sábado, julio 29, 2023

Nasío pa barrer (capítulo 3)

La entrega del arma reglamentaria por entonces, el fusil de asalto CETME, acrónimo de Centro de Estudios Técnicos de Materiales Especiales, se realiza en un momento avanzado de la instrucción. Las primeras semanas se trataba simplemente de reconocer las órdenes, incluso con el cornetín. Después, sería necesario hacerlo todo, pero con el fusil al hombro o en suspensión. Y aquello, después de unas pocas horas, pesaba lo suyo.

Durante la instrucción con el fusil, el hecho de que se le cayera al recluta o hubiera una mala manipulación, conllevaba un paquete de sanción, generalmente, fregar platos después de la comida. Y en el comedor éramos unos pocos los que comíamos dos platos y postre. Y un día me tocó a mí.

Estábamos parados, en formación y realizando movimientos con el “chopo” – apodo cariñoso con el que se conocía al fusil -. En un momento dado debíamos dar un taconazo en posición de firmes y con el fusil en suspensión en la mano derecha. Lamentablemente, mi “chopo” decidió ejercer de líbero, se cruzó en mi camino y terminé por arrearle una patada en la parte de la culata que salió a tomar por saco. Vamos, que no es que se cayera en el sitio, sino que casi sale volando.

Tal y como indicaban las instrucciones, mientras estás en formación no puedes moverte. No puedes mover la cabeza ni tan siquiera hablar. Así es que tuve que esperar a que el instructor me diera la orden de salir de la formación y recoger el fusil.

     -  A fregar platos, ya sabes, ¿no?

     - Sí, mi cabo primero.

Esto último también era obligado porque un fallo en el saludo a esas alturas del período de formación, podía ser letal.

Después de la instrucción, me fui al comedor con todos los demás y cuando terminé de comer, el cabo primero que me tenía bajo vigilancia intensiva por si acaso pretendía escaquearme, me llevó a los entresijos de la cocina, me puso al lado de un colega que estaba destinado al servicio a cocina y me dijo que le ayudara.

Al llegar, el colega me dijo friega eso. Eso, era una pila de platos tan alta como un niño de año y medio. Yo me dije, Carlitos, la próxima vez presta más atención a qué das patadas y que nunca jamás se repita lo del fusil. ¡Por Dios!

El caso es que con mi cándida adolescencia en plena ebullición cogí el primer plato y haciendo de tripas corazón y sin guantes, empecé a fregar los platos. Uno a uno, por supuesto y con esmero. Cuando ya había fregado un par de ellos, mi otro colega, que era como el jefecillo, vino con otra torre de platos en un carrito. Aquello me empezaba a preocupar porque los platos se iban amontonando y parecía que había más. Entonces, el chaval se fijó en mi artesanal forma de lavarlos y se acercó:

      -  Pero ¿qué haces, tío?

      -  Pues fregar los platos.

      -  Así nos podemos tirar aquí hasta Navidad. Anda, quita y déjame.

Entonces, el veterano procedió a llenar la pila del lavadero con agua al tiempo de le echaba un detergente que formó bastante espuma. Cuando consideró que ya había suficiente, fue entonces cuando se dirigió a mí y me dijo:

      -  Mira cómo se hace.

Y yo le presté toda mi atención.

Cogió una pila de platos sucios y los metió en la pila llena de agua y jabón. Tumbó esa pila de platos noventa grados. A continuación, con su mano derecha tomó el plato del extremo derecho de esa pila tumbada e hizo lo propio con el lado izquierdo. A partir de entonces, comenzó a mover hacia adelante y hacia atrás, esos platos, en un movimiento de vaivén continuo. Era el primer lavavajillas humano de la historia.

     -  ¿Has visto? Pues ahora tú.

A pesar de que me remangué la camisa, la verdad es que me empapé. El veterano iba a toda velocidad, como alguien que lleva haciendo eso desde hace tiempo y al parecer mi falta de habilidades lavatorias, le ponían algo nervioso. Sea como fuere, en un momento dado me dijo que me fuera.

De aquella experiencia extraje varias lecciones.

     1. Establecí como un mandamiento de la ley marcial, no incurrir en ningún pecado o falta, susceptible de ser castigado con fregar platos.

   2. Si sobrevivía a la comida del campamento, sería inmune a cualquier tipo de virus, bacteria o patógeno, al margen de su gravedad o procedencia.

     3. Me adapté a ser algo menos escrupuloso.