Llevaba más de diez años intentándolo y por fin parecía que podía ver mi sueño cumplido. Fueron años de una búsqueda incesante, de elegir bien, con cuidado, pero el esfuerzo había merecido la pena.
Cuando supe la dirección, la
fecha y la hora de la cita, una profunda excitación me invadió. El problema era
aparcar a esa hora, pero mi ilusión era tan grande que no me importaba. Llegaría
con tiempo de sobra en previsión de ese tipo de inconvenientes.
Para inmortalizar aquel momento
mágico me llevé la cámara de vídeo que me había regalado un banco por abrir una
cuenta, y también un trípode en el que apoyarla para que la imagen estuviera
estabilizada. El momento merecía toda mi atención y quería que, al ser la primera
vez, todo saliera perfecto. Sería un recuerdo imborrable.
Llegué emocionado al lugar de la
cita con tiempo de antelación suficiente. Desde el inicio todo parecía a mi
favor. Encontré donde aparcar el coche a escasos metros de la puerta de
entrada. Aún faltaban algunos minutos para la hora convenida, pero mi
nerviosismo iba en aumento. Las pulsaciones del corazón estaban casi
desbocadas. No podía aguantar más y me dirigí al encuentro de mi sueño.
La entrada en el local fue de lo
más discreta. No me crucé con nadie en la puerta y eso mantenía la discreción.
Entré en la habitación y me dispuse a esperar. Era grande. Lo preparé todo:
desplegué el trípode, coloqué sobre él la cámara, con las baterías a tope y la
tarjeta SD de máxima capacidad para que no se perdiera ningún detalle. Y me
senté a esperar a que me llegara mi turno.
Una hora después de haber
llegado, allí no apareció nadie. Ni a preguntar la hora. Seguramente – pensé –
habrán preferido ir a la playa, dadas las fechas en las que estamos, el calor y
la hora de la cita. Entonces, consideré que la mejor alternativa era recoger
los bártulos y regresar a casa.
Volví a guardar en la caja donde
venían, los cuarenta ejemplares de mi primer libro impreso, que me había
enviado la editorial. Recogí el trípode y la cámara de vídeo, que nunca llegué
a activar porque no hubo motivo. También recogí el cuaderno y el bolígrafo que
me había llevado en previsión de que de entre la muchedumbre que acudiera a la
presentación, surgieran algunos interesados en conocer algunos detalles sobre
el libro o sobre el autor. Mi mujer me ayudó a recoger todo eso en un minuto y
regresamos a casa con una extraña sensación y cara de imbécil.
Lo cierto es que la editorial
cumplió al pie de la letra lo prometido. Publicarían el libro sin coste alguno
en papel, lo incluirían en su web, lo publicarían en diversas webs
especializadas como “La Casa del Libro”, lo distribuirían entre sus asociados por
toda España y enviarían una nota para la presentación a la biblioteca pública
más cercana a mi domicilio. En esto no fueron muy eficaces, porque en mi pueblo
tenemos dos bibliotecas públicas y tuve que desplazarme hasta Málaga, pero
bueno, tampoco vamos a ser exigentes.
Y así terminó mi primera
experiencia a la hora de presentar mi primer libro en formato papel. Fue todo
un éxito de crítica y público.
©
Carlos Usín
No hay comentarios:
Publicar un comentario