sábado, febrero 18, 2017

Periodistas y censura



En nuestra cándida adolescencia, esa etapa de nuestro desarrollo en la que creíamos que los valores y los principios eran sólo unos, inalienables, inalterables y sempiternos, muchos pensábamos que todos los jueces eran justos, porque sólo había una justicia y todos los periodistas decían la única verdad, porque sólo había una verdad. De hecho, dicho así, parece un ejercicio de lógica filosófica con las dos premisas principales y la conclusión aún por definir.

Luego, a medida que hemos ido abandonando la ingenuidad y adentrándonos en el mundo real, nos hemos ido dando cuenta que los jueces no siempre son justos, que los periodistas, en ocasiones, no cuentan toda la verdad y que los valores pueden ser diversos. Que aquellos que no compartimos debemos simplemente respetarlos y que verdades, lo que se dice verdades, puede haber más de una. Todo eso hace que vivir sea mucho más difícil, complejo e inseguro, pero si te adaptas, la navegación se hace más placentera sin que por ello, uno tenga que renunciar a sus propios valores - entre los que se encuentra el respeto a  los valores de otros -, a sus principios - entre los que se encuentra aceptar los de otros - ni a su esencia como ser humano.

Pero al mismo tiempo y en paralelo, uno no puede evitar poner de manifiesto “las cojeras” de algunos de esos que se supone que están ahí para proclamar la verdad o al menos para no ocultar lo que saben, y lo hacen, encima, para su propio beneficio. Es como si un reportero de guerra, fuese testigo de una masacre y en su cámara fotográfica sólo hubiera imágenes bucólicas de paisajes de ensueño, llenos de paz, de colorido y de belleza, mientras a sus espaldas las víctimas de esa guerra están despedazadas, o desangrándose lentamente. En casos así uno estaría en el derecho de acusar al periodista de traición a la verdad, porque lo cierto es que los muertos los tiene detrás. De mirar para otro lado y reflejar sólo la mitad del entorno. Eso es tendencioso y eso no forma parte de los valores del periodista. Las informaciones tendenciosas, no son periodismo, forman parte de los beneficios personales que obtiene el periodista.

Hace poco en un artículo de El País (http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/11/12/catalunya/1478969761_639424.html) se abordaba el llamado fracaso del periodismo en referencia al triunfo de Trump en EEUU.

El triunfo de Donald Trump puede considerarse un fracaso del periodismo. Los medios no han sabido o no han podido hacer frente al alud de noticias falsas, muchas veces instadas por el propio equipo de Trump, que han inundado la red y dominado la “conversación” pública durante la campaña electoral. Esta evidencia, amargamente resaltada el viernes en el VI Congreso de Periodistas de Cataluña por el norteamericano Dan Guillmor —bloguero, escritor y uno de los impulsores del llamado periodismo ciudadano— nos sitúa ante un escenario nuevo de inquietantes consecuencias.
Algunos analistas han definido este escenario como el de la “posverdad”, en el que lo que importa en el discurso público no es la fidelidad a los hechos o a los datos, sino ofrecer una versión verosímilpor supuesto interesadaaunque no se ajuste a la realidad. Ese escenario da lugar a una mezcla enmarañada de tergiversaciones y falsedades que se abren camino con facilidad en medio de un gran ruido mediático que no permite distinguir la verdad de la mentira. Ya ocurrió en la campaña del Brexit y ahora se ha repetido en las elecciones presidenciales norteamericanas, con consecuencias devastadoras en ambos casos.

Es decir, que ahora hay una clase de periodismo que no se limita a informar de lo que ocurre o a investigar. Ahora hay una clase de periodismo que se limita a publicar lo que algunos tienen interés en que los demás crean. En crear estados de opinión basados en premisas falsas o medio falsas. Y a eso se le llama en ocasiones falsear, en otras intoxicar, dependiendo del grado de mentira que ocupe la información.

Pero no es el tema de Trump el único sobre el que se escriben “posverdades” o verdades a medias. Hay asuntos que con el devenir de los años, han caído en manos de ciertos grupos de presión, amparados por leyes, ministerios, abogados y periodistas, y que han convertido su leitmotiv en una especie de gueto ideológico, en el que solamente pueden opinar aquellos que van a favor del “pensamiento único” y todo aquel que se atreva a opinar en contra de sus postulados, se enfrentará a todo el peso del poder de sus medios o a su censura previa. Me refiero a la mal llamada violencia machista.

Tal es el caso de José Francisco. Escritor aficionado, su estilo no es que fuera a pasar a la posteridad de la literatura ni probablemente fuera a ganar ningún premio ni galardón. Él solía bromear con una anécdota que le ocurrió en cierta ocasión, visitando un pueblo de León; Castrillo de Polvazares. Entró en una tienduca y se encontró con un vino que lucía una etiqueta bastante peculiar. El vino se llamaba: “Vinazo de la polla en vinagre” y ciertamente la etiqueta hacía mención a un ave gallinácea joven. En la parte de atrás, se podía leer: “Este vino nunca ganado ningún premio de ninguna clase porque nunca nos hemos presentado a ningún concurso”. El precio de 2.000 pesetas de las de entonces, le pareció un robo, pero accedió a comprarlo porque le pareció simpático. Más tarde cuando llegó a su domicilio y lo probó, confirmó que había participado voluntariamente en un auto expolio. Pues bien, José Francisco afirmaba que probablemente sus escritos, aunque realizados con mucho cariño y esfuerzo, tuvieran el mismo destino que aquel vinazo de la polla en vinagre: nunca ganarían ningún concurso.

El caso es que José Francisco se empeñó en publicar al menos uno de sus libros. Al fin y al cabo, después de unos diez años intentándolo, había conseguido contactar con una editorial que no le iba a cobrar nada por publicarlo. 

Una vez publicado, quedaba la parte más interesante cual era, dar visibilidad al libro. Echó mano de todos sus contactos, amistades, agenda de emails, contactos de redes sociales y dejó para el final, el premio gordo.

Su vecina, era una estrella mediática de la radio. José Francisco partía de la base que no tenía nada que perder y que al menos, lo intentaría. Para recibir un “no” por respuesta, siempre tenía tiempo. Su relación de vecinos no es que fuese muy intensa. Era simplemente correcta: ¿te importa regarme las plantas mientras estoy de vacaciones? ¿Me delegas tu voto para la junta de vecinos? ¿Me cuidas al gato unos días mientras estamos fuera?, eran las peticiones más habituales. Así que, pensando en aquello de que hoy por mí, mañana por ti, José Francisco le comunicó de manera bastante informal a su vecina, la estrella mediática, en una de esas escasas ocasiones en las que coincidían en el garaje o en el ascensor, que le habían publicado un libro. Ella, pareció sorprenderse y alegrarse al tiempo y quedaron para hablar del asunto más tranquilamente al cabo de unos días. Fueron semanas, pero el caso es que se vieron.

José Francisco, la verdad, es que tan sólo quería indagar las posibilidades reales que tenía de poder hacer una mínima publicidad de sus escritos y estaba abierto a todo tipo de sugerencias y posiciones. En su visita de cortesía a la estrella mediática, se acompañó de un ejemplar de su libro recientemente editado con el fin de que al menos, su hipotética benefactora, tuviera un elemento de causa en lo que basar su posterior apoyo. 

La charla - entre dulces y café - se desarrollaba de manera informal en la cocina de la susodicha. Dada la escasa relación personal entre ellos y la sorpresa que representó para la estrella de la radio saber que tenía un vecino con aspiraciones a Vargas Llosa, los primeros minutos los pasó José Francisco explicando de dónde le venía aquella vena literaria. 

Todo parecía ir sobre ruedas. La estrella, le comentó que había un programa en su emisora en la que podría tener cabida. José Francisco, no se lo podía creer. Le iban a hacer una entrevista en una emisora para hablar de su libro. Todo era como un sueño.
    - Te he traído un ejemplar para que le eches un vistazo - le dijo mientras alargaba la mano con el libro.
Ella lo cogió y - mientras saboreaba un café - comenzó a leer la portada y la contra portada. En ella se mencionaba, casi de pasada, que en el interior había un buen racimo de historias y eventos, y que alguno de ellos venía a demostrar que a veces, algunos hombres son también víctima de abusos por parte de ciertas mujeres. Sin duda, no era ese el objeto fundamental ni siquiera principal del libro, pero se incluyó a vuela pluma, como un reclamo, un inocente intento de llamar algo la atención del hipotético lector.
    - Desde luego - comenzó a hablar la estrella - con todos los casos de crímenes machistas que hay cada semana, ni se te ocurra mencionar lo de los abusos de las mujeres...incluso aunque sea verdad.
    - Yo creo - continuó la estrella mediática - que dentro de 2 semanas hay un hueco para poder hacer la entrevista.
    - Estupendo - respondió José Francisco. Quedo a la espera de tus noticias.

Pasaron varios meses de aquella conversación y José Francisco continuaba sin tener noticias de la supuesta entrevista y tuvo que admitir, muy a su pesar, que la razón de tal silencio era no haber superado la censura previa, algo que parecía un concepto más de la época del NODO y de Franco que de los tiempos corrientes. La censura, no por el contenido de su libro, ya que probablemente, la estrella ni se lo leyó, sino por la interpretación exagerada, sesgada y claramente de feminista activa, de una frase encaminada a suscitar el interés del lector, fuese del género que fuese.

Y así, José Francisco, descubrió que existe un periodismo de trinchera; un periodismo de clase; un periodismo de género. Que la censura pervive en según qué entornos. Un periodismo que se basa en escribir a favor de corriente y no en indagar o denunciar posibles abusos que al final resulten contra producentes a aquellos que los denuncian, a los que los propagan o a quienes los sufren. Incluso, aunque tales abusos sean ciertos.

domingo, febrero 12, 2017

El Corte Inglés: autoservicio.

Ayer estuve en El Corte Inglés. Recuerdo que hace unos tres años, ir allí, era como ir al desierto de Gobi. Daba miedo pasear por sus pasillos desiertos y temías que te fueran a asaltar una banda de ladrones. Dicho sea lo de ladrones sin mirar a nadie. El aparcamiento estaba semi vacío, los dependientes de cháchara entre ellos y cuando te acercabas a algún estand, te asaltaban tres al tiempo con su "¿puedo ayudarle?". No vendían una escoba y era un ejemplo evidente de hasta qué punto estaba afectando la crisis.

Ayer, no. Ayer estaba petado, hasta la bandera. Cuando antaño podías permitirte el lujo de aparcar casi en la puerta, ahora te tienes que ir al segundo sótano y rezar. Por dentro, era un hervidero de gente. Los ascensores, era una forma más de perder el tiempo porque llegabas antes de rodillas. Las colas en las cajas eran como en sus mejores tiempos. 

Pero algo ha cambiado: ahora no ves un maldito dependiente ni con prismáticos. Da igual la sección a la que vayas. Aquello sí que es el desierto de Gobi pero de dependientes.

Y yo me pregunto: ¿qué han hecho con todos esos que en la época de las vacas escuchimizás, se estaban de cháchara porque no había clientes? ¿Han esperado a que el negocio subiera para pagarles las indemnizaciones por despido? Pues sí, algo de eso ha pasado.

El año pasado, 2016, la empresa abrió la mano y ofreció un plan de bajas incentivadas y tuvo tal éxito entre los empleados, que tuvieron que aumentar un poco las expectativas y llevarlas hasta 2017. 

Así es que ahora, después de que unos miles de empleados (4.000) se hayan ido a su casa y la empresa  haya destinado unos 150 millones para convencerles, los clientes ahora nos encontramos con que aquello de que El Corte Inglés te ofrece un servicio y una atención sin igual, ya no es cierto. 

El Corte Inglés era famoso por el "acoso" de los dependientes a sus clientes. Siempre tenías que quitártelos de encima. Ahora es todo lo contrario. ¿Que necesitas preguntar si tienen un modelo de aspirador? Pues ya puedes coger un rifle y empezar a buscar tu objetivo. Allí no hay nadie. ¿Que necesitas un cubre colchón? Vete a saber dónde están las señoritas del departamento. Y así en todas las secciones.

Sin duda El Corte Inglés está inmerso en un proceso de cambio profundo, encaminado a sacar de los números rojos a la empresa, pero me temo que no todos los cambios han sido para bien. Bueno, los empleados que están en su casa con la pasta y jubilados, estarán felices, claro. Pero los clientes, aquellos que estábamos acostumbrados al servicio y la atención, a poder solicitar explicaciones y detalles sobre un producto, esos, nos hemos quedado huérfanos. 

O mucho me equivoco, o en breve empezaremos a ver por las plantas de El Corte Inglés robots serviciales, que con su voz metálica nos pregunten eso de ¿puedo ayudarle? 

miércoles, febrero 08, 2017

Los de PODEMOS y su social democracia.



La Universidad, en general, debiera ser un lugar de debate fundamental de ideas. Se entiende que de ideas diversas, algunas contrarias, otras afines y otras al fin irreconciliables con las primeras, pero siempre dentro de un ámbito tolerante. Cuando en la Universidad unas ideas se imponen por la fuerza a todas las demás, pierde su esencia de contraste, de debate de confrontación ideológica, para convertirse en una máquina alienante y de imposición del mal llamado Pensamiento Único, cuando no directamente, de persecución ideológica. Y eso es exactamente lo que sucedió en la Facultad de Ciencias Políticas de Somosaguas en Madrid.

Todos saben que dicha Facultad es la cuna de PODEMOS y de todos los movimientos circundantes que dieron lugar al partido. Los Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa y demás, coincidieron en sus aulas como ilustres profesores, al tiempo que compaginaban su actividad docente con sus trabajos de asesoramiento al gobierno bolivariano de Chávez y después de Maduro.

La camarilla terminó por adueñarse  de la Universidad. No sólo de sus aulas donde impartían sus enseñanzas, sino también de la sala de profesores, donde debería ser un lugar de asueto, de esparcimiento, de diálogo y de descanso, pero sin llegar a lo que se convirtió al final: en un fumadero de derivados del opio, en un antro donde fundamentalmente, se jugaba a las cartas y que normalmente no frecuentaría ninguna persona decente en su sano juicio. 

Las tareas docentes y las relaciones cada vez más estrechas con la camarilla de los correligionarios, daban juego para mucho. Que si hoy organizamos una manifestación en contra de la guerra - da igual de qué guerra se tratase, siempre que no fuera Venezuela, claro - o mañana invitamos a Chávez a  nuestro auditorio. 

Mientras tanto, Monedero, presumía de sus éxitos en Venezuela enviando SMS al móvil personal, a una de sus alumnas. Al tiempo, Chávez, era recibido como un héroe en la Facultad de CCPP, en su viaje oficial a España.

Fue en esta visita cuando una de las alumnas de la Facultad, de nacionalidad Venezolana, tuvo un enfrentamiento directo con ese supuesto social-demócrata llamado Juan Carlos Monedero. Ante la pregunta - estúpida por demás - de qué le parecía Chávez y su gobierno, la venezolana, exiliada en España por razones ideológicas, le dejó bien claro que no compartía sus gustos. Ante semejante demostración de sinceridad extrema y sin haber dado muestras de sentirse intimidada ni por la presencia del excelso líder bolivariano ni por el insigne profesor Monedero, éste, no tuvo mejor ocurrencia que comenzar una serie de insultos, entre los cuales el más suave fue “tú eres una hija de puta fascista”. Si ya de por sí, este tipo de actitud dice poco - o mucho, según se mire - del talante del que se pronuncia de esta forma, mucho menos es aceptable cuando se trata de un profesor de una Universidad, en la que supuestamente se imparten asignaturas tendentes a abrir las mentes, al razonamiento y al debate, y no una única y exclusiva ideología como la  marxista leninista.

A los pocos días, los suficientes como para que no se pudiera establecer claramente una relación causa-efecto, la estudiante venezolana fue expulsada de la Facultad.

Estos son los social demócratas que pretenden ir dando lecciones de cualquier cosa que se les ocurra, pero sobre todo, de demócratas. Mucho votar, mucha asamblea, mucho protocolo de asambleas, pero cuando se trata de respetar - que no de compartir - las ideas de otros, “como una olla”, que decía Rocío Jurado. ¿O no era así exactamente la canción?

lunes, febrero 06, 2017

La subcontratación de servicios en IT

En un muy interesante artículo de Pere Vidal (ver  www.cateconomica.com), profesor colaborador de la Universitat Oberta de Catalunya y abogado asociado en PwC, aborda la reciente aprobación en el Congreso de los Diputados, de una proposición de ley para  modificar el artículo 42.1 del estatuto de los trabajadores.

Con la mencionada proposición, se pretende equiparar las condiciones laborales existentes entre los empleados propios de la empresa que subcontrata y aquellos subcontratados.

La sempiterna cuestión de "trabajadores propios" y "subcontratados", y sus correspondientes diferencias contractuales, no es algo nuevo para nadie que lleve unos 40 años - y menos también - en el apasionante mundo de las Tecnologías de la Información, por ejemplo.

De una manera mucho más prosaica y cercana a la terminología mundana, siempre se ha distinguido entre "blancos" - los trabajadores propios de las empresas que subcontratan - y "negros" - obviamente, los subcontratados. Las diferencias eran y son, notables: los "blancos" tenían contrato fijo. Pero fijo de verdad. Los "negros", temporal. Y lo mismo cabría decir de los salarios, los beneficios sociales y hasta de los horarios.

Por supuesto, ni entonces ni - en mi modesta opinión, ahora - a ningún "negro" se le habría pasado por la imaginación demandar a su empresa o a la empresa cliente, porque ello - entonces y mucho más ahora - supondría la inscripción gratuita, inmediata y con carácter indefinido, para formar parte de la LISTA NEGRA de las empresas afectadas. Porque haberlas, haylas.

Y de lo que estoy hablando nada tiene que ver la Reforma del 2012. La precariedad de los subcontratados, viene siendo moneda común desde la crisis del 92 en España.

Así es que, es de agradecer al Congreso que intente en la medida de lo posible, poner puertas al campo y seguramente, de respetarse esta iniciativa y llevarse a efecto, puedan - efectivamente, como bien apunta Pere- aumentar los costes, con lo que mucho me temo que también aumentaría el paro.

El mercado de la subcontratación en IT, se ha convertido con el transcurso de los años, en un auténtico monopolio en manos de unos pocos clientes y unas pocas grandes consultoras. Para entender esta evolución baste con repasar la historia de España en el sector Banca y Seguros, por ejemplo, para percatarse de las sucesivas fusiones y adquisiciones que han devenido en una macro concentración de recursos en unas pocas entidades, que a su vez, disponen de acuerdos de servicios con grandes consultoras, que son las que finalmente, acaban por subcontratar.

Este viciado modelo de negocio, no tendría mayor trascendencia en las condiciones laborales de los subcontratados, si no fuera por la cultura imperante en España de no contratar autónomos, también llamados freelances. Algo que, por ejemplo, en el Reino Unido o en USA, es tan común como el comer. De ahí mi calificación de monopolio, ya que con este modelo, se desvirtúa la relación cliente-profesional, quedando los profesionales - en la mayoría de los casos - sometidos a las condiciones de trabajador por cuenta ajena, bajo unas premisas marcadas por las tarifas acordadas entre cliente y consultora, lo que determina en gran medida el salario del sujeto. O dicho en pocas palabras: el salario de los subcontratados, en realidad, lo determina el cliente y no la empresa que le paga la nómina, pues ésta, debe ceñirse a las tarifas pactadas para ganar el concurso de ofertas.

Resumiendo: se gradece la intención del Congreso, pero mucho me temo que esto va a ser otro brindis al Sol.
 

jueves, febrero 02, 2017

Curriculum Vitae vs Casting



Vivimos una época de futuro incierto, con situaciones convulsas y cambiantes, y con un alto grado de inseguridad por el presente. La incertidumbre es nuestra fiel compañera diaria y parece que no nos la vamos a quitar de encima nunca más. 

El empleo se ha convertido en un bien escaso para muchos millones de personas que, o bien no terminan de entrar en el mercado laboral español y deben migrar, o bien, son expulsados de él con excesiva antelación. Aunque sería muy interesante abordar las diferencias existentes entre España y otros países de nuestro entorno a este respecto, resultaría demasiado prolijo y no es el objeto de este artículo. Prefiero centrarme en la búsqueda de ese empleo perdido - del que lo tuvo - o del que todavía no se ha llegado a estrenar.

Como todo el mundo sabe, el trabajo de un desempleado consiste en buscar trabajo. Una tarea que le ocupará un número determinado de horas cada día. En esto, también hay opiniones, como para todo. Los hay que recomiendan que dicho trabajo no se convierta en una obsesión y no ocupe más de 3 o 4 horas diarias, aunque dicha teoría resulta difícil de inculcar a alguien que tiene responsabilidades y cargas familiares, o simplemente, la sana costumbre de comer cada día. En el mundo conectado en el que vivimos, se dispone de diferentes canales de búsqueda de empleo, pero todos y cada uno de ellos, sean del tipo que sean, pasan por el currículo.

Hace unas semanas ya traté este tema intentando diferenciar lo que debe contener un CV y cómo habría que distinguirlo de lo que nos proporciona la Seguridad Social, el Certificado de Vida Laboral. Hoy voy a abordar otro aspecto que también me ha suscitado interés. Se trata del tema de la foto en el CV.

Días atrás, en el foro de Linkedin, leí alguna intervención en la que se mencionaba este asunto, el de la foto sí, foto no, y cómo debía ser y de lo que de ella se puede extraer. Por ejemplo, alguien indicaba que en el Reino Unido, no se consideraba apropiado incluir la foto en el CV. Ciertamente, uno de los portales de empleo más usados allí, no incorpora para nada tal opción. Sin embargo, otra persona, profesional de RRHH en España, no solamente consideraba la foto imprescindible, sino que además daba una serie de pautas acerca de cómo debía ser y los significados “ocultos” que se podrían esconder detrás de una simple foto. Esto me llevó a reflexionar sobre el asunto.

La primera cuestión que me planteo es la siguiente: ¿De verdad en España hay profesionales trabajando en RRHH que tienen el arrojo y la valentía de excluir a un candidato de una opción laboral por lo que interpreta en una foto?

Yo siempre he creído que esto de las opiniones en el arte, eran subjetivas, personales. Pero nunca se me habría ocurrido pensar en utilizar mis criterios personales de la estética para descartar a un candidato a un puesto de trabajo. Entre otras muchas razones porque desconocemos el verdadero alcance de nuestra decisión y el impacto que supone en el sujeto.

Hace algunos años, tuve la oportunidad de dar un curso de Gestión de RRHH. El grupo, estaba constituido en un 99% por mujeres, excepto un chico joven. La responsable del departamento, justo antes de comenzar el curso, me llamó y mantuvimos una conversación muy ilustrativa.

    - Te llamo porque tenemos un número justo de alumnos y si nos falla alguien y a mitad de curso abandona, nos quedamos sin la subvención.
    - Vale, ¿y?
   - Pues que el chico en cuestión me parece demasiado joven para este curso…y además es gitano y no creo que le vaya a interesar mucho el tema de RRHH.

Después de aguantar el envite racista como pude y de contar rápido hasta 100 para escoger la mejor opción, mi respuesta fue:

    - Yo no puedo erigirme en juez del destino de otra persona. No asumo esa responsabilidad.

El chico, no faltó ni un día a las clases. Quien abandonó antes de terminar, fue otra persona.

Mis amigas las psicólogas - que tengo varias y en ejercicio-, seguro que me comprenderán si digo que hay ciertos colegas incontrolados que - en mi opinión - asumen unas responsabilidades excesivas cuando se aventuran a descartar a algún candidato por lo que se supone que ven en una foto. Pero lo digo sin acritud, eh?

Los médicos definen la salud como “la ausencia de enfermedad”, así es que basándome en ese principio y centrado en el tema de la foto del CV, yo diría que toda foto que no sea obscena, es válida. 

Es cierto que vivimos en una sociedad donde la imagen prevalece sobre el fondo de la cuestión y sinceramente, no creo que deba ser así.

En estos días, estamos asistiendo a un auténtico esperpento por parte del presidente de un gran país, que ha tomado una decisión que ha levantado ampollas en el mundo. Al margen de otro tipo de consideraciones, ajenas al ámbito natural de este artículo, son decisiones basadas en criterios racistas, en las que al parecer, incluso algún ciudadano español con pasaporte español y de origen Iraní, se ha visto envuelto. Discriminar por el lugar de nacimiento, el color de la piel o la religión, no son precisamente ejemplos a seguir.

Si no establecemos unos límites claros, puede haber gente que se auto arrogue unas competencias que no le son propias, que se emborrache de poder y que al final, esto de buscar trabajo con el CV, se parezca más a un casting para hacer una película que encontrar curro en una empresa de 9-18. A ver si ahora, las fotos las va a tener que hacer Alberto Shommer, con el apoyo de un psicólogo profesional o de un experto en comunicación no verbal, apoyado todo ello por un vídeo en formato flasmob colgado en Youtube y realizado por Spielberg o Quincy Jones.

Debemos ser conscientes, sobre todo en los tiempos que corren, que los procesos de selección de candidatos, han dejado de ser meros mecanismos para incorporar recursos a una empresa y que ahora, además, incorporan un nuevo factor a la fórmula final. Un factor que aunque siempre ha estado latente, ahora cobra una especial importancia: el factor humano, como el título de la famosa novela. El factor social.

Mucho se habla de que hay que contratar a más buenas personas antes que poner el objetivo en buenos técnicos, lo cual, dicho sea de paso, no son valores mutuamente excluyentes. Pero en todo caso, sí me gustaría hacer hincapié en algunos términos como, por ejemplo, recursos humanos y buenas personas

De un tiempo a esta parte - y hablo de años-, tengo la impresión de que va cundiendo una especie de dejadez - lamento herir la susceptibilidad de algunos, pero es como lo siento - entre los departamentos de RRHH, según la cual, se establecen una serie de criterios y parámetros encaminados todos ellos a evitar en la medida de lo posible tener que leer los CV de los candidatos. ¿En qué me baso? Pues en las cuestiones previas que en infinidad de ocasiones se plantean a los candidatos, cuyas respuestas están implícitas en el propio CV. O sea, que si quieres saber la respuesta a la pregunta, te lees el CV y lo sabrás. 

Como comprendo que leerse cientos de CV no es una tarea especialmente atractiva, sugiero que las empresas que oferten una posición, generen unos cuestionarios ad hoc para cada puesto. No es complicado de hacer, es fácil de cumplimentar y de una manera cómoda se pueden conseguir los objetivos de seleccionar a los mejores candidatos. 

Cualquier cosa es mejor que hacerlo por las impresiones que nos causa una foto. 

¿Estamos preparados para juzgar una foto de un profesional de la India, de Pakistán o de un Malayo? ¿Estamos seguros de que, al igual que el presidente innombrable, no vamos a caer en racismo si nos encontramos con alguna foto de un candidato con rasgos magrebíes?

No nos volvamos locos. No retorzamos la realidad hasta convertirla en algo difícilmente reconocible. Seamos algo más comprensivos, algo más abiertos de mente, algo más humanos. Seamos conscientes de las implicaciones sociales y éticas que tiene nuestra tarea de seleccionar a candidatos por lo que saben y no por la posible imagen, más o menos desafortunada, que nos puedan ofrecer en una foto. 

Demos por tanto, una oportunidad al rostro que nos mira al otro lado de la foto y por lo menos, valoremos su CV. Es un ser humano en busca de un trabajo.