Ayer, mientras tomaba un café, sentado en una terraza frente al mar, mi mujer me disparó sin previo aviso: "¿Dónde están las personas mayores?". Después de un par de segundos en los que encajé la sorpresa y pretendía construir una respuesta, apostilló: ¿dónde están todas esa personas, mayores de 45 o 50 años?. No se ve a ninguna de esas personas trabajando en ningún sitio. Y es cierto.
En la cafetería en la que estábamos, había dos señores y ninguno llegaba a esa edad y la camarera que hemos visto en otras ocasiones, menos todavía. Pero es que, repasando otro tipo de negocios, te das cuenta de que en ninguno encuentras a personas mayores de 40. Ni en los supermercados, ni en las farmacias, ni restaurantes, ni ópticas, ni talleres de coches, ni en IKEA, ni en Leroy Merlin, ni en los chiringuitos de playa, ni en las empresas, ni en el banco. Es como si se los hubiera tragado la tierra. Como en aquella película de ciencia ficción llamada la Fuga de Logan, en la que la humanidad, más bien los supervivientes de un holocausto nuclear, vivían en una campana artificial, bajo la cual, dadas las reducidas dimensiones, había que sacrificar a los que cumplían 20 años y se hacía con una ceremonia protocolaria repleta de alegría y regocijo porque viajaban al más allá.
Vayas donde vayas, y tal vez con la sola excepción de los funcionarios, no verás a personas de esa generación. Sólo te los encuentras en el INEM.