El destino ha querido – pero sobre todo, los
votantes – que vivamos en estas últimas semanas momentos que de verdad, pueden
ser calificados como históricos. La abdicación de un monarca no es algo que
ocurra muy a menudo, aunque recientemente, hemos asistido a varias en menos de
un año. Holanda y Bélgica, nos han precedido en esos honores y la normalidad,
ha sido la nota común. Aquí, en España, como parece que tenemos que ser
diferentes por obligación, pues estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano
para ver si conseguimos algún récord de por medio.
El otro momento histórico, se debe al
sangrado y desmembramiento del mayor partido de la oposición, el PSOE y su
sucursal en Cataluña, el PSC.
Ambos eventos, están dando pie a que surjan
como setas, los más variopintos charlatanes de feria que sustentan las más
disparatadas propuestas, las más absurdas exigencias y en definitiva, el mayor
esperpento del mundo. Lo de la loción mágica para hacer crecer el pelo, es una
ñoñez en comparación con estos vendedores ambulantes, adscritos a varios
partidos políticos.
De entre el océano de estupideces,
ocurrencias, dislates, declaraciones confusas y/o contradictorias, manipulaciones
y discursos demagógicos en general, que llevamos semanas escuchando, ha habido
una que ha sido la gota que ha colmado el vaso de mi – por otra parte escasa –
paciencia. No recuerdo – ni quiero – el nombre del sujeto que, parapetado
detrás de una nube de micrófonos y con un tono falsamente protocolario,
anunciaba que “el hecho de que exista una Constitución, no es sinónimo de que
tenga que seguir igual hasta el fin de los tiempos”.
Analicemos, a ser posible con mesura,
semejante afirmación.
Es cierto. En esta vida, nada es eterno,
salvo el amor de una madre. De acuerdo. Pero no es menos cierto que, entre las
personas, es mucho más conveniente otorgarnos mutuamente una cierta estabilidad
de criterios a la hora de establecer las normas de convivencia, que no vivir en
ascuas y sin saber a qué atenernos. Imaginemos, por ejemplo, que por ese mismo
razonamiento de “nada es eterno”, mañana el gobierno decreta ilegal al PSOE,
IU, y a todos los partidos anti sistema
que han surgido. Es de suponer que todos los afectados y muchos de los que no
lo estuvieran, protestarían airadamente – y con razón – y se aferrarían a los
derechos amparados por la misma Constitución que ahora quieren derribar.
Lógico.
Pero aún reconociendo que la Constitución
podría y debería perfeccionarse, lo más peligroso no es deslizar la idea de que
nada es incólume y eterno, si no trasladar a la opinión pública un mensaje
ambiguo, equívoco, erróneo, en el
sentido de que hay que quemarlo todo y empezar desde cero. De ahí que algunos
empiecen a utilizar la expresión, la segunda transición. Vamos por partes.
Que se pueda perfeccionar la actual
Constitución, no es sinónimo de que la que tenemos, no sirva. Sería como si
cuando te quedas sin gasolina en el coche, lo dejaras tirado en la cuneta y te
compraras otro. Pelín dispendio, diría yo. Y lo que más me preocupa, no es el
cambio en sí mismo, la profundidad o el alcance de dichas mejoras. Lo que me
aterra es sospechar, casi intuir, que el
espíritu de los que sustentan estas ideas, no es tan generoso como el de
aquellos que redactaron la Constitución en vigor y que, con el tiempo,
terminarían actuando como Hugo Chávez en Venezuela – ya tantos otros en el
mundo – accediendo democráticamente al poder, para adaptar las normas, las
leyes, la constitución, el parlamento y todo lo demás, a su ideología, más o
menos totalitaria, según el caso. La historia, nos ha dado ejemplos así y el
más conocido fue Hitler. Por tanto, lo más grave no sería el cambiar o no
cambiar la constitución, que fueren unos artículos u otros. Lo grave, como
suele suceder tantas veces con las leyes, no está en la letra, sino en el
espíritu en el que se apoya.
No puedo evitar tener esa desagradable sensación,
cuando escucho a alguno de estos nuevos mesías de la izquierda salvadora, hablar
de manosear el único instrumento que ha proporcionado el más largo período de
paz, progreso, concordia, democracia y libertad, en los últimos 200 años de la
historia de España. No me inspiran ni confianza, ni seguridad, ni siquiera
lealtad a lo que se llegara a pactar. Me recorre por la espalda la misma
sensación que debieron tener los indios americanos, cada vez que firmaban un
nuevo tratado con “el gran padre blanco”. Me imagino que después de los
primeros 15 tratados que se pasaron por el sobaquillo los yanquis, debieron
decir, estos no tienen arreglo.
Lo más curioso de este asunto, es que desde
hace bastante tiempo, todo el que puede, deja caer de manera tan machacona como
imprecisa, una frase aludiendo a que la Constitución, no es inamovible, no es
intocable, pero no apunta en qué dirección debe modificarse. Es como si el
mensaje no fuera exactamente ir al detalle, si no machacar literalmente al
ciudadano para convencerle de que hay que cambiarla…aunque no se diga cómo,
para qué, cuándo y por cuántos.
Esto me recuerda al chiste de la zorra y el
cuervo.
Llevaba la zorra todo el día corriendo
despavorida por la campiña inglesa, con una jauría enorme y gritona pisándola
las patas. En esto, agotada, se recuesta un momento a la sombra de un árbol
para tomarse un respiro. De repente, de lo alto del árbol escucha una llamada: “Eh,
sube!”. La zorra, hizo un esfuerzo y se sentó al lado del cuervo, su anfitrión.
-
Por qué corres, preguntó el cuervo.
-
Toma!, para que no me pillen esos salvajes, respondió la zorra.
-
¿Y por qué no vuelas?
-
¿Y eso qué es?, preguntó la zorra.
-
Mira, le dijo el cuervo, mientras desplegaba sus alas y le hacía una
demostración en vivo y en directo.
-
Magnífico! , gritaba la zorra. Así podré evitar a todos esos perros
sin problemas. Pero, una cosa, cuervo: eso de volar cómo se hace?
-
Ah, yo soy Consultor. Para ese tema tienes que preguntar al técnico.
Las tribunas de los oradores, están llenas de consultores que amablemente, nos
intentan convencer de que la llave mágica de todos nuestros problemas, reside
en que ahora tenemos que ser una República, que al Rey, vamos a ser magnánimos
y no le vamos a cortar la cabeza, como hicieron sus primos los franceses. Al
menos, de momento y siempre y cuando se porte bien. Y probablemente, terminarán
aprobando alguna ley que, como aquella película de Woody Allen, nos obligue a llevar los calzoncillos por fuera de los
pantalones.
No veo yo a estos embaucadores, empapados del espíritu de
la transición, cuyos frutos, por cierto,pueden saborear los mismos que ahora
quieren arrojarla al fuego. No me imagino que éstos, pudieran proporcionarme un
marco de libertades y de respeto como el que tenemos hoy, donde cualquier patán semianalfabeto, puede decir lo que quiera. Y desde luego, no
alcanzo a sospechar que fuera mayor.