A lo largo de la historia reciente, sobre todo desde que hay registros visuales, algunos han aprovechado su momento de gloria frente a un micro o una cámara de TV para lanzar un mensaje que nada tenía que ver con el contexto en el que se desarrollaba ese acto. Con ello pretendían dar un aldabonazo en las mentes de los oyentes o espectadores y algunos pasaron a la historia con imágenes icónicas.
Quién no reconoce aquella foto de dos atletas estadounidenses en el podio de los JJ.OO. con el puño enguantado y en alto y las zapatillas al hombro. Aquel estaba destinado a ser un momento deportivo, olímpico, y, sin embargo, los atletas negros quisieron llamar la atención sobre la situación de su raza en los EE.UU.
Otro de los instantes que han pasado a la historia es en la entrega de los premios Óscar en Hollywood. En 1973 la Academia concedió el Óscar al mejor actor a Marlon Brando por su memorable actuación en “El Padrino”, pero el actor se negó a aceptar el premio e incluso envió a una nativa americana (Sacheen Littlefeather) a subir al escenario y explicar la postura del actor.
Con su ausencia Marlon Brando
quería protestar por el comportamiento del gobierno norteamericano para con las
tribus indígenas, en parte inspirado por la
masacre de Wounded Knee en 1890 a manos del 7º Regimiento de Caballería.
Podría seguir aumentando la lista de
ejemplos, entre los que la entrega de los Óscar parecen los más propicios a
ofrecer espectáculos inolvidables, como la ausencia de Woody Allen porque ese
día tocaba el clarinete con su banda y no le venía bien, o la archifamosa
bofetada de Will Smith.
Pero estos ejemplos bien conocidos no se
dan exclusivamente en el mundo de la farándula en EE. UU, aunque su repercusión
sea mucho mayor. Aquí en España, también hemos tenido nuestros momentos de
gloria, también – curiosamente - relacionados con el mundo del espectáculo y la
entrega de diversos premios, como los Goya, por ejemplo. Da la sensación de que
en cuanto a un profesional de las artes escénicas le das la oportunidad de
acercarse a un micrófono, se siente impelido fatalmente a tener que aprovechar
su minuto de esplendor y vomitar lo que se guardaba hasta ese momento.
Recuerdo, por ejemplo, que se había
convertido en una costumbre el hecho de que cada vez que se otorgaba un premio
y asistía, como era preceptivo, el ministro de cultura (del PP, por supuesto),
todos los que subían al escenario, le arrojaban con agrado toda clase de
exigencias, demandas y ruegos, muchos de los cuales consistían en exigir la
rebaja del IVA en las entradas de cine, para así, aumentar el número de
asistentes. Tal era la insistencia de todos, que, finalmente, cuando las
circunstancias lo permitieron, se rebajó el IVA de las entradas y el descuento
alcanzó la increíble cifra de un euro (1€), en el mejor de los casos. En la
mayoría se trataba de sólo unos céntimos.
Pero la vorágine de intentar maximizar la
oportunidad de lanzar toda clase de vituperios contra un objetivo señalado de
antemano no termina ahí. Hace un par de días hemos asistido abochornados, al
triste y lamentable espectáculo de una estudiante de ciencias de la
información, que ha aprovechado haber sido nombrada mejor estudiante del año
para lanzar un mensaje difuso, espeso, incoherente, pero en todo caso,
contrario a la presidenta Isabel Díaz Ayuso, quien, en compañía de otros ex
alumnos de la misma Complutense de Madrid, había sido nombrada “alumna
ilustre”.
Supongo que algo han debido ver los
profesores de esta exaltada para otorgarle semejante distinción como mejor
alumna, pero en todo caso, lo que dejó bien a las claras fue sus escasas dotes
oratorias, lo inconexo de su improvisado discurso y sus supuestos argumentos.
En definitiva, aparte de manifestar su antipatía personal por Ayuso y las ideas
políticas que representa y su amor eterno a su madre (la de la estudiante, no
la de Ayuso) tanto su tono como su mensaje eran más propios de una delegada de
curso en lucha contra el claustro de profesores, a quien, por cierto, dijo
adorar, al tiempo que rechazaba la distinción de mejor alumna.
Uno puede aborrecer a quien quiera, pero
hay algo que una estudiante de Ciencias de la Información debe aprender: se
llama “saber estar”.
Del mismo modo que un actor debe saber mimetizarse con
personajes que defienden posturas ideológicas que él, como actor,
jamás defendería, alguien, que se supone que estudia para
proporcionar información veraz y contrastada, debería ser
consciente de que una cosa son tus principios y otra, las opiniones
de erceros y que, si no sabes diferenciarlos, es que ni eres periodista
ni eres nada. Tan solo te habrás convertido en una pregonera. Y para
eso, no se necesita estudiar. Ahí tienes a la Adriana Lastra.