Raro es el momento del día en el que no te encuentras con un mensaje así: “publicamos tu libro”; “abierto el período de admisión: envíanos tu manuscrito”, “descarga este conjunto de plantillas para publicar tu libro”; así hasta el infinito.
A cada paso que das te encuentras
con mensajes a cada cual más y más sugerente, más atractivo, más provocativo,
más tentador. Los problemas vienen después, cuando decides investigar un poco
qué hay detrás de tanta promesa de éxito. En ocasiones es tan simple como
intentar venderte un libro donde supuestamente te dicen qué debes hacer para
terminar como Dan Brown o J.K. Rawling y el truco no es otro que comprar ese
libro, con lo que estás haciendo es convertir en rico al que lo ha escrito.
Pero la mayor parte de las veces se trata de que el autor financie, de una
manera o de otra, la publicación de su propio libro. Eso, y que de forma
voluntaria proporciones tus datos para que, a continuación, no dejen de
bombardearte con spam.
A veces, detrás de ese anuncio
tan atractivo no hay ni siquiera una página web que sustente la supuesta
editorial, ni nadie que se haga responsable de los derechos de autor. Las más
de las veces ofrecen al autor diversos planes para cubrir las distintas etapas
de la publicación del libro, a cambio de un costo económico, por supuesto.
También los hay que te ofrecen bajo contrato la posibilidad de que el autor se
comprometa a abonar un cierto presupuesto que será amortizado cuando se hayan
vendido un número determinado de ejemplares, lo cual, por cierto, nadie
asegura, como es lógico. En ocasiones el propio autor debe comprometerse a la
adquisición de un número determinado de ejemplares, y después, debe intentar
colocarlos entre sus amigos, allegados, familiares, vecinos y conocidos.
Ahora, el último grito en el
intento de captar escritores noveles desesperados por ser como Pérez Reverte,
consiste en intentar convencerte de que la calidad del libro tampoco importa
tanto; lo que importa es “conocer el algoritmo” que produce que tu libro tenga
más visibilidad y si se consigue, entonces tu libro se venderá más. La
consecuencia, claro, es que al final el autor abona por unos servicios
informáticos que no aseguran la venta del producto, tan sólo que se vea más.
Tanto estas como otras tantas –
llamemos- artimañas o trucos de marketing, no tienen otro objetivo que seducir
a autores ansiosos de notoriedad. Juegan, en el amplio sentido del término, con
la sana ambición de alcanzar unos objetivos económicos que les hagan sentirse
orgullosos; alimentan las legítimas aspiraciones de fama y, sobre todo, de
reconocimiento a su talento.
Mientras tanto,
los escritores deciden seguir a lo suyo, escribir; y de paso, realizar personalmente
la máxima difusión de su obra, bien sea mediante el continuo bombardeo en redes
sociales, en grupos especializados, o bien, contactando con las editoriales,
quienes, por descontado, se ven saturadas de obras de autores que nadie conoce.
Queda otra
alternativa: la de presentarse a alguno de los concursos literarios disponibles
que aparecen cada mes. Lo que sucede es que, entre las cláusulas y requisitos,
en ocasiones, se esconden contratos leoninos que esclavizan al ganador del
concurso con un contrato de permanencia que va desde los 3 o 5 años, hasta los
10. Más bien parecen condiciones disuasorias para evitar la afluencia masiva de
juntaletras.
Y, por supuesto, siempre nos quedará el consuelo de que Van Gogh no vendió un cuadro en su vida, que Mozart murió arruinado y enterrado en una fosa común, o que Vargas Llosa fue rechazado por todas las editoriales, menos una.
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