martes, diciembre 16, 2014

¡Qué tiempos aquellos!



Ya estamos en Navidad. Este año es Navidad  hasta en El Corte Inglés, que llevaba unos añitos de capa caída. Pero aún así, a pesar de que ahora tímidamente, empezamos a mirar al horizonte con un poco más de optimismo, seguimos estando de mierda hasta la barbilla. Antes estábamos hasta las cejas. Vamos mejorando.

El otro día, en un TD, se hablaba de cómo ha evolucionado el tema de las comidas de empresa por Navidad. Ahora, se ha vuelto a retomar esa costumbre que durante los años de plomo de la crisis, dejó desiertos los restaurantes, bares y cafeterías, a la espera de que la marea los volviera a arrojar a sus barras y a sentar a sus mesas. Ahora, lo que se lleva, es que todos compartan mesa y mantel y todos van a escote, o sea, que el condumio se apoquina entre todos a partes iguales. Antes, no era así.

Recuerdo cenas de Navidad de la empresa, en la que no solamente íbamos todos los empleados sino que en la mayoría de los casos, iban también nuestras parejas. Y por supuesto, todo pagado religiosamente por la empresa. Hasta la barra libre de después de la cena. El Meliá Castilla o el Florida Park, por ejemplo, pueden dar testimonio de la asistencia de entre 500 y 700 personas y con espectáculo incluido. Juan Tamariz, Mari Carmen y sus muñecos o el mete patas de Manolo Royo, nos deleitaron en algunos casos y en otros, como el Royo, nos lo hicieron pasar sencillamente mal.

Además de esa cena general, en muchos casos se organizaban cenas de departamentos, en las que los colegas con los que compartíamos las penas y alegrías cada día, decidíamos juntarnos y arrasar Madrid. Esa, claro, corría a cargo de nuestro otrora bien surtido bolsillo.

Después, poco a poco, las empresas fueron recortando gastos y durante años, las cenas simplemente desaparecieron del panorama navideño, como también desaparecieron las cestas de Navidad a todos los trabajadores, que eran tan fijas y seguras como el Concierto de Año Nuevo en Viena.

Probablemente, todos esos cambios, unidos a la propia crisis, al miedo por perder el puesto de trabajo y la nostalgia de quien lo tuvo y lo perdió, hayan contribuido a generar un ambiente laboral bastante más frio, más aséptico, más profesional, que el que por entonces había en las empresas. Se respiraba un cierto aire de compadreo, de agradecimiento incluso, de complicidad, entre los directivos de entonces y los currantes. Luego, con el devenir de las nuevas circunstancias, llegaron las nuevas reglas y con ellas, el distanciamiento  entre unos y otros. Distancia que además, se ha ido acrecentando entre los salarios y las prebendas de los de arriba y las condiciones de semi esclavitud de los de abajo.

Aunque ahora me viene a la memoria que hace ya mucho tiempo, trabajé en una empresa de cuyo nombre no quiero acordarme, que ya por entonces había visionado el futuro y lo incorporó echando leches. En una época en la que no se estilaba, el jefe invitó a toda la empresa a una comida por Navidad en un restaurante de la carretera de Burgos, cercano al domicilio del sujeto. La sorpresa fue cuando llegó la hora de pagar. El tipejo, pidió la cuenta al camarero y cuando todos empezábamos a levantarnos para irnos, soltó: “tocamos a tantas pesetas cada uno” (obsérvese el término pesetas) y fue cuando nos volvimos a sentar, pensando en un primer momento que era una broma, por cierto, de mal gusto. Después, tuvimos que cerrar la boca que se nos había quedado así del asombro y al mismo tiempo que cerrábamos una, abríamos la cartera para pagar la cuenta.  Lo consideramos una ordinariez. Claro que poco después, nos enteramos que había proveedores a los que tampoco les pagaba y tal vez por eso, la empresa estaba en proceso de venta, momento en el que un servidor aprovechó para salir huyendo.

¡Qué tiempos aquellos! Cuando las empresas pagaban sueldos decentes, regalaban cestas de Navidad e invitaban a la cena de la empresa.

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