Cuando yo estudiaba en el colegio – de curas, por
supuesto - hablar de Cataluña, era hablar de progreso, de avances, de industria textil, gente seria y trabajadora,
cuna de acogida de migrantes de otras regiones de España. Era hablar de riqueza,
de gente con “seny”, con clase.
Cataluña fue el territorio que antes se incorporó al
proceso industrial en España gracias a una burguesía catalana que rápidamente
vio la necesidad de la inversión en desarrollo industrial. De hecho, fueron los
primeros en utilizar los nuevos inventos procedentes de Inglaterra para mejorar
y aumentar su producción.
Cataluña entra en la Restauración con una dinámica
positiva de crecimiento industrial importante, lo que le permite liderar en su
momento (junto al País Vasco) la industrialización española.
El sector textil continuaba siendo el eje sobre el que
giraba el resto de la industria catalana y el motor que hacía mover su
economía. A pesar de la seguridad que el textil ofrecía, los industriales
burgueses decidieron, con buen criterio, diversificar la economía buscando el
desarrollo de nuevas industrias, especialmente la metalúrgica o la de bienes de
equipo.
Entre esta diversificación y el control del comercio
interior en lo referente a la industria textil, Cataluña era una de las
regiones de mayor peso en la economía española.
Y sin embargo, asistimos estos días – años para ser
más exactos – a un auténtico esperpento político que a los que no estamos
dentro de la olla nos cuesta trabajo asimilar y entender.
En un momento determinado de la vida política
catalana, aparece un señor, que hasta ese momento había militado en un partido
que representaba históricamente a la típica burguesía catalana, de nivel
socio-económico medio-alto, y sorprende a propios y a extraños con que se lía
la manta a la cabeza, se tira al monte, e inicia “el proceso” para conseguir
que Cataluña sea un país independiente, aún a sabiendas de que la mitad por lo
menos de la población, no está de acuerdo.
Desde ese momento, se ha dedicado en cuerpo y alma a
semejante ilusión – dicho sea lo de ilusión en el más amplio sentido del término
– dinamitando por el camino, la mayoría absoluta de la que disponía en el
Parlamento de Cataluña y consiguiendo cada vez que acude a las urnas (una vez
al año, por término medio), menos votos que la vez anterior; rompiendo más
tarde la alianza histórica con otro partido – Unió Democrática – que había
durado casi 40 años; echándose a los brazos de tendencias políticas que son la
antítesis de los ideales que supuestamente ha estado defendiendo durante su
carrera política, traicionando con ello, a sus históricos votantes; tensionando
la sociedad catalana hasta hacerla casi irreconocible y dividirla al 50%;
estableciendo “de facto” una especie de estado Robespierre del terror, en el
que cualquier voz disonante del discurso oficial, es acallada, si es preciso a
la fuerza y con agresiones, como sucedió en varias ocasiones en mítines de
otras fuerzas políticas como C’s o el Partido Popular. Y todo ello, rodeado - y
todavía no del todo afectado- , por el mayor escándalo de corrupción que ha
explotado en toda España, que no es otro que el de la familia Pujol, los
cuales, durante toda su trayectoria pública, se han dedicado a esquilmar las
arcas públicas y sablear, al más puro estilo mafioso Al Capone, a las empresas
que contrataban con el Gobern catalán.
Para los que estamos fuera, nos cuesta trabajo
comprender cómo se pueden sentir los empresarios catalanes ante semejante
amenaza a sus intereses – y por tanto a los de Cataluña entera. Cómo pueden
sentirse los que acuden al palco del Palau de la Música a escuchar a la Caballé
(que también hemos sabido que también defrauda a Hacienda) o a los palcos del Trofeo
Conde de Godó de tenis, o al del Nou Camp.
Todo este sinsentido, está organizado y dirigido por
unos “catalibanes” que no temen afirmar en público que desobedecen las leyes
que a ellos les apetece, pero imponen el respeto a aquellas otras que ellos
consideran oportuno, sin más base legal para semejante aberración, que la de
sus santos atributos sexuales.
Así es que a aquellos que estudiábamos en el colegio –
de curas, por supuesto – que Cataluña era una región industriosa, de gente
trabajadora, famosa por su sector textil, sus vinos y cavas y su industria de
alimentación, no reconocemos en lo que ahora la han convertido estos individuos
que sólo se miran el ombligo, que desoyen al resto de voces que claman por su
respeto, abogan por pretender convertir
a Cataluña en un minúsculo estado al estilo de Bosnia-Herzegovina, fuera de la
Unión Europea, del Euro y probablemente hasta de la Liga BBVA, con lo que como
no habría dinero para pagar los sueldos de Neymar y de su padre, lo mismo
tienen que venderlo a precio de saldo a algún equipo árabe.
Mucho me temo que si los catalanes no terminan de una
vez con esta broma pesada:
a) Cataluña terminará como el Imperio
Romano: destruida y arruinada.
Una de las razones – posiblemente la
fundamental – por las que se atribuye la caída del Imperio Romano, se debe a la
falta de motivación de los ejércitos que mantenían las fronteras, unido a la
imposibilidad del poder de Roma de hacer respetar sus leyes por la pérdida de
credibilidad de sus políticos.
Si el ciudadano da la espalda al
poder y no se impone el respeto por la fuerza del ejército, la cosa está
perdida.
b) Si siguen a este ritmo de Elecciones
Generales por año, van a terminar como el Real Madrid: a entrenador por año. Y ya sabemos los beneficios que reporta.