domingo, junio 02, 2013

Lo mejor de Portugal: los portugueses.

He estado varias veces en Portugal, la mayoría, por vacaciones. En todas ellas, he podido comprobar la amabilidad, la simpatía y la generosidad de cualquier portugués de cualquier parte del país vecino.

Salvo mi primera visita, allá por los años 90, que estuve en El Algarve y a la que considero más como una experiencia paranormal que unas vacaciones, he tenido la ocasión de conocer tanto Lisboa y la parte central, como la no menos interesante zona norte, donde recomiendo visitar Guimaraes, Braga, Viana do Castelo, Aveiro con sus canales y sobre todo Oporto, con su barrio antiguo de pescadores y de donde no puedes marcharte sin comprar unas botellas del vino más famoso de Portugal. En todos y cada uno de esos lugares, pude constatar la calidad humana de todos los portugueses con los que entablé una breve conversación o simplemente, les preguntaba cómo llegar a un sitio. No importaba que fuera el hombre de la gasolinera, un camarero de un bar, una señora que venía cargada con las bolsas de la compra y se detuvo 5 minutos para mirar el mapa o un viandante cualquiera que, al azar, escogías para preguntarle algo.

En los restaurantes, en los bares - donde por cierto sirven un café exquisito- en cuanto te identificaban como español, enseguida surgía una conversación multilingüe, porque ellos te hablan en portugués y tú les respondes en español y todo el mundo tan contento y nos entendemos.

Fue en Braga, después de visitar un impresionante Santuario que  los jesuitas tienen allí y que desde luego, hay que visitar. Estaba en una terraza situada en una plaza de la ciudad, tomando un refresco, a la sombra y al pie de una fuente en la que las palomas se acicalaban sus plumas. Después de abonar la cuenta, mientras iba en busca de alguna indicación que me señalara dónde podría cenar, de repente, le pregunté al primer individuo que pasaba por allí para que me aconsejara. El hombre, no sólo me aconsejó, sino que me acompañó personalmente a un sitio en el que le conocían. 

Al llegar al lugar, el camarero y mi guía improvisado, comenzaron a hablar acerca del motivo que nos traía a su restaurante y aunque, lógicamente, hablaban en su idioma, les entendí perfectamente. El propietario, se disculpaba diciendo que era una lástima, pero que habitualmente no daba cenas y que de hecho, estaba cerrando el local.

En la barra, había un parroquiano que asistía sin poder evitarlo, a la escena. Cuando de pronto, viendo que al parecer estábamos en un camino sin salida, acordó con nuestro amigo, que a partir de ese momento él, se encargaba de llevarnos a un restaurante donde nos atenderían con todas las garantías. Y así lo hicimos. En ese mismo instante, en la barra del bar al que nos había llevado un desconocido al que tan sólo habíamos preguntado por una dirección, nos despedimos de él y nos dispusimos a seguir al que tan amablemente, se había ofrecido de voluntario para esa tarea humanitaria. En cuestión de 10 minutos, simplemente por solicitar una recomendación, encontré dos personas, dos desconocidos que se ofrecieron a acompañarme a dos sitios distintos. 

Reconozco que en España, creo que hubo un tiempo en el que éramos así con los turistas, pero hace bastante que no he vivido nada ni remotamente parecido. Por supuesto, hablo de provincias, porque en Madrid ni te cuento.

Portugal, es mucho más que ponerse ciego a comer - que te pones - y por un precio mucho más económico de lo que te costaría en España. Y los hoteles, incluso los de 4 estrellas, no tienen nada que envidiar a los españoles, y son mucho más baratos. Al menos, lo eran hacen unos pocos años cuando estuve por última vez. Tal vez ahora, con eso de la crisis y la subida del IVA, se habrán puesto imposibles, pero en cualquier caso, siempre tendré un recuerdo estupendo de mis viajes a Portugal, sobre todo, por sus gentes.