Al cabo de un tiempo y con la experiencia de
los años, creo que cualquier observador medianamente informado y alejado de
planteamientos dogmáticos, llega a la conclusión de que esto de la corrupción,
no es un asunto de siglas de partido, sino de personas. Los indecentes, los
deshonestos, los codiciosos, abundan por doquier y no tienen más filosofía ni
más ideal político que acomodarse allá donde se pueda trincar, ya sea PP, PSOE,
Podemos, UGT o una ONG, que de eso ya hablaré otro día.
Por tanto, el primer error que hay que
desterrar es que los del otro partido distinto al mío, son malos porque son
ladrones, pero los míos, son estupendos y vírgenes vestales todos ellos.
Una vez que partimos de la base conceptual
única que identifica personas corruptas y no partidos corruptos, estamos en
mejor disposición de poder solucionar el tema. ¿Es fácil solucionarlo? Pues
relativamente, pero no creo que sea tan complicado como pueda parecer.
Yo vengo sosteniendo desde hace bastante
tiempo, que el problema de la corrupción es la consecuencia del poder que
ostentan los cargos públicos. Me explico - que repetía como una muletilla un
jefe que yo tuve hace años. Es el propio sistema y sus debilidades, el que
fomenta y de alguna manera promueve la corrupción.
¿A santo de qué, una empresa pública como el
Canal de Isabel II, por ejemplo, se puede comprar una o varias empresas en
Suramérica? ¿Pero esto qué es?
¿Por qué, las CCAA tienen la potestad de
crear miles de empresas a su alrededor, con dinero público, que más tarde se demuestra
en infinidad de casos que son ineficientes, caras y con mucha probabilidad, un
nido de corrupción en el que sólo habitan los parientes, amigos y compañeros de
partido de quienes las han fundado?
¿Cómo es posible que una CA tenga la
autoridad para determinar si en su territorio se construye un aeropuerto? ¿Y si
a alguien se le ocurre construir un puerto deportivo para embarcaciones de
recreo en Toledo, también cuela?
Aunque desde luego, el mayor índice de
corrupción viene por las relaciones entre las áreas de Urbanismo y Obras
Públicas, con las empresas privadas.
Entonces, ¿cómo se combate la corrupción?
Pues eliminarla al 100% va a ser complicado, pero se puede reducir bastante con
un sistema bastante simple.
Por un lado, reducir la autoridad de los
funcionarios de alto rango, de los organismos públicos. Reducir su capacidad de
decisión, para obligar a que dichas decisiones se expongan a un escenario
público y transparente. Para ello, habrá que llegar a un consenso entre
partidos para realizar todos los cambios
que sean necesarios para poder reducir el poder de los funcionarios.
¿Cómo es posible que un funcionario y su
chófer se gasten un millón de euros de nuestros impuestos, en putas, fiestas y
drogas?
Una vez conseguido el primer punto, se trata
de construir un nuevo escenario, una nueva plataforma digital de contratación y
asignación de servicios y obras, accesible por todo aquel ciudadano de a pie
que quiera consultar, y directamente relacionada con los presupuestos de dicha
CA, Ayuntamiento o lo que sea.
O sea: transparencia. Pero transparencia de
verdad.
No es tan difícil. Sólo se necesita voluntad
política de luchar de verdad contra la corrupción y algo de dinero bien
invertido para disponer de un sistema transparente de vigilancia y control.
Pero mucho me temo que la primera parte de
este planteamiento - la voluntad política de lucha contra la corrupción - sea
el punto débil de esta idea. A los partidos - a ninguno - le interesa. ¿Por qué?
Pues muy sencillo. Porque o bien ellos son los primeros beneficiados cuando
trincan directamente del bote, o bien, - si es el enemigo al que le pillan con
el carrito del helado-, intentan sacar rédito político, hinchando el pecho y
presumiendo de honradez, en contraposición con los “chorizos de enfrente”.
¿A que para solucionar el problema de la
violencia de género, todos se ponen de acuerdo?
Para jugar al tenis, se necesitan al menos
dos, y que el otro devuelva la bola.
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