Antonio, tenía 22 años. De complexión fuerte,
voz grave y 1.75 de altura, tenía unos labios carnosos, por lo que le llamaban también
morritos Jagger. Adornaba su hermosa cabeza, una gran melena de pelo rizado,
que algún envidioso y malhablado calificó de “pelo polla”.
Su padre era un constructor y su único
hermano, el mayor, trabajaba como un esclavo en la empresa familiar. Antonio,
no. Antonio disfrutaba de los placeres de la vida como si no hubiera un mañana
y como si hubiera adquirido algún mérito para ello, aparte de haber sido
agraciado con nacer en una familia sin problemas económicos.
No se le conocían estudios, ni trabajo
remunerado, ni tampoco intenciones de iniciar ninguno de los dos. Aún así, su
existencia se diluía en fiestas, alcohol, tabaco y mujeres. Para sus diferentes
“compromisos sociales”, disponía de un SEAT 1430 FU, tuneado y de una Kawasaki,
que elegía en función de sus caprichos o de la dirección del viento.
Su éxito con el género femenino era
incuestionable, apabullante. Él no era de los que presumía que iba a hacer. Él
simplemente, actuaba.
Un día cualquiera del largo verano, mientras
pasaba casualmente subido en la moto de un amigo por una calle de la
urbanización, vio a una chica paseando por el jardín de su chalet. Como en ese
momento, Antonio iba de paquete, le dijo a su amigo:
¾ Para!
Y el amigo, paró. Así, fue testigo de primera
mano, de cómo actúa un “buitre”. Lección gratuita.
Antonio se bajó de la mierda de moto de su
amigo y se acercó a la valla para preguntar algo a la chica.
¾ Oye, perdona - dijo a la chica
que enseguida dejó la manguera y pospuso el riego unos instantes, mientras se
dirigía a ver qué era lo que deseaba ese joven apolíneo que la interpelaba
desde la verja de su chalet.
En ese momento, Antonio improvisó una
estúpida pregunta, cuya respuesta le importaba exactamente cero. Al cabo de
unos instantes y mientras su amigo esperaba subido en su mierda de moto,
Antonio se fue de allí con el teléfono de la chica y con la promesa de llamarla
para ir juntos a tomar una copa.
Rápido. Limpio. Profesional. Espectacular.
Había demostrado lo que era capaz de hacer a la hora de ligar.
Al día siguiente, Antonio, apareció en casa
de su nueva amiga cabalgando sobre su Kawasaki, enfundado en su chupa de cuero,
con su camisa ceñida y con su casco guardando su melena de pelo rizado,
mientras en su codo, llevaba el casco de su nueva acompañante.
Dos días después de semejante demostración de
poderío y seguridad, se les pudo ver besarse apasionadamente, mientras las
manos de Antonio recorrían todo el cuerpo de su nueva amiga, una situación ésta,
que no dejó de sorprender al resto de los testigos, toda vez que ese ardor,
parecía impropio de unos seres que apenas 48 horas antes, eran unos completos
desconocidos.
¾ Pues a mí, no te creas que me
parece que está tan buena - dijo uno de la pandilla. Tiene la nariz demasiado
grande- apostilló intentando demostrar su argumento.
¾ ¿Y a mí qué me importa la nariz,
macho? - le respondió otro que reconocía lo evidente.
¾ De lo que no hay ninguna duda,
es de que Antonio, ya no es Antonio el “pelo polla”. A partir de ahora será
Antonio “el bello”.
Y con Antonio “El Bello” se quedó.
¾ A mí, sólo me parece un parásito
- sentenció otro cuyo comentario no tuvo demasiados votos favorables.
Cuentan las crónicas que tiempo después,
entre el padre, la madre y el hermano mayor, le cantaron las cuarenta a
Antonio, “el bello”, y le dijeron que eso de tocarse los huevos desde la cuna
hasta la tumba, ya se había terminado. Que el padre no estaba dispuesto a
seguir financiando fiestas, copas, tabaco, gasolina y demás vicios anexos.
Y así fue como, a partir de un momento dado,
se volvieron las tornas y según dicen, fue el hermano mayor, - el otrora gran trabajador
- el que decidió probar las mieles del “dolce far niente”, mientras su hermano,
“el bello”, comenzó a entender y a aplicar el significado del concepto “trabajar”.