martes, junio 17, 2014

Charlatanes de feria y embaucadores



El destino ha querido – pero sobre todo, los votantes – que vivamos en estas últimas semanas momentos que de verdad, pueden ser calificados como históricos. La abdicación de un monarca no es algo que ocurra muy a menudo, aunque recientemente, hemos asistido a varias en menos de un año. Holanda y Bélgica, nos han precedido en esos honores y la normalidad, ha sido la nota común. Aquí, en España, como parece que tenemos que ser diferentes por obligación, pues estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para ver si conseguimos algún récord de por medio.

El otro momento histórico, se debe al sangrado y desmembramiento del mayor partido de la oposición, el PSOE y su sucursal en Cataluña, el PSC.

Ambos eventos, están dando pie a que surjan como setas, los más variopintos charlatanes de feria que sustentan las más disparatadas propuestas, las más absurdas exigencias y en definitiva, el mayor esperpento del mundo. Lo de la loción mágica para hacer crecer el pelo, es una ñoñez en comparación con estos vendedores ambulantes, adscritos a varios partidos políticos.

De entre el océano de estupideces, ocurrencias, dislates, declaraciones confusas y/o contradictorias, manipulaciones y discursos demagógicos en general, que llevamos semanas escuchando, ha habido una que ha sido la gota que ha colmado el vaso de mi – por otra parte escasa – paciencia. No recuerdo – ni quiero – el nombre del sujeto que, parapetado detrás de una nube de micrófonos y con un tono falsamente protocolario, anunciaba que “el hecho de que exista una Constitución, no es sinónimo de que tenga que seguir igual hasta el fin de los tiempos”.

Analicemos, a ser posible con mesura, semejante afirmación.

Es cierto. En esta vida, nada es eterno, salvo el amor de una madre. De acuerdo. Pero no es menos cierto que, entre las personas, es mucho más conveniente otorgarnos mutuamente una cierta estabilidad de criterios a la hora de establecer las normas de convivencia, que no vivir en ascuas y sin saber a qué atenernos. Imaginemos, por ejemplo, que por ese mismo razonamiento de “nada es eterno”, mañana el gobierno decreta ilegal al PSOE, IU,  y a todos los partidos anti sistema que han surgido. Es de suponer que todos los afectados y muchos de los que no lo estuvieran, protestarían airadamente – y con razón – y se aferrarían a los derechos amparados por la misma Constitución que ahora quieren derribar. Lógico.

Pero aún reconociendo que la Constitución podría y debería perfeccionarse, lo más peligroso no es deslizar la idea de que nada es incólume y eterno, si no trasladar a la opinión pública un mensaje ambiguo, equívoco, erróneo,  en el sentido de que hay que quemarlo todo y empezar desde cero. De ahí que algunos empiecen a utilizar la expresión, la segunda transición. Vamos por partes.

Que se pueda perfeccionar la actual Constitución, no es sinónimo de que la que tenemos, no sirva. Sería como si cuando te quedas sin gasolina en el coche, lo dejaras tirado en la cuneta y te compraras otro. Pelín dispendio, diría yo. Y lo que más me preocupa, no es el cambio en sí mismo, la profundidad o el alcance de dichas mejoras. Lo que me aterra es sospechar, casi intuir,  que el espíritu de los que sustentan estas ideas, no es tan generoso como el de aquellos que redactaron la Constitución en vigor y que, con el tiempo, terminarían actuando como Hugo Chávez en Venezuela – ya tantos otros en el mundo – accediendo democráticamente al poder, para adaptar las normas, las leyes, la constitución, el parlamento y todo lo demás, a su ideología, más o menos totalitaria, según el caso. La historia, nos ha dado ejemplos así y el más conocido fue Hitler. Por tanto, lo más grave no sería el cambiar o no cambiar la constitución, que fueren unos artículos u otros. Lo grave, como suele suceder tantas veces con las leyes, no está en la letra, sino en el espíritu en el que se apoya.

No puedo evitar tener esa desagradable sensación, cuando escucho a alguno de estos nuevos mesías de la izquierda salvadora, hablar de manosear el único instrumento que ha proporcionado el más largo período de paz, progreso, concordia, democracia y libertad, en los últimos 200 años de la historia de España. No me inspiran ni confianza, ni seguridad, ni siquiera lealtad a lo que se llegara a pactar. Me recorre por la espalda la misma sensación que debieron tener los indios americanos, cada vez que firmaban un nuevo tratado con “el gran padre blanco”. Me imagino que después de los primeros 15 tratados que se pasaron por el sobaquillo los yanquis, debieron decir, estos no tienen arreglo.

Lo más curioso de este asunto, es que desde hace bastante tiempo, todo el que puede, deja caer de manera tan machacona como imprecisa, una frase aludiendo a que la Constitución, no es inamovible, no es intocable, pero no apunta en qué dirección debe modificarse. Es como si el mensaje no fuera exactamente ir al detalle, si no machacar literalmente al ciudadano para convencerle de que hay que cambiarla…aunque no se diga cómo, para qué, cuándo y por cuántos.

Esto me recuerda al chiste de la zorra y el cuervo.

Llevaba la zorra todo el día corriendo despavorida por la campiña inglesa, con una jauría enorme y gritona pisándola las patas. En esto, agotada, se recuesta un momento a la sombra de un árbol para tomarse un respiro. De repente, de lo alto del árbol escucha una llamada: “Eh, sube!”. La zorra, hizo un esfuerzo y se sentó al lado del cuervo, su anfitrión.
-          Por qué corres, preguntó el cuervo.
-          Toma!, para que no me pillen esos salvajes, respondió la zorra.
-          ¿Y por qué no vuelas?
-          ¿Y eso qué es?, preguntó la zorra.
-          Mira, le dijo el cuervo, mientras desplegaba sus alas y le hacía una demostración en vivo y en directo.
-          Magnífico! , gritaba la zorra. Así podré evitar a todos esos perros sin problemas. Pero, una cosa, cuervo: eso de volar cómo se hace?
-          Ah, yo soy Consultor. Para ese tema tienes que preguntar al técnico.

Las tribunas de los oradores, están  llenas de consultores que amablemente, nos intentan convencer de que la llave mágica de todos nuestros problemas, reside en que ahora tenemos que ser una República, que al Rey, vamos a ser magnánimos y no le vamos a cortar la cabeza, como hicieron sus primos los franceses. Al menos, de momento y siempre y cuando se porte bien. Y probablemente, terminarán aprobando alguna ley que, como aquella película de Woody Allen, nos obligue a  llevar los calzoncillos por fuera de los pantalones.

No veo yo a estos embaucadores, empapados del espíritu de la transición, cuyos frutos, por cierto,pueden saborear los mismos que ahora quieren arrojarla al fuego. No me imagino que éstos, pudieran proporcionarme un marco de libertades y de respeto como el que tenemos hoy, donde cualquier patán semianalfabeto, puede decir lo que quiera. Y desde luego, no alcanzo a sospechar que fuera mayor.

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