jueves, julio 17, 2025

Me gustan los animales.

He buscado en el diccionario el término correcto que defina a una persona con un amor desmedido por los animales, y ni siquiera el DRAE lo contempla. Hay un vocablo, “petofilia”, pero entiendo que es un derivado de un barbarismo: PET, en inglés es mascota, así que, petofilia, es una mezcla de inglés y de griego.


El caso es que, se llame como se llame, en esta vida, como en casi todas las cosas, hay un término medio. Lo digo porque a alguno se le ha ido la pinza con esto del ecologismo, la pasión por los animales y la defensa de sus derechos. Me explico.

A ver. A mí me gustan los animales. En general. Perros, gatos, caballos, en fin, lo normal. Yo no he tenido caballo en casa porque no vivía como Pipi Langstrum, pero sí he tenido gato. El Soroyo. En mi mano izquierda una casi invisible cicatriz atestigua la existencia del Soroyo.Y mis tíos, que vivían en la puerta de enfrente, han tenido perro toda la vida.

Procuro respetar la naturaleza y a las personas. Jamás he disparado contra un ser vivo, pero no soy miembro de ninguna asociación contra la caza. No me gustan los toros, pero tampoco persigo a los aficionados. Y tampoco fumo ni he fumado nunca y no llevo un sifón para empapar con él a los que fuman en lugares públicos.

Eso sí, me pongo enfermo cada vez que, en el aparcamiento del súper, me encuentro con los carritos en la plaza de aparcamiento, en vez de en su sitio. No creo que ese tipo de gente respete nada cuando vaya a pasear por el campo.

Pero me pasa como a Indiana Jones: odio a muerte a las serpientes.

Lo que ya me cuesta más trabajo es soportar los ladridos de los perros de los vecinos. Y es que parece que hay un virus que se extiende como la peste, según el cual en cuanto alguien siente que está en el campo – aunque sea en su terraza – lo primero que hace es plantar césped y comprarse un perro.  La cosa va bien, sin problemas, hasta que el perro comienza a ladrar. Y si lo hace con frecuencia, es aún peor. Es entonces, cuando me entran ganas de recomendar al dueño que se vea todas las temporadas del programa de César Millán y aprenda a educar al animal, o bien, de comprarme un M-16.

Hasta ahí, podríamos decir que las cosas no se han salido de madre. Ahora viene lo complicado.

En toda comunidad de vecinos hay gente a la que podríamos calificar como “especial”; vale, pues en la mía estamos atiborrados. Yo creo que podríamos montar un circo porque esto es un esperpento.

Hace unos días un vecino se quejaba de que cerca de su terraza anidaba una gaviota. Las gaviotas pueden ser una fuente de problemas debido a su ruido, suciedad y potencial transmisión de enfermedades. Por todo ello, el vecino denunciaba, no sin cierta razón, que, si hay una y no se hace nada para evitar su anidamiento en un lugar inadecuado, es que, sin duda, en un futuro no muy lejano habrá más. Este principio tan elemental ya lo entendieron perfectamente los Apaches, los Sioux y todos los demás y ya sabemos cómo terminó la historia.

Pues bien, ante la petición del vecino de que la junta de propietarios notificara al ayuntamiento la circunstancia e intentara trasladar el nido a un lugar menos molesto para los humanos, salta otra vecina en defensa de los derechos de las gaviotas a anidar donde se les salga del pico.

El vecino en cuestión no ha iniciado una guerra sin cuartel contra las gaviotas, ni ha solicitado su exterminio; tan solo que el nido se traslade a una ubicación más adecuada para todos o mejor aún, que se impida volver a anidar en esa zona.

Claro, que, para entender la postura algo histriónica de la defensora de gaviotas, hay que mencionar que ella convive con varios perros – molestos todos ellos -, varios pájaros, entre ellos un loro, - que espero no se dedique a imitar los graznidos de las gaviotas – y tal vez algún bicho más. Desconocemos en estos momentos si su actividad profesional tiene relación con el tráfico de animales exóticos.

Pero su inusitado complejo de Noé no se queda en las gaviotas. También se ha mostrado partidaria de realizar una defensa activa en favor de unas ratas del tamaño de gatos hermosos y orondos, que algunos vecinos han visto en algunas zonas de la urbanización. El argumento principal que utiliza es que: “sólo por un par o tres de ratas, no constituyen una plaga y que no pasa nada. Que son animalitos de Dios y que tienen derecho a existir”. Incluso ha manifestado que estaría dispuesta a atrapar a las ratas y devolverlas al campo…que por otra parte es de donde provienen. Con lo cual, a la rata la va a ocasionar un trastorno de desplazamiento obligatorio y de reubicación geográfica, y nosotros, los vecinos normales, vamos a tener que hacernos acompañar de una escopeta del calibre 12, porque cuando vuelva y además lo hará cabreada, por el tamaño que dicen que tienen los que las han visto, no parece que haya otra alternativa que apuntar bien. Tal vez no tengamos una segunda oportunidad.

Parece ser que la única neurona de esta señora confunde los ratones de laboratorio, con la rata de campo. Por eso, ante la estúpida insistencia de que “las ratas no hacen nada”, ha habido que recordarle que, entre otras cosas, son las transmisoras de la peste, una enfermedad que provocó unos treinta millones de muertos en Europa.

Yo me he permitido sugerirle que, para resultar más eficientes, podríamos contratar a un flautista y a ver qué pasa. De paso, también le he dejado caer, así como quien no quiere la cosa, que ella podría acompañar al músico y a la troupe hasta el fin del mundo, tocando un tambor.

Puestos a elucubrar con la adopción de extrañas medidas, se me ha ocurrido que podría comprar un boa constrictor y que se alimente de las ratas. Y ya de paso, de los molestos perros de la susodicha. Incluso de la susodicha.

Mientras tanto, espero que no se le ocurra a nadie depositar unas pirañas en la piscina.

No hay comentarios: