domingo, septiembre 01, 2024

El ligar no se va a acabar, pero las piñas, sí.

La imaginación del ser humano es desbordante, sobre todo, cuando se trata de ciertos aspectos relacionados con el sexo. Ahora, según dicen, se ha puesto de moda que para ligar hay que ir a Mercadona, a una hora determinada, coger una piña, y colocarla de cierta forma en el carrito. Si haces eso, estás enviando un mensaje de que estás disponible.

Hay que reconocer que es un método bastante explícito y directo. No se necesita saber idiomas, con lo que, de entrada, superas esa barrera. Ya puestos, me atrevo a sugerir, que para ahorrarme la piña – que, además, después me la tengo que comer – podría llevar un cartel, como los que se llevan en las manifestaciones, con mi nombre y el móvil, y me pongo en la entrada, o paseando por dentro, que si hace mucho calor con el aire acondicionado se está mejor.

Sin duda alguna, el protocolo de cortejo del macho hacia la hembra – o viceversa, que no quiero herir susceptibilidades – en la especie humana, es ya de por sí bastante complejo, pero si a partir de ahora vamos a tener que añadir este nuevo método, la cosa se va a complicar bastante. Bien mirado, yo creo que la idea ha surgido del director de Marketing de Mercadona, que no sabía cómo dar salida a las toneladas de piñas que tenían almacenadas y se ha inventado esto.

En una sociedad invadida de redes sociales de todo tipo, incluidas las de ligar, tener que recurrir a métodos como éste, me parece frío, deshumanizado, le quita todo el calor, el glamour y la delicadeza y me parece un retroceso de décadas y un dispendio económico. Además, vamos a conseguir que el precio de la piña natural se dispare y sea tan caro como un litro de aceite de oliva.

Y aquellos que no lleguen a tiempo porque Mercadona se ha quedado sin piñas, ¿qué deben hacer? ¿comprarla en bote? ¿y en ese caso, qué debes hacer con el bote, mostrarlo de manera ostensible o se lo tienes que tirar a alguien a la cabeza? No sé. Yo creo que habría que darle una vuelta. Le veo fallos.

Yo recuerdo que antaño, cuando no existía internet, ni los móviles, ni guasap, ni Meetic, ni nada de esto, la gente se conocía cara a cara, en una cena con amigos, una fiesta en una casa particular, o en un pub. A mí me llevó un amigo a un pub.

- Te voy a presentar a un montón de gente, que son todos divorciados como nosotros, separados y separadas, viudos y de todo.

A mí, aquella presentación, me inquietó.

- ¿Oye, macho, de qué me estás hablando? ¿Qué es eso, un club, una asociación o algo por el estilo? Porque yo, paso, ¿eh?

 No, no, qué va. Es un grupo de gente que nos reunimos en un pub, a charlar. Si ves a alguien que te gusta, pues tú mismo, y si no, nada. Sin problemas.

La idea no es que me entusiasmara, pero bueno, salir de la rutina, tomar una copa y charlar con alguien, tampoco era la peor de las opciones. Acepté, pero con muchas reticencias.

Al igual que antiguamente, las chicas de servir tenían su día de asueto, también había un día determinado de la semana para acudir al mencionado pub.

Por alguna razón que no soy capaz de explicar, yo me había hecho a la idea de que, en el famoso pub, reinaría una atmósfera tranquila, romántica, un aforo reducido, con música suave de esa que permite que escuches lo que te dice el que tienes al lado sin necesidad de gritar al oído. En definitiva, un lugar que invitaba a la intimidad, al recogimiento y a la comunicación social.

Cuando llegamos a ese sitio y mi amigo abrió la puerta del local, creí que acababa de llegar al inframundo.

El pub estaba atestado de personas hasta hacer prácticamente imposible moverse y llegar a la barra. El griterío era ensordecedor, pero la idea que me turbó fue la de pensar que todos los que estaban ahí, querían lo mismo: ligar. Aunque fuera sólo por una noche. No pude evitar asociar aquel lugar con un antiguo mercado en donde se compraba y vendía la carne en estado salvaje. Me recordaba a los antiguos mercados de esclavos, con la diferencia de que, en éste, todos eran libres y voluntarios. Tal vez, me había hecho una idea excesivamente romántica y la cruda realidad me dio un sopapo para que espabilara.

Creo recordar que después de esa primera e inolvidable experiencia, mi amigo me arrastró una o dos veces más y ya no regresé. Pero, a pesar de la decepción, si lo comparo con esto de acudir a un supermercado, coger una piña y todo lo demás, lo cierto es que prefiero aquel viejo sistema.

No deberíamos deshumanizar aún más las relaciones entre las personas.

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