Las prácticas de tiro se limitaban a disparar un cargador completo - quince balas- en tres posiciones diferentes: de pie, arrodillado y tumbado en el suelo. Así es que toda mi experiencia como supuesto francotirador es de cuarenta y cinco disparos y probablemente no di en la diana ni por casualidad.
Las dianas estaban fijas a una
distancia considerable y no tenías la más mínima posibilidad de comprobar dónde
iban a parar tus disparos, por lo que, al final, disparabas de oído. Tampoco
tienes a un instructor que te vaya diciendo lo que debes mejorar o corregir. Él
estaba igual que tú: tampoco veía nada. Tan sólo se aseguraban de que no matases
a nadie.
Te entregan un fusil del que sólo
te dicen cuál es la parte peligrosa, cómo cargar el arma, cómo seleccionar tiro
a tiro o ametralladora y poco más. No sabes si las miras están bien calibradas,
si el arma está limpia, si todas las piezas funcionan correctamente, etc.
Básicamente te lo dan y te dicen aprieta el gatillo y la bala sale por aquí.
Los días que tocaba práctica de
tiro, nos desplazábamos en autobuses internos al campo de prácticas. También
había una ambulancia, como en las plazas de toros.
La época en la que hice las
prácticas, la polinización de las flores estaba en su apogeo y yo tenía “asma
polínico”, es decir, sufría un picor de ojos insoportable, los tenía hinchados,
enrojecidos y llorosos, y por si el espectáculo no fuera suficientemente
patético, los mocos me caían a chorros, a pesar de lo cual, tenía una
congestión nasal que me llegaba al cerebro. Por todo ello, tuve que refugiarme
en el interior de la ambulancia, a esperar mi turno, junto con otros dos o tres
tan afectados como yo. Luego, cuando me tocaba el turno, salía de mi refugio,
me dirigía a mi posición de disparo y procuraba acertar en la diana, entre
picores de los ojos, al tiempo que moqueaba y estornudaba de vez en cuando. Muy
completo. Yo creo que, si me hubieran dado un tirachinas, habría hecho mejor
papel. La alternativa para eliminar los síntomas de la alergia era tomar anti
histamínicos, con el riesgo de que me dejaban un poco atontado, por lo que
estar medio dormido y con un arma, no parecía una combinación segura.
Parecía claro que mi destino era limpiar y dar esplendor, pero no disparar a nadie.