jueves, abril 20, 2017

Corruptos y corruptores



Al cabo de un tiempo y con la experiencia de los años, creo que cualquier observador medianamente informado y alejado de planteamientos dogmáticos, llega a la conclusión de que esto de la corrupción, no es un asunto de siglas de partido, sino de personas. Los indecentes, los deshonestos, los codiciosos, abundan por doquier y no tienen más filosofía ni más ideal político que acomodarse allá donde se pueda trincar, ya sea PP, PSOE, Podemos, UGT o una ONG, que de eso ya hablaré otro día. 

Por tanto, el primer error que hay que desterrar es que los del otro partido distinto al mío, son malos porque son ladrones, pero los míos, son estupendos y vírgenes vestales todos ellos.

Una vez que partimos de la base conceptual única que identifica personas corruptas y no partidos corruptos, estamos en mejor disposición de poder solucionar el tema. ¿Es fácil solucionarlo? Pues relativamente, pero no creo que sea tan complicado como pueda parecer.

Yo vengo sosteniendo desde hace bastante tiempo, que el problema de la corrupción es la consecuencia del poder que ostentan los cargos públicos. Me explico - que repetía como una muletilla un jefe que yo tuve hace años. Es el propio sistema y sus debilidades, el que fomenta y de alguna manera promueve la corrupción. 

¿A santo de qué, una empresa pública como el Canal de Isabel II, por ejemplo, se puede comprar una o varias empresas en Suramérica? ¿Pero esto qué es?

¿Por qué, las CCAA tienen la potestad de crear miles de empresas a su alrededor, con dinero público, que más tarde se demuestra en infinidad de casos que son ineficientes, caras y con mucha probabilidad, un nido de corrupción en el que sólo habitan los parientes, amigos y compañeros de partido de quienes las han fundado?

¿Cómo es posible que una CA tenga la autoridad para determinar si en su territorio se construye un aeropuerto? ¿Y si a alguien se le ocurre construir un puerto deportivo para embarcaciones de recreo en Toledo, también cuela?

Aunque desde luego, el mayor índice de corrupción viene por las relaciones entre las áreas de Urbanismo y Obras Públicas, con las empresas privadas.

Entonces, ¿cómo se combate la corrupción? Pues eliminarla al 100% va a ser complicado, pero se puede reducir bastante con un sistema bastante simple.

Por un lado, reducir la autoridad de los funcionarios de alto rango, de los organismos públicos. Reducir su capacidad de decisión, para obligar a que dichas decisiones se expongan a un escenario público y transparente. Para ello, habrá que llegar a un consenso entre partidos para realizar todos los cambios  que sean necesarios para poder reducir el poder de los funcionarios.

¿Cómo es posible que un funcionario y su chófer se gasten un millón de euros de nuestros impuestos, en putas, fiestas y drogas?

Una vez conseguido el primer punto, se trata de construir un nuevo escenario, una nueva plataforma digital de contratación y asignación de servicios y obras, accesible por todo aquel ciudadano de a pie que quiera consultar, y directamente relacionada con los presupuestos de dicha CA, Ayuntamiento o lo que sea. 

O sea: transparencia. Pero transparencia de verdad.

No es tan difícil. Sólo se necesita voluntad política de luchar de verdad contra la corrupción y algo de dinero bien invertido para disponer de un sistema transparente de vigilancia y control.

Pero mucho me temo que la primera parte de este planteamiento - la voluntad política de lucha contra la corrupción - sea el punto débil de esta idea. A los partidos - a ninguno - le interesa. ¿Por qué? Pues muy sencillo. Porque o bien ellos son los primeros beneficiados cuando trincan directamente del bote, o bien, - si es el enemigo al que le pillan con el carrito del helado-, intentan sacar rédito político, hinchando el pecho y presumiendo de honradez, en contraposición con los “chorizos de enfrente”. 

¿A que para solucionar el problema de la violencia de género, todos se ponen de acuerdo?

Para jugar al tenis, se necesitan al menos dos, y que el otro devuelva la bola.

lunes, abril 17, 2017

Comprar o no comprar. He ahí la cuestión.



Hace uno días, en otra red social, alguien planteaba una pregunta curiosa: ¿qué es lo que más odias de ir a comprar al súper?

Debe ser un trauma infantil. Es por eso por lo que odio ir de compras. A cualquier sitio. De cualquier clase. Me da igual, IKEA, LEROY MERLIN o Carrefour.

Digo que debió ser de pequeñito, cuando mi madre quedaba con sus hermanas “para ir de compras” y me arrastraba con ellas. Con solo escuchar la frase, se me alteraba el pulso y me cambiaba mi todavía incipiente carácter. Eso significaba pasarse toda una tarde deambulando sin rumbo fijo, sin objetivo alguno, ser testigo mudo de un cotorreo infinito e incomprensible y terminar destrozado de cansancio y aburrido como una mona. Era como convertirse en invisible, pero menos divertido. Y algo de aquel trauma pervive aún. Por eso se llama trauma.

Como cada semana, lo del Mercadona es un mal necesario. Una penitencia por la que gustoso pagaría para librarme de ella.

El suplicio puede comenzar incluso en el parking del súper mismo. Aunque es lo suficientemente espacioso, hay gente que parece que tiene querencia a ciertas plazas determinadas como si fueran de su propiedad, y aunque haya otras disponibles, se empeñan en dejar el coche en esa en concreto. Así, nada más recoger el ticket del parking, te ves parado en un atasco, a la espera de que algún torpe con un macro todoterreno, consiga hacer girar el volante lo suficiente, para que su mastodóntico coche salga de la plaza en la que incomprensiblemente lo había aparcado antes. Mientras tanto, el micro-coche que tienes delante,  - que se asemeja a lo que conduce Fernando alonso y que te preguntas ¿cabrá alguna bolsa en eso que supuestamente es el maletero? - aprovecha el espacio de dos plazas de parking para abandonar - que no aparcar - el suyo. De esta forma tan peculiar, el propietario se asegura que nadie, ni por la izquierda ni por la derecha, arañe su preciosa joya.

Una vez que sales del ascensor que te deja en la tienda, lo primero que debes hacer es sortear a las dos marujas que han decidido pararse a contarse las novedades de los últimos 30 minutos que llevan sin verse.

Es fácilmente verificable cuál de las dos marujas, es la que se marcha y cuál es la que entra. La que se marcha, lleva el carro lleno como si hiciera acopio de alimentos por una inminente guerra nuclear y se lo llevara al búnker para los próximos 6 años. Habiéndose encontrado a las puertas de los ascensores, han decidido que los dos carros y ellas mismas, no constituyen un obstáculo o impedimento para la normal circulación de los demás seres humanos que pululan a su alrededor, que sin duda alguna, perecerán de inanición después de esa guerra atómica, dado el escaso volumen de compra que llevan en sus carros.

Disimulando como un corrupto, embistes a uno de los carros con la idea de hacer llegar a la única neurona que comparten entre las dos, que realmente estorban. Un simple y cínico “uy! lo siento” es suficiente.

Una vez dentro y metido ya en harina, debes empezar a sortear a los extranjeros que parecen que están perdidos y andan como de paseo. Son fácilmente identificables, bien por sus vestimentas - algunas mujeres árabes llevan el hiyab; los guiris, en general, se ponen sandalias y pantalón corto, en cuanto ven luz y un tibio Sol, al margen de que tú vayas con cazadora-  o bien, cuando abren la boca y descubres lenguas que ni siquiera alcanzas a adivinar de dónde pueden ser. A no ser que se les escape un “da”, en cuyo caso, hay muchas posibilidades de que sea ruso.

Esto de las lenguas, se convierte en un juego muy divertido que por un momento te distrae de tu infame tarea. Se trata de intentar averiguar qué idioma habla ese armario, con chanclas, pantalón corto, camiseta de manga corta o de tirantes, cabeza rapada, tatuajes hasta en el cielo de la boca, acompañado de un “pibón” a su lado que no encaja con el mencionado armario. O bien, te sorprendes cuando ves a dos mujeres, vestidas normalmente y descubres cuando hablan, que son árabes.

Entre que no conocen el idioma y no saben dónde están los productos, los pobres andan algo despistados y es comprensible. Lo que ya cuesta más de entender, es a aquellos lugareños que, mientras pululan por el súper buscando sus productos, abandonan a su merced el carro - como barco navegando al pairo- dejándolo en mitad de ninguna parte, como si ellos fueran los únicos que están comprando. Otra embestida al carrito y lo aparcas donde menos estorba.

Pero todavía queda lo peor.

Una vez que ya has comprado todo lo que necesitas, la siguiente tarea es adivinar qué caja va a ser la más rápida. Es un axioma verificable por la experiencia, que toda caja escogida científicamente, con mimo y cautela, se convierte en la caja lenta en el momento en el que tú te colocas en la fila. Es exactamente el mismo axioma de los atascos de tráfico, según el cual, si decides cambiar de carril al que supuestamente es más rápido que el tuyo, en ese instante, el carril se convierte en lento.

Una vez que ya estás colocado en la fila, a la espera de que te llegue el turno y aparte de que parece que constatas que las otras cajas van más deprisa que la tuya, pueden acaecer diferentes alternativas, que a modo de conjura cósmica, parece que sólo tienen un objetivo común: encabronarte la existencia.

Opción A) 

El cliente al que atiende la cajera a toda prisa, se empeña en introducir los productos en las bolsas por estricto orden alfabético, ralentizando de modo exasperante el ritmo del proceso. El hecho de que la cajera intente ayudar a meter las cosas en las bolsas, sólo sirve apara agravar la psicosis del sujeto.

Opción B)

Uno o varios productos de los que muestra el cliente, no tienen etiqueta de barras o no han sido convenientemente pesados en la báscula. Esto hace que la cajera tenga que llamar por la megafonía interna a algún responsable, que a la voz de ¡ya! Debe proporcionar la información.

Opción C)

La cliente - suelen ser féminas generalmente - una vez que ya ha conseguido introducir los productos en las bolsas y éstas en el carrito, comienza a buscar en el baúl que lleva por bolso, su cartera con el dinero y las tarjetas. Como si del bolso de Mary Popins se tratara, comienzan a salir toda clase de artilugios, productos y más papeles que en un Ministerio, hasta que finalmente, descubre entre la montaña de arrugados tickets de compra, el vale que le habían dado por valor de 5 euros, en la compra anterior, no sin antes descubrir que, lamentablemente, el plazo de canje de dicho vale, había caducado.

En cualquiera de estas opciones, es cuando recuerdas con acritud a las augustas progenitoras de los susodichos, porque eres plenamente consciente de que los productos congelados que llevas - incluida la bolsa de hielo para los cubatas - se están derritiendo.

Finalmente y después de haber comprobado que todos aquellos que se habían posicionado en otras cajas al mismo tiempo que tú, hace ya rato que han salido de aquel infierno, te toca el turno.

Ya sólo te queda colocar las bolsas en el maletero y llegar a casa.

Alguna vez ha sucedido que cuando vacías el maletero en el garaje y llevas las bolsas hasta el ascensor, camino del ático, descubres que por desgracia, el ascensor no funciona. Es entonces cuando tu paciencia - de natural, escasa - salta por los aires y comienzas a jurar en arameo, al tiempo que tu mujer te sugiere que es posible que cuando dijiste aquello de “¿quién será el gilipollas que se ha vuelto a cargar el ascensor?” el individuo en cuestión te haya podido escuchar.

Con resignación cristiana y la mala leche por las nubes, no te queda otra alternativa que coger las bolsas, que ese día parece que pesan más que nunca, y subirte los 4 pisos a pata, por la escalera. 

Cuando finalmente llegas a la puerta de tu casa, al borde del infarto, con el corazón a punto de salirse por la boca, introduces las bolsas en casa y las depositas con el mayor mimo en la cocina.

Ya sólo queda vaciarlas y colocar las cosas.

Otro día más en el apasionante mundo de Mercadona ha terminado. Hasta la semana siguiente.

domingo, abril 16, 2017

Árabes y moros.



El número de teléfono que aparecía en la pantalla, indicaba que la llamada venía de Francia. Sorprendido y algo expectante, respondió con un simple “sí?”. La voz al otro lado del teléfono, contestó en perfecto español pero con un marcadísimo acento árabe.
    - Le llamaba por el anuncio del apartamento que se alquila en Marbella.
     - Sí. Dígame.
     - ¿Está disponible para Semana Santa?
También tiene guasa que un árabe pretenda hacer vacaciones de Semana Santa, pensó él.
     - Sí.
     - El precio de mil euros es por un mes, verdad? - preguntó el árabe.
    - Pues no. El precio que aparece es precisamente para la Semana Santa.
    - Ah! - respondió algo sorprendida la voz.

Y a partir de ahí comenzó a intentar contar una historia que tuviera algo de coherencia, de consistencia, pero que con el tiempo, cada vez tenía menos.

   - Es que verá. Tengo unos clientes franceses que estarían interesados en alquilar la vivienda.
    - ¿Es usted una agencia?
   - Bueno…no…es que, verá yo trabajo en un hotel y estos señores son unos amigos.
   - Perdone. No he entendido bien. ¿Me dice que usted trabaja en un hotel?
    - Sí.
   - Y que estas personas que usted menciona, ¿no quieren hospedarse en el hotel y prefieren hacerlo en un apartamento?
   - Bueno…sí. Es que son amigos míos. Pero antes de nada, debo decir que mi comisión es el 20%.
    - Pues ese 20%, se lo suma usted a los mil euros. Los mil euros son para mí, netos.
    - Bueno déjeme que lo hable con mis amigos. 

Durante un par de días, el teléfono francés enmudeció, lo que fue interpretado como una renuncia a las condiciones o vaya usted a saber a qué. El caso es que, al cabo de un tiempo, volvió a sonar, aunque esta vez, el teléfono era español.

    -¿Hola? Soy Mohamed, otra vez. Hablamos el otro día por lo del apartamento en Marbella.
    - Sí, dígame - dijo sorprendido él por la resurrección del árabe justo en Semana Santa.
    - He estado hablando con mis amigos y estarían dispuestos a pagar 750 euros por la semana.
     - Ya, pero es que hoy es lunes. La Semana Santa empieza hoy.
     - Bueno eso no es problema.
Pensando a toda velocidad, él volvió a preguntar al moro.
    - ¿Y cómo es que van a pagar por algo que ni siquiera han visto ni visitado? Es más, ni siquiera usted ha estado aquí para ver el apartamento.
     - Bueno yo les he dicho que está como en las fotos. ¿No es así?
     - Sí. Está exactamente igual que en las fotos.
    - Vale. Entonces mis amigos, vienen hoy. Aterrizan a eso de las 14.00. Pueden ir a visitar el piso a eso de las 17.00.

Él, alucinaba cada vez más. Supuestamente, había unos franceses - de origen árabe, por supuesto - que viajaban desde Francia, aterrizaban en Málaga y sin disponer de alojamiento, se aventuraban  a visitar un apartamento que no conocían y por el que se habían comprometido a pagar 750 euros. Y todo eso en cuestión de horas.

    - ¿Y la comisión te la pagan tus amigos? - preguntó él bastante mosqueado.
     - No. De ahí hay que restar la comisión.
    - Déjame que lo piense y llámame en una hora. Dices que ellos vienen a las 17.00 a ver el apartamento?
    - Sí. Pues llámame a eso de las 16.00. Para entonces ya tendré una respuesta.

Había demasiados cabos sueltos en todo ese embrollo. Un supuesto trabajador de un supuesto hotel, supuestamente de lujo, decía tener unos supuestos amigos, los cuales en vez de alojarse en el supuesto hotel, prefieren arriesgarse a alquilar un piso que no habían visto jamás y pagar por él.

    - A mí no me encaja nada - dijo él a su esposa.
   - La verdad, es que es todo muy raro - dijo ella. Pero en todo caso, son 750 euros.
   - Siempre que los tengan en metálico, claro.
Antes del horario convenido, el árabe, volvió a llamar para cerrar la operación.
  - Bueno entonces, les digo a mis amigos que vayan a esa dirección a las 17.00, no?
  - ¿Y tú? ¿Es que no vas a venir? - preguntó tremendamente sorprendido él.
   - No. Es que no puedo porque a las 17.00 horas, salgo para París.
   - ¿Cómo? ¿Qué ni siquiera vienes a acompañar a tus amigos?
  - Es que me es imposible. A esa hora tengo que estar en el aeropuerto. Pero puedo mandar a un compañero del Servicio de Mantenimiento del hotel para que les acompañe.

Él intentaba recopilar la información que había ido recogiendo y procesarla. 

En resumen se trataba de que unos desconocidos, de los que no sabía sus nombres, cuántos eran, su procedencia, ni ningún dato personal, se presentarían en su casa con la esperanza de que en ese momento, le depositaran en la mano el importe del alquiler. Todo ello, mediante la supuesta mediación de un desconocido, que ni siquiera había visitado el piso. Y a todo eso había que añadir que en vez de 1.000 euros netos, le iban a dar 750 y de ahí a descontar el 20% para el moro.

    - Búscales a tus amigos otro alojamiento. Y tú, no vuelvas a llamar.

Lo rocambolesco de la historia, hizo que él se pasara varios días dándole vueltas a algo que no tenía ni pies ni cabeza. Era kafkiano todo aquello. Siempre que se enfrentaba a algo que no encajaba, suponía un reto a su lógica. Pero lo más preocupante fue la hipótesis que se le ocurrió un par de días después y que podría explicar perfectamente la situación.

    - Imagina - le dijo a su mujer - que este individuo es un yijadista. Un menda cercano a AlQaeda. Mediante esta martingala, estaría consiguiendo alojamiento a un posible comando terrorista, al tiempo que nadie podría identificarle a él, ni a sus compinches. Nadie tiene datos que les pudieran relacionar. Ni entre sí ni con el alquiler. No hay contrato, no hay fotos, no hay transferencia de dinero.
    - ¡Qué imaginación! Este es sólo un buscavidas que sabe cómo funciona el sector, porque eso se nota.
    - ¿Y la primera vez llama desde un teléfono francés y después desde uno español? ¿Y sin ver el piso? ¿Y cómo pensaba cobrar nuestra comisión? ¿Se iba a ir a Paris sin cobrar el 20%? ¿Y sin acompañar a sus “amigos”? Te digo yo que aquí hay gato encerrado. Luego se quejan. Esto sólo se le ocurre a un moro!