Cualquiera en la posición de Sisebuto habría abandonado hacía ya tiempo y se hubiera dejado llevar hacia el mundo de las drogas, el alcohol o ambas. Todas las iniciativas que había afrontado habían tenido el mismo final. Pero Sisebuto tenía una capacidad de resiliencia infinita.
Un
día de esos que pasaba la mayor parte navegando por internet, buscando una
salida, un empleo, unos ingresos, se topó con algo que le hizo pensar. Se
encontró con un curso sobre una nueva herramienta, que se había puesto de moda
y que servía para desarrollar páginas webs. Esa podría ser una nueva
alternativa y el precio del curso era asequible. Así es que se apuntó.
Era
un curso online a base de vídeos y muy bien explicado todo paso a paso.
A
partir de entonces, comenzó a familiarizarse con un mundo totalmente
desconocido y que, al tiempo, le abría unas opciones de futuro muy
interesantes. Aprendió cómo podría desarrollar webs a partir de plantillas ya
prediseñadas; cómo diferenciar la calidad de unas y otras; cómo descargarlas e
instalarlas; cómo simular en el ordenador un entorno virtual como si se
estuviera en internet, etc. etc. etc. El precio del curso mereció cada euro
invertido.
Sus
nuevos conocimientos le permitirían abrir una nueva línea de búsqueda de
empleo, como autónomo y trabajando desde casa. También aprendió conceptos
básicos de cómo redactar textos, hacerlos atractivos, utilizar palabras que posicionen
mejor a la web, monetizar la página web, etc.
Al
principio, antes de ofrecer sus servicios profesionales, practicó con algunos
proyectos de carácter personal.
Un
día recibió una llamada. Se trataba de una chica que tenía una empresa. La
empresa en cuestión había contratado a un profesional autónomo para hacer el
desarrollo de una web con comercio electrónico online a una tienda de ropa. Es
decir, los clientes de esa tienda, podían comprar usando la web, como quien
compra en El Corte Inglés o Amazon.
La
cuestión que tenía la chica era que se le había escapado un detalle en el
contrato con la tienda de ropa, y tenía que dar un curso de formación a su
cliente, pero el desarrollador vivía en la otra punta de España de donde estaba
la tienda de ropa y alguien tenía que ir a la tienda a dar el curso. Y ahí era
donde entraba Sisebuto.
La
chica pretendía que fuera a la tienda, diera la cara y respondiera a las
cuestiones que le planteara el cliente. Un curso sobre algo de lo que Sisebuto
no sabía nada, porque no había estado involucrado. Por mucho que intentó
convencer a la chica de que aquello iba a ser un desastre y que su presencia no
iba a solucionar nada, la chica estaba pillada, totalmente bloqueada. Y como a
valiente no hay quien gane a Sisebuto, se presentó en la tienda de ropa.
Afortunadamente,
pudo resolver el 90% de las cuestiones que le planteó la responsable. Y eso se
puede considerar un rotundo éxito habida cuenta de los conocimientos que tenía
y la nula relación con el asunto.
Por
semejante ayuda, Sisebuto aceptó de buen grado los 100€ que le dio la chica
responsable en mano. Acababa de recuperar la inversión en el curso de
formación.
Con
el entusiasmo que le caracterizaba y sus nuevos conocimientos adquiridos, se
lanzó a un ambicioso proyecto decidido a cambiar definitivamente su errático
rumbo. Para ello, aplicó todo lo que había aprendido a desarrollar webs de
cocina, otra dedicada a su equipo de fútbol preferido, otra más era un
escaparate de libros que recomendaba, etc.
Sin
embargo, a pesar de esos esfuerzos, los frutos seguían siendo esquivos. Fue
entonces cuando decidió regresar al negocio inmobiliario.
La
primera experiencia, en solitario, no triunfó porque le faltó imagen,
infraestructura, visibilidad. La segunda intentona, no fue mal hasta que empezó
a sospechar de las verdaderas intenciones del franquiciador y de sus tortuosas
maniobras. Pero ahora, era algo distinto.
Ahora
estaba en disposición de retomar su proyecto inicial de agencia inmobiliaria,
con la diferencia de que ahora, por unas cantidades ridículas, podría disponer
de la infraestructura necesaria que en su día no pudo.
Por
otra parte, agradecía al franquiciador el esfuerzo económico que realizó, pero
en realidad, tampoco aprendió nada de la oficina central. Antes, al contrario,
más que un simple agente, en ocasiones actuaba como un auténtico director
comercial de la franquicia. Todo ello le hizo albergar esperanzas de que, en
esta ocasión, las cosas sí iban a funcionar. Y se lanzó.
Por
un módico importe consiguió adquirir el nombre del dominio de su inmobiliaria
online. También consiguió a precio de saldo, un espacio en el que hospedar la
web, que incorporaba emails, gestión, administración y atención al cliente
24x7, y en español. Con el fin de intentar sacar algún beneficio, en su nueva
web incorporaba enlaces a la plataforma. Si alguien interesado pinchaba en el
enlace y contrataba los productos de esa plataforma, Sisebuto se llevaba una
comisión. Unos 20€ por cliente, lo cual no estaba nada mal.
El
negocio funcionó mucho mejor que antes. Sisebuto no tenía ningún problema a la
hora de captar propiedades y que los propietarios confiaran en él. Llegaba
puntual a las citas, desplegaba los documentos con el logo, realizaba las
fotos, rellenaba la ficha de cada vivienda, etc. Después, tenía que desarrollar
todas las tareas de gestión y administración de esas propiedades, publicidad
(gratuita, por supuesto) y acompañar a los posibles interesados a visitar los
pisos y apartamentos. Era una actividad a tiempo completo.
Tuvo
un relativo éxito, pero se dio cuenta de que lo que realmente dejaba dinero,
era el vacacional. Alquilar una vivienda para larga estancia tenía el
inconveniente de que los propietarios, en mayo o junio, largaban a sus
inquilinos a la calle para colocar su casa a precios 4 veces más caras, de cara
a las vacaciones. Eso era un proceso mucho más iterativo y mucho más lucrativo.
Y Sisebuto se centró en ello.
Con
el tiempo descubrió otro aspecto importante: sólo interesan las casas más
cercanas a la playa o con servicios de la comunidad fuera de lo común. El
objetivo se reducía, pero eso era lo que reclamaban los clientes.
Al
final, terminó eliminando de su cartera de clientes a la mayoría de ellos y se
centró en un par o tres de viviendas, las cuales, acaparaban el 80% del interés
de los veraneantes. Era menos trabajo, menos esfuerzo y más ingresos.
Aun
así, seguía siendo insuficiente. Habría que seguir buscando.