La entrega del arma reglamentaria por entonces, el fusil de asalto CETME, acrónimo de Centro de Estudios Técnicos de Materiales Especiales, se realiza en un momento avanzado de la instrucción. Las primeras semanas se trataba simplemente de reconocer las órdenes, incluso con el cornetín. Después, sería necesario hacerlo todo, pero con el fusil al hombro o en suspensión. Y aquello, después de unas pocas horas, pesaba lo suyo.
Durante la instrucción con el
fusil, el hecho de que se le cayera al recluta o hubiera una mala manipulación,
conllevaba un paquete de sanción, generalmente, fregar platos después de la
comida. Y en el comedor éramos unos pocos los que comíamos dos platos y postre.
Y un día me tocó a mí.
Estábamos parados, en formación y
realizando movimientos con el “chopo” – apodo cariñoso con el que se conocía al
fusil -. En un momento dado debíamos dar un taconazo en posición de firmes y
con el fusil en suspensión en la mano derecha. Lamentablemente, mi “chopo” decidió
ejercer de líbero, se cruzó en mi camino y terminé por arrearle una patada en
la parte de la culata que salió a tomar por saco. Vamos, que no es que se
cayera en el sitio, sino que casi sale volando.
Tal y como indicaban las
instrucciones, mientras estás en formación no puedes moverte. No puedes mover
la cabeza ni tan siquiera hablar. Así es que tuve que esperar a que el
instructor me diera la orden de salir de la formación y recoger el fusil.
- A
fregar platos, ya sabes, ¿no?
- Sí,
mi cabo primero.
Esto último también era obligado
porque un fallo en el saludo a esas alturas del período de formación, podía ser
letal.
Después de la instrucción, me fui
al comedor con todos los demás y cuando terminé de comer, el cabo primero que
me tenía bajo vigilancia intensiva por si acaso pretendía escaquearme, me llevó
a los entresijos de la cocina, me puso al lado de un colega que estaba
destinado al servicio a cocina y me dijo que le ayudara.
Al llegar, el colega me dijo
friega eso. Eso, era una pila de platos tan alta como un niño de año y medio.
Yo me dije, Carlitos, la próxima vez presta más atención a qué das patadas y
que nunca jamás se repita lo del fusil. ¡Por Dios!
El caso es que con mi cándida
adolescencia en plena ebullición cogí el primer plato y haciendo de tripas
corazón y sin guantes, empecé a fregar los platos. Uno a uno, por supuesto y
con esmero. Cuando ya había fregado un par de ellos, mi otro colega, que era
como el jefecillo, vino con otra torre de platos en un carrito. Aquello me
empezaba a preocupar porque los platos se iban amontonando y parecía que había
más. Entonces, el chaval se fijó en mi artesanal forma de lavarlos y se acercó:
- Pero
¿qué haces, tío?
- Pues
fregar los platos.
- Así
nos podemos tirar aquí hasta Navidad. Anda, quita y déjame.
Entonces, el veterano procedió a
llenar la pila del lavadero con agua al tiempo de le echaba un detergente que
formó bastante espuma. Cuando consideró que ya había suficiente, fue entonces
cuando se dirigió a mí y me dijo:
- Mira
cómo se hace.
Y yo le presté toda mi atención.
Cogió una pila de platos sucios y
los metió en la pila llena de agua y jabón. Tumbó esa pila de platos noventa
grados. A continuación, con su mano derecha tomó el plato del extremo derecho
de esa pila tumbada e hizo lo propio con el lado izquierdo. A partir de
entonces, comenzó a mover hacia adelante y hacia atrás, esos platos, en un
movimiento de vaivén continuo. Era el primer lavavajillas humano de la
historia.
- ¿Has
visto? Pues ahora tú.
A pesar de que me remangué la
camisa, la verdad es que me empapé. El veterano iba a toda velocidad, como
alguien que lleva haciendo eso desde hace tiempo y al parecer mi falta de
habilidades lavatorias, le ponían algo nervioso. Sea como fuere, en un momento
dado me dijo que me fuera.
De aquella experiencia extraje
varias lecciones.
1. Establecí como un mandamiento de la ley marcial,
no incurrir en ningún pecado o falta, susceptible de ser castigado con fregar
platos.
2. Si sobrevivía a la comida del campamento, sería
inmune a cualquier tipo de virus, bacteria o patógeno, al margen de su gravedad
o procedencia.
3. Me adapté a ser algo menos escrupuloso.