La llegada
de los cuatro visitantes procedentes del Reino Unido, estaba prevista hacia la
medianoche. En condiciones normales, hubiera sido una putada de las gordas,
pero afortunadamente, ayer jugaba la Selección contra Suecia y el plan se pudo
ajustar relativamente bien. Después de ver el partido en el apartamento,
teníamos tiempo de sobra para acercarnos a algún bar y tomar algo. Sobre todo,
cuando nuestros ilustres visitantes llamaron avisando que el vuelo tenía un
retraso de unos treinta minutos.
Terminó el
partido - que por cierto, fue un pestiño - y nos dirigimos a la cafetería de la
urbanización. Primer chasco: estaba cerrada. Probablemente cierran los lunes.
Eso nos obligó a retornar a casa, coger el coche y dirigirnos a otra zona donde
se suponía que no tendríamos problemas para tomar un sándwich y una cerveza.
Tampoco teníamos previsto cenar opíparamente.
Llegamos al
lugar elegido en el que ya habíamos estado otras veces. Eran las once de la
noche pasadas. Nada más sentarnos preguntamos
si podíamos tomar algún bocadillo o algo así y la camarera nos dijo que no, que
ya estaban cerrando, pero que podíamos tomar alguna bebida. Evidentemente, nos
levantamos y nos fuimos.
Al regresar
al coche que estaba aparcado unos metros más allá, nos encontramos con un Súper
Cor y fue entonces cuando, improvisando, pensamos en comprar un sándwich y una
cerveza y pasar de intentar sentarnos en alguna de las cafeterías que había por
allí, en donde teníamos la certeza absoluta de que nos iban a clavar, como nos
la clavaron en Bratislava. Así es que entramos en el Súper Cor, empezamos a
buscar entre la zona refrigerada el lugar donde se ubican los sándwiches y
vimos tres supervivientes que nos recordaron a los supermercados comunistas.
Como el aspecto y el contenido de los sándwiches no nos entusiasmaba, seguimos
buscando y encontramos una empanada que, por lo menos, tenía mejor aspecto.
Luego, para completar la cena de reyes, sólo nos restaba una cerveza.
Segundo
chasco: al llegar a la caja con la empanada y la cerveza, la cajera del Super
Cor, nos sorprende: “Lo siento, pero no se puede vender alcohol después de las
22.00”.
Manda
cojones que en mi propio país, en un negocio 100% español, tenga que asumir
costumbres extranjeras a la hora de poder comprarme una simple cerveza. Total,
que no le metí un guantazo a la cajera porque no tenía tiempo y ella, no tenía
la culpa, pero me quedé más cabreado que un gorila en celo.
Regresamos
a casa y con un poco de agua - que es muy sana - conseguimos tragar algo de la
empanada que sin ser la mejor del mundo, al menos era comestible. El hambre es
muy mala. Y después de satisfecho nuestro escaso apetito, nos dispusimos a
esperar la llegada de los guiris.
Era cerca
de la 01.00 de la madrugada cuando recibimos una llamada. Eran ellos. Que
estaban en el taxi y que no encontraban el bloque. Después de darles las
instrucciones, bajé al portal a esperarles para que no se perdieran.
Justo al
llegar al portal, me topé con una profesional del sexo. Un pedazo de morenaza,
alta delgada, bien vestida. O sea, de las caras. Ella también salió a la calle.
Y enseguida vi llegar el taxi repleto de ciudadanos de la Reina Isabel II.
De los
cuatro a los que esperábamos, sólo había tres. Uno - el mayor de los tres, en
edad y en tamaño - era el que llevaba la voz cantante, el líder. Al verle, me
lo imaginé cantando a voz en cuello, con el torso completamente desnudo, después
de unas veinte pintas de cerveza, en medio de un campo de fútbol en Inglaterra,
mientras los jugadores tendrían que apartar la nieve para poder jugar. A él, le
llamaremos “El Grande”. El primero que
se acercó a saludarme como si me fuera a dar un abrazo, era un joven
delgaducho, cuasi escuálido, que me estrechó la mano con entusiasmo. Desconozco
si esa alegría y ese estado casi eufórico, era su estado natural, o fruto de las
consecuencias de algún tipo de sicotrópico. A él le llamaremos “El flaco”. Y
finalmente, bajó del taxi un individuo bajito, minúsculo y mudo. Lo cual al
final, fue una ventaja, porque a los otros dos que no paraban de hablar, no les
entendía nada. Nada de nada. Ni por teléfono ni en persona. A éste bajito, le
llamaremos “Mudito”. Al parecer era el único responsable del grupo porque el
resto le había confiado una cartera con todo el dinero y fue él quien le dio el
dinero a “el grande” para que pagara al taxista: 120€ desde el aeropuerto a
Puerto Banús.
Nada más
salir del taxi y de saludarme, los tres se quedaron hipnotizados por el pedazo
de jaca mulata que había a unos pasos de donde me encontraba yo. Hipnotizados y
babeantes, como si nunca jamás en su vida hubieran visto algo parecido, al
tiempo que, imagino, pensarían que su corta estancia en Marbella, prometía. El error
fue que pensaron que la mulata, era mi mujer y “el grande”, inmediatamente
después de pagar al taxista, se abalanzó sobre ella para saludarla muy
educadamente con el típico “please to meet you”, a lo que la prostituta,
respondió con algo que no llegué a escuchar, pero que seguro la dejó tan
perpleja como estaba yo. Imagino que “el grande” pensaría que yo era un tipo
afortunado por tener una hembra así, la profesional, pensaría que tal vez
tendría que dar contra orden al taxi que había pedido, porque le acababan de
salir unos clientes y todo fue una tremenda pero muy graciosa confusión.
Después de
las “presentaciones”, todos nos dirigimos hacia el portal para subir al piso.
Todos, excepto lógicamente, la mulata que se quedó esperando su taxi. “El
grande” mostró su preocupación al ver que la mulata no nos acompañaba y se
quedaba detrás. Eso después de preguntar al “mudito” ¿dónde está mi maleta?,
porque con tanto sobre salto, se había olvidado de que traía una maleta.
Ya en el
ascensor y a salvo de oídos indiscretos, les saqué de su error y les hice saber
que era una profesional. “El flaco” mostró su extrañeza y su desencanto
exclamando en inglés (eso sí lo entendí bien): ¿Es una prostituta? Of course,
le respondí yo y con ello, me temo que rompí las expectativas que tenía de
enamorarse de ella, en los cuatro días que van a estar. Era evidente que su
economía no se lo permitiría.
Al llegar
al apartamento, saludaron cordialmente - entonces sí - a mi mujer y procedimos
como siempre a hacer el papel de anfitriones. Pero tenían mucha prisa y lo que
les estábamos contando, entre otras cosa, la contraseña del wifi, les importaba
un carajo. Estaban obsesionados con ir a Puerto Banús, a un sitio que ellos no
sabían dónde estaba y yo, menos aún. El caso es que salieron despendolados los
tres, mientras el “mudito” se había hecho cargo de la única llave que les dimos
y antes de salir y cerrar la puerta, se aseguró de que todas las luces
estuvieran apagadas. Al menos, parece que hay uno normal.
Mientras se
encaminaban andando hacia su prometedor destino en P. Banús, pasamos con el
coche a su lado y les indicamos cuál era el camino para ir a una de las piscinas
de las que disfruta el complejo. Fue entonces cuando nos pidieron que si les
podríamos llevar a P. Banús y por supuesto que les dijimos que sí. Eran más de
la 01.00 de la madrugada.
Se
acomodaron los tres en el asiento trasero y de pronto vemos aparecer un billete
de 20 euros, supuestamente en concepto de pago por los servicios de taxi que
estábamos haciendo. Aparte de la risa que nos produjo la idea, por supuesto
rechazamos amablemente el intento de compra. Ellos estaban empeñados en ir a un
sitio concreto, del que les habían hablado, pero que ni mi mujer ni yo, tenemos
ni idea de dónde está. Ni siquiera si estaría abierto a esas horas. El caso es
que al final insistieron en ir a P. Banús y les dejamos en mitad de todo el
meollo.
Y allí
dejamos a “el grande”, “el flaco y “el mudito”. Desilusionados por comprobar
que la mulata, en el fondo, estaba fuera de su alcance, al tiempo que albergaban
la esperanza de encontrar “algo parecido
y asequible”. Probablemente, terminaran encontrando a otro grupo de inglesas en
algún garito. Y hasta es probable, que fueran vecinos.
Rezo para
que cuando se vayan, el apartamento siga en pie.
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