En su insaciable búsqueda de unos ingresos suficientes y continuos, Sisebuto Zabala vio en las ofertas de empleo una para un puesto de comercial. Se trataba de vender una máquina de esas que además de aspirar como cualquier otra, depuraba el aire y hasta te hacia huevos fritos con morcilla. Como era lógico, para una máquina tan compleja, debías superar un curso de entrenamiento.
Bueno.
En peores plazas hemos toreado, pensó Sisebuto. Y aceptó el reto.
El
entrenamiento se realizaba en las oficinas de la empresa. Aparte de la
instructora que daba el curso, había otras cuatro personas que eran los futuros
agentes comerciales.
El
método de venta de la dichosa aspiradora había sido estudiado al milímetro por
unos sabios americanos, que lo habían depurado hasta el más mínimo detalle. El
proceso de demostración requería de unas dos o tres horas, en las que se
incluía un vídeo en el que se cantaban las alabanzas de la maquinita. Después,
el truco consistía en que tenías que aprenderte todo un monólogo, con las
bromas incluidas, como si fueras un actor. Y tenías que soltar el monólogo al
tiempo que ibas manipulando la aspiradora, colocando los diferentes accesorios y,
en resumen, haciendo una completa demostración de que aquello, no era una
simple aspiradora; aquello era la madre de todas las aspiradoras del mundo.
Pero
había algunos aspectos que llamaron la atención de Sisebuto.
En
primer lugar, debía trasladarse cada día 40 kms para llegar hasta las oficinas (ida
y vuelta). Eso suponía un coste en gasolina importante.
Por
otro lado, el entrenamiento no tenía fecha de fin. Es decir, el visto bueno
para salir por ahí a vender la aspiradora, te lo daban o no, en función de lo
bien que te supieras el papel. Hasta que no te sabías el guion, no te dejaban
entrar en escena. Y eso podría durar semanas o incluso meses.
Pero
lo peor de todo no era eso, que ya es. Lo peor de todo era que tenías que estar
una hora y media de la demostración con la rodilla hincada en el suelo.
¿Por qué? Pues porque los sabios que habían perfeccionado el método, pensaron
que el cliente estaría sentado en el sofá, frente al agente, y de esa forma el
vendedor quedaba a su misma altura. Si el vendedor permanecía de pie tendría
una posición de prevalencia sobre el cliente y eso no era bueno.
Más
que superar un curso de entrenamiento se trataba más bien de sobrevivir a dicho
curso. A partir de cierta edad, lo de hincar la rodilla hay que hacerlo con
mucho tiento no vaya a resultar que al levantarte te quedes tieso por un
pinzamiento en la espalda.
Pero
para más inri, lo que determinó que Sisebuto renunciara a tan atractivo trabajo
de peregrinar como nazareno por las casas de los clientes, fue cuando se enteró
de el precio de la maldita aspiradora: 4.000€, que podías pagar en cómodos
plazos. Había coches de segunda mano que costaban menos.
Entonces,
Sisebuto tuvo una visión. Se imaginó yendo a un pueblo de mala muerte para
hacer una demostración a una señora que no había comprendido bien la enjundia
del problema, porque el departamento de marketing que había contactado con
ella, no había sido suficientemente explícito.
Presentado
en el lugar de los hechos, a unas horas intempestivas y con el mamotreto de la
aspiradora que tenía el tamaño de un cohete Saturno V, procedería a iniciar
toda su actuación, con el vídeo para ir abriendo boca y después, hincando la
rodilla como un penitente arrepentido.
Unas
dos horas después y con agujetas hasta en el lóbulo de las orejas, procedería a
decirle a la buena señora que la maquinita en cuestión costaba sólo 4.000€,
pero que lo podía pagar en cómodos plazos durante dos generaciones.
Y
se imaginó que el esposo de la doña, al escuchar el precio iría en busca de la
escopeta de caza para cocinar vendedor al horno, mientras éste aprovechaba la
confusión, recogía todos los bártulos de la puta aspiradora e intentaba llegar
al coche antes de que el otro descargara dos cartuchos del doce contra sus
posaderas.