Al igual que el cartero siempre
llama dos veces y que el asesino siempre regresa al lugar del crimen, los de
Openbank, la marca cibernética del Santander, la vuelven a cagar una vez más.
Ayer, a mi mujer, no se le
ocurrió otra cosa más esotérica, que pretender realizar una transferencia. Algo
inaudito en el siglo xxi. Después de intentarlo infructuosamente más de media
docena de veces, se dispuso a llamar por teléfono al supuesto departamento de
atención al cliente, pero dicho departamento, sólo está operativo de
09:00-18:00, y, además, desde sus casas, por el COVID19.
Dispuesta a investigar qué
narices estaba pasando, consiguió averiguar que sus datos personales habían
sido modificados, de tal forma que en el lugar donde debía figurar un teléfono
móvil, aparecía un teléfono fijo y, además, ya inexistente porque está dado de
baja desde hace años. Ella, obviamente, no había sido. Así es que, alguna
lumbrera con aspiraciones de migrar a Silicon Valley, fue el responsable de la
cagada, solo o en compañía de otro, responsable de no establecer un control
sobre si los mensajes que envía el banco para confirmar las operaciones, se
envían a un número que empieza por “6” o por “9”. Como eran más de las 18.00,
no había posibilidad de solucionar el problema.
Esta mañana, después de escuchar
durante una eternidad la misma insufrible cancioncita mientras esperas a que te
atiendan y te den respuesta, por fin, ha conseguido contactar con alguien que,
probablemente en pijama, ha terminado de ordenar los datos personales que el
genio aspirante a Silicon Valley había convertido en putrefactos.
Ahora los datos están correctos. Pero hay que esperar a que se refresquen en la
BD para poder hacer la transferencia que ayer no fue posible realizar.
¿Señor dame paciencia, pero
dámela ya!
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