24 horas de retraso, son conceptos mutuamente excluyentes.

Tercero. Cuando mi amiga se personó presa del pánico - como tantos otros que estaban allí - en las oficinas del SAE, hubiera sido todo un detalle que alguien de la propia oficina, por ejemplo, la directora, se hubiera tomado la molestia de poner un papelito pegado en la pared, informando de lo sucedido y de los pasos a dar en caso de que se viera afectado el demandante de empleo. Por el contrario, mi amiga se topó con una de las trabajadoras de la oficina a la que preguntó a quién podía solicitar instrucciones, y la señora muy amable, le indicó que la persona indicada era la que ocupaba la posición número 1. Ni que decir tiene que el individuo o individua de la posición 1, ni estaba ni se le vio.

Cuarto. Los Vigilantes, en mi modesta opinión, no deberían asumir ciertos riesgos relacionados con la calidad de la información que proporcionan, en este caso, a los demandantes de empleo. No les considero capacitados ni formados en la problemática y no basta con dar su opinión personal, por muy voluntarioso que ello sea. Proporcionar una información inadecuada, incompleta u obsoleta a un desempleado; no saberse explicar adecuadamente o malinterpretar lo que uno supuestamente sabe, puede provocar serios trastornos a un desempleado/a que lo único que pretende es que nadie le fastidie lo poco que tiene. 

Resumiendo: cualquiera puede tener problemas informáticos. Doy fe, vive Dios! Pero si esos problemas afectan a TODOS LOS PARADOS DE ANDALUCIA, no creo que sea demasiado pedir que se tomen la molestia de imprimir un folio en el que, primero, se pida disculpas por los trastornos y después se indique claramente el procedimiento a seguir y el tiempo que legalmente se dispone para cumplir con dicha obligación. Firmado y sellado por la directora de la oficina o por el Sursuncorda. Lo que no es de recibo es que esa información la proporcione un individuo mal afeitado, con aspecto mafioso,  vestido de uniforme, de quien nadie posteriormente, se va a responsabilizar de la veracidad de lo que ha dicho.

domingo, mayo 07, 2017

Odio a muerte el bricolaje



Según el conocido aforismo griego “conócete a ti mismo”, yo soy plenamente consciente de mis limitaciones en cuanto a manualidades se refiere. El Señor, nuestro Dios, no me ha llamado por el camino de los trabajos manuales. De cualquier tipo.

Este convencimiento, que tiene bastante de herencia genética, me viene de mis primeros años de infancia, cuando en el colegio de curas al que acudía cada día para sufrir tortura psicológica, represión y acoso, recibía clases de manualidades. Los materiales eran diversos: unas veces plastilina, otras un simple papel y otras una vulgar botella de vino casero, que convenientemente pintada de amarillo y sometida a fuego, daba la sensación de ser un dálmata con ictericia y con sus pintas negras, o ser el anticipo del caballo de Pipi Langstrum.

Los intentos de bucear en los insondables misterios de la papiroflexia, terminaban inexorablemente, en un gurruñigo de papel, de formas irreconocibles y por supuesto, sin ningún parecido con el modelo que se pretendía imitar, que no era otro que el que el cura de turno había elegido.

Después de la constatación del nuevo fracaso, era el propio cura - el hermano Alberto - el que promovía el descojone general del resto de la clase, en un ejercicio poco educativo que tuvo sus consecuencias. Y es que con un entrenamiento exhaustivo en esos campos de batalla, tales como afrontar el ridículo al que uno se exponía o le exponían, al cabo del tiempo acabé desarrollando una total indiferencia acerca de la opinión que todos los demás pudieran tener de mis acciones, decisiones u opiniones. Y aún me dura.

En otras ocasiones, el ejercicio trataba de realizar una figura con yeso, y con un molde en plastilina. Habida cuenta de que no existía una planificación previa sobre qué tipo de figura había que diseñar, ni tampoco se nos había informado acerca de cómo diseñar un molde para que luego la figura fuera reconocible, servidor - presionado por la improvisación - cosechó otro sonoro descojone general de la clase, promovido - una vez más - por el Picasso de turno que, vestido con su sotana negra, se suponía que nos enseñaba manualidades.

Ni qué decir tiene que las clases de dibujo, constituían un suplicio más, en las se confirmó que podría resultar mucho más peligroso con un lápiz que con un puñal.  Daba igual que el dibujo fuese artístico o lineal. Tal vez, si esas clases se hubieran producido en un tiempo posterior, mis obras pudieran haber sido calificadas de naïf, arte abstracto o vaya usted a saber qué. Pero por entonces, la nota del insigne artista era un suspenso tras otro, sempiterno y asumido. Semana tras semana, año tras año.

Con semejantes antecedentes, es fácil comprender que los trabajos manuales y el bricolaje no hayan formado parte nunca de mis aficiones predilectas. A nadie en su sano juicio le apetecería comprobar una y otra vez, su incapacidad manifiesta para tales menesteres y la constatación de su predecible fracaso. Aún así, las circunstancias me han empujado en ocasiones a tener que afrontar este tipo de situaciones, con la mejor de las predisposiciones y la máxima hidalguía.

Así, por ejemplo, cuando disfruté de mi primera vivienda en propiedad, me dispuse a realizar las tareas más simples del nuevo hogar. El primer reto, era colocar el porta rollos de papel higiénico en el baño. Para semejante y descomunal obra, me hice acompañar de un experto en manualidades. Un tío que, entre otras cosas, dibujaba como Miguel Ángel y además, tenía un taladro. Era mi amigo Enrique.

Una vez elegida la zona del baño y aplicada toda la ciencia que el cerebro de dos hombres fue capaz de diseñar para semejante obra, Enrique tomó entre sus manos el Black & Decker y comenzó a perforar el ladrillo. Al cabo de unos breves segundos, Enrique comprobó que a pesar de realizar una fuerza considerable sobre la máquina, ésta no continuaba avanzando hasta donde era necesario para introducir los tacos.

Al sacar la broca, los dos expertos en manualidades se sorprendieron mucho del intenso color rojo que tenía, y que parecían los restos del ladrillo de la pared. Pronto Enrique, se percató al tocar la broca, que eso de color tan intenso no era ladrillo. Era más bien la temperatura que había llegado a alcanzar la broca al chocar con una viga maestra de acero.

Inmediatamente después del grito y de unos cuantos juramentos en arameo, procedió a introducir el dedo bajo el grifo del agua fría, como vano intento de evitar la ampolla que finalmente le salió en la yema del índice.

La cosa prometía: primer agujero, viga maestra. No estaba nada mal.

Podría seguir y seguir detallando ejemplos que atestigüen mi incontestable incompetencia a la hora de hacer trabajos manuales, pero terminaré por relatar mi - por el momento - última experiencia del sábado pasado. O sea, ayer.

El reto, era doble. Para chulo, yo.

Por un lado, se trataba de colocar un manto de césped artificial en una terraza de unos 20 metros cuadrados. Y por otro, montar unos muebles de jardín, que por supuesto, venían con la consabida llave Allen.

A pesar de que la terraza tiene una forma rectangular y sin demasiados recovecos, manejar una única pieza de 20 metros cuadrados de césped artificial, no es tan fácil. Al menos, para in inútil confeso.

Una vez que el vendedor ha conseguido plegar la pieza con ayuda de un compañero, la cosa es tan sencilla como introducirla en el asiento de atrás del coche, ya que en el maletero, no entra ni de coña.
Después que llegas a tu destino, sacas el mogollón que tienes doblado, lo llevas hasta el ascensor y lo subes a casa, comienzas a preparar la terraza. Que si aparta la mesa y las sillas que hay. Que si barre. Que si friega. Que finalmente pones la pieza en la terraza y empieza la ingeniería.

¿Por dónde corto? ¿Cómo lo ajusto? ¿Cómo lo fijo? ¿Y si me paso al cortar con el cúter? La sombra del fracaso, del “ya la has cagado, otra vez”, inunda tus más íntimos pensamientos.

Después de varios tajos aquí y allá, de ir recortando y recortando, ajustando, midiendo y recolocando; después, de varias horas en cuclillas - ni se te ocurra ponerte de rodillas porque el césped se vuelve como las espinas que le pusieron a Cristo - la cosa finalmente, parece que tiene buen aspecto. Hombre, hay alguna esquina que parece que la ha cortado un loco en pleno frenesí, pero esperas que nadie vaya allí a realizar una inspección de calidad ni a darte un título de profesional cualificado. Es entonces cuando haces un alto en el camino y decides comer algo.

Mientras estás en el sofá, baldado como un apaleado, empiezas a pensar en el siguiente reto que te espera después: el montar los muebles con la llave Allen y la hoja de instrucciones. Y te empiezas a preguntar si serás capaz de no tirar las sillas por la terraza, en un típico arrebato de tu discutible paciencia, de no cagarte en el maldito chino que probablemente inventó ese sistema y sobre todo, si serás capaz de no perder el conocimiento de puro cansancio, porque todavía te queda un montón de escorzos por hacer y antes de empezar, ya estás fundido.

Terminas de comer - ligero, para evitar que tengas que vomitar después - y te pones con los muebles y su desembalaje. Comienzas a esparcir todas las piezas, los tornillos, las arandelas…

Ya entrado en materia, empieza el suplicio de verdad. Las piezas que supuestamente han sido fabricadas por la misma empresa, muestran una dificultad casi insalvable a la hora de hacer coincidir los agujeros por los que deberían entrar los tornillos y sus arandelas. Cuando sale en la tele el del bricolaje, todo le encaja al milímetro y todos los tornillos y las tuercas y los tirafondos, entran como con vaselina. Y tú estás, ahí, en la terraza, con el sol dándote en la espalda, después de comer, sometiendo el cuerpo a torsiones inverosímiles con el fin de intentar descubrir por qué coño el maldito tornillo no coincide con el otro.

Y entonces decides, aflojar todos los tornillos que previamente - y con tanto esfuerzo - habías apretado, para reiniciar el proceso una vez más. Y al final, hay un agujero o dos, que resulta imposible atornillar, bien porque los tornillos no alcanzan a cubrir la distancia que los separa, o bien, porque están tan descolocados que es imposible hacerlos coincidir.

Y repites la operación con el segundo sillón. Y te vuelves a cagar - en silencio y para tus adentros - en el hijo de Satanás que ha fabricado esa mierda. Y vuelves a desmontar lo que previamente habías montado. Y vuelves a desistir de poner ciertos tornillos en ciertos agujeros porque no es posible.

Y finalmente, ya sólo te queda el sofá. Que es igual que los otros dos, pero el doble de grande. Con la experiencia acumulada, ya consigues montar sólo una vez el mueble, sin tener que desmontarlo. Pero nadie te libra de no poder instalar todo los tornillos otra vez, debido a esa deficiencia de fábrica.

En resumen: en vez de montar dos sillones y un sofá, has montado unos 4 o 5 sillones y un sofá.

Cuando terminas, la verdad es que la terraza parece otra, pero tú también. Y es entonces cuando te sientas en el sofá del salón y descubres que te duelen músculos que no sabías que tenías, que hacía tiempo que no usabas y que por supuesto, no sabes cómo se llaman. 

Has empezado a eso de las 11 de la mañana y son las 20.30. Y todavía tienes que hacerte 50 kilómetros para llegar a casa y a ser posible, ver el resumen de Estudio Estadio para ver el 0-4 del Real Madrid al Granada. Y resulta que como hay un partido de tenis femenino que se ha ido al tercer set, el resumen te lo ponen cuando ya empiezas a perder el conocimiento en el sofá. 

La terraza ha quedado preciosa, pero yo odio a muerte el bricolaje.