lunes, diciembre 25, 2017

La Navidad y mi toque personal

No recuerdo bien si fue en Nochebuena o en Fin de Año. Lo que sí recuerdo es la agradable sensación que desde el primer momento tuve de aquella cena.

El día amaneció gris, frío y enseguida comenzó a nevar. No de una forma muy copiosa, pero sí a un ritmo constante. Rápidamente, las calles empinadas del pueblo y los accesos principales por carretera, se convirtieron en una trampa mortal para todos los vehículos que no iban provistos de cadenas. Y la lista de coches abandonados en las inmediaciones del Monasterio de El Escorial, fue aumentando a medida que avanzaba el día, la nieve se iba acumulando y llegaban los incautos sin los medios necesarios para moverse en tales circunstancias.

Confieso que siempre me ha gustado la idea de mezclar Navidad y nieve, así es que excuso decir, lo encantado que estaba con esa combinación. Además, yo llevaba puestas las cadenas en el coche desde que había salido del garaje. Por lo tanto, estaba más que tranquilo.

Esa noche cenaríamos en casa de unos íntimos amigos, que vivían a escasos quinientos metros. A pesar de la cercanía, las circunstancias obligaban a trasladarse en coche y bien abrigaditos.

Al entrar en la casa, enseguida notamos el golpe de calor que venía de la chimenea encendida. Para aumentar la sensación de confort, de hogar, un villancico se escuchaba de fondo, casi imperceptiblemente. La casa - como siempre - estaba adornada primorosamente y no había un rincón en el que faltara el más nimio detalle. El árbol de navidad, se imponía en el salón, junto con otros adornos que colgaban aquí y allá, y también de las estanterías llenas de libros. El comedor en el que cenaríamos, estaba iluminado con velas, dando aún una mayor calidez e intimidad. De las ventanas, colgaban unos adornos metálicos en forma de arbolitos, típicos de Holanda. La mesa, con la mejor vajilla y cubertería que tenían Katja y Daniel, ensalzaba aún más el evento. Una cena sencilla, sin grandes alardes, excesos ni complicaciones, cuya única finalidad era compartirla con unos amigos.

Desde las ventanas del comedor, mientras cenábamos, se veía cómo la nevada constante, iba cubriendo el coche y los campos de un grueso manto blanco. Era una imagen mágica esa de estar calentito dentro de casa, con las velas encendidas, los cristales ligeramente empañados y ver caer la nieve, lentamente pero sin descanso, hasta formar una gruesa capa.

Luego, a eso de las 4 de la madrugada, nos despedimos de Katja y Daniel y nos dispusimos a regresar a casa. Al salir, se podía observar que la capa de nieve era bastante gruesa y que el número de vehículos abandonados en las inmediaciones, por la imposibilidad de continuar, había aumentado desde que llegamos. Yo estaba tranquilo. Tenía mis cadenas puestas.

En vista de que la calle principal estaba atestada de coches y de personas que intentaban salir de esa trampa en la que se había convertido El Escorial y la nieve, decidimos utilizar otro camino, menos conocido, menos transitado, más directo pero con el firme muy deteriorado.

Todo el que haya visitado alguna vez San Lorenzo de El Escorial, se habrá dado cuenta de que en ese pueblo, todas las calles son cuesta arriba. Algún avispado podría señalar que todo lo que es cuesta arriba, tiene una cuesta abajo, pero yo estoy convencido de que por arte de algún tipo de maldición demoníaca, allí no es así. Allí todo es cuesta arriba siempre.

Entre la inclinación de la calle que habíamos elegido para regresar a casa, la capa de nieve que cubría todo el pueblo y el mal estado del firme de esa calle en particular, el coche, a pesar de las cadenas, era incapaz de superar tantas dificultades y tuvimos que dar la vuelta. La alternativa, era un camino con un poco de rodeo, sin tanta inclinación, pero con el asfalto en mejor estado. El problema fue que cuando quisimos tomar la calle principal - cuesta arriba, por supuesto - el coche tampoco respondía. Me extrañó mucho y me bajé para comprobar si todo estaba bien. Y no. Todo no estaba bien.

Después del estrés al que habíamos sometido al coche, intentando ascender por la otra calle que nos llevaba en línea recta a casa, una de las cadenas - la delantera derecha - se había partido. Así es que, en esas condiciones, era imposible ni siquiera intentarlo. Mi coche, debería ser uno más entre los muchos que se estaban quedando abandonados en espera del deshielo, de alguna grúa o de unas buenas cadenas que les sacaran de allí.

Puestos a elegir lugar para el aparcamiento provisional, elegí subirme a lo que en su día era una zona verde, que ahora era una gran superficie blanca y a escasos metros de la entrada de la casa de mis amigos.

Amigos, a los que no me quedó más remedio que llamar, explicándoles la situación. Al cabo de 5 minutos, aparecieron ambos y comprobaron por sí mismos el pequeño caos que se había organizado en la zona, debido a la intensidad de la nevada y a la imprevisión de muchos.

      -        Puedes meter el coche en el garaje - dijo Dani. Tengo sitio de sobra y así no está al aire libre.
      -        Ya, pero es que, ¿has visto cómo está la entrada al garaje, Dani?

La entrada al garaje, era una cuesta abajo, bastante pronunciada y llena de nieve hasta arriba, que terminaba en un muro frontal, a cada lado del cual, se extendían dos amplios pasillos con las consiguientes plazas de aparcamiento para los habitantes de los chalets adosados.

     -        ¿Pretendes que me lance por esa rampa, contra el muro, con una de las cadenas rotas, con 20 cms de nieve y probablemente con hielo por debajo? - pregunté preocupado.
    -        Bueno, no pasa nada. Tú te tiras contra la pared y antes de estrellarte das un volantazo a la izquierda - dijo como si tal cosa el cachondo de Dani.

Evidentemente, todos estallamos en una sonora carcajada, incluido el propio Dani que era consciente de la barbaridad que había sugerido.
     -        Bueno. Esperadme aquí, que enseguida os llevo - dijo a continuación mientras se dirigía a coger su coche.
     -        Pero Dani, no te molestes. Vamos andando, que tampoco es tanto. Estamos casi en línea recta. ¿Cómo vas a sacar el coche ahora, a las 4 de la mañana?
      -        Que no, que no. Que es un momento.

Y así lo hizo el bueno de Daniel. A esas horas de la madrugada se atrevió a sacar su coche de la caverna del garaje donde descansaba guarnecido. Yo tenía serias dudas de que fuese capaz de superar la pendiente de salida del garaje, pero la verdad es que no tuvo ninguna dificultad.

      -        ¿Y si te lo roban? - preguntó preocupado Dani.
      -        Pues como no lleven consigo unas cadenas, ya me contarás cómo van a poder circular.

Y en dos minutos, nos dejó en casa.

Lo peor de todo, no fue cómo terminó esa noche que comenzó siendo mágica para terminar convirtiéndose en otra anécdota más a añadir. Lo peor fue que el coche debió quedarse ahí en medio de ninguna parte, junto con todos los demás, en espera de que el primer día laborable, hubiera algún establecimiento en el que se pudieran adquirir otras cadenas de las dimensiones adecuadas.

Nada puede ser totalmente perfecto...si está Carlitos por en medio.