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miércoles, enero 25, 2023

Los momentos de gloria.

A lo largo de la historia reciente, sobre todo desde que hay registros visuales, algunos han aprovechado su momento de gloria frente a un micro o una cámara de TV para lanzar un mensaje que nada tenía que ver con el contexto en el que se desarrollaba ese acto. Con ello pretendían dar un aldabonazo en las mentes de los oyentes o espectadores y algunos pasaron a la historia con imágenes icónicas.


Quién no reconoce aquella foto de dos atletas estadounidenses en el podio de los JJ.OO. con el puño enguantado y en alto y las zapatillas al hombro. Aquel estaba destinado a ser un momento deportivo, olímpico, y, sin embargo, los atletas negros quisieron llamar la atención sobre la situación de su raza en los EE.UU.

Otro de los instantes que han pasado a la historia es en la entrega de los premios Óscar en Hollywood. En 1973 la Academia concedió el Óscar al mejor actor a Marlon Brando por su memorable  actuación en “El Padrino”, pero el actor se negó a aceptar el premio e incluso envió a una nativa americana (Sacheen Littlefeather) a subir al escenario y explicar la postura del actor.


Con su ausencia Marlon Brando quería protestar por el comportamiento del gobierno norteamericano para con las tribus indígenas, en parte inspirado por la  masacre de Wounded Knee en 1890 a manos del 7º Regimiento de Caballería.

Podría seguir aumentando la lista de ejemplos, entre los que la entrega de los Óscar parecen los más propicios a ofrecer espectáculos inolvidables, como la ausencia de Woody Allen porque ese día tocaba el clarinete con su banda y no le venía bien, o la archifamosa bofetada de Will Smith.

Pero estos ejemplos bien conocidos no se dan exclusivamente en el mundo de la farándula en EE. UU, aunque su repercusión sea mucho mayor. Aquí en España, también hemos tenido nuestros momentos de gloria, también – curiosamente - relacionados con el mundo del espectáculo y la entrega de diversos premios, como los Goya, por ejemplo. Da la sensación de que en cuanto a un profesional de las artes escénicas le das la oportunidad de acercarse a un micrófono, se siente impelido fatalmente a tener que aprovechar su minuto de esplendor y vomitar lo que se guardaba hasta ese momento.

Recuerdo, por ejemplo, que se había convertido en una costumbre el hecho de que cada vez que se otorgaba un premio y asistía, como era preceptivo, el ministro de cultura (del PP, por supuesto), todos los que subían al escenario, le arrojaban con agrado toda clase de exigencias, demandas y ruegos, muchos de los cuales consistían en exigir la rebaja del IVA en las entradas de cine, para así, aumentar el número de asistentes. Tal era la insistencia de todos, que, finalmente, cuando las circunstancias lo permitieron, se rebajó el IVA de las entradas y el descuento alcanzó la increíble cifra de un euro (1€), en el mejor de los casos. En la mayoría se trataba de sólo unos céntimos.

Pero la vorágine de intentar maximizar la oportunidad de lanzar toda clase de vituperios contra un objetivo señalado de antemano no termina ahí. Hace un par de días hemos asistido abochornados, al triste y lamentable espectáculo de una estudiante de ciencias de la información, que ha aprovechado haber sido nombrada mejor estudiante del año para lanzar un mensaje difuso, espeso, incoherente, pero en todo caso, contrario a la presidenta Isabel Díaz Ayuso, quien, en compañía de otros ex alumnos de la misma Complutense de Madrid, había sido nombrada “alumna ilustre”.

Supongo que algo han debido ver los profesores de esta exaltada para otorgarle semejante distinción como mejor alumna, pero en todo caso, lo que dejó bien a las claras fue sus escasas dotes oratorias, lo inconexo de su improvisado discurso y sus supuestos argumentos. En definitiva, aparte de manifestar su antipatía personal por Ayuso y las ideas políticas que representa y su amor eterno a su madre (la de la estudiante, no la de Ayuso) tanto su tono como su mensaje eran más propios de una delegada de curso en lucha contra el claustro de profesores, a quien, por cierto, dijo adorar, al tiempo que rechazaba la distinción de mejor alumna.

Uno puede aborrecer a quien quiera, pero hay algo que una estudiante de Ciencias de la Información debe aprender: se llama “saber estar”.

Del mismo modo que un actor debe saber mimetizarse con

personajes que defienden posturas ideológicas que él, como actor, 

jamás defendería, alguien, que se supone que estudia para 

proporcionar información veraz y contrastada, debería ser 

consciente de que una cosa son tus principios y otra, las opiniones 

de erceros y que, si no sabes diferenciarlos, es que ni eres periodista 

ni eres nada. Tan solo te habrás convertido en una pregonera. Y para 

eso, no se necesita estudiar. Ahí tienes a la Adriana Lastra.