martes, mayo 22, 2018

El Servicio Andaluz de Salud y la corrala.


Al llegar al área de Consultas Externas del Hospital Clínico de Málaga, aquello parecía El Corte Inglés el primer día de las rebajas. Era mediodía y por el volumen de personal que allí había sentado esperando su turno, se presentía que la visita al oftalmólogo iba a durar bastante. Lástima - pensé yo - que el Hospital de Benalmádena, lleve 10 años esperando una ampliación de servicios, debido a lo cual, tenemos que trasladarnos hasta Málaga y sufrir los agobios y la pérdida de tiempo que ello conlleva.

Presidiendo la pared contra la que están orientados todos los asientos, hay dos grandes carteles. Uno de ellos, ruega silencio. El otro, por no usar el teléfono móvil. Ninguno de ellos, parece ejercer demasiada influencia en el personal, porque allí lo que se respira es una atmósfera de corrala.

El trasiego de personas entrando y saliendo de la calle y de las consultas, junto con el atronador volumen con el que se llama a los pacientes por los altavoces, confiere al lugar un carácter más de feria de pueblo que de hospital.

Mientras aguardas paciente a que te llamen, además, la sala se convierte en una suerte de escaparate de la miseria. Ya tenemos asumido que mientras estás en un vagón del metro en Madrid o en un chiringuito de la playa tomando una cerveza, te asalten varios senegaleses, por riguroso orden secuencial, bien sea con un cargamento de gafas de sol de dudosa procedencia y calidad, bien con relojes que vaya usted a saber si alguna vez han dado siquiera la hora, o bien, con bolsos de señora de marcas trabajadas en el Polígono Cobo Calleja de Madrid, o de relojes, o de CD’s tan piratas como Drake. Pero que esta misma situación te la encuentres en la sala de espera de un hospital, da como para pensar. Y sin embargo, es así.

De repente, de entre las docenas de personas que transitan de un lado a otro, aparece un vendedor de lotería nacional anunciando que tiene el 15 y el 17, aunque la verdad sea dicha, sin demasiado éxito. Un poco más tarde, aparece otro vendiendo cupones de la ONCE, con el mismo éxito que el anterior. Y después, hace su aparición un señor que directamente pide para comer. Y éste sí que tiene más acogida en el personal. Yo me preguntaba, por qué razón, si lo que necesita es comer, no acude a alguno de los comedores sociales existentes, a Cruz Roja - tengo amigos que lo hacen con frecuencia - o alguna organización caritativa que bien podría proporcionarle una ayuda más estable que no la de depender de la misericordia de los pacientes de un hospital.

Pero el tema no acaba ahí. Unos minutos más tarde y mientras tú estás deseando que por lo menos el oftalmólogo pronuncie el nombre esperado por los altavoces, aparece un hombre de unos 30 años, alto y más largo que un día sin pan. Es entonces cuando dirigiéndose a los espectadores - ya hace rato que hemos dejado de ser pacientes - comienza a dar el guión preparado y a buen ritmo. Dada mi posición en primera fila del patio de butacas, no he tenido otra opción que asistir en silencio a la representación.

Lo más llamativo es que el individuo comienza su monólogo explicando que, a pesar de las apariencias, él no es drogadicto. “Excusatio non petita, accusatio manifesta” he pensado. Después ha seguido contando una historia de supuesto desalojo de una supuesta vivienda junto con su pareja - real o ficticia - y ha continuado afirmando algo parecido a “es triste pedil, pero más triste es de robal”, afirmando que prefiere no pedir en la calle y que su pareja, que es muy devota, se ha hecho con unas estampitas de la Virgen de Santa Gema, que como todos saben es buena para todo: la salud, la felicidad, el dinero, la fe, la esperanza, la caridad y un sinfín de bienaventuranzas que casi igualan a las del bálsamo de fierabrás. Que él no las vendía ni por un euro ni por medio. Que las ofrecía para ver si le podían ayudar.

Me ha sorprendido que no hubiera mencionado si estaba buscando trabajo o recibiendo algún subsidio. Al fin y al cabo, el que pedía para comer era un señor mayor, pero éste, era un mocetón joven y aunque delgado, se veía que gozaba de buena salud.

En ese momento he estado a punto de levantarme y de intentar ayudarle. Le hubiera indicado que volviendo la esquina, si se dirigía al descampado donde aparcan todos los coches, allí, al aire libre, en invierno y en verano, hay dos personas con un chaleco amarillo, que se encargan de recoger el donativo de 1 euro por aparcar el coche sin tiempo de permanencia. Esas personas, que van variando con el tiempo, trabajan en una ONG que tiene su sede en Málaga y que precisamente se encarga de dar trabajo a personas en riesgo de exclusión social. No ganan mucho, pero los que allí están, no les falta comida.

Digo que he estado a punto de indicarle el camino para entrar en contacto con dicha ONG, pero luego he pensado que lo mismo daba al traste con su montaje.

Después de media hora de espera, finalmente llaman por megafonía a la paciente. Y cuando regresa a los dos minutos, me dice:

- La ATS quería ponerme las gotas en los ojos y le he dicho que no podía ser. Que si me dilataba las pupilas era imposible que pudieran medirme las dioptrías. Y la chica se ha quedado con la boca abierta. Como si fuera la primera vez que alguien le dijera tal cosa. Es que entonces, aquí en Málaga, ¿no le miden las dioptrías a nadie? Porque si lo primero que te hacen es dilatar las pupilas y nadie dice nada…En Madrid no es así.
- O sea, que tienen que volver a llamarte?
- Sí. Y lo mismo por díscola, me llaman la última.

No ha sido la última y la aventura en el Clínico, nos ha costado sólo 1 hora y media.
Por lo menos, la doctora ha sido amable, algo que no suele ser habitual y el resultado del examen, tan bueno como los anteriores. Pero no deja de ser chocante que mientras ponen carteles de “guarde silencio”, y “no use el móvil” se permita la entrada de pedigüeños. Supongo que lo siguiente será alguien vendiendo “malacatones” o seguros de vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buen relato. Un espejo de nuestra sociedad. Y nuestras peores vivencias, sin respetar normas, sin preocuparnos si lo q hacemos molesta o incluso si es permisible