Los sucesivos intentos de salir del hoyo profundo al que le habían arrojado, primero con una franquicia, y después, con la venta de un software por internet, o la de SEO, no habían dado los frutos esperados. Así es que, siguiendo los sabios consejos de Albert Einstein, que decía: “No hay nada más estúpido que pretender que las cosas cambien haciendo lo mismo de siempre”, se puso manos a la obra. Decidió intentar un empleo de comercial. De antemano sabía que no habría sueldo fijo y esas cosas, pero si el producto era bueno y las comisiones acompañaban, al menos habría que intentarlo. Se armó de ilusiones y comenzó a devorar las ofertas de empleo.
Comercial de electricidad.
En
España se había desatado una guerra sin cuartel entre las grandes
distribuidoras de electricidad por conseguir cuantos clientes fuera posible. Mientras
en las altas esferas los sillones en los Consejos de Administración se
intercambiaban como si fueran cromos a cambio de unos pocos miles de millones, en
el subsuelo, un ejército de subcontratados, de mercenarios, se
afanaba por conseguir los objetivos marcados por los responsables.
El
anuncio como tal no se caracterizaba porque fuese prolijo en detalles acerca de
las condiciones laborales, ni comisiones, ni nada. Lo más llamativo de la
oferta era que citaba a los interesados a las ocho de la mañana en una gasolinera.
Una oficina parecía lo más razonable. En su defecto, se admitía cafetería como
sustituto, pero lo de la gasolinera era lo más cutre que había visto Sisebuto
en su dilatada experiencia laboral. Además, era puro invierno y a las ocho de
la mañana, haría frío. Pero bueno, Sisebuto se armó de paciencia y de valor y
allí que fue guiado por el TomTom.
Estaba
oscuro. Todavía no había amanecido y hacía una rasca que cortaba el cutis. Salir
del coche, con lo calentito que se estaba, daba casi miedo. En un momento dado,
comenzó a ver reunirse un grupo cada vez más numeroso de personas, todas ellas
muy jóvenes. Dedujo que ese debía ser el grupo al que debía unirse. Al poco de
incorporarse, uno de los allí presentes, que se suponía era el responsable, tomó
la palabra y comenzó a explicar cómo sería la forma de trabajo.
La
gasolinera sería el centro de reunión diario. Después, una furgoneta con
capacidad para acoger a todos, los llevaría hasta un destino desconocido. Allí,
el responsable asignaría una zona a cada uno y su tarea sería la de llamar
puerta por puerta y convencer a los propietarios de que se cambiaran de
compañía. A la hora de la comida, se haría un descanso, cada uno se buscaría la
vida y después de comer, continuaría su trabajo. Así hasta que el responsable
diera por finalizada la jornada, regresaran todos a la furgoneta y fueran
devueltos a la civilización en la gasolinera.
Cuando
el responsable terminó de dejar alucinados a todos, los invitó a subirse a la
furgoneta. Y fue entonces cuando Sisebuto, que por cierto necesitaba con cierta
urgencia visitar el lavabo de la gasolinera, intentó procesar la información lo
más deprisa que pudo.
Hasta
donde él sabía nadie conocía la identidad de los allí presentes. Nadie había
elaborado una lista y ninguno de los presentes había firmado ningún documento
de ninguna clase. Tan solo eran un grupo de desconocidos a punto de adentrarse
en un universo ignoto. Nadie les podría asegurar que pudieran acabar en la mesa
de algún carnicero sin escrúpulos cuyo único objetivo fuera extirparles algún
riñón o similar, para después traficar con él en el mercado negro.
Aquello
era lo más parecido al tráfico de esclavos en Jamaica o Carolina del Sur, pero
sin cadenas. En el peor de los casos, tampoco se podría hablar de secuestro,
porque los abducidos contribuían voluntariamente a su propio secuestro. No se
mencionó para nada dónde deberían realizar sus necesidades fisiológicas, ya
que, por lo comentado, visitarían zonas y barrios aislados, poco poblados o,
quién sabe, habitados por tribus desconocidas con escaso o nulo contacto con el
hombre blanco.
Entonces,
Sisebuto decidió ir al baño de la gasolinera y dejar que la furgoneta se
marchara con su cargamento de carne hacia lejanos lugares dejados de la mano
del buen Dios.
Comercial de TV.
Al
menos en esta ocasión las ofertas – porque fueron dos diferentes – ofrecían a
los interesados la oportunidad de ir a la entrevista a una oficina normal y
corriente y no una gasolinera, un parque de atracciones o el bar de la plaza de
toros, lugares más apropiados para citas clandestinas de espías.
Al
llegar a la primera de ellas, la primera impresión fue deprimente. Tal vez se
debiera a que era de noche; o tal vez fuera el aspecto general del barrio,
alejado del centro, con una luz mortecina que caía de las farolas y con unos
edificios grises, con las fachadas de cemento en crudo. Tuvo la impresión de
haber viajado en el tiempo y haber aparecido en alguna localidad secreta de la
antigua URSS, en la que todos los edificios eran igual de espantosos, de baja
calidad y fríos. No es que esperase encontrarse con la sede de Antena 3, pero
aquello le desanimó mucho.
Al
entrar en el lugar de la entrevista, se topó con una larga cola de personas
esperando ser atendidas, algo que le sorprendió dado lo avanzado de la hora.
Por fortuna, el responsable tuvo la sensatez de hacerlos pasar en grupos
reducidos en vez de hacerlo de uno en uno. Así que, en cuanto salió el grupo
anterior, Sisebuto y su grupo entraron en una sala y tomaron asiento alrededor
de una mesa, presidida por un individuo que, por su aspecto y por lo avanzado
de la hora, estaba más que harto de repetir la misma cantinela una y otra vez.
Los
que decidieran aceptar la propuesta de comercial, deberían buscarse la vida
ellos mismos, visitar las viviendas llamando puerta a puerta para ofrecer unos
canales de TV que Sisebuto no sabía que existían. Eran canales de TV locales y
la programación que ofrecían era de dudoso interés para nadie, incluido el
propio Sisebuto. Así es que dedujo, que sería complicado que personas con unos
ingresos escasos dedicaran parte de ese dinero a sufragar el coste de unos
canales de TV en los cuales no había fútbol de ninguna clase, ni películas, ni
sexo.
Una
vez descartada la primera propuesta se dispuso a acudir a la segunda oferta de
empleo para comercial de canal de TV.
En
esta segunda ocasión la cita era por la mañana – no a última hora de la tarde
noche como la anterior – y en una oficina situada en un polígono. Acudió, como
siempre, lleno de ilusión y tardó 0,5 en salir de allí con la moral por los
pies. En esta ocasión la propuesta era vender a los diferentes establecimientos
de todas las poblaciones, un canal de TV exclusivamente dedicado a la
publicidad de esos mismos establecimientos. Es decir, una persona sentada en un
bar, por ejemplo, podría ver en un aparato de tv colgado del techo la
publicidad de una zapatería, de una bebida alcohólica o de un supermercado.
Ante
la dudosa utilidad de la oferta junto con la ridícula cantidad dedicada a
comisiones, Sisebuto también tuvo que desestimar estas opciones. No se trataba
de ocupar el tiempo, sino de conseguir unos sustanciosos ingresos, al margen
del esfuerzo que hubiera que invertir. Pero estas opciones suponían un esfuerzo
muy considerable y una fuente de ingresos ridícula.
Habría que seguir buscando algo en lo que el esfuerzo que estaba dispuesto a realizar, mereciera la pena en cuanto a los frutos que se obtuvieran.