A simple vista no es un hombre que destaque
por nada en especial. Su forma de vestir no llama especialmente la atención. Si
no fuera porque a los 2 minutos de empezar a hablar con él, te das cuenta de
que es ahí donde está la diferencia, pasaría simplemente inadvertido.
En cuanto comienza a hablar se ve que es una
persona sociable, educada, acostumbrado al trato amable y respetuoso con los demás.
Se expresa con soltura, con fluidez y con un ligero estilo que María Dolores
Pradera llamaba en una de sus canciones “del tiempo de mis abuelos”. Enseguida
comienza a compartir contigo - un perfecto desconocido -, el mayor de sus
tesoros: su familia, su vida. Es entonces, cuando te confiesa, con los ojos
algo húmedos, que hace poco se ha quedado viudo, después de haber compartido
más de 50 años de matrimonio “y 6 de novios”. Que fue cuando él tenía 20 años
cuando su padre, le invitó a visitar a un íntimo amigo que tenía en Barcelona.
Y que fue allí, al llegar, cuando se encontró con “la niña”, la hija del
matrimonio, y un plato de lentejas encima de la mesa, y no olvida ninguna de
las dos cosas. Y que a continuación, “la niña” fue la encargada de hacer de
Cicerone del madrileño por la Ciudad Condal y que casi no le veían el pelo, ni
a él ni a la “niña” en casa de los padres. Y que ya no se separaron jamás en 60
años. Y que tuvo que ser el cáncer el único que los separara, en tan sólo 13 días.
En su juventud, fue portero de fútbol del
entonces principiante Castilla, antes llamado Plus Ultra. Y que como
consecuencia del deporte, tiene las dos rodillas lesionadas de menisco y
ligamentos. Y que después, una vez ya casado, siendo socio del R. Madrid,
acudía al campo de fútbol del Metropolitano. Pero que los domingos, entre lo
del partido y que la cosa se alargaba hasta la medianoche, al final “la niña”
le convenció de que tenía que elegir. Y eligió. Que un par de días a la semana,
con 86 años, va al gimnasio y que hace un tiempo, mientras estaba en la cinta
andadora, un torpe que pasaba por allí, tocó sin querer los mandos del aparato
y salió despedido hacia atrás, provocándole la ruptura del cuádriceps de la
pierna derecha, lo que le obligó a llevar un aparato ortopédico que no pudo
quitarse durante meses, ni siquiera para ducharse.
Desde que enviudó, sus dos hijas cuidan de él
y le obligan a viajar. Se pasa el día viajando por aquí y por allí, tanto que a
veces les suplica que le permitan deshacer las maletas y descansar un poco. Te
cuenta, que hace poco ha estado en “las Vascongadas” y entonces le digo que
como le oiga un abertzale descontrolado, se le van a poner los pelos como
escarpias. Y nos reímos, mientras él tímidamente corrige – casi en tono de
pregunta – Euskadi?.
Presume de dos nietas que tiene y te enseña orgulloso,
sus fotos que lleva en su teléfono inteligente. Una de ellas, es abogada y
ahora está haciendo un máster. Le prometió regarle la toga de abogado, pero no
sabía dónde podía comprar una. Ahora ya lo sabe y hasta es posible que le hagan
un descuento. Que su nieta, 27 años, ya tiene su trabajo, se ha comprado su
casita y vive independiente y feliz y te dice todo esto mientras consciente de
lo mucho que presume, se pasa la mano por la barbilla para secarse la imaginada
baba que se le cae.
La otra, estudió para azafata de congresos y
harta de que le dijeran “ya te llamaremos, bonita”, cogió las maletas y se fue
a Toronto y allí trabaja en un hotel. Que le ha pedido muchas veces que vaya a
visitarla, pero que él dice que “en primavera; que ahora hay mucha nieve y hace
mucho frío”.
De joven, consiguió trabajo a través de un
contacto de su padre - “que en paz descanse”-. Era el encargado de hacer las
nóminas, “cuando no existían ordenadores y todo había que hacerlo a mano”. Era
un trabajo de chinos, pero al poco tiempo, la empresa para la que trabajaba la
compró REPSOL y terminó en una gran empresa y con un mejor horario todo el año:
de 8 a 15. Luego, por la tarde, tenía otro trabajo, el famoso pluriempleo de
aquellos años. Total que salía de casa a las 7 de la mañana y llegaba a las 11
de la noche. Así, toda la vida. Pero ahora tiene dos pensiones y es lo que le
permite viajara con el IMSERSO y también por su cuenta, con su coche. Aunque
los viajes del IMSERSO son muy baratos y están muy bien, el inconveniente es
que está lleno de viudas, ávidas de tratar con caballeros de su edad y
condición. Y la verdad, es que llegados a esas edades y según ciertas
revelaciones bastante sorprendentes de una amiga mía, el sexo sigue
constituyendo una parte importante de su vida, aunque mi amigo – cómo no le voy
a considerar amigo si me está contando su vida? - , confiesa que todavía es muy
pronto y que “no está el horno para bollos”, por mucho que a la hora de entrar
en el comedor, todas las señoras le insistan para que se siente a su lado en la
mesa.
Y todo esto me contó Fernando, 86 años, viudo
y superviviente de la propia vida. Trabajador, serio, educado, responsable y
simpático, con buen sentido del humor a pesar de todo. Viajero a la fuerza, con
una cámara de fotos de las que “sale el pajarito”, de tan antigua que es. Y me
lo cuenta mientras se toma su café con churros, más madrileño que el cocido y
el chotis. Luego, nos despedimos. Él tiene que coger 3 autobuses hasta
Majadahonda y yo el Metro y el coche hasta Benalmádena.
Estas Navidades no estará totalmente solo.
Sus hijas le arroparán, harán lo que se han propuesto y es no permitir que su
padre se encuentre solo, en la casa donde compartió toda una vida con su madre,
la gran ausente.
Tarde o temprano, siempre hay un momento en
tu vida – o dos, o tres, o diez – en el que tienes que volver a empezar. Como
en el juego de La Oca.
Y tiro porque me toca.
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