domingo, agosto 26, 2018

Kuwait: intercambio cultural

Dice el dicho: "Si quieres conocer a una sociedad, estudia la basura que deja". Y a fe mia que es cierto. Y si la basura que estudias, pertenece a la que han dejado cuatro jóvenes kuwaitíes, entonces tienes la enorme oportunidad de conocer en profundidad el tipo de sociedad en la que viven.

Los padres, que fueron a visitar el apartamento, desde luego tenían muy buena pinta y con exquisitos modales. Él vestido a la occidental y la mujer con un pañuelo que le cubría sólo la cabeza y una túnica estampada. En realidad fue ella quien llevó la iniciativa de la conversación, mientras analizaba la vivienda. El marido se limitó a preguntar si había más apartamentos en venta como ese. Luego resultó que el apartamento era para su criaturita y unos amigos que tenían que venir desde su país.

Un par de días después, mi mujer entregó las llaves a uno de esos amigos. Yo estaba haciendo otra cosa y cuando regresó, me contó que la había tratado como una mierda. De una forma displicente y antipática, como perdonando la vida a un ser inferior. Además, el acuerdo era que la criturita - que medía 1.80 fácil - que habíamos visto con sus padres el primer día, estaría presente en el momento de la entrega de llaves y no fue así. Con lo cual ya empiezas a tener una imagen bastante acertada de lo que se entiende por seriedad en el compromiso y por educación y respeto a una mujer. Dos conceptos que ayudan, sin duda, a conocer mejor al otro. Al menos, se les indicó bien claro y varias veces, que la salida debía ser a las 11.00 de la mañana. Sin demora.

Cuando a las 11.15 llegas a la puerta del apartamento y tocas al timbre por educación, en realidad no te sorprende que estén allí todavía. Lo verdaderamente sorprendente es comprobar el estado en el que está la vivienda, porque daba la impresión de que hacía poco que había pasado por allí Lawrence de Arabia con sus huestes arrasando el campamento turco. 

De entrada, la tabla de planchar te daba la bienvenida obstaculizando el paso. Y lo que había en el salón, era dificilmente descriptible. Véase un ejemplo.
En la mesa del comedor, coexistían sin ningún problema, una toalla empapada, los restos de lo que parecía un desayuno a base de cereales y un secador de pelo. Encima de una silla tapizada de piel, había otra toalla, por supuesto mojada. Mientras, en el suelo, estaban esparcidas por doquier, toda clase de bolsas de tiendas de ropa, de perfumes y demás, fruto sin duda, de las razias que los jovenzuelos habían hecho en las diferentes tiendas de Puerto Banús y Marbella.

Junto al salón, se habían tomado la enorme molestia de ir acumulando en diversas bolsas de basura, el resultado de su estancia de diez días en la vivienda. Afortunadamente, no había comida, porque en ese caso, el hedor hubiera sido insoportable. 

 
De este comportamiento, se puede deducir que debido a algún extraño sortilegio, ya sea el haber nacido en alguna noble cuna o bien que se lo impida su religión, el depositar las bolsas de basura en los contenedores que están a cincuenta escasos metros de la casa, no entra entre sus prioridades. Tampoco el de recogerlas cuando abandonan la vivienda.
 
Mientras nos sobreponíamos del espanto del que éramos testigos, en la terraza, como si la cosa no fuera con ellos, había dos individuos (uno de los cuales era el que trató mal a mi mujer)  que no se inmutaron lo más mínimo cuando nos vieron llegar. No se levantaron a saludar, como sería lo correcto, ni tampoco se apresuraron en terminar el cigarrillo que se estaban fumando, ni consideraron que el vídeo que estaban viendo en sus móviles de última generación, era susceptible de ser visionado más adelante. Ellos continuaron con su sosegada e insolente actitud, mientras a un servidor le resultaba dificilmente contenibles las ansias por iniciar una nueva cruzada.

El estado en el que dejaron la terraza fue este:
 
 
 



Por supuesto, cabe deducir, que debido a su cultura del desierto, cuando un papel se cae al suelo, Alá y el viento se encargarán de él. Y si no hay ni Alá ni desierto, pues que se encargue el gilipollas ese que me está mirando a través del cristal de la puerta de la terraza. Y eso que ya era todo un triunfo ver algo a través de dicho cristal, porque daba la impresión de que cada vez que uno de ellos quería abrir la pesada puerta, los otros, todos al unísono como los Mosqueteros, colocaban sus manos - y no sé si incluso también los pies - en alguna parte del cristal, ayudando a desplazar la puerta y poder abrirla. Sólo así se me ocurre que pudiera haber tantas manazas colocadas en una superficie tan extensa de la puerta.

Mientras todo esto acaecía sólo en el salón y la terraza, me dirigí con mucho miedo hacia la cocina.
 
Después de ver el estado en el que habían dejado la cocina, llegué a la conclusión de que efectivamente, Lawrence de Arabia había estado por allí arrasándolo todo y había invitado a su ejército a desayunar.
 
 
Uno de los tazones para el desayuno, se había suicidado y de los tres restantes, uno de ellos había sido utilizado como cenicero. Lo cual, y teniendo en cuenta que durante los diez días que han estado, no se dignaron en tirar las colillas al retrete, el que se usó como cenicero se quedó con una manchas de nicotina en el fondo, que la lejía no fue capaz de eliminar. Esa es una de las consecuencias de permitir fumar en la terraza, en un apartamento en el que no está permitido fumar. 
 
Y pasamos a los cuartos de baño:
 

 
Ambos cuartos de baño tenían el suelo inundados de agua, algo que no habíamos visto jamás. Imaginamos, por aquello del intercambio cultural y de aprender de otras civilizaciones, que como en el desierto no tienen suelos de mármol, no son conscientes que si sales empapado de la ducha y dejas de pisar la alfombrilla (que por supuesto, parecía recién salida de la lavadora y sin centrifugar), te puedes meter una hostia del calibre 33. Aunque lo más llamativo fue comprobar que a alguna de las criaturitas que lo habían usado, consideró como lógico y natural, colocar una toalla empapada en una repisa de cristal.
 
En el otro cuarto de baño, no en el principal, deduje que había estado de visita el Yeti. Y lo sé, a ciencia cierta, porque en la bañera había tanto pelo como para hacer un colchón mullidito, al estilo de los que antaño se hacían con lana de oveja. Si a mí se me hubiera caído tanto pelo, ahora parecería un actor porno. 
 
Y ya, finalmente, sólo quedan los dormitorios. 
 
Habida cuenta de que las toallas han ido apareciendo por todas las estancias, no podía faltar alguna en los dormitorios.
 

De la experiencia sufrida cabe deducir varios puntos de interés. A saber.

Los niñatos estos, están acostumbrados a que detrás de ellos vaya una esclava, que bien podría ser pakistaní o india o perteneciente a cualquier raza de las que ellos consideran inferior, recogiendo la mierda que ellos van dejando. En concreto, servidora, tuvo que hacer unos cuatro viajes a los contenedores de basura para depositar allí, todo tipo de restos que habían dejado, principalmente, bolsas de tiendas de ropa, etiquetas de todo tipo de prendas incluyendo calzoncillos Hugo Boss y hasta una especie de flotador de tela y una serpiente, para la piscina o el mar.

Tal y como advirtió la madre de uno de ellos, los nenes no se iban a levantar antes de las 14.00. Lo cual, en el fondo fue una suerte, porque sólo hubiera faltado que además, se hubieran dedicado a cocinar. 

Las criaturitas, como la inmensa mayoría de los árabes y moros que visitan estas tierras, pierden el sentido con El Corte Inglés y todas las tiendas de Puerto Banús, Marbella y el Centro Comercial "La Cañada". Se cuenta como cierta, la anécdota de que el antiguo rey de Arabia Saudita, Fahd, solía venir a Marbella a pasar sus vacaciones con un séquito más impresionante del que desplaza el presidente de EEUU. Al menos en una ocasión, El Corte Inglés abrió su edificio de Marbella todo un domingo, para él sólo y sus innumerables esposas. Pues bien, éstos, han debido de tomar buena nota y su estancia en nuestras tierras se la han pasado comprando en todas las tiendas que se han encontrado y descubriendo lo divertida que es la noche de Marbella. Sólo así se entiende que cada día, amanecieran a partir de las 14.00.

Eso sí, se habían traído consigo un kilim para sus oraciones.