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martes, noviembre 18, 2025

Las hermanas Kessler se han suicidado.

Lamentablemente, hablar hoy en día de suicidio no levanta esa sensación de estupor, de sorpresa que originaba no hace tanto tiempo. Parece que los seres humanos nos vamos acostumbrando a casi cualquier cosa y aunque las estadísticas oficiales dicen que en España cada día se suicidan 11 personas, - que ya está bien - parece que la idea de abandonar este mundo solamente nos afecta cuando quien la toma es un adolescente víctima del acoso escolar.

Tal vez, en este caso, los que hayan leído la noticia se hayan sorprendido de que las hermanas, gemelas por más señas, hayan tomado la decisión al mismo tiempo y de forma asistida, lo cual, ya de por sí, hace que la noticia sea destacable. Hasta es posible que consideren como algo lógico y normal, que dos ancianas de 89 años decidan poner fin, de manera conjunta, a su existencia en este planeta. Y también es posible, que la mayor parte de esos mismos lectores no tengan ni repajolera idea de quienes eran estas dos venerables ancianas y porqué es noticia que hayan decidido bajarse de este mundo y porqué estoy dando la lata con el tema. Y esa sería la primera pregunta: ¿quiénes eran las hermanas Kessler?

Alice y Ellen Kessler nacieron en la localidad de Nerchau, perteneciente a la antigua Alemania Oriental, la comunista. Iniciaron sus estudios en el ballet clásico. En 1952 – antes de levantarse el Muro de infausto recuerdo – se trasladaron a la otra Alemania. Pronto comenzaron a destacar en escenarios y platós, y llegaron a representar a Alemania Occidental en Eurovisión en 1959.

La siguiente pregunta sería: ¿Y eso en qué nos afecta a los españoles? Pues hombre, tanto como afectar, no demasiado, pero en realidad, las hermanas Kessler están relacionadas con una incipiente Televisión Española, que en los primeros años 60 daba sus primeros pasos. Y mis primeros recuerdos como ser humano, también están ligados a esos años, cuando sólo había un canal y era en blanco y negro. Y las hermanas Kessler también se hicieron famosas en España, al aparecer en esas pantallas diminutas y entrar en las casas de todos los que se podían permitir el lujo de comprar un televisor, que no era nuestro caso. Pero nosotros, mis padres y yo, lo teníamos fácil: tan solo teníamos que cruzar el rellano de la escalera y tomar asiento en el salón de mi tío, Justo, el hermano mayor de mi padre que vivía enfrente. Él sí tenía televisor.

La escena me recuerda a esa otra de la película “La Gran Familia”, en la que por la noche se agolpaban todos en una ventana que, abierta de par en par, daba justo al salón del vecino, y él – como mi tío – sí que tenía televisor. En el caso de la película, la programación se terminaba en cuanto el vecino se percataba de toda la prole que había apostada al otro lado de la ventana y bajaba la persiana. En nuestro caso, afortunadamente no era así.

Gracias a esa facilidad podíamos ver bailar a las hermanas Kessler, ver actuar a Franz Johan, a la ventrílocua Herta Frankel y sus muñecos, reírnos con los Picapiedra y disfrutar de las aventuras en el rancho la Ponderosa de la serie “Bonanza”, o descubrir quién era el asesino en la serie de Perry Mason, abogado.

Eran los tiempos en los que las películas venían dobladas en español de Hispanoamérica y por eso nos sorprendía expresiones como “el occiso está en la cajuela del auto” cuya traducción es “el muerto está en el maletero”, o “jala la manija”.

Y así es como finalmente confieso que, en el fondo, cuando he leído la triste noticia de que las hermanas se habían suicidado, una ola de nostalgia me ha llenado, rememorando aquellos años de mi niñez en familia frente a un televisor. Porque, ver la tele, sí que la veíamos, pero aquello era un festival de chistes, chirigotas y comentarios, de los cuales yo sólo entendía que los mayores se lo pasaban en grande porque se reían mucho con las ocurrencias de unos y otros, aunque yo no entendía nada. Por ejemplo, mi tía Pepa, estaba impresionada con esas piernas tan largas y tan bonitas que tenían las Kessler, a lo que mi tío Justo, respondía: “Pepa, yo no las quiero para echar carreras”.