A veces, gestos aparentemente inocentes,
esconden tras de sí toda una filosofía, un pensamiento, que poco a poco se va
extendiendo y lo va impregnando todo. Hace unos años, en aquellos “maravillosos”
años de Zapatero, los cretinos de siempre, esos que pierden el culo por ser más
originales que la madre que los parió, lanzaron una idea a la calle, que
consistía en prohibir los belenes en los colegios públicos porque se trataba de
una fiesta que podía herir la sensibilidad de otras creencias y religiones.
Los de izquierdas tienen una fijación anti
clerical y anti todo lo que recuerde remotamente a religión, siguiendo con el
viejo principio de que “la religión es el opio del pueblo”, que proclamó Marx.
Claro que los de izquierdas, ignoran que las Navidades no son sólo una fiesta
cristiana a la que se apunta el que quiere, sino también y sobre todo, una
fiesta pagana. Pagana, de pagar, de soltar pasta, vamos. Pagana de comidas,
bebidas, fiestas y bacanales. Eso es también la Navidad.
Empeñados como están - obsesionados más bien
- con la idea de desterrar de la sociedad cualquier vestigio que recuerde las
costumbres milenarias seguidas en todo occidente que rememoran el nacimiento de
Jesús, su estrategia para conseguir su ideal de “estado laico puro”, se basa en la vieja técnica del supositorio:
meterlo poco a poco. ¿Qué importancia puede tener el cambiar una simple indumentaria,
no? Pues algo así debió pensar Mao y acabaron todos de uniforme. Como en “Bananas”.
Y los judíos de la Alemania nazi, con una estrella amarillas en su ropa. ¿Qué
importancia puede tener el levantarse o no al paso de la bandera de EEUU? Pues
basta con repasar la historia reciente para comprobar que la tiene y mucha.
¿Qué importancia tiene que en el nuevo Estatuto de Cataluña se utilice la
palabra “nación”? Pues ya lo estamos viendo.
Las palabras, los gestos y la vestimenta,
forman parte de la esencia de las cosas y de las personas. Por esa importancia,
en el mundo del espectáculo – del cine y del teatro – hay profesionales
específicos que se encargan de recordarnos cómo vestían las personas de tiempos
pasados. ¿Se imagina alguien a Michelle Pffeifer con vaqueros y una chupa de
cuero en “Amistades Peligrosas”? ¿Se imagina alguien a Mick Jagger vestido de
etiqueta, con sombrero de copa a lo Fred Astaire, cantando sobre el escenario? ¿Se
imagina alguien a Papa Noel vestido con camisa con chorreras y montado en una
Harley?
Las ropas, los vestidos, las indumentarias, los
uniformes, responden tanto a grupos socio económicos determinados – obreros,
albañiles, banqueros, empresarios, militares, piratas…- como a la época en la
que vivieron. Por lo tanto, si prestamos atención y respeto – recordemos que
hay premios Óscar, por ejemplo, para estos aspectos - a los ropajes con los que
aparecen en escena los personajes de una obra de teatro o de una película; si
prestamos especial atención al decorado en el que se desarrolla la historia,
¿porqué no hacemos lo propio con una festividad que abarca a todo el orbe, como
la Navidad y en España, los Reyes Magos?
La obsesión neurótica laicista de la
izquierda, heredera directa del pensamiento de la Institución Libre de
Enseñanza, refleja fielmente que algunos, por muy progres que quieren aparentar
ser, lo único que demuestran es que se han quedado más obsoletos que un hippie.
Pero no solamente eso. Es que demuestran que no son capaces de avanzar en sus
ideas, que no aportan ideas propias ajustadas a los tiempos actuales y lo peor
de todo, que sólo gobiernan para sus correligionarios y de entre éstos, los más
radicales. No olvidemos que la radicalidad en determinados ambientes, es
sinónimo de progresismo y de juventud.
Se comienza por no montar el belén en los
colegios públicos. Luego, a los niños de los centros católicos, se les demoniza
y se les aparta de la fiesta. Los Reyes Magos, ni son reyes, ni magos. Los
camellos, son sólo los que se dedican a la droga. Y Jesucristo, era un tipo
normal, que en realidad se llamaba Brian.
En España tenemos problemas muy serios, pero
eso no nos debe hacer olvidar que hay ciertos aspectos de la vida cotidiana, de
nuestras costumbres, que lamentablemente, vamos a tener que luchar para que
ningún mal juez, fumado y radical, venga a arrebatarnos lo que nos pertenece.
No se elige a los políticos por sus creencias religiosas. Que no se entrometan
en las de los demás. Está recogido en la Constitución. En esa misma
Constitución que también nos quieren cambiar.
Claro que esta gilipolleces, sólo pasan en
España. No me imagino a ningún socialista o comunista francés, o un demócrata de
Massachusetts, exigiendo que los renos de Santa Claus se cambien por Citroën o
Harleys.