La Conjura de los Necios, no sólo es el
título de un libro que hay que leer, repleto de anécdotas disparatadas e
hilarantes. Es también, como sucede tan a menudo con las obras satíricas, una
crítica ácida hacia ciertos comportamientos humanos y sobre todo, hacia una
falta de humanidad generalizada en casi cualquier sociedad.
Desde que leí el libro, hace más de 30 años,
lo tengo presente entre mis recuerdos y en multitud de ocasiones intento
valorar cuál sería la postura de Ignatius J. Reilly, el personaje protagonista,
ante las situaciones concretas con las que me enfrento. Y es entonces cuando me
acuerdo del título y de la verdad que esconde: el mundo, está repleto de necios
y se han conjurado contra el resto. Y si no, repasemos un poco.
En un mundo en el que internet domina
nuestras actividades, incluidas las más cotidianas, se me antoja kafkiano que
uno pretenda abrir una cuenta en un banco como OPENBANK, que opera sólo por
internet, y lleve un mes y medio en esa batalla – y lo que le queda-.
Don Olegario Fojones, está hasta los
festículos de toda esa panda de ineptos, incompetentes, incapaces, inútiles y
torpes hasta la extenuación, esparcidos por doquier en las distintas
dependencias del banco. Cada paso que da encaminado a poder tener operativa la
cuenta, es un desafío ciclópeo a la estúpida maquinaria y procedimientos,
implementados por algún tarado mental, hijo de buena familia, con dos carreras
y tres másteres y cuya trayectoria laboral se ha desarrollado exclusivamente, en
alguna de las empresas del entorno conocido como “Arturitos”. Y ha tenido que
ser él, el más absurdo entre los lerdos, el espermatozoide más rápido entre un
millón, el que después de haberse desarrollado como zigoto, le haya tocado a
Don Olegario Fojones.
Sin duda alguna, el causante de semejante
trastorno, es un necio y entre todos los que componen ese banco, se han
conjurado contra Don Olegario.
Que en la oficina de Correos, te digan que te
han entregado un paquete y que seas tú quien le diga al necio funcionario que
te atiende, que tú eras el destinatario y que a ti no te han entregado nada, y
que ese es precisamente el motivo por el que estás ahí, perdiendo tu tiempo, entra
dentro del campo de lo paranormal y de Cuarto Milenio. Porque después, va el
funcionario y con toda la tranquilidad del mundo te dice que el interfecto o
susodicho – que diría el portero de La Gran Familia – era un trabajador
temporal y que ahora no le pueden localizar porque no responde al teléfono.
Volvemos a lo de Cuarto Milenio: el cartero, no es que llame dos veces; es que
nunca ha existido. O se ha vuelto a su galaxia…pero con mi paquete.
Otro clarísimo ejemplo de que en este mundo,
hay demasiados necios y además, se hablan y cooperan entre ellos.
Uno llama a un taller de reparación de
automóviles un lunes. La idea es muy sencilla: pedir cita previa para una
reparación ya evaluada y analizada. Durante las dos primeras horas, lo único
que se escucha es la típica grabación en
la que te dicen que “están todos muy liados y que te den. Que llames más tarde”.
Tú, inasequible al desaliento y más por pundonor que por interés en que te
claven 500 euros, insistes una y otra vez, soportando con paciencia estoica, el
soniquete del “para Elisa” de Beethoven , que como es lógico, llegas a odiar a
muerte, como el gato Jinks odiaba a Pixie y Dixie. Finalmente, por sorpresa, te
coge el teléfono un ser humano. Aguantando las lágrimas de emoción por el
momento crucial que estás viviendo, le dices a la amable señorita cuáles son tus
intenciones, que no son otras que dejar que te claven 500€ en una reparación,
con la más que probable sospecha de que tal vez no sea 100% necesaria. Y
entonces, la señorita te dice: “Pues voy a hablar con el Jefe de Taller, para
verificar que disponemos de los repuestos necesarios. Yo le vuelvo a llamar en
un rato”.
Y pasan dos horas, y tú empiezas a dudar de
si has hablado de verdad con el taller y con un trabajador o si por el
contrario, ha pasado una chica graciosa y te ha estado vacilando. Y ante la
duda, la más macanuda: vuelves a llamar. Y entonces, vuelves a escuchar, como
si de un martirio de Guantánamo se tratara, la mierda del estudio para piano de
Chopin. Y harto ya de estar harto, decides enviarles un email en el que
confiesas tu odio visceral por Chopin, por el piano, por las grabaciones
impersonales de las empresas y por todos los que te han prometido que te iban a
llamar y no lo han hecho.
Y el miércoles, como no se han dignado ni
responder al email, te pones en contacto con la Central para España de la marca
del coche y pides hablar con Atención al Cliente. Y vas y te chivas de la
cagada, de la mierda de atención al cliente que están dando en su concesionario
de marras. Y se lo cascas tó. Y te quedas a gusto.
Y mira por dónde, el jueves, como quien no
quiere la cosa, como recordando a Fray Luís de León y su “decíamos ayer”, te
llaman los del concesionario y te dicen que “ya tienen la pieza”. Y entonces
tú, con toda esa mala leche acumulada durante días, con el respaldo que te
dieron en la sede central de la marca y sabiendo que les iba a caer un puro, de
entrada vas y les echas el tuyo propio. Y les pones a caldo. Y les enseñas cómo
NO hay que hacer las cosas y cómo no es nada apropiado ni aconsejable, hablar
de atención al cliente y dejarlo incomunicado desde el lunes hasta el jueves,
simplemente porque “hay poco personal y tenemos mucho trabajo”. Y entonces, le
recuerdas que ya que te ha confirmado la recepción del email que enviaste, no
sería necesario contratar a nadie para hacer horas extras y responder de la
misma forma que lo estaba haciendo ahora mismo por teléfono.
Y una vez más – y son tantas al cabo del día –
me acuerdo de La Conjura de los Necios.
Por cierto, el autor se suicidó porque
ninguna editorial quería publicar su obra y fue gracias a las gestiones de su
madre, que se pudo editar finalmente. En España, alcanzó un éxito notable y
tuvo más de 20 ediciones.