sábado, enero 27, 2024

LAS TRIBULACIONES DE SISEBUTO. La franquicia.

 LAS TRIBULACIONES DE SISEBUTO

1.- La franquicia.

 

En cierta ocasión, hace ya de esto algunos años, vi un vídeo de un motivador que se dirigía a los empleados de una compañía en estos términos: “No te preguntes si te van a despedir. La pregunta que debes hacerte es cuándo”.

Asumiendo que semejante afirmación, por muy cínica que parezca, no deja de ser cierta, es bien sabido que, en este país, tarde o temprano, pero de modo inexorable, tendrás que afrontar el hecho de perder tu empleo. Junto con la pérdida de un ser querido o un divorcio, constituyen el podio de las mayores tragedias personales en el plano emocional y sentimental, además del económico, por supuesto. Fuera de eso, todo lo demás, casi carece de importancia.

Lo malo que tenemos en España es que, si eso te sucede a partir de cierta edad, ya puedes ir cavando tu tumba o buscar un piso alto en algún edificio para dar por finalizada tu presencia en este valle de lágrimas. Si a estas dificultades añadimos que, en vez de vivir en el octavo, vives en el primero, la solución de tirarse ocho veces desde tu terraza, no es válida.

Una vez superada la fase de desconcierto y de desánimo, y descartando – por el momento – la opción de exterminar a tu exjefe y la del suicidio, empiezas a intentar encontrar alguna luz en el largo y tenebroso túnel en el que te han metido. Y entonces comienzas a barajar diferentes opciones.

España no tiene nada que ver con EE.UU., por ejemplo. Si en América tú eres un corredor de Wall Street y te quedas sin trabajo, siempre puedes terminar trabajando de albañil en algún sitio. Aquí, en España, no. Aquí te piden experiencia y un título para mezclar cemento. Y luego está el problema de la distancia. En USA si vives en NY y el trabajo te sale en California, haces de tripas corazón y te vas. Aquí, en España, ni de coña. Sé de gente que se ha negado a aceptar un trabajo porque no tenía una estación de Metro cercana y en otro caso, que no podía mudarse porque se acababa de comprar un sofá. Verídico.

La clave, llegados a este punto, es que tienes que reinventarte, es decir, que te tienes que dedicar a algo que no habías hecho nunca y que jamás se te pasó por la cabeza. Es lo que los expertos denominan “salir de tu zona de confort”. O sea, tú estás tranquilamente sentado en tu silla, en el trabajo, haciéndolo lo mejor posible. Y de repente, viene un tío, te pega una patada en el culo, te saca a trompicones del edificio y te dice: “búscate la vida”.

Y en una situación así se encontraba Sisebuto Zabala.

Apartado del mundo laboral desde hacía tiempo como si fuera un apestado y sin la más mínima posibilidad de regresar, al menos, como trabajador por cuenta ajena. Sin pareja, y con el ridículo subsidio de desempleo como único ingreso, debía buscar una salida a su, cada vez más, perentoria situación.

Fue entonces cuando comenzó a considerar la fórmula de independizarse a través de una franquicia. Ese modelo de negocio le permitiría introducirse en un terreno totalmente desconocido, pero con la ventaja, de que iría de la mano de expertos que le aconsejarían y con soporte de marketing, imagen de marca y publicidad. A partir de ese momento, comenzó un largo proceso de selección y análisis de diferentes franquicias.

Uno de los aspectos fundamentales que contemplaba Sisebuto era el de emprender un negocio que cubriera una verdadera necesidad de las personas. Así fueron desfilando por su mente diferentes tipos de negocios: una tienda de artículos de escritorio, una panadería, una clínica de estética, una empresa dedicada al cuidado de los mayores, una consultora de negocio para PYMES o una empresa de perfumes de imitación, fueron algunas de las que ocuparon su tiempo.

Invirtió mucho tiempo en el estudio de viabilidad de cada una de ellas, buscando la ubicación idónea de cada tipo de negocio, los costes fijos, el capital a desembolsar, los posibles ingresos, los impuestos, etc. etc. etc. Pero lo más complicado de ese asunto para el bueno de Sisebuto, no eran los planes de las franquicias, alguno de ellos auténticos delirios por parte de las franquiciadoras. El muro insalvable de todos esos esfuerzos fueron los bancos, la financiación.

Los bancos, los mismos bancos que engulleron miles de millones de euros en una crisis provocada, en parte, por ellos, y que después no devolvieron a la sociedad; esos bancos que prefirieron conceder préstamos hipotecarios exorbitados a clientes con un futuro tan incierto como su empleo; los mismos bancos que promovieron el desalojo de esas viviendas por impago de la deuda; esos bancos, que presumían de ayudar y financiar a los emprendedores, fueron los mismos bancos que le negaron el pan y la sal a Sisebuto.

Sisebuto acudió a diversos organismos públicos que asesoraban a los futuros emprendedores a la hora de enfocar el negocio, el plan de viabilidad, etc. Y tuvo la máxima colaboración por su parte. Alguno de ellos revisó sus planes y emitió un informe favorable. Pero nada de eso sirvió de cara a las diferentes entidades con las que se puso en contacto, las cuales, adoptaron la postura de poner tal cantidad de impedimentos que, en realidad, ninguno llegó ni siquiera a estudiar el plan de viabilidad de la franquicia escogida, cuya inversión era alrededor de 5.000€. En algún caso, Sisebuto intentó contactar con un banco que oficialmente, en su propaganda, hablaba de conceder préstamos a los emprendedores. Pues ese banco, ni siquiera admitió que le enviara por email el estudio.

Y así fue como tuvo que desestimar la idea de convertirse en franquiciado. Debía explorar otras alternativas.

sábado, enero 20, 2024

Comité estamos para despistar

En esa multinacional americana no había comité de empresa, simplemente, porque las relaciones entre el departamento de RR. HH y los empleados eran tan fluidas que no se hacía necesario. Pero eso fue hasta que a alguien se le ocurrió la feliz idea de deshacerse del director y poner en su lugar a otro.

El nuevo, un individuo mucho más joven y con un talante muy distinto, aterrizó como un elefante en cacharrería y pronto comenzó a notarse su impronta en el ambiente de la empresa.

Una serie de decisiones estrafalarias por parte del nuevo director general, que incluían entre otros, aspectos relativos a la vestimenta de todos los trabajadores para acomodarse al más puro estilo norteamericano, fueron aceptadas por parte del nuevo director de Recursos Humanos, sin rechistar.

Según estas nuevas normas, los caballeros – que ya habían aceptado desde hacía mucho tiempo la obligatoriedad de la corbata-, ahora, deberían, además, prestar especial atención al ancho de las rayas en las camisas, el color de las mismas e incluso el consejo de evitar usar pajarita en vez de la corbata.

A las señoras y señoritas, se pretendía obligarlas a vestir con faldas por debajo de la rodilla, prohibir las blusas y camisetas que dejaran los hombros al descubierto y, por supuesto, sin escote alguno. Y el uso obligatorio de medias incluso en los meses de verano.

Todas estas medidas, incomprensibles e inasumibles por parte de los trabajadores, tuvo como consecuencia directa un deterioro inmediato del ambiente laboral y una creciente animadversión hacia la nueva cúpula directiva de la empresa. Por todo ello, lo que hasta ese momento no había sido necesario – el Comité de Empresa – pasó a ser absolutamente prioritario. Y así se organizaron las elecciones sindicales y ganó la única candidatura que se presentaba que era la de CC.OO.

Para un director general de una sucursal en España de una matriz norteamericana, no debe resultar fácil hacer entender a los jefes en NY que eso de tener un Comité de Empresa comunista, es algo natural. Por eso, el astuto director general ideó todo un maquiavélico plan con el fin de intentar camuflar ese comité junto a la existencia de otros, aunque de carácter muy distinto.

Con esa finalidad – la de enmascarar - se creó un nuevo grupo de trabajadores, que se denominó “Estamos Para Ayudar”. Dicho grupo, al que también se le puso el apelativo de “comité” por delante, estaba supuestamente orientado a mejorar el clima laboral de la empresa, alguno de los procesos de los distintos departamentos, la atención al cliente, pero, sobre todo, a maquillar eso del comité de empresa con CCOO, que, en las altas esferas de la compañía, allá lejos en Nueva York, no terminaban de aceptar muy bien.

El comité E.P.A., lo formaban 15 personas, que habían sido nominadas por sus respectivos directores de área, por lo que, en buena medida, se podría afirmar que ese comité, lo formaba el nivel 2 de dirección de la compañía.

La compañía, o sea, el D. General, contrató los servicios de unos consultores de empresa que serían los encargados de diseñar, dirigir y coordinar el macro proceso en el que la compañía se iba a embarcar. Así, la empresa consultora, decidió que los 300 empleados que formaban parte de la compañía, formaran grupos de unos 15 y se trasladaran a un hotel situado en la localidad de El Escorial, donde permanecerían - como en unos ejercicios espirituales - un par de días, trabajando según el sistema definido por los consultores, fines de semana incluidos.  Este sistema, llevaba aparejado toda una logística importante, en cuanto a alquiler de autobús para el traslado del personal, reservas de las habitaciones en el hotel, sala de reuniones, medios, comidas, cenas y demás. O sea: una pasta.

Para darle más solemnidad al nacimiento del comité, el director general invitó a los miembros de dicho grupo, junto a alguno de los directores de la empresa, a un hotel en Segovia, durante un día o dos. La idea era que los consultores de empresa que habían sido contratados para toda esta operación, presentaran dicho grupo el plan de trabajo, la forma de desarrollarlo, los objetivos que se pretendían cubrir y finalmente, como colaboradores necesarios, informarles de qué era lo que se esperaba de ellos como comité.

Durante la cena que tuvo lugar en un afamado restaurante de Segovia, el director general, sorprendió a todos con unas sudaderas blancas y un logo en el centro del pecho con el lema: ESTAMOS PARA AYUDAR. Una horterada típicamente americana, que no tienen sentido del ridículo y que pretendía que todo el mundo, en el restaurante, se pusiera la camiseta. Por mucho que insistió, fue él el único insensato con capacidad suficiente para hacer el ridículo sin ser consciente de ello. Se la puso.

Cada uno de los grupos en los que se dividiría a los trabajadores, estaban organizados de tal forma que no se vieran especialmente afectados los departamentos en el normal desarrollo de sus actividades. Cada uno de esos grupos iría acompañado por al menos un miembro del comité EPA.

Los resultados obtenidos con cada grupo, serían objeto de una selección y formarían parte de una especie de resumen de cada uno de ellos, que, a su vez, se añadiría a los obtenidos por los otros grupos y de esta forma, finalmente, proporcionaría una foto del sentir de los empleados en relación con su propio trabajo diario, de su percepción de los procesos, del estilo de dirección de sus jefes, etc. En definitiva, una visión general de satisfacción y de puntos de mejora.

La medida enseguida causó una gran excitación entre los empleados. Se sentían importantes, por una vez, siendo tratados con todo lujo de detalles (autobús, alojamiento, manutención…) al tiempo que todo ello se organizaba para hacer una encuesta de satisfacción, es decir, conocer su opinión. Y encima, les daban la oportunidad de “soltar por esa boquita” lo que llevaban tiempo callando por prudencia.

Esas ansias de participar, se vieron enseguida reflejadas en los primeros grupos de trabajo. Y a medida que avanzaban las reuniones y los consultores incitaban a ello y agitaban la muleta, la gente fue soltándose cada vez más, adquiriendo más soltura, sintiéndose más libre para expresar lo que sentían y entrando al trapo que les habían ofrecido. Eran abundantes las anécdotas que cada uno iba relatando, en las que quedaba de manifiesto el desprecio de alguno de los jefes por sus subordinados, el maltrato de palabra, las condiciones en las que debían trabajar, los salarios, las herramientas que usaban o tal vez, la inexistencia de las mismas, todo lo cual dificultaba el normal desarrollo de la actividad de una compañía que vivía del servicio y la atención al cliente.

Como no podía ser de otra forma, un tema absolutamente recurrente en todos los grupos, era el asunto del D. General. Sus decisiones, absurdas, incomprensibles y surrealistas, pasaron de incomodar a violentar directamente a los empleados, que, en ocasiones, se negaban a secundar.

Estas críticas al director general, llegaron a sus oídos y la decisión por su parte, fue muy de su estilo: queda prohibido hablar del director general. Así que, se podía hablar de todos los directores, menos de él, que era precisamente, el que más inquina suscitaba.

Este asunto, evidentemente, implicaba al comité EPA, que se reunía con cierta periodicidad para ir compartiendo los resultados de los grupos de trabajo, a los que el resto de miembros, no había acudido al ser rotatoria la asistencia.

En una de estas reuniones de seguimiento, el comité tuvo noticia de la prohibición del director general de que en dichos trabajos se hablase de su gestión.  Ello originó un intenso debate interno, ya que alguno, se planteaba seriamente si tanto esfuerzo y tantas ilusiones, merecían la pena, si al final venía el principal causante de todo ese desbarajuste a prohibir taxativamente que se abordara su gestión al frente de la compañía. Finalmente, por unanimidad, se acordó llamar al director general a la reunión del comité EPA, para en primer lugar, trasladarle el malestar que su decisión había originado en el grupo y en la empresa, y, en segundo lugar, para escuchar las explicaciones que tuviera a bien proporcionar, si lo consideraba oportuno.

Y para colmo, y también por unanimidad, se nombró a un servidor, portavoz del comité. Lo cual, - dicho en roman paladino - significaba que sería yo el responsable de llamar al director general para que se incorporara a la reunión, para expresarle el malestar por su decisión y pedirle explicaciones. Papel nada agradable que, con ese arrojo que me caracterizaba, asumí no sin reservas.

El director general subió, se incorporó a la reunión, me escuchó mientras los demás guardaban un prudente silencio, encajó el golpe y por supuesto, no dio ninguna explicación.

Después del papelón y de que el jefe se fuera de la reunión, en el comité EPA resurgió la idea de dimitir en bloque, habida cuenta de que aquello tenía pinta de ser una maldita pérdida de tiempo. Al final, llegamos a un consenso, según el cual, al menos cumplirían con el encargo que se les había encomendado, terminarían el trabajo de recoger el estado de insatisfacción de la empresa, la transmitirían a la alta dirección y después, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.

Y así fue. Algunos meses y millones de pesetas después, cuando se consolidaron todos los datos obtenidos de todos los grupos, a los que asistió una gran mayoría de empleados - no todos - se realizó una presentación oficial de los mismos en un hotel cercano a las oficinas, con una gran afluencia de empleados. Sin duda alguna, era un tema que interesaba a todos.

Al día siguiente, un servidor renunció por escrito a mi nombramiento. El comité EPA nunca más se reunió. Tampoco recuerdo que se implementara ninguna medida sugerida en esos talleres por parte de los empleados.

 

sábado, enero 13, 2024

La sala del cine.

Aterrizar en una nueva empresa siempre conlleva algo de estrés, nerviosismo y bastante incertidumbre. Asumir nuevas responsabilidades, enfrentarte a un nuevo jefe, una nueva cultura de empresa, tus nuevos compañeros, siempre proporciona una mezcla de curiosidad y reto. Y en esa fase estaba yo cuando comencé en mi nueva etapa en otra empresa multinacional.

Mi aterrizaje podría decirse que fue casi de emergencia. Un lunes estaba firmando el contrato y ese mismo jueves tenía que hacer una presentación a un cliente al que la empresa pretendía venderle un producto de los que comercializaba. Un producto, basado en una tecnología de la que nunca antes había oído hablar, y que, por tanto, no conocía absolutamente nada. Y, sin embargo, debía realizar un compendio de virtudes y aspectos positivos con el fin de terminar de convencer al cliente para que lo comprase. Si en algún momento había acometido un reto, ese, sin duda, era uno bien grande.

En esos escasos días transcurridos entre la firma del contrato y la visita al cliente, me dieron un manual y sobre la marcha fui construyendo la presentación al banco con transparencias – entonces todavía no se había puesto de moda el Powerpoint-. Antes de ir a visitar al cliente, lo repasó Miguel – que era el segundo de a bordo en el departamento - para ver si había metido mucho la pata y corregirlo a tiempo. Llegado el día señalado, Miguel me acompañó a la presentación y no debí hacerlo muy mal del todo, porque finalmente, el cliente – que ya estaba medio convencido – terminó por adquirir el producto. En el turno de preguntas, capeé como pude al toro y en algún caso, intervino Miguel con su capote. Prueba superada. No está mal para empezar desde cero en una empresa multinacional.

De todas formas, por mucho que me quisiera colgar alguna medalla – que tampoco era el caso – no dejaba de ser el nuevo. Y lo que era más importante, no sabía nada de esa tecnología y debía aprender lo más rápido posible. Por eso, a pesar de que la empresa había implantado el horario de verano y mis nuevos compañeros se iban religiosamente a las 15.00, yo me quedaba en la oficina con la intención de ir ganando tiempo y ponerme al día lo antes posible.

Aunque mis compañeros, la verdad, es que no se marchaban todos. Ellos se organizaban para que siempre se quedara alguno y así poder cubrir las posibles contingencias que pudieran surgir en algún cliente. No en balde, el departamento era de asistencia técnica y se trataba de productos informáticos complejos y sofisticados, y los clientes eran de primerísimo orden. O sea, que en caso de que a alguno le surgiera un problema, no entraba dentro de los planes eso de “llame usted mañana a las 09.00”.

Mientras, estaba enfrascado en descifrar el ingente volumen de información - en perfecto inglés, por supuesto - que me estaba metiendo entre pecho y espalda, a base de manuales gordos como muros de piedra, y con idéntica transparencia.

Por aquellas fechas, se jugaba el Mundial de fútbol en Italia (1990). Mis compañeros, aprovechaban su horario de verano y salían disparados de la oficina, bien a su casa o bien si el partido lo requería, al pub más cercano, para verlo mientras comían. Pero hubo un día en especial en el que me pareció que aquel departamento, en el que trabajaban una docena de personas - más lo destinados en casa de los clientes - estaba en un silencio inquietante. Los demás días siempre escuchaba a algún compañero mantener una charla con su cliente sobre cualquier problema o algún teléfono que sonaba. Pero ese día no se escuchaba nada. Parecía como una película de suspense en la selva cuando todos los animales guardan silencio y se masca la tragedia.

Me levanté de la mesa que ocupaba, enfrascado en mis manuales, y me dirigí a la mesa de la secretaria del jefe. El jefe no tenía horario de verano y ella, tampoco, por ser su secretaria.

-          Oye, ¿no hay nadie? Es que no se oye nada – comenté extrañado.

-          Están en el cine – respondió como si fuera la cosa más normal del mundo.

Yo me callé, no dije nada, y pensé que me estaba gastando la típica broma al nuevo y me volví a mi sitio.

Al cabo de unos minutos, fue ella la que se acercó a mi mesa y viéndome solo, en toda la sala, metido entre manuales y con aspecto de tener dolor de cabeza, me preguntó:

-          ¿Has ido a la sala del cine? ¿Buscabas a alguien?

-          Pero lo del cine, ¿no iba de coña? Pensé que era una broma.

-          Nooo, ¡qué va! Están todos allí viendo el fútbol.

Entonces fue cuando me convencí de que efectivamente, me estaba vacilando. Y me lo debió de notar ella en la cara y entonces dijo:

-          ¿No sabes dónde está? Está enfrente, en Marketing.

Mi cara debía ser un poema. Tanto que, la secre, apiadándose del novato, me dijo:

-          Ven conmigo. Te voy a enseñar donde está.

Aunque sólo fuera por curiosidad, no podía negarme a acompañarla, aunque al final, fuera toda una broma. ¡Qué le iba a hacer!

Traspasamos la puerta del departamento de marketing y a escasos metros, a la derecha, había otra puerta cerrada, tras la cual, pensé que no había nada porque nada se escuchaba. ¡Nada más lejos de la realidad!

Mi compañera abrió la puerta y ante mis ojos apareció un mundo que ni soñado por Alicia en su país de las maravillas. La sala, - de dimensiones considerables - estaba presidida por una pantalla de tamaño casi igual a la de un cine convencional. En ella se proyectaba un partido de fútbol de la selección española, que la enfrentaba a la desaparecida Yugoslavia, mientras un nutrido grupo de compañeros– alrededor de unas 50 personas, de los cuales no conocía a ninguno - estaba disfrutando del partido.

Al abrir la puerta, la sala, que tan sólo estaba iluminada por la luz de la pantalla, se inundó de luz y los que se encontraban más próximos a la salida, se volvieron para investigar quién era el que les perturbaba.

No salía de mi asombro. No era capaz de pronunciar palabra alguna. Tan solo acerté a pensar: “Dios mío, como se entere el director de esto”. La secre, al ver el estado de shock en el que estaba sumido, acertó a pronunciar las palabras adecuadas:

-          Mira, te presento a José Ignacio Salcedo, el Director General de la empresa.

La cuestión que me acababa de plantear ya estaba resuelta. El jefe era el primero que estaba allí viendo el fútbol, en la sala del cine.

-          José Ignacio, este es un nuevo compañero, que se acaba de incorporar con nosotros en el departamento.

-          Encantado, ¿cómo estás? – me dijo el jefe -. Bienvenido, hombre. Mira, creo que por allí hay un sitio libre. Siéntate por allí.

Aún no había salido de mi asombro. Apenas pude pronunciar palabra alguna. Si me hubiera abducido una nave extraterrestre y me hubiera tirado en Saturno, no estaría más sorprendido.

Me dirigí hacia la zona donde el director general me había indicado que había un hueco y me senté dispuesto a integrarme cuanto antes en la nueva cultura empresarial de la multinacional en la que llevaba apenas un par de semanas.

Yugoslavia, nos ganó ese partido 2-1. Eran otros tiempos para el fútbol. España, quedó apeada del mundial en octavos. A mí, tardaron más tiempo en apearme.

 

sábado, enero 06, 2024

La impresora depravada.

La falta de experiencia de los usuarios con las herramientas informáticas, fue uno de los principales escollos con los que la tecnología tuvo que enfrentarse antes de ser aceptada. A la normal resistencia al cambio que todo ser humano tiene, en este nuevo mundo que se abría, se añadían nuevas complejidades para las que no se habían previsto un proceso de mentalización o formación. Con ello, se producían varias colisiones que en ocasiones se solapaban unas con otras.

En primer lugar, un rechazo casi natural y espontáneo sobre todo aquello que tuviera que ver con la tecnología, envolviendo a todos los profesionales en una especie de aura mágica, como sumos sacerdotes modernos, creadores de una magia ignota para el común de los mortales.

Por otro lado, y una vez que la tecnología se implantaba “sí o sí”, había un lógico desconocimiento de las atribuciones de cada uno en ese nuevo escenario. Así, por ejemplo, al departamento de proceso de datos de la multinacional en España, podían llamar solicitando que les pusieras el papel en su impresora, que les dieras unos discos para almacenar información o que les duplicaras el listado en papel que habían perdido no se sabía cómo.

Fue así como un día Margarita, llamó a PD y quien descolgó el teléfono se encontró con el siguiente problema:

-          La impresora se ha depravado – dijo Margarita y se quedó tan tranquila.

Javier, con la misma franqueza y espontaneidad, soltó una carcajada que la pobre Margarita no supo entender.

-          ¿Pero cómo que la impresora se ha depravado? – repitió Javier entre risas contendías.

-          Pues no sé por qué te ríes, Javi. Tengo prisa por imprimir el listado y no funciona.

-          Pero mujer, no te pongas así. Es que me hace gracia la expresión. Es como si la impresora se hubiera ido de copas. ¿A ver qué te pasa?

-          Pues eso, que el papel se ha hecho un “gurruñío” y no escribe más.

-          Bueno pues es fácil: abre la impresora…

-          No, no. ¡Que yo no sé hacer eso!

-          Bueeeeno. Ahora bajo y te lo arreglo.

Pero Javier antes de bajar a arreglar el “gurruñío” de la impresora depravada, se quedó unos minutos partiéndose el pecho de la risa, junto con los compañeros a los que contó la aventura.