martes, junio 11, 2019

El grande, el flaco y el mudito.


La llegada de los cuatro visitantes procedentes del Reino Unido, estaba prevista hacia la medianoche. En condiciones normales, hubiera sido una putada de las gordas, pero afortunadamente, ayer jugaba la Selección contra Suecia y el plan se pudo ajustar relativamente bien. Después de ver el partido en el apartamento, teníamos tiempo de sobra para acercarnos a algún bar y tomar algo. Sobre todo, cuando nuestros ilustres visitantes llamaron avisando que el vuelo tenía un retraso de unos treinta minutos.

Terminó el partido - que por cierto, fue un pestiño - y nos dirigimos a la cafetería de la urbanización. Primer chasco: estaba cerrada. Probablemente cierran los lunes. Eso nos obligó a retornar a casa, coger el coche y dirigirnos a otra zona donde se suponía que no tendríamos problemas para tomar un sándwich y una cerveza. Tampoco teníamos previsto cenar opíparamente.

Llegamos al lugar elegido en el que ya habíamos estado otras veces. Eran las once de la noche  pasadas. Nada más sentarnos preguntamos si podíamos tomar algún bocadillo o algo así y la camarera nos dijo que no, que ya estaban cerrando, pero que podíamos tomar alguna bebida. Evidentemente, nos levantamos y nos fuimos.

Al regresar al coche que estaba aparcado unos metros más allá, nos encontramos con un Súper Cor y fue entonces cuando, improvisando, pensamos en comprar un sándwich y una cerveza y pasar de intentar sentarnos en alguna de las cafeterías que había por allí, en donde teníamos la certeza absoluta de que nos iban a clavar, como nos la clavaron en Bratislava. Así es que entramos en el Súper Cor, empezamos a buscar entre la zona refrigerada el lugar donde se ubican los sándwiches y vimos tres supervivientes que nos recordaron a los supermercados comunistas. Como el aspecto y el contenido de los sándwiches no nos entusiasmaba, seguimos buscando y encontramos una empanada que, por lo menos, tenía mejor aspecto. Luego, para completar la cena de reyes, sólo nos restaba una cerveza. 

Segundo chasco: al llegar a la caja con la empanada y la cerveza, la cajera del Super Cor, nos sorprende: “Lo siento, pero no se puede vender alcohol después de las 22.00”. 

Manda cojones que en mi propio país, en un negocio 100% español, tenga que asumir costumbres extranjeras a la hora de poder comprarme una simple cerveza. Total, que no le metí un guantazo a la cajera porque no tenía tiempo y ella, no tenía la culpa, pero me quedé más cabreado que un gorila en celo.

Regresamos a casa y con un poco de agua - que es muy sana - conseguimos tragar algo de la empanada que sin ser la mejor del mundo, al menos era comestible. El hambre es muy mala. Y después de satisfecho nuestro escaso apetito, nos dispusimos a esperar la llegada de los guiris.
Era cerca de la 01.00 de la madrugada cuando recibimos una llamada. Eran ellos. Que estaban en el taxi y que no encontraban el bloque. Después de darles las instrucciones, bajé al portal a esperarles para que no se perdieran.

Justo al llegar al portal, me topé con una profesional del sexo. Un pedazo de morenaza, alta delgada, bien vestida. O sea, de las caras. Ella también salió a la calle. Y enseguida vi llegar el taxi repleto de ciudadanos de la Reina Isabel II.

De los cuatro a los que esperábamos, sólo había tres. Uno - el mayor de los tres, en edad y en tamaño - era el que llevaba la voz cantante, el líder. Al verle, me lo imaginé cantando a voz en cuello, con el torso completamente desnudo, después de unas veinte pintas de cerveza, en medio de un campo de fútbol en Inglaterra, mientras los jugadores tendrían que apartar la nieve para poder jugar. A él, le llamaremos “El Grande”.  El primero que se acercó a saludarme como si me fuera a dar un abrazo, era un joven delgaducho, cuasi escuálido, que me estrechó la mano con entusiasmo. Desconozco si esa alegría y ese estado casi eufórico, era su estado natural, o fruto de las consecuencias de algún tipo de sicotrópico. A él le llamaremos “El flaco”. Y finalmente, bajó del taxi un individuo bajito, minúsculo y mudo. Lo cual al final, fue una ventaja, porque a los otros dos que no paraban de hablar, no les entendía nada. Nada de nada. Ni por teléfono ni en persona. A éste bajito, le llamaremos “Mudito”. Al parecer era el único responsable del grupo porque el resto le había confiado una cartera con todo el dinero y fue él quien le dio el dinero a “el grande” para que pagara al taxista: 120€ desde el aeropuerto a Puerto Banús.

Nada más salir del taxi y de saludarme, los tres se quedaron hipnotizados por el pedazo de jaca mulata que había a unos pasos de donde me encontraba yo. Hipnotizados y babeantes, como si nunca jamás en su vida hubieran visto algo parecido, al tiempo que, imagino, pensarían que su corta estancia en Marbella, prometía. El error fue que pensaron que la mulata, era mi mujer y “el grande”, inmediatamente después de pagar al taxista, se abalanzó sobre ella para saludarla muy educadamente con el típico “please to meet you”, a lo que la prostituta, respondió con algo que no llegué a escuchar, pero que seguro la dejó tan perpleja como estaba yo. Imagino que “el grande” pensaría que yo era un tipo afortunado por tener una hembra así, la profesional, pensaría que tal vez tendría que dar contra orden al taxi que había pedido, porque le acababan de salir unos clientes y todo fue una tremenda pero muy graciosa confusión.

Después de las “presentaciones”, todos nos dirigimos hacia el portal para subir al piso. Todos, excepto lógicamente, la mulata que se quedó esperando su taxi. “El grande” mostró su preocupación al ver que la mulata no nos acompañaba y se quedaba detrás. Eso después de preguntar al “mudito” ¿dónde está mi maleta?, porque con tanto sobre salto, se había olvidado de que traía una maleta.
Ya en el ascensor y a salvo de oídos indiscretos, les saqué de su error y les hice saber que era una profesional. “El flaco” mostró su extrañeza y su desencanto exclamando en inglés (eso sí lo entendí bien): ¿Es una prostituta? Of course, le respondí yo y con ello, me temo que rompí las expectativas que tenía de enamorarse de ella, en los cuatro días que van a estar. Era evidente que su economía no se lo permitiría.

Al llegar al apartamento, saludaron cordialmente - entonces sí - a mi mujer y procedimos como siempre a hacer el papel de anfitriones. Pero tenían mucha prisa y lo que les estábamos contando, entre otras cosa, la contraseña del wifi, les importaba un carajo. Estaban obsesionados con ir a Puerto Banús, a un sitio que ellos no sabían dónde estaba y yo, menos aún. El caso es que salieron despendolados los tres, mientras el “mudito” se había hecho cargo de la única llave que les dimos y antes de salir y cerrar la puerta, se aseguró de que todas las luces estuvieran apagadas. Al menos, parece que hay uno normal.

Mientras se encaminaban andando hacia su prometedor destino en P. Banús, pasamos con el coche a su lado y les indicamos cuál era el camino para ir a una de las piscinas de las que disfruta el complejo. Fue entonces cuando nos pidieron que si les podríamos llevar a P. Banús y por supuesto que les dijimos que sí. Eran más de la 01.00 de la madrugada.

Se acomodaron los tres en el asiento trasero y de pronto vemos aparecer un billete de 20 euros, supuestamente en concepto de pago por los servicios de taxi que estábamos haciendo. Aparte de la risa que nos produjo la idea, por supuesto rechazamos amablemente el intento de compra. Ellos estaban empeñados en ir a un sitio concreto, del que les habían hablado, pero que ni mi mujer ni yo, tenemos ni idea de dónde está. Ni siquiera si estaría abierto a esas horas. El caso es que al final insistieron en ir a P. Banús y les dejamos en mitad de todo el meollo. 

Y allí dejamos a “el grande”, “el flaco y “el mudito”. Desilusionados por comprobar que la mulata, en el fondo, estaba fuera de su alcance, al tiempo que albergaban la esperanza de  encontrar “algo parecido y asequible”. Probablemente, terminaran encontrando a otro grupo de inglesas en algún garito. Y hasta es probable, que fueran vecinos.

Rezo para que cuando se vayan, el apartamento siga en pie.

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