Mostrando entradas con la etiqueta juerga. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta juerga. Mostrar todas las entradas

miércoles, septiembre 10, 2025

Guateques vs Tinder

Al menos, en España, el garaje de los chalés tuvo como única finalidad la de guardar el automóvil de la familia. Y digo en España, porque, al parecer en Estados Unidos, se usaba, además de como almacén de todo tipo de trastos, como lugar de nacimiento de micro empresas que, con el tiempo, se convirtieron en gigantes multinacionales.

Como todo evoluciona, en España el uso del garaje también modificó su inicial uso y en muchas ocasiones sirvió como centro de reunión para las fiestas de los adolescentes. Lugares oscuros, al abrigo de miradas indiscretas, evitando que el ruido pudiera molestar a los vecinos. Esas fiestas tenían el carácter más clandestino desde la época de la Ley Seca en EE.UU. Eran los herederos de aquellos famosos guateques.

Los guateques de los años 60, sin embargo, se desarrollaban en la propia vivienda de la familia. Si era lo suficientemente espaciosa, en un área alejada de los padres, lo cual, mantenía la independencia de los participantes, al tiempo que evitaban el incordio del ruido a los padres; pero en general, esas fiestas se organizaban aprovechando la ausencia de éstos, aunque con su anuencia.

Como era costumbre de la época, los jóvenes solían vestir con corbata. ¡Hasta los Beatles vestían corbata! Y ellas, lógicamente, llevaban vestidos acorde y zapatos de tacón más o menos alto. Es decir, nada ajeno a la vestimenta que se llevaba a diario cuando iban a la Universidad, por ejemplo.

El guateque respondía a una serie de convencionalismos: la vestimenta – por supuesto – la presencia mínima de bebidas alcohólicas – al menos en teoría – la imprescindible presencia de un tocadiscos, de un miembro de la pandilla encargado de amenizar la fiesta, el comportamiento “decente” de todos los implicados y el cumplimiento de un horario prefijado, que iba desde las 18.00 o 19.00 hasta las 21.30, aproximadamente, ya que “ellas” tenían que estar en casa a las 22.00. Y, por supuesto, la prohibición taxativa de molestar a los vecinos con el volumen excesivamente alto de la música.

Aquellos guateques ofrecían las primeras oportunidades de conocer a alguien del otro sexo con quien poder charlar, aprender a bailar y pedir el teléfono. El fijo, claro. Y tal vez, con el tiempo, hasta surgieron parejas estables. Al menos, fueron estables durante algunos años. ¡Cómo olvidar el primero de aquellos guateques! Y, sin embargo, daría cualquier cosa por borrarlo de mi memoria.

Imagino que, para alguno, estas imágenes en blanco y negro podrían parecer algo casposas, del pleistoceno, a tenor de la versatilidad de la oferta actual a la hora de contactar con personas. Las webs de citas de hoy en día, cubren un amplísimo espectro de finalidades en función de las necesidades de los suscriptores: desde grupos de autoayuda, grupos de lectura, viajes para desparejados, la lucha contra la soledad, sitios para mayores de cincuenta, webs para “gente con clase”, webs para casados infieles, hasta la de encuentros íntimos para satisfacer las necesidades fisiológicas más imperiosas, etc. etc. etc. Y todo ello, a golpe de clic.

Pero justamente, esta inmediatez a la hora de establecer una mera relación sexual, está privando de la aventura de conocer, de tratar, de charlar, de disfrutar de algo que va mucho más allá del sexo: la compañía.

Aunque no sólo se trata de sexo.

Una de mis costumbres cuando estoy sentado en un bar o cafetería, es observar a las personas que me rodean. Soy como un espía y voy anotando mentalmente aquellos aspectos que me llaman la atención.

En estos días he tenido la oportunidad de comprobar el comportamiento de unos jóvenes, de entre 15 y 30 años. La pandilla – entre 3 y seis miembros - sentada en torno a una mesa en un bar o cafetería y la mayoría de ellos pendientes de su móvil, buscando de modo incansable vídeos que después mostraban a sus colegas y que debían servir para animar la reunión.

Será que mi visión de las relaciones personales se ha quedado en ese pleistoceno que mencionaba antes, pero en el caso de que quiera conocer a una persona, no me basta con una foto y una serie de tópicos; necesito algo más, mucho más. Hablo de inteligencia, de buen corazón, de cultura, de saber estar, de la ausencia total de piercings y tatuajes…Claro que, alguno de estos que buscaba vídeos con el mismo afán que un minero busca oro, no tenía piel para un tatuaje más.

No soy un experto en revistas del corazón, pero de vez en cuando veo alguna noticia, bien en la tele o por internet, en la que se anuncia el compromiso o la boda de algún famoso, y, además, se señala que se conocieron en una fiesta de amigos. Es decir, que hoy en día, sigue funcionando el pleistocénico método de conocer a alguien en una fiesta de unos amigos; de establecer un contacto inicial y a partir de ahí que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.

Cada uno es cada uno, pero yo no entiendo a esas personas – hombres y mujeres – que son capaces de ir a una discoteca como quien va al mercado de La Cebada a comprar carne, eligen a alguien entre la muchedumbre, del mismo modo que los vaqueros de las películas seleccionan a una vaca para marcarla, y terminan teniendo sexo en los lavabos del lugar. Como tampoco entiendo a esos malnacidos que drogan a una mujer para abusar después de ella. ¡Como si fuera difícil contratar a una profesional!

Parece evidente, que todo esto obedece a un cambio de paradigma en nuestra sociedad; una sociedad en la que la interacción social se limita, casi en exclusiva, entorno al sexo, y cuanto más inmediato, mejor. Ahora recuerdo que hubo un tiempo – no sé si sigue actualmente – en el que se puso de moda tener sexo mientras dos personas se cruzaban paseando al perro. ¡Demencial! Y no hace tanto se puso de moda otro “lenguaje” que consistía en colocar una piña en el carrito del súper de una manera determinada.

Supongo que debo ser un romántico.