domingo, agosto 18, 2019

El por qué odio a Silvio Rodríguez.


Hace muchos, muchos años, tuve la ocasión de acudir invitado a casa de Isabel y Carlos. 

La verdad, es que eran buena gente y no tenían nada de particular, a excepción de su evidente, indiscutible y nada discreto, posicionamiento político. Si a los primeros falangistas, se les denominaba “camisas viejas” para diferenciarlos de los “nuevos” o posibles advenedizos, a los primeros socialistas del PSOE, habría que llamarles “los de la pana”, para diferenciarles de los que más tarde llegaron y se compraron chalets adosados en la zona oeste de Madrid, o sea, Pozuelo, Majadahonda y demás. Lo dicho, nada criticable. Pues Isabel y su marido, eran los de la pana, o lo que es lo mismo, comienzos de los ochenta.

Posiblemente se debiera a ese posicionamiento político activo la razón por la cual, los anfitriones, nos deleitaron a sus invitados con toda una pléyade de artistas como Víctor Jara, Mercedes Sosa, Luis Eduardo Aute, Joan Baez, Violeta Parra o Atahualpa Yupanqui, por poner sólo algunos ejemplos. Y por supuesto, no podían faltar, Pablo Milanés y el ya mencionado Silvio Rodríguez.

Como anécdota colateral a este tema tengo que decir que el matrimonio engendró a un varón, quien no hace muchos años, apareció en la prensa envuelto en un turbio asunto relacionado con cierto tema de corrupción en el PSOE y una supuesta escritora, que además de que su identidad era falsa, había recibido ciertas subvenciones millonarias del PSOE y para más INRI, era la ex mujer del mencionado vástago de Isabel y Carlos. Todo lo cual, unido a su nombramiento en el FMI, obligó al susodicho, a dejar el carné del PSOE.

Pero volvamos a lo de Silvio Rodríguez.

En casa toca limpieza los domingos. Limpiar, como el del chiste, tiene mucho de sexual, porque me jode un mogollón, como a casi todo el mundo que conozco. Incluso a los que no conozco. Pero además, hacerlo en domingo, creo que tiene un plus de masoquismo.

El caso es que yo soy el encargado de pasar el aspirador. Un aparato que me recuerda a otro chiste en el que un individuo le dice a la prostituta que le está haciendo una felación “para, que se me está empezando a meter la sábana por el culo”. Tal es la potencia del aparatito que más que aspirar, yo creo que extrae, y claro, lo que mantengo con el mismo, es una lucha a brazo partido, porque tengo que tener especial cuidado con las cortinas, por ejemplo, porque estoy seguro que se tragaría hasta la barra de donde cuelgan. Y ni te cuento con las alfombras. A veces, pienso que cualquier día voy a llevarme una baldosa del suelo de mármol. O sea, que si ya de por sí limpiar es un coñazo, hacerlo con un succionador cuasi incontrolable de todo tipo de materia, se convierte en un suplicio. Pero la cosa no termina ahí.

El momento de comenzar las tareas domésticas por las cuales, la mayoría paga por no realizar, no comienza a toque de cornetín de órdenes, como en la mili. Eso te quedaba claro en cuanto escuchabas al corneta comenzar con su tarea. Tampoco se inicia con una orden explícita del estilo de “hay que…” frase impersonal, porque no tiene sujeto, pero que da igual porque sabes que va dirigida a ti. No. La señal de inicio del suplicio dominical comienza con un trapo del polvo en manos de mi santa y por alguna razón que desconozco, un disco de Silvio Rodríguez. Y ahora es cuando se entiende claramente el por qué de mi creciente animadversión a tan insigne autor, cuyos planteamientos ideológicos no sólo no comparto, sino que lógicamente, identifico inexorablemente con la execrable y odiosa tarea de tener que empezar a pelearme con el puto aspirador. 

A Dios pongo por testigo que en cuanto pueda, contrato a una ucraniana para que disfrute con el aparatito.

Menos mal, que después del suplicio, por lo menos viene el aperitivo. Si no, sería insufrible.