El pasado 16/11/2021 tuve una cita con mi especialista preferido en el hospital de Málaga. La anterior fue el año anterior, concretamente el 11/11/2020.
De la última consulta salí con
una sugerencia por parte del médico. Debía esperar que me confirmaran la fecha
para unas pruebas y al mismo tiempo, la siguiente cita con él. La sugerencia
hablaba de que la fecha de las pruebas serían “a partir de abril de 2022”.
Estaba de suerte: era probable que me citaran en solo 6 meses.
Al cabo de unos meses recibo por
el conducto normal, o sea, por correo ordinario, ambas citaciones, una para las
pruebas el 20/05/2022 y otra para la cita con el especialista unos días
después.
Por sorpresa, hace unos días
recibo una nueva notificación por correo ordinario en la que me cambian la
fecha del 20/05/2022 por una nueva el 19/05/2022 y con una nota bien visible en
el documento en el que se me indica que esta cita cancela cualquier otra
anterior. Vale. Hemos ganado un día.
Dice el viejo refrán que más sabe
el diablo por viejo que por diablo.
Hoy me ha dado por verificar en
la aplicación online disponible del SAS, si la nueva fecha era correcta. No me
fío de éstos. Y he hecho bien: en la aplicación online, la fecha NO es la del
19/05/2022 sino la del 16/05. Las fechas no coinciden.
Ahora, imaginemos que a mí no se
me hubiera ocurrido verificar lo que, en principio, parecía obvio: que la fecha
estaba bien. ¿Qué habría pasado? Pues que me habría desplazado hasta el
hospital, en Málaga, y que la enfermera me habría dicho que tendría que pedir
una nueva cita porque a la que yo tenía, no acudí. Y eso explícaselo a alguien
sin un PC delante para poder demostrárselo. Aunque daría igual.
Sigamos imaginando. Pensemos en
un señor mayor, de esos que rondan o superan los 80 años, que vive un pueblo,
no en la capital; que su conocimiento de la tecnología ha alcanzado su máximo esplendor
cuando llama por el móvil a su hijo o su nieto. Que no dispone de coche propio
porque por la edad, ni necesita coche ni tiene carné y que, por tanto, para sus
desplazamientos necesita contar con la ayuda de algún vecino, amigo o familiar.
Y que se encuentra con el mismo problema que he tenido yo.
Y alguno dirá: “hombre, un fallo
lo tiene cualquiera”. Es cierto, uno sí, pero no es la primera vez.
Hace unos meses tenía una cita en
el hospital de Benalmádena. A mí me supone 10 minutos desde que salgo de casa,
aparco y entro en el hospital, pero no todo el mundo tiene esa suerte. Y cuando
me presento me dice la recepcionista que me he equivocado de fecha. Que ese no
era el día. Y entonces ve a demostrarle a la pobre administrativa, que la cita era correcta, que te la había dado por teléfono alguna tarada que estaría pensando en cualquier
cosa excepto en poner bien la fecha. ¿Seguimos imaginando?
Yo comprendo todo eso del
sufrimiento de los profesionales de la salud, de la sobrecarga de trabajo, el
que quieran cambiar de profesión (no les aconsejo la informática, de verdad) y
todo eso, pero me pregunto: ¿se equivocan igual dando medicinas a los pacientes
o muestran su torpeza solo a la hora de poner las fechas de las citas? ¿Son
conscientes del impacto que tiene en las agendas de los distintos profesionales
y en los pacientes ese tipo de errores? ¿Son conscientes de que eso forma parte
de la sobrecarga de trabajo en otros compañeros de profesión? Porque está
claro, que cuando se produce un error de estas características, al paciente hay
que proporcionarle una cita nueva cuanto antes y no puede esperar otros 6
meses, con lo que la nueva cita hay que meterla a martillazos en la agenda.
De verdad, ¿resulta tan
complicado? ¿De verdad es cuestión de contratar a un millón de personas para que no equivoquen las fechas?
Es importante terminar aclarando que el teléfono que supuestamente sirve para que te atiendan, NO EXISTE. Así es que para informar como paciente y ciudadano de la confusión en las fechas no me ha quedado otra alternativa que enviar un email.
Ya he empezado el rosario por los misterios dolorosos.
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