Rafael sabía que aquella iba a ser la última
Navidad que pasara junto a su hijo de apenas dos años. En los meses venideros,
el divorcio de su matrimonio, que ya estaba en su última fase, enviaría a la
madre y a su hijo lejos de su entorno cercano. No tanto como para perderle para
siempre, pero lo suficiente como para que cambiaran sustancialmente los hábitos
que se habían llevado hasta entonces. Aunque la verdad, en ese momento, todavía
no era consciente de cuánto iba a cambiar su vida, ni en cuánto iba a afectar a
la relación con su pequeño.
Se propuso, por tanto, que aquella Navidad,
aquel Papa Noel con sus regalos, fueran algo muy especial, difícil de olvidar. Le
consumía la duda de si la distancia pudiera ejercer una influencia fatal en su
futura relación padre-hijo. Por tanto, el regalo tenía que ser impactante,
sorprendente, fascinante. Así que se puso a pensar y darle vueltas y vueltas,
hasta que un día pasó por casualidad por unos grandes almacenes y vio algo que
le llamó la atención. Se trataba de una moto eléctrica pensada para niños
pequeños y que desarrollaba una velocidad tal, que el adulto podía ir andando -
a buen paso, eso sí - al lado del pequeño. Eso, sin duda alguna, no sólo le iba
a gustar, sino que en los años próximos, cuando su presencia no fuera cotidiana,
- sino a expensas de las fiestas disponibles, vacaciones y puentes- esperaba
que su hijo le recordara siempre que utilizase la moto. El precio, nunca supuso
un obstáculo, aunque lo cierto, es que era una barbaridad. Pero esperaba que le
durara varios años.
El regalo, no venía listo para sacar de la
caja y comenzar a usarlo. Había que montar unas pocas piezas y a Rafa se le
ocurrió la idea de que el mejor sitio para hacerlo, era el día de Navidad, muy
temprano, antes de que su hijo se levantara y en el salón de la que hasta hacía
poco, había sido su casa. Por ello, tuvo que adelantar a su ya ex, cuáles eran
sus planes, para que el día señalado ella no se asustara de escuchar ruidos en
la planta de abajo.
A eso de las 6 o 6.30 de la mañana, Rafa
entró sigilosamente, casi como un ladrón, en su ya antigua casa, haciendo uso
de la llave que aún guardaba. El salón quedaba justo a la derecha de la
entrada, en la planta principal, así es que no tuvo que arrastrar aquel
mamotreto de moto por toda la casa. Allí, a los pies del árbol de Navidad,
primorosamente adornado, había varias cajas, de diferentes tamaños para el rey
de la casa.
Cerró la puerta del salón y procuró hacer el
menor ruido posible. No se necesita hacer mucho, la verdad, para atornillar
unas pocas piezas y enchufar la batería a la red para que se cargara.
Cuando ya había casi terminado, escuchó bajar
por las escaleras a su ex, también en modo sigiloso, para no despertar al
pequeño que aún dormía.
- Hola. ¡Pero qué es eso!?
- Hola. Pues una moto. Ya lo ves -
respondió él a lo que era evidente.
- Pero si es enorme! Enric no va a
poder subirse ahí! - dijo la madre hondamente impresionada.
- Subirse, sí. Lo que tal vez no
pueda, sea sentarse en el sillín.
- ¿Cuánto te ha costado? -
preguntó ella preocupada por algo secundario.
- Eso no importa.
Al cabo de unos pocos minutos, se escuchó
bajar por las escaleras al enano, ansioso de comprobar qué le había traído Papa
Noel. Y cuando vio la moto, su padre supo que había acertado. Esa era
exactamente la cara y la reacción que esperaba de su hijo.
Tardó milisegundos en subirse a la moto, con
una mezcla de sentirse que todavía estaba soñando y de ilusión desbordada.
- ¿Es para mí? - preguntó el
pequeño con los ojos muy abiertos y la boca aún más abierta.
- Claro. ¿Te gusta?
- Síiiiii. Mucho. ¡Es enorme! -
dijo mientras se confirmaba que si quería usarla, se debería contentar con ir
de pie, ya que el asiento le quedaba demasiado alto para su edad.
Mientras tanto, Rafa, le dio las primeras
instrucciones.
- Este es el acelerador
El pequeño lo probó de inmediato y la primera
víctima por atropello fue una maceta de interior, enorme, que cayó al parquet
llenándolo todo de tierra y de abono. Menos mal que no se rompió porque las
propias ramas y las hojas frenaron el impacto.
- Perdón - dijo el pobre niño
compungido.
- Bien. Ahora ya sabes que en
casa, no se puede usar. Cuando quieras utilizarla, deberá ser siempre en
compañía de tu madre o yo y por sitios seguros.
Aquella fue la última Navidad que compartió
con su hijo. A partir de las siguientes, Rafa tendría que dividir el período
navideño en dos: Nochebuena- Navidad, con los abuelos, para que su hijo
recibiera todos los regalos de la familia, como era su costumbre. Y de paso,
también Reyes, por si hubiera algún rezagado y que no se lo perdiera. Las
fechas de en medio, para él.
Aquella última Navidad, nunca la olvidó.