martes, julio 31, 2018
lunes, julio 16, 2018
Sólo los ricos compran barato
Fue hace tantos años que tengo la sensación
de que fue en una reencarnación anterior. Por aquel entonces, allá por los años
80 del siglo pasado, tuve la ocasión de conocer a un empresario catalán,
multimillonario y perteneciente a una familia relacionada con el mundo de la
hostelería, aunque hoy en día, su cadena hotelera no atraviesa su mejor
momento.
Fue en uno de esos domingos en los que
solíamos acudir como invitados a comer a su casa de veraneo en Valldemosa. Mientras esperábamos a que el cocinero-mayordomo
(casado pero gay a tope) terminara de
preparar la paella, primero jugábamos una partida a la petanca y después, bajo la
sombra que proporcionaba una parra centenaria, junto a la piscina, tomábamos el aperitivo, a
base de coca de trampó y un gintonic. Junto a Felipe - que así se llamaba - y
su esposa, formaban parte de la fiesta, sus hijos, nueras, yernos y nietos. O
sea, un auténtico clan.
Felipe - como buen anfitrión - solía amenizar
a sus amigos con una conversación entretenida, chistes, anécdotas e historias
mil, a fin de hacernos a todos la estancia tan agradable como fuera posible.
Fue en uno de esos momentos, entre chupito de gintonic y trozo de coca, cuando nos contó su última experiencia.
Había decidido invitar a toda la familia
antes descrita a Disneyland Orlando. En total, contando a toda la patulea,
salía un número no muy alejado de unas 15 personas, con sus correspondientes
equipajes y demás. Evidentemente, el traslado de un grupo tan numeroso de
personas, en un país extranjero y por sus carreteras, requería de una
infraestructura acorde y para solventarlo, no se le ocurrió mejor idea que
alquilar una súper furgoneta, al más puro estilo americano, o sea, hipermegaextra
grande. Y para no tener problemas de ninguna clase, la alquiló con conductor.
Luego estaba el hecho de que, lógicamente, todos querrían tener un recuerdo gráfico
de aquella aventura en familia y para evitar que fuera uno u otro el único
responsable o que al final el señalado con el dedo acabara harto de ejercer de
falso Spielberg, pues también decidió alquilar los servicios de un fotógrafo
profesional, que cámara en mano, les acompañaba como una sombra y filmaba sin
denuedo todos los detalles de tan fasto evento.
Como propietario de una cadena hotelera, le
interesó mucho conocer los más refinados y sofisticados gustos y sensaciones
que los americanos pudieran ofrecer a sus clientes en los exclusivos hoteles de
5 estrellas en los que se alojaron y como consecuencia de tales experiencias,
quedó prendado, por ejemplo, al comprobar que podía cambiar a voluntad, el
color del agua que salía de la ducha o la presteza con la que el mayordomo de
la suite, acudía a su llamada para satisfacer los deseos de cualquiera de la
familia.
Después de una pormenorizada lista de
detalles y sorpresas con las que se mostró complacido, vino la parte más
interesante de su intervención y que es el motivo de esta larga introducción.
- ¿Y todo eso cuánto te costó? - le preguntó
su íntimo amigo Enrique.
- Barato. Todo, absolutamente todo, billetes
de avión, alquiler de vehículo, fotógrafo, hoteles, comidas en restaurantes, entradas
a Disneyland…todo, han sido unos 3 millones de pesetas. Barato.
A algunos de los presentes, nos costó un poco
asimilar el concepto de “barato” cuando alguien acababa de mencionar esa cifra
en relación a un viaje de vacaciones para unas quince personas. Pero aún así,
Felipe - q.e.p.d. - remató con una frase que se me ha quedado grabada en la
memoria:
- Sólo los ricos compran barato.
Es una frase que no he olvidado jamás y es
algo que he podido comprobar a lo largo de todos estos años transcurridos. Sólo
los ricos compran barato.
Por ejemplo, si te compras un coche por -
digamos- unos dos mil euros, deberías ser consciente de que más pronto que
tarde vas a tener problemas. De hecho, es casi ineludible que los tengas. Y si
decides seguir adelante y continuar con la compra, al margen de todos los factores
que te puedan condicionar, prácticamente estás renunciando a la posibilidad de
protestar por tu supuesta mala suerte. Así, si un día - pongamos por caso - ves
que la dirección del coche se vuelve tan dura que es inmanejable y por mucha
fuerza que hagas, eres incapaz de hacer girar el volante, - aparte de rezar
todo lo que sepas y de jugar a la ruleta rusa esperando que eso que te sucede
mientras aparcas en el garaje, no te suceda en carretera - debes ser consciente
del valor que has pagado por ese coche. Después,
cuando lo lleves al taller y te digan que tienes que cambiar la dirección de
cremallera y que por unos miserables 800 euros está resuelto, es entonces,
cuando vuelves - una vez más - a acordarte de Felipe y de su frase lapidaria: “sólo
los ricos compran barato”.
Y si en otro momento, las luces del vehículo
se estropean y desgraciadamente para los conductores que vienen en sentido
contrario, se quedan en modo “largas” - mientras regresas de un viaje a Madrid,
de madrugada - en vez de maldecir tu mala suerte, debes dar gracias al cielo
porque podía haber sido peor. Te podías haber quedado sin ningún tipo de luz y
eso hubiera sido mucho más peligroso. De esta forma, con las largas, sólo
sufrían los que venían de frente, los cuales, por cierto, asumes que se
acordarían de todo tu árbol genealógico, hasta sus raíces en Azkoitia en 1.550.
Además, por unos miserables 70 euros, has conseguido una pieza igual y has
resuelto el problema.
Es muy posible que llegado un momento indeterminado,
pudiera suceder que comenzaras a escuchar un ruido altamente sospechoso en el
motor y que al cabo de unos minutos, en el panel del control del coche, se
encienda el testigo en rojo del aceite. Entonces, en ese caso, sólo tendrías
que llamar a tu servicio de asistencia de tu seguro, que raudo y veloz y en
menos de media hora, se personaría donde has conseguido aparcar el vehículo sin
que estorbe, a esperarle. El hombre, después de escuchar tus explicaciones, con
la misma atención con la un médico escucha a su paciente, mira el nivel de
aceite, ve que no está muy bajo, pero aún así, decide ponerle un poco hasta
nivelarlo. Y como por arte de magia, el problema se soluciona. Y gratis.
Lo malo viene dos meses después, cuando a ti ya
se te había olvidado aquel problemilla con el testigo del aceite y de repente,
mientras vas en autopista camino de Cádiz, vuelves a escuchar ese ruido tan
característico y vuelves a ver cómo se enciende el maldito testigo en rojo. Y
cuando de nuevo, llamas a tu servicio de atención en carretera de tu seguro, y
esperas que, como la vez anterior, el problema se resuelva con un poquito de
aceite, resulta que en esta ocasión, el tío de la grúa, viene despendolado y
casi ciego. Sin escuchar las explicaciones que pretendes darle, no pierde ni un
segundo en maniobrar tu coche y subirlo a la grúa. Y tú te ves metido en la
cabina del conductor, con el coche a tu espalda y pensando si esta es la
definitiva. Si el coche ha muerto o sólo está en estado comatoso, aunque sin
esperanzas. Y mientras te chupas los últimos 80 kilómetros del trayecto subido
en una grúa y pensando cómo vas a volver a casa, y si la avería va a tener una
solución “asequible”, encima no te queda otra que aguantar la radio del
conductor, al que no se le ha ocurrido mejor idea que poner el partido del
Barça contra el Levante. Menos mal que al final perdió. El Barça, digo.
Y una vez más, te acuerdas de Felipe y de su
frase.
Y al día siguiente, lo primero que haces
después de desayunar, es acercarte a un taller mecánico para que le echen un
vistazo, y después de rezar como si se tratara de un hijo con peligro de
apendicitis, el mecánico te apunta a tres posible causas. Una de las cuales,
implica darle la extremaunción al coche.
- Hombre, - te dice el mecánico - puede
llevar una lata de aceite, ir con cuidado, con mucho cuidado, y
controlar mucho la temperatura del agua. Si le vuelve a suceder, pare
inmediatamente, reponga agua o aceite y ver si puede continuar. Pero vamos,
vaya pensando en una solución definitiva.
El viaje de regreso lo haces con los glúteos
apretados como un novato en una prisión federal. Mirando más al cuadro de
mandos del coche que a la carretera, sin correr mucho, rezando para que, por lo
menos, puedas llegar por tus propios medios hasta tu domicilio y no subido a
una grúa, escuchando un partido del Barça. Al día siguiente, de nuevo, lo
llevas a un mecánico, ucraniano por más señas, que te da las mismas pistas que
el de Cádiz. Y tú sigues temblando. Y ya, para finalizar, lo llevas a la casa
matriz y el mecánico te da el certificado:
- La junta de la culata. El problema es que
además, el aceite se ha estado mezclando con el circuito del agua y ahora,
teóricamente, habría que desmontar todo el motor, pieza por pieza, para saber
hasta dónde ha llegado el agua y limpiarlo. Resumiendo, señor, el arreglo vale
más que el coche.
Y una vez más, vuelves a recordar al bueno de
Felipe, que un día, mientras jugabais a la petanca en Valldemosa, te regaló una
frase que nunca podrás olvidar: sólo los ricos compran barato.
Así es que en vista de la experiencia, decides
que el próximo, va a ser uno a estrenar. Ni caro ni barato, pero nuevo. Y una
vez más, tienes que dar la razón al sabio de Felipe y a su frase.
domingo, julio 15, 2018
La magia del poder
En febrero de 2018 estos eran los resultados del CIS:
El PSOE a 3 puntos del PP.
En mayo de 2018, el CIS decía esto:
El PP, subía un poco y el PSOE a dos puntos.
Y ahora en agosto, se produce el milagro, a lo Croata:
Inesperadamente, y por razones desconocidas, el PSOE, entre mayo y agosto, sube 4 puntos. Y el PP, en el 22% .
O sea, que se han fugado los votos desde Podemos a PSOE.
¡ EN 3 MESES !
jueves, julio 12, 2018
El laxante
Un viaje siempre es una promesa de nuevas
experiencias. En aquella ocasión, además, tenía el aliciente de compartir con
unos amigos el interés común de visitar y conocer una tierra hasta entonces
desconocida para las tres parejas del grupo: Cantabria. Más concretamente la
costa oriental de Cantabria. El plan tuvo que ajustarse a un espacio de tiempo
corto, pues el itinerario con origen y regreso en Madrid, debía efectuarse entre
el viernes por la tarde y el domingo.
Como es fácil de entender, seis personas no
podían compartir el mismo vehículo y resultaba estúpido y escandalosamente caro
que cada pareja llevara su propio coche, por lo que se acordó por unanimidad
que un servidor, que era el que tenía el vehículo más modesto, lo dejara
aparcado en su casa y fuera de ocupa en cualquiera de los otros dos.
En el viaje hacia el norte, decidimos
acompañar en su vehículo a Enrique y su mujer - ya divorciados como todas las
personas decentes- . Enrique tenía por entonces un Alfa Romeo 133, pero el
bueno de Enrique, debía pensar que por sus venas corría sangre de Fangio y que
su coche era una especie de Lotus con motor de F1.
No recuerdo con exactitud la fecha del
mencionado viaje, pero guardo entre mis recuerdos con perturbadora nitidez, que
la carretera estaba atestada de coches, que en una interminable caravana,
avanzaban a paso de tortuga, o al menos, a una velocidad a la que Enrique, no
estaba dispuesto continuar. Confieso que fue la experiencia más aterradora de
mi vida dentro de un coche, pues mi amigo parecía poseído por algún tipo de
espíritu demoníaco, desprovisto del más elemental sentido de la supervivencia.
No he visto jamás incumplir tantos artículos del código de la circulación en
menos tiempo.
Enrique - o el espíritu que le hubiere
ocupado su cuerpo mortal - decidió salirse de la caravana y adelantar a cuantos coches que su temeraria conducción y
la velocidad de su Alfa Romeo le permitieran, justo antes de frenar, hasta con paracaídas
si fuera necesario, para regresar a la caravana y meterse deprisa y corriendo
en un hueco y así evitar el impacto con el vehículo que venía en sentido
contrario, el cual, supongo, que aunque en su sentido había poco o nada de
tráfico, iría rezando para que algún loco - como el propio Enrique - no se
estampara contra él. Esta situación se reprodujo durante todo el camino y mi
grado de excitación era tal, que decidí encomendar mi alma a quien tuviera a
bien acogerla en su seno, mientras miraba por mi ventanilla el paisaje, pero
sobre todo, lo que veía era la cara de susto de los otros conductores en cuyos
rostros se adivinaba la sorpresa y vaticinaban nuestro fatídico fin.
Decía Einstein:” Dos cosas son infinitas: la estupidez
humana y el
universo; y no estoy seguro de lo segundo". Es importante tener
esto en consideración pues por muy inverosímil que pudiera parecer, cundió el
mal ejemplo de Enrique entre otros vehículos de la caravana, de tal suerte que,
a la vez que nuestro coche se salía de la caravana para adelantar de manera suicida
a todos los que permanecían en su lugar, otros coches, seguían el ejemplo y
así, de facto, se producía otra especie de caravana de coches que intentaban
adelantar a los que circulaban con la precaución debida. Por lo tanto, el problema
ya no era encontrar un hueco donde meterse deprisa y corriendo, es que todos
los coches que realizaban la misma operación, debían encontrar su hueco, so
pena de catástrofe.
En uno de estos movimientos masivos de adelantamientos,
llegamos al paroxismo cuando nuestro vehículo se salió de la caravana, a
nuestra izquierda se situó otro vehículo de mayor cilindrada y potencia que
pretendía adelantarnos a todos y por el arcén del sentido contrario a nuestra
marcha, una moto con dos ocupantes, nos adelantaban a todos. Y mientras todo
esto ocurría, venía en sentido contrario un vehículo al que se le debió nublar
la vista cuando vio que todo el espacio de la calzada de la carretera nacional,
estaba ocupado por coches y hasta una moto, que le impedían el paso.
Por algún extraño sortilegio del destino,
conseguimos llegar sanos y salvos a Castro Urdiales, justo a la hora de la cena.
Después de besar el suelo al bajarme del coche y de dar gracias a todos los
ángeles del Cielo por habernos permitido llegar vivos a pesar de los
innumerables retos que les habíamos planteado, encontramos un mesón o tasca o lo que fuera, en
su puerto pesquero, en el que a pesar de lo tardío de la hora, nos podían dar
de cenar.
Después de reponer fuerzas y sobre todo el
resuello, nos dirigimos a Laredo, base de nuestra pequeña expedición y centro
de nuestras previstas excursiones por los alrededores, pero un servidor,
decidió cambiar de coche. Más que nada por no tentar demasiado ni a la suerte
ni a las estadísticas. No volví a subir en el coche de Enrique.
A la mañana siguiente, quedamos todos en la
cafetería del hotel para desayunar y comenzar a hacer los planes de las
excursiones. Después del desayuno, que imagino generoso, nos dirigimos a Santoña. Entre pitos y flautas, llegamos más
o menos a la hora del aperitivo, con lo cual, allí no había mucho más que hacer
que comprar una lata de anchoas y hacer los honores al aperitivo.
Continuamos nuestro peregrinar turístico-gastronómico
por diversos rincones y lugares de espléndida belleza y mejores viandas. El
tiempo acompañaba, y mi habitual estado de dieta hipocalórica, hacía tiempo que
había saltado por los aires. Temía la iracunda reacción del endocrino de
Sanitas, que ya de por sí era un saborío y un poco borde.
De tanto yantar aquí y acullá, y de tanto ir
de la ceca a la meca, queriendo abarcar en un fin de semana corto lo que
llevaría alguna semana entera, hace que el cuerpo se resienta y hay que ayudar al tránsito intestinal. Para ello, un
servidor, había previsto semejante circunstancia y me había provisto de unos
polvos laxantes que debían tomarse por la noche, disueltos en agua caliente,
con la feliz promesa de que al día siguiente, antes de desayunar, tendría una
venturosa y placentera visita al (mal llamado) inodoro. La idea tuvo su acogida
entre el resto de los miembros del grupo y finalmente todos decidieron que seguirían
el ejemplo. Ahora tan sólo se trataba de llegarse hasta la cafetería del hotel,
que además estaba abierta al público en general, y proceder.
La verdad es que nos daba un poco de corte,
pedir al camarero una tetera de agua hirviendo y unas tazas, y tener que darle
explicaciones que entrarían en un terreno demasiado íntimo. Así es que se
decidió por unanimidad que la mejor opción era solicitar seis tazas de té. De
esta forma, tendríamos el agua hirviendo y en vez de usar las bolsitas de té,
pondríamos los polvos del laxante.
Desde que nos sentamos a la mesa y dado que
teníamos que abordar un asunto delicado, nuestras conversaciones se
desarrollaban en un tono de voz ligeramente superior al murmullo. Es evidente
que la situación, ya de por sí era cómica y absurda, por lo que entre las risas
contenidas que nos provocaba, el tono de nuestra voz y la actitud casi de conspiradores
que teníamos para que no se notara mucho que íbamos a espolvorear un laxante,
comenzamos a despertar un cierto recelo entre las mesas vecinas, como si
fuéramos a drogarnos en un establecimiento público y a la vista de todos, lo
cual, además, nos provocaba más risa.
El problema surgió cuando el camarero nos
trajo los tés servidos, con las bolsitas dentro. Supusimos que debía ser una
costumbre Cántabra, pero el caso es que nos chafaron la genial idea. Y nos dio
por reír aún más. Pero con risas o sin risas y con el mosqueo generalizado de
todos los que estaban alrededor, nosotros teníamos un problema. Parecía un
guión de una de estas series americanas de la TV, donde una simpleza se va
complicando y haciendo como una bola de nieve imparable. Finalmente, llamamos al camarero le hicimos
partícipe de nuestra problemática gastro intestinal y le aseguramos que, por
supuesto, abonaríamos los seis tés que nunca llegamos a tomar. El descojone
general de nuestra mesa ante semejante situación, kafkiana por demás, no hacía
sino acrecentar las suspicacias de nuestros vecinos del local.
Finalmente, y después de proceder a la
ingesta del laxante, cada uno se fue a su habitación.
A la mañana siguiente, la promesa del laxante
se hizo realidad de forma puntual. Justo antes de bajar a desayunar y
encontrarnos con el mismo camarero de la noche anterior.
En el viaje de regreso a Madrid, Enrique
viajó solo con su (entonces) esposa.
lunes, julio 02, 2018
Crónica de un desastre anunciado.
El primer cañonazo nos pilló a todos por
sorpresa. Nos pilló tan de sorpresa que lo primero que pensé era que se trataba
de una broma, de un bulo, de uno de esos titulares trampa, que se publican para
llamar la atención del lector y luego, cuando pinchas y lees la noticia,
resulta que el titular se parece como un huevo a una castaña con el contenido.
Pero resulta que en esta ocasión, el titular era cierto: “Lopetegui, nuevo
entrenador del Real Madrid”.
Los del Madrid, no salíamos de nuestro
asombro. En quince días, Zidane, había dado un puñetazo en la mesa del despacho
de Florentino, le había hecho un corte de mangas - que no sé cómo se dirá en
francés - y le dijo au revoir. Y poco después, cuando se habían desatado todas
las cábalas del mundo del fútbol, cuando se hablaba de futuribles, de posibles,
de deseables y de los que entraban y salían de las quinielas, ¡zas! El bombazo:
Era Lopetegui el elegido.
Después de verificar que la noticia era
cierta, a los diez milisegundos siguientes la pregunta que me hice fue: ¿Y por qué
ahora? Estábamos a dos o tres días de iniciar el Mundial, ese en el que
debíamos confirmar que lo del pasado, fue un tropiezo. Que aquel inicio
desastroso contra Holanda en la que nos hicieron una manita, y de paso se
resarcieron de la final anterior, fue sólo un bajón momentáneo. Que lo de
Chile, fue pasajero y que en este Mundial, íbamos a pelear hasta el final. Por
eso, me desconcertó que la noticia se hiciera pública justo en esos momentos,
en los días previos al inicio del Mundial.
No fue hasta que el gilipollas de Rubiales
habló destituyendo a Lopetegui, cuando me di cuenta de que España, lo había vuelto
a hacer: habíamos montado - otra vez - el circo. Esta vez con dos directores de
pista: Florentino Pérez y Luis Rubiales. Y a dos días del primer partido de la
selección, y nada menos, que contra la Campeona de Europa, la Portugal de
Cristiano. Fue en ese momento cuando todos - yo el primero - supimos que la
pregunta que había que responder no era si España iba a ser eliminada, si no
CUÁNDO.
En el partido contra Portugal, después de
todo lo que sucedió - cagada incluida de la mierda de portero que tiene España
- salimos del partido con la sensación de habernos dejado arrebatar dos puntos,
mientras nuestros primos los lusos, lo celebraron como una victoria. No es para
menos: dispararon tres veces y metieron tres goles.
Lo de Irán, fue la suerte que no tuvimos
contra Portugal, pero la sensación de que aquello no funcionaba bien, era
evidente, palmaria. Menos mal que el torpe de Costa, mete los goles al estilo
Benzema o Rubén Cano: de rebote, con la espinilla o como sea. Y esa vez, entró.
Lo de Marruecos, vino a demostrar, ya sin
lugar a dudas, que Sergio Ramos no estaba en lo que tenía que estar. La cagó en
el centro del campo a los 15 minutos y tuvimos que remar contra corriente hasta
que Iago Aspas y el VAR nos dieron lo que era nuestro y al menos, pudimos
empatar. Incluso terminamos primeros de grupo por lo sucedido entre Portugal e
Irán, o sea, de rebote.
Pero fuere como fuere, la cosa pintaba mal,
muy mal y por mucho que le fastidiase a Thiago Alcántara, las críticas eran
merecidas. Y el resultado de ayer, así lo justifica.
Nunca me gustó enfrentarme al anfitrión y no
fue por las estúpidas estadísticas, que en realidad, sólo les sirven a los
periodistas para escribir algo cuando no tienen qué decir. Es que parece
evidente - ayer así se demostró - que el anfitrión no puede caer en las fases
iniciales del torneo que ha organizado. Y menos si estás en casa de Putin,
porque corres el riesgo de que se cabree e invada algo. Ya nos pasó con Korea
del Sur en 2002 y aquel egipcio que Alá confunda.
¿Es Rubiales responsable de que Koke fallara
un penalti? No. ¿Es Rubiales responsable de que Aspas fallara otro? No. ¿Es
responsable de que De Gea, sea la viva imagen de Zubizarreta y que se prevea
que no va a parar un puto penalti en su vida? No y sí. O sea, Rubiales no es responsable,
pero parece claro que De Gea, no va a parar ningún penalti en su vida. ¿Entonces?
Pues entonces, Rubiales es responsable de
dinamitar la concentración de la Selección Española de Fútbol, justo 48 horas
antes del debut. De romper todo lo que Lopetegui había construido durante dos
años, incluido el ambiente con los jugadores, las confianzas, los esquemas, sus
conocimientos, las estrategias, todo. Rubiales es el único responsable de haber
destrozado a España desde dentro. Un topo ruso no lo habría hecho mejor.
¿Y Florentino? Florentino, es un bocazas. Es
como una “prima dona”, caprichosa y voluble, que debe quedar siempre como el
aceite: por encima. Es como la gorda de la ópera que hasta que ella no termina
de cantar, la ópera no se termina. Tiene que decir la última palabra.
Tiene todo el derecho del mundo a fichar a
Lopetegui, por supuesto. Pero no había ninguna obligación de ninguna clase, de anunciarlo
justo antes del inicio del Mundial. Todo lo demás, son interpretaciones más o
menos interesadas.
Lo de ayer contra Rusia, fue la confirmación
de todos los males que el equipo ha venido padeciendo durante este suplicio de
Mundial. Error de Ramos que casi termina en gol como contra Marruecos. Cagada -
esta vez de Piqué - que para despedirse de la Selección decidió saltar con los
dos brazos al aire, en mitad del área, en plan de jolgorio y alegría, con la
mala suerte de que el balón le dio en uno y el árbitro pitó penalti. La desgracia
de saber que De Gea, no tenía ninguna opción de parar el penalti, porque no
tenemos constancia de que haya parado alguno, alguna vez. La constatación de
que el pobre Hierro - vaya marrón que le endosó el gilipollas de Rubiales - no
tenía plan B, ni C, ni probablemente A.
No es una cuestión de jugadores. Se podrá
discutir de si hubiera sido mejor sacar a otros, pero me temo que el resultado
habría sido el mismo. Ahora mismo, la cuestión es que España ya no puede jugar
como lo hacía hace 10 años, al tiki-taka. En el anterior Mundial, el de Brasil
2014, fue otro desastre, entre otras cosas porque antes de empezar ya se sabía
qué jugadores iban a jugar su último Mundial con España desde hacía meses:
Casillas, Xavi Hernández, Xabi Alonso, Puyol, Villa, Torres y Reina (que por
cierto, aquí estaba otra vez). Ahora que ya no están esos jugadores, habrá que
ajustar el juego de la Selección a lo posible.
A partir de ahora, ya no estarán ni Iniesta,
ni Piqué. Y por lo que ha demostrado en este torneo, David Silva debería planteárselo.
Y lo mismo diría yo de Diego Costa, a pesar de sus tres goles. España nunca ha
jugado al estilo de juego que en su día, le vino bien a Costa y por eso,
considero que Diego, ha fracasado en la Selección. Está muy lejos de parecerse
al que asombraba en el Atlético de Madrid y que tantos disgustos nos dio a los madridistas.
Así es que, resumiendo. Si De Gea no ha
parado un penalti en su vida, si Piqué ya no va a jugar más, si Ramos de vez en
cuando le da por hacer de Ramosbauer, si ya no estará Iniesta, si Silva es
posible que tampoco…¿no sería el momento oportuno de poner a un buen seleccionador
y que empezara a construir un equipo de verdad al estilo que se ajuste a los
nuevos jugadores?
¿Y quiénes son esos nuevos jugadores? Pues
por lo demostrado en este Mundial, evidentemente Isco, sin duda. Kepa,
Olaizola, Nacho, Vallejo, y alguien que pueda suplir a Alba por la izquierda -
para no depender tanto de él y tener algo más de altura - , bien sea Marcos Alonso,
Azpilicueta o Monreal. En el centro del campo, hay para escoger y delanteros lo
mismo: Iago Aspas, Morata (que esta vez no ha venido pero que mide más de
1,50), Rodrigo, Marcos Asensio, Lucas Vázquez y demás. Gente hay, lo que no hay
es un plan NUEVO, como si se pretendiera seguir jugando a lo único que en un
momento dado, nos dio los mayores triunfos que jamás hemos conseguido.
No queda más remedio que renovar el sistema,
porque no podemos empeñarnos en intentar descubrir cómo penetrar en dos líneas
de 5 defensas a base de pases en horizontal. O juegas entre líneas buscando
paredes o recibir alguna falta al borde del área, regateando a todas las piernas
que te van a salir, o ya me contarás cómo hacerlo. Necesitamos gente que sepa
disparar a puerta desde fuera del área y que ese sea el plan B. Porque si no
puedes meterte hasta la cocina con el balón, tendrás que intentarlo desde
lejos. O colgando balones al área, para lo cual necesitas a jugadores que midan
más metro y medio. Lo que ya hemos visto que no funciona es lo que hemos hecho.
¿Es Hierro el responsable? Teóricamente sí.
El verdadero responsable es Rubiales, porque puso a Hierro donde estaba
Lopetegui.
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