El día amaneció como otro
cualquiera. Nada hacía presagiar lo que más tarde traería escondido.
El plan era muy sencillo. Tenía
que volver a Marbella a terminar de limpiar y poner a punto el apartamento
vacacional. Los últimos inquilinos que habían permanecido todo un mes, no
habían limpiado absolutamente nada, probablemente, debido a su religión. Un
descuido lo tiene cualquiera. Eso había tenido como consecuencia principal el
tener que ir varios días – a razón de 50 kms de ida y otros 50 de vuelta - y
dedicarle varias horas cada día, para dejarlo en un estado de habitabilidad
decente.
Lo malo de situaciones así es que,
después de tanto tiempo, lo que en un principio era polvo, se ha convertido por
mor de la estratificación, en una masa sólida que debes arrancar de los muebles
alquilando una retroescavadora y darle duro con la pala. El cristasol convierte
los cristales y espejos en una masa viscosa y gris, y en ocasiones tienes que utilizar
métodos más agresivos como el rascador de la vitrocerámica.
Otra experiencia que te da el
contacto con infinidad de nacionalidades es que los guiris – ya sean ingleses,
rumanos o de Tomelloso – no tienen persianas. Después de varios años he llegado
a esa conclusión. Las del apartamento disponen de una manivela, como la de un
organillo, para subir y bajar las persianas. El mecanismo es muy sencillo:
hacia la derecha, sube. Hacia la izquierda, baja. Binario. Simple.
Resulta imposible imaginar el
carajal que montan los retrógrados mentales con el cable de acero que tira de
la persiana y que sistemáticamente, se queda atorado porque el tarado que
utiliza la manivela, se vuelve loco y comienza a girar en una dirección y en la
contraria, todo porque la persiana no responde a sus deseos. Y en vez de cogerla
con dos deditos y tirar suavemente de ella, se dedican a juguetear con la manivela
descojonándolo todo.
Pero no hay problema. Llamas a un
manitas y por 70€ te lo deja “niquelao”. De hecho, eso fue lo que hicimos: contactar
con Francisco, “el manitas”. El contacto nos lo había dado Fernando, el
camarero de la cafetería de la urbanización. Un tipo profesional, servicial,
amable y enemigo acérrimo de este gobierno. Por tanto, un tipo decente y atento
a todo lo que se mueve a su alrededor por si puede sacar tajada.
Ese era parte del plan del día:
arreglar la puta persiana que el último trastornado mental había jodido.
Y había un tercer objetivo. Una
chica de una inmobiliaria de la zona había mostrado su interés por visitar el
apartamento porque, según decía, tenía clientes interesados. El acuerdo era que
cuando el apartamento estuviera listo para la revista, la avisaríamos. Pero
justo cuando estábamos a punto de salir por la puerta camino de Marbella, envía
un mensaje con una historia que firmaría Antoñita la fantástica y todo para
decir que no iba a ir. OK. No problem.
Con todo organizado y después de
repasar el check list de despegue, salimos camino de Marbella. Era nuestros
primeros 50 kilómetros del día.
Nada más llegar, a eso de las
11.15, nos fuimos directamente a la cafetería a tomar un café. No teníamos
prisa. Antes de que nos pusieran el café, llama Francisco (el manitas): “Que
estoy aquí en la puerta”. Nuestro plan de tomarnos un café tranquilamente, en
la terraza de la cafetería, disfrutando de los jardines, de las fuentes, de la
música de Julio Iglesias que sonaba y de la buena temperatura, había saltado
por los aires. “Es que he terminado antes de lo previsto y por eso he venido
antes”. No hay problema. Le pedimos al camarero (Fernando no estaba) que nos
pusiera los dos cafés para llevar y nos fuimos corriendo (literalmente) a
buscar a Francisco. Aunque el bloque está cerca, andando es un paseíto de unos
cinco minutos y cuando el café con leche te lo han puesto hirviendo, a pesar de
que tú le has dicho “con la leche templada”, pues lo cierto es que vas teniendo
la sensación de que te vas a quedar sin huellas dactilares para toda la vida.
Lo cual, por cierto, hace que aprietes el paso y consigas emular a Jordi
Llopart en busca de medalla olímpica.
Francisco estaba con su furgoneta
aparcado en la puerta esperándonos. Después de los saludos preliminares, el
hombre se disculpó cuando le dije que nos habíamos traído el café en un vaso de
papel para no entretenerle. Subimos al piso y enseguida se puso manos a la
obra. Desmontó el cajetín de abajo de la persiana del dormitorio principal y lo
que ya intuíamos por otras experiencias, se confirmó: el cable de acero era un
marasmo que, además, en algunos puntos estaba deshilachado. Francisco saneó
toda esa mierda, cortó parte del cable porque sobraba demasiado y había trozos
inservibles y después de casi una hora, dio el trabajo por concluido. Pero ya
se sabe que los “poyaque” son ineludibles en este tipo de casos.
Pues ya que está aquí (poyaque)
tengo un problema con los cajones de los armarios. Que se atascan y no puedo
abrirlos. Eso no es problema para Francisco. De su inmensa caja de herramientas
que transporta en un carrito de carga con ruedas, extrae un bote que contiene
un líquido milagroso, como el que le dan a un futbolista cuando parece que le
han arrancado la pierna y de repente, sale corriendo. Un bálsamo de fierabrás moderno,
de múltiples usos y similar – pero mucho mejor – que el sencillo 3 en 1. “Es que,
de no usar los cajones, suele pasar esto. Pero se le da este spray y listo”. Y
efectivamente, roció someramente las guías de los cajones con el líquido mágico
y problema resuelto.
Todavía tuvo tiempo de arreglar
otro “poyaque”. La llave de acceso a la casa, nuestra llave, había que meterla
en la cerradura con calzador y a martillazos. El hombre, una vez más, sacó de
su caja de herramientas una lima de reducidas dimensiones y comenzó a limar
ciertas imperfecciones que al parecer eran la causa de que no entrara bien en
el bombín. “Ah, es que, además, la llave está torcida” – dijo. Y de nuevo, de
esa caja mágica a modo de bolso de Mary Popins, sacó otra herramienta con la
que enderezó la llave.
Cubierto ya el cupo de “poyaques”
del día, a la pregunta de ¿cuánto le debo? La respuesta fue “60 euros”. O diez
mil pesetas, para entendernos. Y todos contentos.
Mientras todo esto sucedía, un
servidor estaba afanado en el cuarto de baño. Una de las estanterías de
cristal, tenía, - desde que el mundo es mundo-, uno de los tacos flojo porque
en su día, cuando se taladró el baldosín, éste se rompió y en vez de un agujero
se había convertido en la fosa de las Marianas. No tendría la menor importancia
si no fuera porque a la hora de limpiar la superficie del cristal, bailaba más
de lo aconsejado. Y así, la última vez, el cristal estalló en mil pedazos.
Con el fin de sustituir el
cristal roto, fui a la cristalería que tenemos en el polígono de Arroyo. Con
tan mala fortuna que esa semana, precisamente esa semana y no otra, estaban de
vacaciones, lo cual, me obligó a ir de nuevo al lunes siguiente.
Pero con cambiar el cristal no
bastaba. Tenía que conseguir reducir el tamaño del agujero para hacer que el
taco allí colocado cumpliera con su misión. Para ello, compré en el chino un
tubo, con la remota esperanza de que al aplicarlo en la pared y endurecerse,
ayudara a mantener el taco en su sitio y así poder afianzar mejor la estantería
de cristal.
No sé si hoy se habrá endurecido.
Ayer, aquello no era más que una masa gris y algo pastosa, incapaz de rellenar
el inmenso vacío que se adivinaba al otro lado del baldosín.
Pero lo mejor estaba aún por
llegar.
A través de la plataforma AIRBNB,
llega un mensaje de un tipo que pretendía entrar “ya” en el apartamento. O sea,
lo que vulgarmente se conoce como un cagaprisas.
No era la primera vez que alguien
te manda un mensaje y dice que quiere entrar inmediatamente. La diferencia en
esta ocasión es que el apartamento aún no estaba listo. Los últimos inquilinos,
los que se habían cargado la persiana, habían dejado la cocina con grasa suficiente
como para engrasar las cadenas de una división entera de panzer.
Era más de mediodía. Todavía quedaba
bastante trabajo y no queríamos ir más con la lengua fuera. Además, no teníamos
llave para el cliente, porque no estaba previsto encontrarse con un cagaprisas.
Eso nos obligaba a regresar a casa, coger las llaves y volver, otra vez, a
Marbella. Se le notificó que le podríamos entregar las llaves a las 20.00.
Tras una somera investigación a
través de internet, supimos que el cagaprisas era alemán, de nombre árabe, por
lo que dedujimos que podría ser turco. Se dedica a la compra venta de coches,
tanto nuevos como usados. Y era la primera vez que reservaba por la plataforma,
por eso, no tenía opiniones de otros propietarios.
Eran más de las 15.00 cuando
terminamos en el apartamento y nos fuimos a darnos un homenaje a la cafetería.
Una cerveza fresquita, y una ración de bravas, ayudan mucho en estos casos a
superar el complejo de Kelly que te entra cuando te pasas todo el puto día
limpiando. No teníamos prisa y la comida estaba hecha. Más o menos a las 16.00,
iniciamos el camino de regreso a casa, con tan mala fortuna que nos pilló un
atasco monumental que ralentizó mucho la marcha. Al final, tardamos una hora en
cubrir los 50 kms. Llegamos a casa a las 17.00 y sin apetito. Pero siempre hay
un momento para un buen café.
Todavía teníamos que ir otra vez
a Marbella y no queríamos que uno de esos atascos nos pillara desprevenidos y
nos hiciera llegar tarde a la cita con el futuro inquilino. Esos atascos son
bastante frecuentes porque en unas zonas concretas de la carretera, que están
perfectamente señalizadas como peligrosas, siempre hay algún gilipollas que se
mete un piñazo. Incluso en cierta ocasión, fue un gigantesco autobús el que
estaba junto a la mediana y mirando en dirección contraria. Toda una hazaña.
Por eso, a las 18.30 iniciamos nuestro segundo viaje del día a Marbella.
Llegamos sin novedad sobre las
19.15 y le enviamos un mensaje al cagaprisas para informarle que ya estábamos
allí.
A partir de ese momento se
produce una comunicación poco fluida entre el turco y nosotros, toda vez que da
la impresión de que no hablamos de lo mismo. Mientras le dices que ya estamos
allí él va y pregunta dónde puede recoger las llaves. Y eso, después de varios
minutos transcurridos entre mensaje y mensaje. Pide la dirección exacta y
cuando se le envía, termina por perderse.
El caso es que finalmente, desde
la terraza de casa, vemos aparecer un super Mercedes blanco, extra luxury king
size, con matrícula alemana. Blanco y en botella: el moro.
Son las 20.30 horas y comienza el
esperpento.
Al bajar hasta el portal para
recibirles, vemos que del coche han salido un único hombre joven y tres
mujeres. Una chica de unos treinta años, otra mucho más joven y la que parece
ser la madre de alguno de ellos o de todos. Es difícil saberlo.
Aparte de los innegables rasgos
árabes de todos ellos, y de su hablar, lo que más sorprende es que ellas van
marcando de forma exagerada culos y tetas, con unos vestidos tan ceñidos y tan
cortos que parecen se los han hecho de saliva. Y la que más marca es “la madre”,
que tiene el culo y las tetas más grandes que las otras.
Antes de entrar en el portal, el
turco dice: “Es que yo he visto en las fotos que esto estaba en el centro de
Puerto Banús”. Desconozco el anuncio que ha visto el cagaprisas este, pero
leer, lo que se dice leer, no ha leído nada, porque la primera frase del
anuncio dice “el apartamento está a 800 metros de Puerto Banús, doce minutos andando”.
Como no le hacemos ni caso, subimos al apartamento.
Nada más entrar, vuelve a
insistir en que eso no es lo que él ha visto. Va directamente a echar un
vistazo a las habitaciones, mientras las damas han salido a la terraza y han
tomado posesión.
De repente se ponen a hablar en
árabe – algo que hicieron desde que bajaron del Mercedes – como si nosotros nos
hubiéramos vuelto invisibles. Nos ignoraron de tal forma que yo empecé a temer
que me encargaran unos gin tonics para servirlos en MI terraza.
Fue entonces cuando, tras
comprobar que no habían mostrado el más mínimo interés en conocer el resto de
la casa y que ni siquiera nos hablaban, le dije a mi mujer “vámonos”. Y cuando
les dijimos que nos vamos, entonces empezó lo divertido.
“No, por favor” nos pidió la treintañera
en perfecto inglés. “No se vayan que tenemos un problema: ¿podemos cancelar la
reserva?”.
El problema, explicado
sucintamente, era que el cagaprisas, que no tenía más luces que las que le
proporcionaba el Mercedes, insistía en que él había visto unas fotos y eso no
tenía nada que ver con la realidad. Que había visto una piscina enorme (que la
hay y que está en medio de los bloques) y los barcos del puerto deportivo de
Puerto Banús. Que eso estaba demasiado retirado del centro. Que las señoras, no
tenían coche y que no iban a ir andando con tacones hasta el centro. Cuando
sugerí la posibilidad de tomar un taxi que les deja en el centro por 5 euros,
me respondió que si el taxi lo iba a pagar yo. No me cagué en su padre porque
tal vez no sabía quién era, pero descubrimos que, al menos, ellas eran de
Dubai. Que querían cancelar la reserva y que les devolvieran el dinero.
Por supuesto nosotros les dijimos
que no había ningún problema, pero que ellos se tenían que poner en contacto
con AIRBNB y cancelarlo.
No sabían a qué teléfono tenían
que llamar porque el “lumbreras” del turco, se había dado de alta en la
plataforma esa misma mañana y me imagino que no estaba por la labor de leer y
comprender cosas harto complicadas. Él sólo ve fotos. Los textos son demasiado
complicados.
Le dimos el teléfono de España y
a partir de ahí tuvimos que ayudarle a que respondiera a las indicaciones del Call
Center, en perfecto español, que ninguno hablaba.
Después de numerosos intentos,
finalmente conseguimos establecer contacto con un ser humano de atención al
cliente, el cual, en inglés atiende a los Dubaineses.
Mientras las conversaciones se
sucedían con los de AIRBNB, ellos continuaban sentados en nuestra terraza,
intentando cancelar la reserva y muy preocupados por si tal cosa, llevara aparejadas
comisiones y perdieran dinero.
Mientras, nosotros, asistíamos
como Don Tancredo a este esperpento. Porque no debemos olvidar que eran más de
las 21.00, que estaban cancelando la reserva y que no tenían otra. Estaban viviendo
en una villa de un amigo, pero consideraban que estaba muy lejos del centro de
Puerto Banús. De ahí su interés en alquilar otro apartamento. Pero las fechas
en las que estamos y la premura de tiempo, apuntaban a que tal cosa iba a
resultar bastante complicada. Nosotros, lo único que queríamos era que se
fueran de una vez a donde quisieran y nosotros, regresar a casa.
Después de solucionar todos los
problemas y los malentendidos, se marcharon tranquilos cuando les dijimos que
los de AIRBNB nos habían preguntado si estábamos de acuerdo con devolverles el
dinero y les dijimos que sí, que no queríamos nada de ellos.
Llegamos a casa a las 22.30. Habíamos
dedicado todo el día al apartamento, a dejarlo listo. No habíamos comido y nos
habíamos hecho 4 veces el trayecto Benalmádena- Marbella, o lo que es lo mismo
200 kilómetros.
Una vez más mi experiencia con
los cagaprisas es nefasta. Mi intuición no me falló.
La semana que viene entra un
Manager de Lexus. Viene desde Toronto, Canadá.