viernes, noviembre 24, 2017

La Casa del Libro y REDYSER

De un tiempo a esta parte, he descubierto - no sin enojo-, que bajo el nombre de Servicio de Atención al Cliente, se esconde en realidad un enorme agujero negro, del tamaño de millones de galaxias como la nuestra, y tan oscuro y vacío, como el cerebro de Rufián.

Es un agujero que lo incluye todo. Y cuando digo todo, quiero decir que da igual cuál sea el problema que te acucia. Al final acabas absorbido por el maldito agujero negro. Si tienes un problema con tus pruebas de la Seguridad Social, al hoyo. Si el problema es con el cartero de tu barrio, al hoyo. Si es con algún Ministerio, al hoyo. Si es con tu compañía de seguros, al hoyo. Siempre que tengas alguna reclamación que hacer o incidencia que reportar, ineludiblemente, acabas enfangado y frustrado porque te resulta materialmente imposible hacer llegar tus quejas a quien proceda.

Pero lo más lacerante del tema, es que todos los responsables, sea cual sea la empresa u organismo del que se trate, mantienen una actitud común a todos ellos y muy singular: todos aparentemente, te ofrecen diversos medios y canales para poder expresarte. Pero ninguno, sin excepción, funciona adecuadamente. 

Por supuesto, en ninguno te ponen un teléfono al que poder llamar. Pero si aparece uno, será un 902, de pago, y siempre que se te ocurra llamar te dirán que "todos nuestros operadores están ocupados". Y a partir de ese momento, pueden comenzar a intentar venderte una colección de coches de época en miniatura, a darte el parte del tiempo en las Bahamas o cualquier cosa que ellos consideren que es entretenido, hasta que suceda una de las dos cosas: que te sugieran que llames en otro momento o que tú te aburras antes y cuelgues.

Mi última experiencia paranormal en este sentido ha sido con Casa del Libro.

Después de comprar por Internet un libro, te informan que el libro te va a llegar uno o dos días después. Además, en el email que te envían, te dan la oportunidad de ajustar mejor el día y la hora deseable para la entrega. Genial, piensas tú.

Al día siguiente, recibes un SMS y te dicen que van a entregarte el libro a lo largo de la mañana. A partir de las cinco de la tarde, y más cabreado que una mona, empiezas a brujulear por el email a ver si eres capaz de detectar algún punto en el que puedas contactar con un responsable. Mucho “seguimiento del paquete” y mucha historia, pero cuando te crees que has descubierto el teléfono de tu transportista y le llamas, te dice que esa ruta no es la suya. O sea, que no.

Sigues navegando por la web del transportista y descubres, después de mucho escudriñar, que tienen un formulario en la web para contactar con ellos. Aunque incrédulo, no te queda más alternativa que intentarlo. Total, no tienes nada que perder. Les escribes un email y les explicas el problema. Y sobre todo, haces hincapié en que nadie te ha llamado para informarte de nada.

A las once de la noche y sin haber recibido ninguna notificación por parte del transportista, te vas directamente a la Casa del Libro, a poner a caldo a quien se mueva a partir de ese momento.

En su web, aparece semi oculto, al final de todo, abajo a la derecha, un “contacta con nosotros”. Algo que parece que lo ha diseñado un tímido, por lo escondido que está. Y vas y pinchas. Y te pones a rellenar los datos del formulario de la web. Que si el número de referencia, que si el nombre…y cuando llegas al campo “comentarios” empiezas a salivar de emoción. La venganza será mía, piensas. Una mierda!

Tú comienzas a escribir y cuando no has hecho nada más que empezar, te interrumpe un POP UP, una ventana emergente, que te ofrece acudir a comprobar las preguntas frecuentes, por si entre ellas, pudieras encontrar una referencia. Cierras la ventana y pretendes continuar con la exposición de tu problema. Al escribir la siguiente letra, la ventana vuelve a surgir, impertinente y reiterativa. Y tú la vuelves a cerrar para seguir con lo tuyo. Escribes la siguiente letra de la palabra que no te dejan terminar y vuelve a repetirse la aparición de la puta venta de los huevos. Es más, llegas a un punto del campo “observaciones” en el que ya no escribe más. Como si hubieras llegado al final de un supuesto límite de caracteres del que nadie te ha informado. Entonces, adoptas la decisión de escribir un mensaje corto y simple, con la intención de no volver a ver la ventana emergente de las narices: NO ME HA LLEGADO EL LIBRO. Y le das a “enviar”.

Aparentemente, la queja ha debido de llegar a alguna parte, pero como no confías en este tipo de procedimientos, tú sigues investigando. Y descubres que en una parte de la referencia del envío, hay unos comentarios donde se reflejan las circunstancias del proceso. Y entonces, descubres asombrado que alguien, a las 20.00, ha añadido un comentario que dice “que han contactado contigo y que han acordado una nueva fecha y hora de entrega”, lo cual es rigurosamente falso. Pero poco más puedes hacer.

Al día siguiente, te abalanzas a tu bandeja de entrada con la obsesión de encontrar alguna respuesta a tu problema y lo único que hay es un escueto email, en el que alguien que no firma con su nombre completo, dice “en el reparto de hoy”. Así, sin hora aproximada, sin especificar si será por la mañana, a la hora de la comida o ya puestos, si tienen previsto además, joderte la siesta.

Con un nivel de cabreo que sobrepasa los niveles habituales, vuelves a la web de la Casa del Libro, a ver si consigues que rompan el acuerdo de colaboración con la empresa REDYSER, responsable del transporte de los paquetes. Acudes a la misma web que visitaste la noche anterior y descubres - oh, sorpresa! - que ahora hay un campo nuevo en el formulario, para añadir un documento a la queja. Documento que puede ser una imagen o un documento de texto. Y tú vas y picas.

Redactas un documento en Word y después de cagarte en la madre que parió a Islero, cuando le das a “adjuntar”, te dice que nones. Que ha tenido un problema al abrir el documento y que nasti de plasti.

Y entonces es cuando te rindes y te dices: arrieritos somos.

Y aquí sigo. Esperando al puto mensajero de los dioses a que me traiga el libro. Cuando al señor le venga bien, por supuesto.