La imaginación del ser humano es desbordante, sobre todo, cuando se trata de ciertos aspectos relacionados con el sexo. Ahora, según dicen, se ha puesto de moda que para ligar hay que ir a Mercadona, a una hora determinada, coger una piña, y colocarla de cierta forma en el carrito. Si haces eso, estás enviando un mensaje de que estás disponible.
Hay
que reconocer que es un método bastante explícito y directo. No se necesita
saber idiomas, con lo que, de entrada, superas esa barrera. Ya puestos, me
atrevo a sugerir, que para ahorrarme la piña – que, además, después me la tengo
que comer – podría llevar un cartel, como los que se llevan en las
manifestaciones, con mi nombre y el móvil, y me pongo en la entrada, o paseando
por dentro, que si hace mucho calor con el aire acondicionado se está mejor.
Sin
duda alguna, el protocolo de cortejo del macho hacia la hembra – o viceversa,
que no quiero herir susceptibilidades – en la especie humana, es ya de por sí
bastante complejo, pero si a partir de ahora vamos a tener que añadir este
nuevo método, la cosa se va a complicar bastante. Bien mirado, yo creo que la
idea ha surgido del director de Marketing de Mercadona, que no sabía cómo dar
salida a las toneladas de piñas que tenían almacenadas y se ha inventado esto.
En
una sociedad invadida de redes sociales de todo tipo, incluidas las de ligar, tener
que recurrir a métodos como éste, me parece frío, deshumanizado, le quita todo
el calor, el glamour y la delicadeza y me parece un retroceso de décadas y un
dispendio económico. Además, vamos a conseguir que el precio de la piña natural
se dispare y sea tan caro como un litro de aceite de oliva.
Y
aquellos que no lleguen a tiempo porque Mercadona se ha quedado sin piñas, ¿qué
deben hacer? ¿comprarla en bote? ¿y en ese caso, qué debes hacer con el bote,
mostrarlo de manera ostensible o se lo tienes que tirar a alguien a la cabeza?
No sé. Yo creo que habría que darle una vuelta. Le veo fallos.
Yo
recuerdo que antaño, cuando no existía internet, ni los móviles, ni guasap, ni
Meetic, ni nada de esto, la gente se conocía cara a cara, en una cena con
amigos, una fiesta en una casa particular, o en un pub. A mí me llevó un amigo
a un pub.
- Te voy a presentar a un montón
de gente, que son todos divorciados
como nosotros, separados y separadas, viudos y de todo.
A
mí, aquella presentación, me inquietó.
- ¿Oye, macho, de qué me estás hablando? ¿Qué es
eso, un club, una asociación o algo por el estilo? Porque yo, paso, ¿eh?
- No, no, qué va. Es un grupo de gente que nos reunimos
en un pub, a charlar. Si ves a alguien que te gusta, pues tú mismo, y si no, nada.
Sin problemas.
La
idea no es que me entusiasmara, pero bueno, salir de la rutina, tomar una copa
y charlar con alguien, tampoco era la peor de las opciones. Acepté, pero con
muchas reticencias.
Al
igual que antiguamente, las chicas de servir tenían su día de asueto, también
había un día determinado de la semana para acudir al mencionado pub.
Por
alguna razón que no soy capaz de explicar, yo me había hecho a la idea de que, en
el famoso pub, reinaría una atmósfera tranquila, romántica, un aforo reducido, con
música suave de esa que permite que escuches lo que te dice el que tienes al
lado sin necesidad de gritar al oído. En definitiva, un lugar que invitaba a la
intimidad, al recogimiento y a la comunicación social.
Cuando
llegamos a ese sitio y mi amigo abrió la puerta del local, creí que acababa de
llegar al inframundo.
El
pub estaba atestado de personas hasta hacer prácticamente imposible moverse y
llegar a la barra. El griterío era ensordecedor, pero la idea que me turbó fue
la de pensar que todos los que estaban ahí, querían lo mismo: ligar. Aunque
fuera sólo por una noche. No pude evitar asociar aquel lugar con un antiguo mercado
en donde se compraba y vendía la carne en estado salvaje. Me recordaba a los antiguos
mercados de esclavos, con la diferencia de que, en éste, todos eran libres y
voluntarios. Tal vez, me había hecho una idea excesivamente romántica y la cruda
realidad me dio un sopapo para que espabilara.
Creo
recordar que después de esa primera e inolvidable experiencia, mi amigo me
arrastró una o dos veces más y ya no regresé. Pero, a pesar de la decepción, si
lo comparo con esto de acudir a un supermercado, coger una piña y todo lo
demás, lo cierto es que prefiero aquel viejo sistema.
No deberíamos deshumanizar aún más las relaciones entre las personas.
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