miércoles, enero 01, 2014

Crónica de una cogorza anunciada.



El mensaje estaba claro. Más que claro: nítido. Lo había ido pregonando a todos los vientos y a todo aquel que quisiera escucharla: la Nochevieja es una noche especial y por consiguiente, hay que estar alegre por obligación y para estar alegre, no hay nada mejor que el alcohol. Ergo, en Nochevieja hay que emborracharse. Y así fue.

A las 20.00, llamó para preguntar a qué hora era la cena y de paso para ir avanzando que llevaba desde las 13.00, tomando “el aperitivo”. Pues ha debido ser uno de los aperitivos más largos de la historia, emulando a la película española “El Penalty más largo del mundo”. Lo curioso en este caso, es que a tomar el aperitivo, la había invitado la misma amiga que decidido cancelar la cena de Nochevieja en su casa y de ahí, que finalmente viniera a la nuestra para que no se quedara sola.

Su estado era lamentable. Nunca, jamás, he soportado a una persona bebida, pero por alguna razón - seguramente machista - me resulta patético ver a una mujer “cocida”, como muy bien se autodefinió. Claro que su amiga, al parecer estaba peor, porque a las 21.00, se despidió y le dijo que se iba a meter en la cama. Que para uvas, ya había tomado bastante, aunque la mayor parte de ellas, habían sido tratadas previamente.

Se presentó en casa con su visón, la lengua flácida, el tono subido y algo gritón,  y en plena fase de amar a todo el mundo. Un estado eufórico, de risa floja y fácil. Una mezcla difícil de digerir, pero que a fuerza de ir recogiendo piezas del puzzle de su vida, al final, no resulta tan inverosímil, tan infrecuente. Al final, todo va encajando.

Como fue la primera en llegar – que para eso vive en el bloque de al lado- lo primero que hizo fue imponer que la casa se convirtiera en una discoteca, con la música adecuada para bailar y el volumen en consonancia con su estado de embriaguez, o sea, alto. Lo segundo que pretendió – sin éxito, desde luego – es bailar conmigo, a cuya invitación, tuve que contenerme y morderme la lengua para no responderla que yo con borrachas no bailo. Bastó con responder que yo no bailo, pero con el tono y todo lo demás, fue suficiente. Ese fue el comienzo y todavía quedaba por llegar el matrimonio restante. La noche prometía.

Una vez que ya estuvimos todos, la conversación inicial da muestras del estado etílico de la susodicha. El tema central de la cena comenzó por bragas, tangas y consoladores. Miguel, que en el momento de sentarnos a la mesa se había salido un momento a la terraza para fumarse un cigarro y hablar con su familia, al entrar y ponerle yo al corriente de por dónde iban los derroteros de la charla, puso cara de no dar crédito, aunque esbozó una sonrisa de compromiso. Más o menos como su esposa, mujer educada y discreta, a la que jamás se le habría ocurrido abordar semejante tema ni hacer semejante papelón.

Al parecer, en su dilatado aperitivo con su amiga y unos desconocidos más, había salido a colación el asunto de que la innombrable, compra tangas y los decora a modo de fantasía con la intención de venderlos. De esto hace cosa de un par de años y por supuesto, no ha vendido ni uno. Pero hete aquí que, alguno de los caballeros que amablemente estuvieron sufragando los gastos del aperitivo, se ofreció para comprarle los tangas, con el fin de regalárselos a sus hijas. Y entonces, yo me pregunto: ¿qué clase de gente es aquella que en una Nochevieja, se va a un bar a tomar el aperitivo con unos desconocidos y se atreve a afirmar que va a comprar los tangas, para dárselos a sus hijas? ¿Hay gente así de verdad por la calle? ¿Se diferencian de nosotros en algo? ¿De verdad que hay chicas que admiten que sus padres les hagan ese tipo de regalos? ¿O toda era una artimaña para pillar cacho?

Como era de esperar, del tema de los tangas se pasó al de los consoladores, sin solución de continuidad y fue así como supimos que alguna de sus amigas, desde que ha descubierto el aparatito – que al parecer, lo lleva a todas partes y no se separa de él- se está planteando seriamente la alternativa de tener que depender de un hombre. De cualquiera. Tal es el impacto que ha suscitado en ella, que dice que ahora ya todos le resultan insatisfactorios.

Y en ese momento, mi cerebro se llenaba de imágenes de un grupo de personas adultas – muy adultas- bebiendo en un bar o cafetería, de un pueblo de la provincia de Málaga,  y hablando de tangas y de consoladores, entre ellos, cuando la mitad no se conocían entre sí.

Las sesudas reflexiones acerca del íntimo beneficio que podía proporcionar a la mujer el juguete sexual, ocuparon gran parte de los minutos siguientes de la cena. La innombrable, llegó a la conclusión de que le parecía normal y lógico - a tenor de lo que ella misma había experimentado al tocar el juguetito levemente con sus dedos - que  ningún hombre pudiera siquiera plantearse hacerle sombra a semejante invento.  

Como aportación masculina al tema, se me ocurrió poner sobre la mesa, no lo que alguno podría estar imaginando – que no es mi estilo- sino más bien una simple comparación, entre el placer que puede proporcionar un mortal normal y corriente y el que supuestamente proporciona un sudanés, más concretamente un nubio. De ahí a rememorar la famosa frase de Felipe II de “yo no he enviado mis tropas a luchar contra la Naturaleza”, fue coser y cantar. Por tanto, lo de la infalibilidad del consolador – no confundir con “infalobilidad” - queda en entredicho cuando la comparación se establece en términos comparativos equitativos.

Claro que con la lógica aplastante de mujer que es, nuestra amiga, la esposa de Miguel, apuntó: ¿Y por qué hay que percibir al consolador y al hombre como mutuamente excluyentes? ¿Por qué no se pueden compaginar en buena armonía?

Eso sí, al mismo tiempo, la de la kurda, afirmaba que ella, no se compraría uno de esos.

A mi mente, no dejaban de acudir imágenes acerca del grupo de personas que habían estado bebiendo durante una jornada laboral completa, al tiempo que me asaltaban una serie de dudas.

-    ¿Les habrían echado de algún sitio?
-   ¿Las personas de alrededor, se habrían sentido tan incómodas como yo o por el contrario, se habría formado un corro enorme de gente en el que todos opinaban a gritos, dando voces para intentar dejarse oír, como los de la Revolución Francesa en las ejecuciones públicas?
-   ¿Qué cara pondría la niña cuando su padre, borracho perdido, le dijera con la lengua estropajosa: “toma mi amor, un tanga decorado de fantasía”?
-   La del consolador ¿terminó por usarlo en Nochevieja? ¿Antes o después de las uvas?

De verdad, que hay que tener cuidado con quién invitas a tu mesa en ciertas ocasiones.